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Feminismo en el siglo XXI. Octava parte. Los responsables de la decadencia de la doctrina feminista y su absorción en la ideología de género. Nacimiento del feminismo indefinido o acrítico

Dado que nos vamos acercando al final de esta serie de artículos sobre el feminismo, con este escrito comenzaremos ya a meternos de lleno en las conclusiones. Dentro de éstas, que nos van a tener ocupados a lo largo de tres partes, las dos primeras abordarán la situación actual respecto a la cuestión, mientras que la última pretenderá hacer un balance de todo lo dicho, para sembrar las bases de una nueva teoría feminista. En este primer escrito, nos centraremos en definir y comprender las razones que han dado lugar a la situación de franca decadencia del feminismo a la altura de nuestros días —en esta línea, recomendamos, sobre todo a aquellos que no vengáis frescos de leer la serie desde el principio, volver a la tercera, cuarta y séptima parte—; y, en el que vendrá después, analizaremos, señalando tanto sus puntos fuertes como sus problemas y debilidades, las opciones que ahora mismo ofrecen, a través de la crítica, la mayor resistencia a la coyuntura que acabamos de señalar. Sin más dilación, vamos a aprovechar la inercia de tener todo lo fundamental bien dicho y repetido, para centrarnos ahora en pulir, en la menor cantidad de palabras posibles, las ideas fundamentales que hemos querido mostrar a lo largo de esta serie de artículos. Comencemos.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Después de lo ya visto, está claro que, para mediados del siglo XX, el feminismo estaba consiguiendo todos sus objetivos, quedando demostrado el éxito de la misión cuando se acercaba el final de dicho siglo. Por lo tanto, más allá de llevarlo a lo largo y ancho del orbe, poco más se podía decir o hacer. Al fin y al cabo, el fondo estaba muy claro desde hacía bastante tiempo, y su eficacia estaba más que probada para el año 2000. Las mujeres ya no padecían perjuicio alguno por el mero hecho de nacer mujeres, y disfrutaban de la justa igualdad de derechos y oportunidades, al mismo nivel que el resto de los hombres del mundo civilizado, para trabajar, enriquecerse y consumir. De ahí que quepa bautizar como «tesis de la muerte por éxito» a la primera idea que nos puede permitir comprender la decadencia del feminismo. Aunque suene paradójico, por mucho que la muerte más habitual se suela dar a través de un fracaso más o menos contundente…, un éxito demasiado rápido y poderoso también puede encerrar sus riesgos; dado que implica que las partes más débiles que lo han dado a luz puedan verse tentadas a no reconocerlo, aun cuando ya haya razones suficientes para ello, prosiguiendo, de ese modo, con la supuesta ‘lucha’, y aprovechando toda la fuerza aunada para servir a intereses espurios.

En este sentido, podemos decir que aquí se juntaron una serie de coyunturas que, tomadas todas ellas al unísono, hacían muy difícil reconocer el éxito del proyecto feminista. La primera de ellas se explica si atendemos al hecho de que, a lo largo de muchísimos años, se fueron fundando muchas asociaciones y grupos feministas que aunaban el poder de no pocos miles de personas. Después, y gracias a estos grupos, se empezaron a movilizar las instituciones, tanto académicas como políticas, siendo cada vez más popular entre universidades y partidos políticos dedicar tiempo —y recursos económicos— a la cuestión feminista. Esto empezó a provocar una promoción masiva que hizo que grandes sectores de la sociedad occidental se empezaran a volver feministas, pasando de ser éste un tema proscrito a uno habitual y digno de defensa. Todo este andamiaje, muy parecido a otros como el marxista, fue necesario para acelerar una adecuada asimilación de las mujeres al modo de producción capitalista propio de las democracias liberales de masas; pero, a su vez, por el poder que aunaba la cantidad de gente que se dedicaba laboralmente a él, así como por su capacidad de movilización —en el momento en el que ya debía reconocerse la victoria en Occidente y la necesidad de centrarse en África o en Asia—, fue provocando que muchos profesores, activistas y políticos —los menos honestos— empezaran a rizar el rizo, en busca de seguir cobrando, y usaran el tema como propaganda en Occidente.

