Historia de un matrimonio (2019)
Abro este nuevo año con una crítica de una película que tenía pendiente desde que salió, pero a la que hasta hace pocos días no había encontrado el momento —o, quizá, más bien, las ganas— de hincarle el diente. Me refiero a “Historia de un matrimonio” (2019), dirigida y escrita por Noah Baumbach (director y guionista también de, entre otras, “Kicking and Screaming” [1995], “Frances Ha” [2012] o “The Meyerowitz Stories” [2017]; las únicas películas suyas, además de la que trataré hoy, que, por ahora, he visto), y protagonizada por Scarlett Johansson y Adam Driver. Obtuvo muchas nominaciones en la edición de los Oscars de 2020 —incluyendo Mejor Película—; pero, sinceramente, yo no acabo de ver qué es lo que la hizo tener tanto bombo, salvo el buen tándem que forman sus actores principales. De cualquier modo, comencemos ya, a ver si se puede rescatar algo.
De entrada, os recomiendo que no os dejéis influenciar ni por el cartel ni por el título, sobre todo si no queréis desilusionaros, pues llevan claramente a error. En la foto de la portada, aparecen los dos protagonistas y un niño, que suponemos que es su hijo, con un gesto sonriente y como de familia feliz. Esto, unido al nombre de la cinta, nos conduce a pensar que se ahondará en su relación y en su vida. Sin embargo, olvidaos de esto. Más bien, debería haberse titulado “Historia de un desmoronamiento” o “Historia de unos problemas que estaban ahí desde el principio”. En esta última idea profundizaré más adelante; pero reitero ahora que, si lo que estáis buscando es una película que trate sobre una agradable circunstancia familiar, debéis huir de ésta tan pronto como os crucéis con ella.
Por poneros un poco en contexto, Charlie —Adam Driver— es un director de teatro, y Nicole —Scarlett Johansson— es una actriz. Ambos viven en Nueva York con su hijo pequeño (un niño, por cierto, un tanto repelente y mimado). No están pasando por un buen momento, y han decidido que van a divorciarse. Éste es básicamente el argumento. De entrada, no es una historia demasiado original. De cualquier manera, esto no tendría por qué ser en absoluto un problema, pues hay infinidad de series, películas y libros maravillosos, donde los mismos temas de siempre están tratados, pero que, sin embargo, aportan algo nuevo o consiguen darles una luz diferente. En realidad, creo que precisamente el mérito está ahí: en seguir atendiendo, con cuidado y esmero, a lo que se ha pensado desde tiempos inmemoriales, a lo que jamás ha dejado de estar ahí; pues ni somos tan distintos a los que pisaron la Tierra hace miles de años, ni los que vendrán lo van a ser tampoco. Pero, volviendo al tema que nos ocupa, que no quiero dispersarme ya tan pronto, el problema de esta película es que no consigue trascender ni dejar ningún tipo de poso. Pasa, sin pena ni gloria, dejando un vago recuerdo. De hecho, a los pocos días de haberla visto, uno ya se ha olvidado casi por completo de ella.
La cinta plantea las idas y venidas de un matrimonio que estaba ya podrido desde su inicio. Por eso, que vayan a separarse no resulta nada extraño; pues lo cierto es que no había mucho que salvar. En una discusión que tienen durante la película, en la época en la que están tramitando toda la burocracia inherente al divorcio, se pone de manifiesto todo esto de una manera cristalina. Al final, la lucha de egos es lo que no ha podido rescatar el escaso amor que pudo haber en algún momento. Este tipo de coyuntura se aprecia especialmente bien en esas parejas que empiezan un poco de casualidad, por inercia, sin ningún tipo de proyecto, y que van pensando en cómo sostener su relación a medida que las circunstancias de la vida se les van imponiendo. Es decir, ni el compromiso está de origen ni se sabe bien hacia dónde se va: uno sigue, día tras día, y al final se encuentra enclaustrado en un matrimonio completamente anodino y, si lo ha hecho todavía peor, hasta con hijos. Y éste es un poco el caso de nuestra pareja protagonista. Él es un ególatra director de teatro, que se sabe talentoso y que se desvive por su trabajo, invirtiendo prácticamente todo el dinero que gana en seguir haciendo sus obras; mientras que ella es una actriz de Los Ángeles, que pudo haberse dedicado al cine, pues hizo una película en su juventud que tuvo bastante éxito, pero que, sin embargo, decidió quedarse en Nueva York con Charlie, que le escribía papeles para sus montajes en Broadway.
¿Y cuál es el problema de todo esto? Que ella siente que Charlie no mira más allá de su ombligo, y que siempre han hecho las cosas como él ha querido. Pero el punto clave aquí es: ¿acaso pensabas, Nicole, que un ‘artista’ iba a hacerte más caso a ti que a su obra o a su presunto genio? Si lo que querías era atención, o que te pusiera al mismo nivel que la consideración que tiene de su propia persona, deberías haberte buscado a alguien con un quehacer un tanto diferente o con un sentido de sí mismo un poco menos elevado. Pero, si lo que pretendes es que un ‘artista’ haga eso, te vas a llevar una inevitable decepción. No se le puede pedir peras al olmo. Por eso la relación está destinada a fracasar desde el mismo momento en el que nace, porque ambos personajes quieren cosas diversas, que el otro es incapaz de dar. Y aquí, por tanto, vemos uno de los problemas más delicados y graves de esas parejas que no profundizan dialécticamente en su noviazgo, sino que siguen juntos por costumbre o porque no han dado con otra cosa mejor. Tampoco ayudan, claro está, las idealizaciones que uno hace del otro, porque el desengaño en esos casos está asegurado.
