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La mujer en la luna (1929)

Nos encontramos en la segunda mitad de los años 20 del siglo pasado: “El acorazado Potemkin” es cosa del pasado, “Metrópolis” tiene ya dos años y la incipiente industria cinematográfica no deja de crecer. Mientras Estados Unidos se recupera de la Primera Guerra Mundial con una impostada alegría, en el centro de Europa se vive una crisis de posguerra. Entre tanto, nos encontramos en un periodo de florecimiento intelectual y artístico muy claro, tanto para lo bueno como para lo malo, pues incluso las mejores ideas, pensadas con las mejores intenciones por parte de la gente más capaz y culta que ha dado la humanidad, pueden chocar con la realidad; una realidad que, para más dificultad, se complica por momentos. Es un tiempo donde los grandes cineastas de la historia del cine aún están en sus países de origen, la censura todavía no domina Hollywood y el arte cinematográfico está plenamente desarrollado en lo técnico.

Vamos a aprovechar dos películas significativas de ciencia ficción de la época para indicar por qué todo lo que implicó la edad dorada del cine, cuyo epicentro fue América, hunde sus raíces en el primer cine europeo. En este sentido, os invitamos a tomar, de entrada, la primera película de este género nominada a un premio Oscar (en su segunda edición) por Mejor dirección artística: “Una fantasía del porvenir”; película del norteamericano David Butler. En segundo lugar, hablaremos también de “La mujer en la luna”, de Fritz Lang. Son las dos películas de ciencia ficción más representativas de finales de los años 20; ambas son muy modernas para su época, gozan de gran presupuesto y cuentan una historia semejante (muy resumidamente, tratan del viaje a un planeta del espacio exterior junto a una subtrama de amor).

Clarísimamente, después de haberlas visto, no podemos recomendarlas de igual manera. La primera de ellas resulta una inocente y plana historia con algún brillo, que coincide con sus momentos musicales, que aprovecha la libertad creativa del momento para hacer chistes verdes y crear una estética sobrecargada y hortera. De manera muy distinta, la película de Lang puede considerarse, a todos los niveles, una obra maestra del séptimo arte. En cualquier caso, en la obra de Butler encontramos un muy buen saber hacer. Así como la cámara es ágil y efectiva, el apartado artístico está especialmente cuidado, siendo original hasta en los diseños de los aviones. Los personajes, pese a su simpleza, son creíbles, salvo el insufrible “El Brendel”, que es un ejemplo muy bueno del peor humor norteamericano; ese que a cualquier persona con dos dedos de frente (y más si es europea) le provoca escalofríos a causa de la vergüenza ajena. Esa misma línea torpe, soez y sin gracia es la que siguen obras muy recientes como “Casados con Hijos”, “Padre de familia” o “Modern Family”. Con todo, el guión es humilde, pero no malo, y el ritmo es llevadero. Eso sí, no hay que esperar ninguna intención más allá de un entretenimiento juvenil atado a una época y a un lugar.

Por otro lado, está la décima película del primer gran director alemán, la cual está ya más cerca de “Armageddon”, de Michael Bay, que de “Viaje a la Luna” de Méliès. Muy al contrario, hay que reconocer que con “Aelita: Reina de Marte” pasaba todavía al revés. Al margen de lo ilustrativa que es la comparación que en este artículo proponemos, la realidad es que la obra americana no pasa de ser una curiosidad, apta para los que ya lo han visto todo, mientras que “La mujer en la luna”, de Fritz Lang, roza la categoría de imprescindible. Nos encontramos con un guión sólido e interesante y con un ritmo perfectamente medido, capaces de hacer que las 2 horas y más de 40 minutos que dura no se hagan pesadas. A nivel de personajes, estos son perfectamente reconocibles, destacando Willy Fritsch y Gerda Maurus, que están muy bien definidos y resultan verosímiles. Aunque los temas son los de siempre, están perfectamente narrados a través de matices y claroscuros, a la vez que se presentan con elegancia y sutileza.

El amor, los celos, el sacrificio… estamos ante una película que se desenvuelve entre dilemas morales, pero sin caer en el maniqueísmo a la hora de mostrarlos. Además, volviendo a la modita de los últimos años, esta sí que es una película intencionadamente feminista, pero no sólo es eso, sino que es inteligentemente feminista y elegantemente feminista; ambas características necesarias para movilizar las voluntades de un mundo donde aún era necesario luchar por la igualdad de oportunidades y ante la ley entre hombres y mujeres. No olvidemos que eso de la igualdad de oportunidades es una meta difícil de alcanzar en general, por lo que siempre hablaríamos de compensar, en la medida de lo posible, la situación de las clases más desfavorecidas. También habría que matizar que la idea universal de igualdad ante la ley no se refiere a una igualdad absoluta de resultados, sino a una igualdad a la hora de aplicar justicia, teniendo en cuenta cada caso concreto y, sobre todo, al margen de sesgos irrelevantes.

A nivel de fotografía, no es para menos. Se nota cómo Fritz Lang domina el lenguaje audiovisual a la perfección, mostrando sin contar en multitud de momentos, y dotando a la película de una atmósfera y ambientación que podría ser de los años 50 sin problemas (muchas escenas podríamos considerarlas ya de cine negro). La música acompaña como debe a una película, que no olvidemos que aún es muda, pero que a ratos no lo parece por lo agradable que es de ver. No podemos acabar sin comentar el apartado artístico, por no decir, en este caso, técnico; porque otra cosa que se nota en esta película es un esfuerzo portentoso a la hora de imaginar con verosimilitud científica la tecnología necesaria para obrar el viaje a la luna. Nos encontramos una nave multietapa con un despegue realista sumergido (el “Sea Dragon” también estaba previsto que despegara desde el agua en 1962), la trayectoria hacia la luna, la previsión de problemas como la presión en el despegue o la posibilidad de que no hubiera aire en la luna, etcétera. Podríamos decir que los alemanes ya sabían lo fundamental respecto a cómo ir a la luna 40 años antes de que los estadounidenses llegaran, habiéndolo ensayado en el cine. Esto es normal, dado que Hermann Oberth, maestro de Wernher von Braun, participó como asistente científico en la película, que se estrenó a la vez que probaba su primer prototipo. No es de extrañar que luego los nazis prohibieran la película, pues la nave espacial que estaba viendo el público como ciencia ficción era en realidad el padre del V2 (y abuelo del Saturno V).

Dedicaremos en el futuro un análisis concienzudo a esta obra, junto a otras de Fritz Lang, y también ahondaremos en la relación entre arte, imaginación y ciencia, dado que las fronteras están mucho menos claras de lo que parece. La película está para alquilar en Filmin a 2€, y a ese precio es un regalo (y no, por desgracia, no nos patrocinan).

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