Si además le sumamos a esta situación no sólo el clima de impotencia y angustia existencial propio de mediados del siglo XX en Occidente, sino también el auge de teorías cada vez más estériles a la hora de criticar con radicalidad la situación…, estaba ya casi todo hecho. Únicamente faltaba subirse a la ola de las teorías subjetivistas, individualistas y pragmatistas en clave feminista…; y esto, para qué engañarnos, era tremendamente fácil, dado que, en el fondo, todas ellas parten de la aceptación del modo de vida burgués y del yugo de las modas consumistas. Pero esta deriva, lejos de quedarse ahí, también supone un relativismo total, que favorece que se pueda decir cualquier cosa, incluso la más delirante, siempre que no se ataque el poder efectivo de las masas y de quien es capaz de moverlas (puesto que estos presupuestos, claro está, son dogma de fe). Esto, que, en un principio, empezó, a la altura de los años 60, como una extravagancia de nicho más, propia de facultades de Humanidades, poco a poco se fue extendiendo como una buena manera de evitar el reciclado de tantos activistas y profesores que ya habían dedicado la totalidad de sus carreras a la cuestión feminista. Además, el poder movilizador del feminismo tenía muchas posibilidades propagandísticas, que fueron detectadas por los partidos, y por todos los grupos dependientes de ellos, y que resultaron ser muy aprovechables como herramienta a la hora de hacer demagogia. Esto pasó, por cierto, igualmente con el marxismo —pero desde el fracaso—; y es que, una vez demostrado como errado, inoperante y fallido en todas sus formas de socialismo real, se fue remezclando con las teorías posmodernas para, ya sin optar a nada definido, sortear el hundimiento, prostituyendo la teoría, y ser así una fuente para un estudio universitario infinito, que recicla profesores y da de comer a pelotas, a la par que es un vergel de material propagandístico para los partidos que gustan de hacer electoralismo con el cadáver de la vieja izquierda. No es en absoluto sorprendente que existan vasos comunicantes entre ambas doctrinas en los tiempos que corren, pues las dos se encuentran explotando el negocio de la propaganda y, para colmo, sin intención alguna de decir algo concreto y/o radical.

Por el camino, ya os hemos explicado el segundo planteamiento, que podría entenderse como «tesis de la presión de las nuevas corrientes filosóficas del siglo XX de corte posmoderno, relativista y transhumanista». No podemos obviar esa mezcla obscena de la peor filosofía con la ciencia moderna, que tiene su origen en el neopositivismo y en la sociología —aunque podríamos encontrar sus raíces antes—, y que se va entrelazando con la psicología, el psicoanálisis, la fenomenología, el estructuralismo, lo que va quedando del marxismo… Desde aquí surgen, a su vez, ‘las filosofías de’ —del lenguaje, de la ciencia, de la mente, etcétera—, que ya no son ni filosofía ni nada más allá de una mera excusa para que nuestros universitarios pierdan el tiempo cobrando —y sirviendo al partido de turno—. De este modo se va cociendo la papilla posmoderna, relativista y transhumanista, que, como ya hemos dicho muchas veces, es, fundamentalmente, pragmatismo, aunque adornado —para evitar sonar frío—, llenando así el vacío existencial del hombre medio que nace en una sociedad de masas. Y todo esto ha de hacerse sin olvidar engrasar el sistema, ya que se necesita que este hombre mediano tenga motivaciones para querer trabajar y consumir, para ir cada cierto año votar…, y, sobre todo, se precisa que no tenga intenciones o herramientas para criticar con radicalidad su situación. Es triste; pero negarlo u obviarlo implica acrecentar el problema. Lo cierto es que, ante la incapacidad de la academia para afrontar la victoria de las democracias liberales, la situación de angustia existencial de las masas de clase media después de la Segunda Guerra Mundial o las consecuencias de la muerte de Dios…, el grueso de nuestra intelectualidad ha hecho de la necesidad virtud en un sentido muy prosaico. La victoria del utilitarismo y del pragmatismo anglosajón es demasiado arrolladora como para poderle hacer frente sin mucho sufrimiento; y esto es algo inasumible para muchos de los nacidos dentro del sistema. Por eso, para entender el fondo del problema, sólo nos queda cargarnos de compasión y reconocer la debilidad humana.

