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Un par de ideas sobre el auge de los directos en Internet

Poco a poco, el siglo XX va quedando atrás, y podemos apreciar cómo esas diversas máquinas, propias de la ciencia ficción, que entraron en nuestra vida desde finales de los 90, se han vuelto ya una parte fundamental de nuestras sociedades. Más allá de ordenadores potentes y de la generalización de Internet, uno de los puntos clave fue la irrupción de los móviles y, en especial, la del iPhone en 2007. Este nuevo dispositivo resultó ser la síntesis entre un ordenador e Internet, con la novedad de ser totalmente portátil y, lo más significativo, estar siempre encendido y en conexión con la Red —tanto telefónica como internáutica—. Ésta fue una diferencia crítica, dado que, desde entonces, cualquier móvil es capaz de mantener en línea a su usuario las 24 horas del día, y, por defecto, hacerle estar siempre disponible, siempre conectado, así como permanentemente dispuesto a responder ante otros usuarios. Y no olvidemos que esto es decir mucho; pues, en Internet, las posibilidades de comunicación son impensablemente inmensas, instantáneas y crecientemente variadas. Nos encontramos ante un entorno digital donde, estructuralmente, prima la cantidad sobre la calidad. De hecho, en el contexto capitalista, todos los usuarios están a la caza de oportunidades, acelerando aún más el sistema. «Mientras el mundo duerme, tú sueñas», rezaba un anuncio promocional de Apple, dedicado al esfuerzo de los programadores. Éste es el tema: en un mundo global, interconectado todas las horas del día, el tren está en movimiento y no espera a nadie; cualquier instante de desconexión es un momento perdido, de debilidad, donde otros que ‘no se duermen’ compiten por las oportunidades laborales. Y…, sí, vamos a contar un par de cosas sobre el tema de los directos en Internet, pero es preciso aclarar primero el contexto en el que nos movemos. En este sentido, antes de tecnología o de modas, hay que hablar de maneras de vivir o, mejor dicho, de la manera de vivir que a todos se nos vende y a la que la gran mayoría aspira. Empecemos.

El estado de la cuestión ya lo hemos presentado: en resumidas cuentas, es un mundo de usuarios interconectados a Internet las 24 horas del día a través de sus dispositivos móviles y ordenadores. La coyuntura económica es el capitalismo propio de las sociedades avanzadas tecnificadas, con grandes masas de clases medias aburguesadas y un mercado muy competitivo. Esta mezcla provoca una aceleración continua de la fórmula capitalista, que se fundamenta en una búsqueda obsesiva por una variedad cada vez más ingente de productos y servicios a consumir lo más rápidamente posible. Y, evidentemente, estas mercancías son producidas por empresas que compiten en una carrera a la velocidad de la luz, y que, a su vez, necesitan de trabajadores capaces de poder soportar esta vida tan acelerada y cambiante. Todo pasa de moda rápido, todo se actualiza continuamente, debe haber novedades a cada rato… Y la gran mayoría de la gente que ha nacido en este sistema está abocada a correr junto a él, creyéndose el dogma de ‘el hombre hecho a sí mismo’ y considerando la vida desde la óptica pragmatista, que reduce la felicidad al placer. Además, este placer, que siempre implica consumo, no va necesariamente de la mano de un genuino disfrute. Por este camino, se generan maneras de vivir bajo el peso del capital, con trenes de vida insufribles para cualquiera de nuestros ancestros; y todo ello potenciado por una presión social que exige consumo y conexión (no sé si os habéis atrevido a desdeñar algo como WhatsApp, a dejar el móvil silenciado durante un día o a pretender disfrutar de la vida en sociedad sin gastar dinero…; pero ya os digo que es una costumbre que tiene un coste muy alto en cuanto a posibilidades laborales, y que te condena, inevitablemente, a ser un marginado). 

