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A War (Una guerra) (2015)

Después de bastante tiempo sin escribir por estos lares, me he decantado por hablar sobre la película “A war (Una guerra)”. Esta película danesa, del año 2015, está dirigida y escrita por Tobias Lindholm, guionista también (junto con Thomas Vinterberg) de “La caza” (2012); cinta muy notable a la que dedicaremos, sin duda, un capítulo aparte en este blog. La película que hoy nos ocupa pasó bastante desapercibida en el territorio español cuando fue estrenada, pero creo que ocurrió de manera injusta o por mero desconocimiento, pues resulta ser una película muy digna y con una reflexión profunda sobre la guerra y sobre otras muchas cuestiones humanas de gran calado ético.

Para poneros en situación, esta cinta podría inscribirse dentro del cine bélico, pero con una cierta distancia respecto a otras películas de guerra, que la impide ser únicamente etiquetada como tal. Tampoco su manera de narrar es habitual, pues es una cinta dividida en tres escenarios: una base danesa en Afganistán, controlada por el comandante Claus Pedersen; la familia de Claus (su mujer Maria y sus tres hijos) en Dinamarca; y el escenario del juicio que se va a celebrar a raíz del conflicto principal de la película. Así como la primera parte de la película va a combinar los escenarios de Afganistán y Dinamarca de forma intermitente, la segunda parte de la película estará centrada únicamente en el juicio, donde todas las partes compartirán el mismo espacio. El escenario principal de la película, que es el de los comandantes daneses que luchan por proteger a los civiles de los talibanes en un pueblo de Afganistán, está contrarrestado con otra ‘guerra’, que es la que libra Maria para poder educar a sus hijos con un padre a tantos kilómetros de distancia.

Cada uno de los escenarios de la película pone de relieve circunstancias complicadas a las que tienen que hacer frente sus protagonistas. En la base de Afganistán se nos muestra, con mucho acierto, lo complicado que resulta para un soldado hacer frente a situaciones de tanta complejidad moral, como que se te muera un amigo mientras estás patrullando, estar lejos de tu familia o sacar la fuerza de ánimo para hacer frente a situaciones que te hacen dudar de las razones por las que estás ahí. Hay un gran conflicto, que se muestra de manera recurrente durante la película, que es el que se produce entre los soldados a nivel individual (en muchas ocasiones se encuentran perdidos y sin encontrar suficiente sentido para hacer lo que hacen) y la causa mayor por la que se supone que deben moverse (proteger a los civiles de los talibanes). La conjugación entre ese fin beneficioso y deseable y esos sujetos tan débiles e indefensos resulta de lo más complicada y vertebra una de las reflexiones profundas que dan peso a este largometraje. Se supone que la bondad del objetivo de esos soldados debe sobreponerse a las circunstancias concretas que les hacen dudar de su labor, pero esto requiere de una fortaleza que no todos son capaces de afrontar.
 
Otro de los asuntos que pretenden ponerse de relieve en la base de Afganistán es el carácter que debe tener un comandante a la hora de decidir entre una opción u otra. Durante la película se nos plantean una serie de episodios en los que Pedersen debe tomar una decisión urgente, siendo la rapidez de su respuesta una cuestión crucial. Este tipo de coyuntura es la que conducirá a que, en ciertos momentos de la película, el comandante tome decisiones que podríamos no considerar demasiado acertadas, pero también nos pone ante la dificultad de tomar ciertas decisiones extremadamente complicadas, que deben tener en cuenta numerosos elementos distintos. A su vez, un aspecto como el de la omisión entra en juego durante un momento de la película y nos hace ver cómo la elección es inevitable, en tanto que, aunque creamos que no estamos eligiendo, ya estamos eligiendo no elegir.
 