El feminismo, como antes indicábamos, muere de éxito, pero es que tampoco le ayuda nada que el clima intelectual de nuestra época le ponga tan fácil el prostituirse; y es que, de ese modo, también evita que muchos tengan que reciclarse, al tiempo que sirven al sistema propagandístico que mueve nuestras democracias. Todo esto, que empezó ocurriendo poco a poco, se fue acelerando tiempo después; de hecho, si alguien tiene interés en establecer la efeméride del inicio del fin, aunque para muchos probablemente esté considerado como el principio de la barra libre, tenemos que remontarnos a Mayo del 68: todos los delirios y las más refinadas imbecilidades nacen en aquella época. Respecto a lo que a nosotros nos interesa en estos artículos, podemos rastrear por esas fechas el origen de ese concepto sagrado, por místico, irracional e incuestionable, que es la noción de ‘patriarcado’ o sistema ‘sexo-género’, conocido también vulgarmente como, sencillamente, ‘género’ —provocando un equívoco muy conveniente a la hora de que la teoría no se entienda, pareciendo así muy complicada y erudita, cuando lo cierto es que, en inglés, «sexo» se dice «gender»—. Este concepto, que es el origen y base de todos los despropósitos propios de la teoría feminista actual, resulta igualmente fundamental para el surgimiento de la última vuelta de tuerca: la teoría queer; que, poco a poco, por su refinamiento teórico, su capacidad propagandística y su sintonía con el pragmatismo norteamericano de las clases más pudientes, va fagocitando el feminismo, entendido como teoría y proyecto independiente, incorporándolo dentro de un pastiche fideísta al que podríamos llamar ideología de ‘género’. Eso sí, ya os vamos avisando de que sólo es «la última vuelta de tuerca» por ahora y dentro de lo masivo; porque el futuro ya se está preparando, en las universidades más prestigiosas, a través del desarrollo de nuevas teorías que ahondan en esta tendencia desde el animalismo y el cientificismo, haciendo mezclas que ahora nos sonarían a algo propio de una película de terror ciberpunk… La teoría transhumanista lleva ya mucho tiempo cocinándose y, si nada sustancial nos molesta, estará en la calle dentro de unos años, preparada para asimilar todo lo anterior en una nueva fiesta, y creando formidables nuevos nichos de mercado.

Pero nos hemos ido muy lejos… ¿Qué es ese concepto tan poderoso?, ¿qué es el ‘patriarcado’?, ¿qué es el sistema ‘sexo-género’? Es un mito que defiende la existencia de un sistema, ligado a la tradición occidental, que define los roles sexuales y la familia; siendo los primeros culpables de esta organización, que implica una necesaria subordinación de la mujer, los varones que gustan de la compañía femenina y de tener hijos. Las condiciones que genera esta circunstancia, que son sutilísimas y que permean a todos los niveles —desde la más tierna niñez—, deben ser combatidas continuamente para ser paliadas; pero el objetivo final es tan exagerado —algo así como aspirar a una sociedad andrógina o ilimitadamente variada respecto a la sexualidad y la procreación, y dispuesta a servirse de todo lo que la ciencia médica permita hacer de cara a satisfacer los caprichos de cada individuo—, que asegura tener trabajo de activista y de profesor por siempre jamás. Eso sí, como todo buen mito, no tiene por qué ser completamente coherente ni comprensible, y puede también variar mucho dependiendo de la cuerda o del autor; pero el fondo siempre es el mismo e implica, para iniciarse en él, no hacer mucho esfuerzo por comprender, sino, más bien, guiarse por un acto de fe —o, por lo menos, que lo parezca—. No podemos olvidar tampoco que lo primero son los méritos, lo que eres capaz de cobrar por una charla y, ¡cómo no!, el dominio del arte de hablar mucho sin decir nada. En este sentido, del patriarcado se pueden decir desde 10 líneas hasta 10 series de 10 volúmenes cada una. Y, para colmo, como es un delirio mitológico, de poco sirve pararse a refutar a un determinado autor, dado que rápidamente será superado y surgirán 100 nuevas variantes capaces de producir más páginas de las que puede estudiar una persona en su sano juicio. El truco para no caer en juegos de espejos y sucesiones al infinito, como con toda mala teoría fideísta, es ir a destapar los fantasmagóricos y delirantes presupuestos en los que se apoya; y, para ello, pongo a vuestra disposición, en la misma línea que los anexos precedentes, un intento fallido tanto en rigurosidad como en comedia, que, para un neófito en el tema, puede serle de ayuda, sobre todo de cara a entender lo fundamental acerca de lo que significa el ‘patriarcado’ y por qué es un delirio que, de realizarse, implicaría destruir —que no ‘deconstruir’— todo lo que es e implica Occidente. Sería aceptar hacernos el harakiri para nada, así como asumir, de buenas a primeras, una distopía varios órdenes de magnitud peor que la utopía soviética; dado que cualquiera que esté en sus cabales verá que está más cerca de ser una película de terror, tipo Cronenberg, que un cuento de hadas sin clases —normal que surjan movimientos como el ‘neurodivergente’ o el ‘neuroqueer’—. Sin duda, es una pena; pero lo cierto es que, en el momento de efervescencia actual, aun diciéndose estupideces palmarias todos los días, muchas de ellas muy fáciles de señalar, la teoría feminista crítica y los pocos representantes que podrían contarse todavía entre sus filas —como bien comentó Paloma Pájaro— ni están ni se les espera.

