Una habitación propia (1929)
Me ha bastado leer “Una habitación propia” (1929) para darme cuenta de que me interesa muchísimo más la Virginia Woolf ensayista que la de “La señora Dalloway” (1925). Lo más probable es que sea porque me resulte más sugestiva ella como persona que sus personajes abocados a un flujo de conciencia continuo. De hecho, su estilo aquí es mucho más directo, y las múltiples divagaciones que hay a lo largo del mismo resultan, en su mayor parte, pertinentes, sin caer casi nunca en lo trivial o en cansinas recreaciones descriptivas. En este texto, Virginia Woolf no escatima en elogios cuando debe, pero tampoco en críticas cuando la ocasión lo merece. Y, por eso, entre otras cosas, tiene tan buen ritmo y se lee con tanto interés: porque nunca se queda en la superficie, sino que profundiza más allá de lo que se ha dicho sobre los temas que trata (las mujeres y la novela); y, encima, lo hace con un estilo muy particular y cuidado (son ya conocidas sus apreciaciones o comentarios puestos entre rayas). Así pues, hecha ya esta pequeña introducción, veamos qué cabe destacar del libro que nos ocupa.