Sea como fuere, es probable que lo que hiciera que la gente se acercara a esta película, además de sus conocidos actores principales, fuera el tráiler, que, como el cartel y el título, a los que antes hemos hecho alusión, también es completamente engañoso: en él sale la mejor parte de la película —de hecho, casi lo único que merece la pena—, que es el principio. A su vez, éste vuelve a reflejar la falsa idea que uno tiene de la película antes de verla (si no se ha leído previamente la sinopsis, claro; pues ésta es la única que acierta con respecto a lo que luego veremos en pantalla, que serán, sobre todo, las tensiones consustanciales a un proceso de estas características). Creo que habría sido mucho más sugestivo ahondar en la historia de un matrimonio, como el propio nombre indicaba, y no tanto en el derrumbe de dicho matrimonio; no porque esto último no tenga su interés, que lo tiene, sino porque se ha explorado infinitamente menos lo primero. Casi todas las manifestaciones artísticas que tratan cuestiones como las relaciones familiares, de pareja, de amistad, etc., suelen centrarse en destacar las mil maneras que hay de hacer que las cosas no funcionen; sin embargo, son muy pocas las que investigan precisamente aquello que está bien hecho para que la cosa se consiga mantener a lo largo del tiempo. Es cierto que, viendo las cosas malas, se derivan también las buenas (aunque sea por contraste); pero me da la sensación de que se tienden más a reflejar los caminos errados que los posibles aciertos. O, quizá, pocas obras han sabido plasmar las bondades de la vida real, y de algunas relaciones, de una manera poco artificiosa; y es que, en ocasiones, ni todo es un despropósito ni es tampoco como color de rosa. Uno hace lo que puede con lo que tiene; y para eso se necesita también cierta maestría.
Además, y esto sí que me resulta imperdonable, no sólo es repetitiva y aburrida, sino que encima dura 136 minutos, cuando no tiene casi nada que contar. La manía de alargar algo por el mero hecho de hacerlo se está convirtiendo en una costumbre considerablemente frecuente, y ya no hay tantas películas que duren 90 minutos: la cifra maravillosa. Es cierto que algunas exceden esta duración porque precisan de más tiempo para desarrollar su trama; pero no es el caso de “Historia de un matrimonio”, a la que le sobran minutos por todos lados (entre otros momentos, el largo proceso de buscar abogado para tramitar el divorcio, y las diversas triquiñuelas posteriores, así como lo de Charlie yendo de Los Ángeles a Nueva York, y viceversa, se acaban haciendo bastante pesados y reiterativos). De hecho, al final, todo es un poco como el día de la marmota. A su vez, por mucho que Laura Dern esté muy bien en el papel de abogada de Nicole, me resulta un personaje sumamente odioso; por no hablar de su madre, que no hay por dónde cogerla (menudo personaje tan estrambótico y, a la par, tan insoportable). Aunque no hay nada demasiado reseñable en esta película, sí hay una escena que es digna de mención: cuando Charlie se encuentra a su hijo leyendo en alto las cosas buenas que escribió Nicole sobre él, y que ella no quiso leer cuando estaban yendo a terapia para afrontar el divorcio (pero esto es, otra vez, la repetición de lo dicho al principio de la cinta; que, como ya he señalado, es, con diferencia, la mejor secuencia). También hay otra escena a la que me quiero referir: una en la que Charlie, de vuelta en Nueva York, canta una canción de desamor en el bar donde se suele reunir con sus compañeros de teatro. Lo cierto es que roza un poco lo ridículo, rayando la vergüenza ajena (aunque puede que fuese ésa la intención, deja, en todo caso, mucho que desear). Siguiendo la misma línea, no podemos obviar tampoco el numerito musical de Nicole con su hermana y su madre… ¿A cuento de qué el espectador debe asistir a semejante bochorno?
De cualquier manera, y para ir ya cerrando esta pequeña crítica, se puede decir que estamos ante dos actores que sobrepasan por mucho una película que no está a su altura. Os la recomiendo si queréis disfrutar de ellos —yo, en especial, reconozco tener cierta predilección por Adam Driver—; pero sólo por eso. Por lo demás, es una cinta muy normalita, que, sin embargo, gozó de un estupendo marketing cuando salió; y solamente así cabe explicarse la gran cantidad de nominaciones a diferentes premios que obtuvo —bueno, eso, y que la calidad últimamente es bastante baja—. Resulta complicado empatizar con la ruptura de un matrimonio al que acabamos de conocer, y que tampoco consigue transmitirnos demasiada tristeza —salvo alguna lágrima puntual de Nicole y ciertas escenas de Charlie un tanto confundido, no les vemos sufrir en exceso—. Los personajes principales son extremadamente sosos y planos, mientras que los secundarios son exagerados y paródicos. Como recomendación, dedicad vuestro tiempo a algo con más enjundia que ver cómo dos modernillos se embarcan en un divorcio, guiados por motivaciones bastante caprichosas.
Categorías
Totalmente de acuerdo. Es una película insulsa de la que sólo se salvan los actores. El título recuerda a «Secretos de un matrimonio» de Bergman, lo que te lleva a subir tus expectativas al ir a verla, con lo que el batacazo es mayor. Enhorabuena por esta crítica tan acertada.
Me gustaLe gusta a 2 personas