En resumen: las malas teorías, que llevan a acciones como reivindicaciones, manifestaciones o boicots, y que pueden terminar en leyes, políticas y cambios sociales —por ejemplo, a través del arte o de la educación—, quitan espacio a las buenas; pero no sólo eso, sino que también pueden desembocar en daños palpables tanto para las generaciones presentes como para las futuras, y, sobre todo, pueden implicar retrocesos en avances legales y de condiciones de vida. Lo que no se cuida, se termina perdiendo; y esto se puede aplicar por igual al amor, al feminismo, a un coche o a la misma democracia. De cara a evitar esto, es necesaria una fría y pausada reflexión, que nos permita comprender nuestros errores y posibilidades de mejora, con la intención de que, después, podamos encaminarnos a, por lo menos, no empeorar la situación actual. Para ir cerrando ya, un ejemplo muy claro de esto es la cuestión de la energía nuclear, que, aun siendo un tema complicado, por dejarnos llevar demasiado por los intereses propagandísticos de los partidos, y por el miedo a accidentes como el de Fukushima, puede conducir a que acabemos aguantando centrales viejas, peligrosas, contaminantes e ineficientes mientras quemamos más combustibles fósiles. Si nos parásemos a pensar con frialdad, quizá podríamos llegar a comprender que deberíamos, de cara a los siguientes 100 años, invertir en centrarles de nueva generación, más seguras, eficientes y menos contaminantes, como un paso previo a dejar de depender del petróleo, el carbón y el gas. Ocurre lo mismo con la energía hidroeléctrica: es cierto que afecta al medio ambiente y que puede también perjudicar a lugares arqueológicos y poblaciones; pero, por lo demás, es una manera muy inteligente de aumentar la eficiencia de nuestros recursos hídricos para asegurar el abastecimiento de agua y energía. Y, sí, deberíamos hablar seriamente del proyecto Atlantropa y demás políticas terrenales a largo plazo o nos estancaremos en imbecilidades cortoplacistas que pondrán en riesgo a las futuras generaciones, no sólo en cuanto a su posibilidad de vivir igual de bien que nosotros, sino también en relación con su mera supervivencia geopolítica. Y, además, es un agravante de esto el que, mientras nosotros nos dedicamos a hacer el indio, gastándonos miles de euros por el camino, aún existan tantísimos millones de personas en el planeta Tierra que no viven ni una décima parte de lo bien que vivimos en Occidente. Moraleja: más feminismo clásico, más centrales nucleares y más embalses.

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4 comentarios sobre “Feminismo en el siglo XXI. Octava parte. Los responsables de la decadencia de la doctrina feminista y su absorción en la ideología de género. Nacimiento del feminismo indefinido o acrítico Deja un comentario

  1. A ver, amigo.
    Vivimos en una sociedad estúpida en la que el personal está acostumbrado a leer como mucho dos párrafos y, a poder ser, estúpidos y claramente tendenciosos. Por lo que lo suyo es, sencillamente, un imposible. Y se lo digo, desde el cariño y sin acabar de leer su texto.
    Y no me malinterprete que yo también fui joven, como deduzco, que usted lo es.
    Y dicho lo dicho, un placer.

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    • Respecto a lo primero…, es evidente que tienes razón. Respecto a lo segundo, te invito a reflexionar sobre la necesidad de que alguien intente los imposibles —y a terminar de leer el artículo, lo cual es una buena costumbre antes de comentar—.
      Por lo demás, el placer es mutuo.

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  2. En general y a mi ver, interesante y original artículo. Me ha gustado, especialmente, la tesis de la muerte por éxito muy frecuente, por otra parte, en ideologías anti algo. También me han llamado un tanto la atención las referencias energéticas del final que, tal vez, desvíen un poco el tema.
    Saludos y a seguir desgranando mimbres, que no debe ser fácil.

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    • Gracias por el cumplido. Puede ser que quizá les haya dado demasiada preponderancia a los ejemplos energéticos del final, pero… la verdad es que resulta muy difícil mantener el foco en un tema tan trillado sin dejarse llevar por los ramales que abren ideas más interesantes. En fin, ya falta menos para cerrar esta serie; ojalá, al menos, quede claro el tema, y así no tengamos que volver con él en mucho tiempo. Lo cierto es que lo fácil nos produce desconfianza. Saludos.

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