Plenilunio (1997)
«Plenilunio», obra escrita en 1997 por Antonio Muñoz Molina, es una novela que dentro de unas coordenadas que se han repetido hasta la saciedad, como pueden ser los asesinatos y las relaciones personales, va más allá, aportando un grado de reflexión del que carecen otras obras que, en apariencia, podrían tratar sobre los mismos temas. Es por eso que, a mi parecer, merece reparar con suma precisión en muchos de sus diálogos, que no sólo aportan profundidad a la narración, sino que le hacen a uno partícipe de dichas reflexiones y pretende que hagan eco en su propia vida.
El telón de fondo de un asesinato sin resolver es la excusa perfecta para profundizar en las relaciones humanas; en qué hemos perdido por el camino y en dónde nos encontramos ahora. Personajes que no encuentran su lugar, que son extranjeros, y que tratan de buscarle sentido a sus monótonas vidas; personajes que se rescatan unos a otros de vidas estancadas que parecían que nunca fueran ya a salir a flote. El azar de los hechos trágicos, la pequeña variación que hubiese sido necesaria para que dichos hechos no llegaran a término y la culpabilidad que conlleva el haber podido evitarlo son temas fundamentales que se repiten a lo largo de la novela. Y es que el tema de la pérdida, no sólo de personas, sino también de modelos de vida, adquiere una dimensión total en el transcurso de la trama. Sin embargo, esta inmersión en la pérdida se contrarresta con la ilusión de dos personas que, ya en la edad adulta, experimentan sensaciones que creían olvidadas, sepultadas.
El libro, repleto de comas, posee un ritmo frenético que no le deja a uno descansar. A su vez, esa intranquilidad también viene dada por una narración dispar que relata la vida de varios personajes, con sus diferentes maneras de ver la realidad. Esto dificulta en un principio saber de quién se está hablando en cada inicio de capítulo, pero acaba consiguiendo generar la misma tensión que se produce en las películas cuando uno está viendo algo que otros personajes de la película desconocen. Al mismo tiempo, podríamos decir que este juego permite que la trama avance desde dos ligas distintas: la del propio asesino y la del investigador en cuestión, lo que enriquece de una forma original la manera de afrontar el conflicto.
Un tema que actualmente está en boca de todos, como es la facilidad y el poco mérito que tiene matar, también tiene su lugar en este relato. Y es que, en ocasiones, ser conscientes de nuestra vulnerabilidad y finitud como seres humanos nos cuesta horrores. Por eso siempre tratamos de buscar un orden en el caos, porque no queremos asumir la sinrazón de ciertas tragedias. Uno se convence de que es dueño de su vida, de que puede controlarla, pero eso es una impostura absoluta: todos somos susceptibles de vivir la tragedia en nuestras propias carnes. La desgracia también adquiere una doble dimensión en esta obra: la de quien la vive desde dentro y la de quien tiene que tratar con ella desde fuera, pues el primero nunca encuentra justicia para su desgracia y el segundo se olvida más pronto que tarde de ella.
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