Si atendemos ahora al escenario de Dinamarca, donde se encuentran Maria y sus tres hijos, apreciamos una diferencia sustancial con respecto al escenario de Afganistán. Aquí la guerra que se libra es otra. Maria trata de afrontar (de la mejor manera que puede) no sólo la ausencia de su marido y padre de sus hijos, sino también la educación de los niños ante esa falta de figura paterna. Para que a sus hijos no se les haga más difícil una situación que ya de por sí es desagradable y complicada, debe mostrarse muy fuerte y no parecer derrotada. La desconexión de la que antes hemos hablado entre cómo se sienten los soldados y cómo se supone que se tienen que sentir se repite nuevamente en este escenario: Maria se siente incapaz de criar a tres hijos ella sola; pero, de cara a la sociedad, como lo que hace su marido es algo beneficioso y muy digno, parece que tiene que afrontarlo de manera algo estoica. Por tanto, esta película se mueve constantemente entre dos estados de ánimo contrarios reunidos ante un mismo acontecimiento. De hecho, otra de las veces en las que también encontramos esta desconexión es cuando Claus vuelve a casa: por mucho que esté muy feliz de ver a su familia, también sabe que aquello que le ha hecho volver tan pronto a casa es algo que va a conllevar muchos quebraderos de cabeza y mucho dolor, tanto en él como en sus seres queridos.
 
Otro de los fundamentos que dotan de peso a la película es la responsabilidad y las consecuencias que se derivan de dicha carga. A raíz de la circunstancia que va a llevar a Claus a sentarse en los juzgados (una orden que da en un momento de gran tensión de la película), vamos a ver cómo esa obligación que uno tiene cuando ocupa ciertos puestos de poder adquiere una relevancia fundamental. Aquí, nuevamente, vamos a encontrar otro de los contrastes que tan recurrentes van a ser a lo largo de la película: así como Maria considera necesario que Claus mienta en cierto sentido, para que no sea metido en la cárcel y pueda ocuparse con ella de sus tres hijos; Claus siente una repulsión tremenda hacia esta opción, pues considera que, por mucho que él actuara de esa forma, no por maldad, sino porque prácticamente no tenía otra opción, eso no le exculpa de las consecuencias que se han derivado de dicha actuación. Aquí se introducen cuestiones tan fundamentales como la responsabilidad que se deriva de mi acción, la de si el fin (evitar que me metan en la cárcel para cuidar de mis hijos) justifica los medios (mentir), etc. A su vez, otra cuestión que emerge con una fuerza sorprendente a lo largo de este largometraje es la de la culpa. Uno puede mentir, uno puede no querer hacerse responsable de aquello que ha hecho y que ha generado un daño, pero lo que cuesta horrores es deshacerse de la culpa que acompaña a quien ha provocado un mal que no tenía intención de producir. Aquí volvemos a hacernos cargo de varios conflictos: el de Claus consigo mismo, el de Claus en relación a su familia, y el de Claus como militar. En ocasiones, estas diferentes maneras en las que se entiende un único sujeto entran en conflicto, generando muchos problemas en su persona y en su manera de afrontar las circunstancias que le sobrevienen.
 
La disparidad en la manera de afrontar un mismo hecho vuelve a apreciarse durante el juicio: así como los profesionales de la justicia pretenden ahondar en el asunto de una manera muy teórica y desde fuera, es decir, sin tener en cuenta en qué momento se estaba produciendo este acontecimiento y la presión a la que estaban sometidos dichos soldados; aquellos soldados que testifican ante el tribunal tratan de poner de relieve que las cosas desde fuera se ven mucho más claras que en el corazón de la batalla. Esta idea ejemplifica de una manera muy reveladora cómo la teoría y la práctica se deben intercalar, de manera que uno no peque de demasiado abstracto ni de demasiado concreto. Cuando las cosas se juzgan desde la Torre de Babel suelen ser mucho más sencillas que cuando se viven desde la propia circunstancia concreta que se está tratando de juzgar. La confusión de la vida no suele contenerse en las teorías que se hacen muy ajenas a ésta y desde la mera razón y el “deber ser”; la complejidad de la vida es difícilmente captable a través de teorías herméticas y cerradas. Esta película es un muy buen ejemplo de ello; por eso, merece ser también reconocida, al haber conseguido llevar al medio audiovisual un problema de tanta profundidad e interés como éste.
 