En este sentido, el contenido audiovisual es uno de los productos dentro del sistema. Por eso, la historia de una plataforma de vídeos como YouTube, así como el auge de las retransmisiones en directo, no pueden sino encajar perfectamente. Pero, antes, vamos a examinar los números que se están moviendo, para hacernos una idea de la importancia de la cuestión que estamos tratando. YouTube es el segundo lugar de Internet más visitado, con en torno a 2.000 millones de usuarios activos —7.700 somos, en total, en la Tierra— y 500 horas de vídeo subidas cada minuto. Por otro lado, la niña bonita de los últimos años, Twitch, en una humilde trigésima tercera posición entre los lugares más visitados, se eleva como la vanguardia dentro de las retransmisiones en directo, con 2.498.144 espectadores, de media, en la última semana —2.971.074 en este preciso instante— y con un total de 1.774.195.730 horas visualizadas en octubre —202.533 años, 2.382 vidas completas—. Obviando que, evidentemente, habrá más dispositivos encendidos que personas detrás de ellos, estos números no deberían tomarse a la ligera… Y la pregunta del millón es: ¿Qué se está viendo? Para hacernos una idea, echar un vistazo rápido a los 10 canales más exitosos de cada plataforma debería ser más que suficiente; pues, al funcionar de canon para el resto, nos facilitará el tener una buena panorámica de cómo están las cosas.

Empezando por YouTube, constatamos que lo que más éxito tiene es el entretenimiento musical. Primero, nos encontramos con tres canales indios: T-Series, con 162 millones de subscriptores; SET India —más enfocado a un ‘entretenimiento familiar’ variado—, con 88’9 millones; y, por último, Zee Music Company —éste es más de trailers de películas—, con otros 65’1 millones. Luego, está otro brasileño, llamado Canal KondZilla, de música cutre y hortera —bastante más allá de los estándares indios—, con 61’7. Con la friolera de 377’7 millones de suscriptores en total, nos costaría encontrar un vídeo mínimamente interesante en estos cuatro canales, siendo la gran mayoría entretenimiento calidad forraje. Lo siguiente con más presencia son los canales ‘infantiles’, donde destacan tres. El primero es un canal de animación digital infantil bastante grimoso, llamado Cocomelon – Nursery Rhymes, que cuenta con 98’8 millones de padres que, consciente o inconscientemente, están maleducando a sus hijos. Y los dos siguientes son de lo peor que ha dado Internet…: Kids Diana Show y Like Nastya, con 69’7 y 64’7 respectivamente, donde se puede ver a un par de niñas grabándose haciendo el indio y vendiendo juguetes para disfrute de, supuestamente, otros niños. Son unos vídeos que se llevan la palma de lo ominoso…, y que resultan ciertamente escalofriantes, casi terroríficos. Con esto, sumamos otros 233’2 millones de padres destruyendo las posibilidades de sus hijos: los futuros trabajadores, consumidores y espectadores, y, también, claro está, los futuros padres; provocando así que, generación tras generación, el problema se vaya agravando. Para terminar, encontramos un canal de manualidades, con un puntito morboso muy evidente —del estilo de aplastar cosas—, llamado 5-Minute Crafts, que cuenta con 69’7 millones; otro canal, bajo el nombre de PewDiePie, donde un chico se graba jugando a videojuegos y viendo otros vídeos —visto el contexto…, no me parece de lo peor—, que tiene 108; y, para terminar, un canal que se llama WWE, de lucha libre a la americana, y más falso que la melena de una rana, con otros 69’6 millones.

El esquema anterior se repite entre los canales más vistos de, por ejemplo, España. Es cierto que tenemos 7 de videojuegos, al estilo PewDiePie, con un total de 167’2 millones; dos de niños —tan escalofriantes como los originales—, con más de 37’9; y un canal de tonterías varias, que se asemeja a 5-Minute Crafts, y que tiene 13’5.  Todo ello, como era de esperar, con las mismas calidades que los grandes a nivel global. Y, en Twitch, donde sólo hay directos, el esquema se repite; encontrando el mismo género de vídeos entre los canales más vistos, con la salvedad del canal de mayor éxito, Riot Games, y de otro llamado Brawlhalla, los cuales parecen estar centrados en retransmisiones de partidos videojueguiles profesionales —para otra vez, queda juzgar la calidad de este ‘nuevo fútbol’—. Por lo demás, hallamos el mismo aroma que ya existía en Youtube, tanto en el canal oficial de la casa como en otro llamado HasanAbi —ambos centrados en un batiburrillo de entretenimiento barato—, que cuentan con más de 15 millones de horas en el último mes; después, pasamos también por uno de póker, con 8; y, al llegar al grueso, descubrimos cinco canales dedicados a jugar en torno a los videojuegos, con un total de 39’7 —donde, curiosamente, destacan tres españoles: Auronplay, Ibai y Rubius; produciendo un extraño orgullo el hecho de que estemos sobresaliendo aquí—.

