La vida futura (1936)
«No estés tan seguro del progreso»
Nos encontramos un extraño caso donde el director, William Cameron Menzies, es menos conocido que el guionista, que no es otro que el extraordinariamente prolífico escritor H. G. Wells. Por poner algunos ejemplos, cabe señalar que escribió 51 novelas y 71 obras de ‘no ficción’, entre las que podemos encontrar desde ensayos hasta libros que describen las primeras formas de juegos de estrategia concretos, que resultan ser considerablemente distintos de aquellos abstractos como el ajedrez. También escribió 88 cuentos, 33 artículos (evidentemente, no como los de este blog) y cuatro guiones cinematográficos. Estamos hablando de 247 obras a lo largo de unos 60 años en activo… o lo que es lo mismo: escribir cuatro obras significativas cada 12 meses. Si bien es cierto que nada tiene que ver con Corín Tellado y sus 5.000 novelas, que serían casi 80 al año, también lo es que esta última no tiene en su haber algo que se pueda acercar mínimamente a “La máquina del tiempo” (1895) o a “El hombre invisible” (1897); siendo su obra muchísimo más monotemática que la del inglés y centrada casi exclusivamente en la novela rosa. En este sentido, el señor Wells no debe estar muy lejos del límite de lo que un ser humano completo puede escribir con un mínimo de sentido y calidad en una sola vida. Si a todo esto le sumamos sus clarísimas inquietudes intelectuales y el ser uno de los padres de la ciencia ficción, no podemos sino esperar volver a hablar de él en algún otro momento. De hecho, si hay algo valioso en esta película es su guión y las interesantes ideas que se ponen en juego en él.
«En la ciencia y en el gobierno, a la larga, nadie es imprescindible»
Antes de dar alguna nota más sobre el guión, que esperamos destripar en condiciones en un análisis, comentaremos muy brevemente no sólo otros puntos notables de la cinta, sino también su mayor defecto; sobre todo, de cara a evitar posibles desilusiones. No es una película perfecta, ni mucho menos, pero sí es muy significativa de una época y cuenta con unas ideas muy interesantes claramente expuestas (o, al menos, algunas de ellas). De entrada, tenemos que decir que la fotografía cumple sin hacerse notar —virtud en ocasiones infravalorada—, aunque, a veces, se toma la licencia de hacer alguna metáfora visual y sugerir algún detalle importante para entender los puntos más crípticos de la historia. Por otro lado, la banda sonora es normalita y las interpretaciones cumplen con dignidad. Podríamos decir, quizá, que lo más valorable es el apartado artístico, realmente conseguido y bastante original para la época. Eso sí, esta es una película que no sería nada sin su guión y sus diálogos.
«No hay nada de malo en sufrir si se sufre con un propósito»
No queremos destriparla en absoluto, dado que encierra sorpresas y enigmas realmente sugerentes. Lo único sobre lo que podemos hablar, que no perjudica su disfrute y, en todo caso, puede ayudar a deleitarse aún más con su visionado, es de su mayor error; el cual, probablemente, es también fuente de su mayor virtud y riqueza. Es una película muy declarativa: la interpretación fundamental de lo que pasa nos la tira a la cara desde el principio, e insiste recurrentemente en ella hasta llegar a una escena final donde parece que contemplamos cómo se nos relata la moraleja de la historia. Si esto fuera así y no hubiera más, sería un aburrimiento, pero… quizá esto sea una mezcla de “Starship Troopers” (1997) y “Matrix” (1999), teniendo todo un sentido mucho más profundo, gris e inteligente. Aunque pueda parecer que esto es buscarle tres pies al gato, conociendo su “hombre invisible”, no creemos estar sugiriendo algo que no fuera capaz de desarrollar un autor como el que hoy nos ocupa.
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