A su vez, esta dicotomía también se aprecia muy bien cuando se les exige a los soldados una reconstrucción pormenorizada de los hechos. Evidentemente, la exigencia de que recuerden aquello que sucedió en una situación de mucha confusión y tensión resulta completamente alejada de aquello que dichos soldados pueden aportar. Sin embargo, esta manera de reconstruir los sucesos del pasado no sólo se produce cuando dichos hechos son confusos, sino que constantemente lo hacemos en nuestra vida cotidiana y ante acontecimientos menos complicados. La reconstrucción del pasado es una característica clave en la vida de los seres humanos; sin embargo, esta transformación de los eventos no ocurre necesariamente de manera premeditada o con intereses indeseables, sino que es inherente a nuestra condición limitada y frágil. A su vez, nosotros, los espectadores, que también hemos sido testigos del incidente que está siendo juzgado, nos sentimos igualmente interpelados en esta película. Esto genera una incomodidad inquietante, al inmiscuirnos en la dificultad de juzgar los hechos de una manera clara e irrevocable.
 
Esta película no sólo resulta cruda por su manera de narrar, que en ocasiones es fría y distante, sino que también consigue transmitir mucho mediante sus silencios y su casi ausencia total de música. Los únicos momentos en los que oímos una armonía instrumental son muy pocos, y suelen acompañar momentos de duda o de reflexión. Lo valioso de esta cinta es que, pese a su falta de sentimentalismo barato y de lágrimas enlatadas, nos plantea una situación dura de una manera muy transparente y sin miramientos. Por eso, si conseguimos empatizar con una coyuntura de tal envergadura es porque ella sola es capaz de aunar grandes cuestiones éticas y preguntas que podríamos extrapolar con facilidad a nuestra vida cotidiana. A su vez, la ausencia de ‘buenos’ y ‘malos’, la falta de villanos y el enaltecimiento de unos personajes grises son un acierto brillante en este largometraje, que se aleja de lugares comunes para echarnos sobre la cara circunstancias donde, probablemente, nosotros no podríamos haberlo hecho mejor. Uno de los grandes aciertos de esta cinta es que es muy humana, y que es capaz de mostrarnos a distintos personajes que, por mucho que en ocasiones no lo hagan de la mejor manera posible, se esfuerzan por actuar bien.
 
Creo que esta película no sólo es original por los aspectos que ya hemos señalado, sino también por tratar la cuestión humana que queda afectada en la guerra. Aquello que queda dañado no sólo es el sujeto que propiamente va a la guerra o a afrontar cualquier tipo de enfrentamiento de carácter bélico, sino también aquellas personas que se quedan esperando en su hogar a dicho individuo y tratan de llevar su vida de la manera más digna y normal posible. Este factor humano puesto en duda en la guerra y aquello que puede verse afectado tras la misma son cuestiones también tratadas en la película “El cazador”. Esta cinta, dirigida por Michael Cimino en 1978, trata sobre la Guerra de Vietnam y analiza de manera muy precisa, elegante y profunda el antes y el después de un conflicto de dichas características. Qué se pierde por el camino; qué es incapaz de volverse a recuperar; qué heridas quedan de todo eso, que no podrán ya nunca cerrarse. A su vez, podríamos hacer alusión al título de la película que estamos analizando, el cual parecería que busca encontrar elementos comunes a todas las guerras, evitando quedarse en la mera anécdota de un enfrentamiento concreto.
 
También creo que esta es una cinta que arremete contra la idea del individuo que se hace a sí mismo para plantear un escenario de decisiones que no afectan a un solo sujeto, sino que influyen mucho más allá de él. Esta es una película valiente, arriesgada y compleja, que nos muestra tanto al que se va a la guerra como al que se queda. Aquel que permanece, y trata de rehacer su vida sin ese ser querido que se ha marchado, ha sido mucho menos reflejado en el cine y, por eso, resulta original la manera en la que esta cinta lo incorpora como una pieza igual de importante y con equivalente relevancia. Por tanto, esa fortaleza de carácter deberá ir en ambas direcciones; aunque, desde luego, es una fortaleza en muchos casos aparente, pues por dentro laten infinitas dudas, miedos y culpas.
 
Si no habéis encontrado suficientes razones en este artículo para verla, os recomiendo encarecidamente que lo hagáis. No sólo porque el medio audiovisual es una manera de plantear cuestiones filosóficas y dilemas éticos muy interesante, sino porque seguro que empatizaréis en algún momento con alguno de los personajes que aparecen en ella. La verosimilitud del arte debe consistir justamente en eso, en ser capaz de plantearnos escenarios, situaciones y personajes que nos permitan ahondar en la complejidad de la condición humana y que sean capaces de hacernos reflexionar sobre nuestras propias vidas, sobre aquello que hacemos y sobre el por qué lo hacemos.
 

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