Comprobamos que existe una tendencia muy clara hacia el entretenimiento banal; y, teniendo en cuenta lo rápido que se mueve todo en este mundo capitalista tecnificado, es fácil pensar que se produce un círculo vicioso: cada vez se necesitan más horas de vídeo al día para poder competir, y éstas se tienen que elaborar más rápido y, por lo tanto, ser de peor calidad. En este sentido, el auge de los directos improvisados era algo inevitable, dado que es el formato adecuado para producir una infinidad de horas a coste muy bajo. Además de que se genera una moda masiva, que empuja a todos los que no quieren quedarse fuera —no olvidemos el tema del tren de vida y la presión social—, y que favorece que se cumpla una regla tácita de capitalismo en el siglo XXI, especialmente en Internet, que reza que «no crecer implica estancarse»; lo que se traduce en fracasar —y también en que tus amigos te dejen de lado porque no te puedes permitir pedir comida a domicilio o ese viaje a Japón—. Hay que mantenerse siempre en la cresta de la ola; y esto obliga a plegarse a las modas aceleradas y cambiantes de la sociedad en la que vivimos. Lo más grave de todo esto es que los canales que intentan salirse de la regla haciendo otra cosa, como, por ejemplo, Un Tío Blanco Hetero, se terminan viendo arrastrados. Y aunque el señor Sergio Candanedo va esquivando hacer directos jugando a videojuegos, lo cierto es que cada vez hace más vídeos de entrevistas —de las cuales muy pocas son genuinamente interesantes— y, lo peor: se ha subido al tren de los directos improvisados, donde, ciertamente, se agradece que rebaje el tono ‘youtubero’ de su personaje, si bien, a la vez, se descubre como un chavalote con el que te podrías tomar unas cañas agradables, pero que no tiene la suficiente calidad como intelectual, ni tampoco el carácter, para mantener una emisión en directo con solvencia.

YouTube comenzó siendo una mezcla de imbecilidades, música, versionados y collages audiovisuales. Después, empezaron los ‘youtuberos’ a grabarse, generalmente, haciendo el indio; pero, ya desde finales de la primera década del siglo XXI y, sobre todo, en los principios de la segunda, se empezaron a ver vídeos con un estilo más documental, ensayístico o periodístico (nunca me olvidaré del primer vídeo que me impresionó, por su genuina calidad, en esta plataforma, allá por 2008); y esto es lo que realmente está en peligro. La moda exige lo masivo, la cantidad por encima de la calidad; e intentar no caer en este juego cada día resulta más agobiante. Lo primero de todo es que, hagas lo que hagas, estará sumergido entre toneladas de mediocridad, siendo muy difícil de encontrar; después, los sistemas automáticos no propiciarán que el público llegue; y, por último, cada vez las visitas serán menores, dado que esta sociedad no favorece la educación de ciudadanos críticos y exigentes. Y, si además juegas con temas peliagudos, sufrirás de ofuscaciones implícitas en los buscadores, lo cual dificultará aún más que la gente susceptible de estar interesada en tu trabajo te encuentre (si no lo censuran directamente, claro). El sistema fomenta que todo se mueva en una horquilla muy estrecha, situada entre el entretenimiento familiar y los prejuicios progresistas de moda, e incita a hacer vídeos fáciles de consumir sin pensar y en cantidades industriales; además de tener que estar pegados —por no decir fundidos— a la actualidad de las últimas campañas publicitarias.

Ciertamente, nos encontramos ante un mundo que pide, genera y se educa para el consumo de basura insípida y gris; no habiendo demasiadas perspectivas de que esto pueda llegar a cambiar, salvo a peor. El futuro es incierto, la prostitución de todo lo bueno parece inevitable, y lo poco que queda sufrirá de una disolución en un maremágnum que favorecerá algorítmicamente su insignificancia, censura e inviabilidad económica. Existen las plataformas de mecenazgo, tipo Patreon, pero siguen dependiendo, igualmente, de que llegue tráfico a ellas; siendo cada vez más penoso el trabajo de encontrar esas visitas de calidad en la coyuntura internáutica actual. Si alguien de los que pase por aquí consume —que no es lo mismo que disfruta— este tipo de material audiovisual tan masivo, espero haberle persuadido para que modere ese mal vicio de perder el tiempo con distracciones y entretenimientos tan poco trabajados. No digo que no se pueda hacer una excepción, pero hay que saber justificarla —por ejemplo: un partido de fútbol—, y tiene que merecer la pena. Mientras tanto, os recomiendo una máxima que sirve para quitarse la morralla más evidente de encima: si sospechas que lo que ves no tiene guión, probablemente estés perdiendo el tiempo.

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