Un par de apuntes sobre “Star Trek: La conquista del espacio” (1966-1969). Primera parte: ¿Por qué nos puede resultar interesante?
Arrancamos nuestra cuarta temporada con ganas de retomar un tema pasado; ya que, en su momento, le dedicamos cierto tiempo a hacer una primera aproximación sobre qué es y qué supone el género de la ciencia ficción en el campo del cine. No queda tan lejos aquel final de 2019 y principios de 2020; pero, en este último año, en el que nos ha dado tiempo a meditar y a nutrirnos intelectualmente con profusión, y después de tanto ensayo sobre feminismo —que era necesario, pero sin dejar de ser a ratos aburrido—, un servidor se ha dado cuenta de que no podía postergar más el meterle mano al gran manantial del susodicho género: “Star Trek: La conquista del espacio” (1966-1969). Como todos los cinéfilos con cierta predilección por la complicación que nos ofrece la ciencia ficción, no vengo para nada virgen a esta fiesta: a lo largo de mi vida me he visto, aunque sea de rebote, alguna de las 13 películas —recuerdo muy bien “Star Trek: Primer contacto” (1996) y el terror que aún habita en mis recuerdos gracias a la Reina Borg— y algún capítulo suelto de las 10 series —sobre todo de “La nueva generación” (1987-1994)—; pero la verdad es que nunca me había acercado a este fenómeno de masas con orden y, fácilmente, pueden haber pasado ya en torno a 15 años desde el último contacto. Pero, antes de seguir, seguro que a más de uno le viene a la cabeza una cuestión de principio… ¿Por qué?, ¿por qué vas a dedicar 65 horas de tu vida —sin contar el tiempo de análisis, reflexión, investigación, escritura, discusión y corrección— a ver ‘navecitas pegándose’ desfasadas? Porque, camaradas correligionarios…, hay mucho más que eso. Comencemos.
De entrada, nos encontramos en el momento en el que cristaliza la ciencia ficción clásica a partir de la literatura y del cine anterior, llevando el género hasta un nuevo nivel cualitativamente superior. Esto implica que estamos frente a la fuente inevitable para la ciencia ficción posterior y, atendiendo a lo que presentamos a lo largo del segundo curso, también ante un momento importante dentro de la historia del cine y, por lo tanto, del arte en general. Teniendo en cuenta esto, que es lo que se suele decir, puede sorprender que, en general, sea una serie bastante olvidada —aunque muy conocida de nombre, como puede ocurrir también con Goethe, Hegel, Aristóteles o “The Wire” (2002-2008)—, salvo por los que la vieron en su momento. Que casi nadie la haya visto completa se comprende perfectamente, sobre todo cuando uno constata, entre otras cosas, que se encuentra ante 79 episodios, de casi una hora cada uno, a lo largo de tres temporadas, y con un aire a cine clásico que a muchos a día de hoy les costaría asimilar; destacando, a su vez, por un ritmo tranquilo, más diálogo que acción, unos temas profundos —para la media del siglo XXI— y unos efectos especiales pobres en comparación con los estándares actuales. En resumen, para el comedor de palomitas es un ladrillo y, para el cinéfilo promedio, demasiadas horas para dedicarle a un género ‘menor’ y tan de nicho como es el de la ciencia ficción. Sin embargo, a poco que uno se interese por analizar las fuentes de las grandes obras que vinieron después, siempre hay alguna mención a la serie que protagoniza el USS Enterprise y su tripulación. Una alusión se puede tolerar como anecdótica, dos ya empiezan a ser mucha casualidad, tres pueden considerarse demasiada coincidencia…; por eso, cuando ya nos encontramos ante una tendencia, es preciso bajar y hacer la experiencia para ver hasta dónde, y de qué manera, el fenómeno cinematográfico de Star Trek es tanto como dicen —así como igualmente podría pasar con “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” (1865)—.
Al hilo de esto, podríamos decir que el refranero español se queda a medias; y es que, si bien «cuando el río suena» no tiene por qué llevar agua necesariamente, sí nos da un indicio suficiente para pararnos a seguir el sonido y comprobar mediante la experiencia si efectivamente hay agua o un radiocasete —aunque, valga la redundancia, la experiencia y la intuición nos indiquen que, en caso de necesidad imperiosa, lo habitual es encontrarnos con el líquido elemento; salvo que, por una situación anómala o porque hayamos observado algún detalle atípico, se nos despierte la sospecha de que estamos ante una emboscada—. Sin irnos más lejos, es importante ir a las fuentes, y está claro que Star Trek es una muy sonora. Por lo tanto, es preciso ir a conocerla de primera mano, y juzgar hasta dónde es profunda. Teóricamente, nos encontraremos ante una obra extremadamente original, aunque sólo sea por el hecho de llevar el género hasta un nuevo lugar; descubriendo, a su vez, las premisas de muchos de sus episodios en la base de obras magnas inmediatamente posteriores, como “Solaris” (1972) —se nota que Tarkovski tomó buena nota desde el primer capítulo de la serie— o “2001: Una odisea del espacio” (1968), e incluso de grandes éxitos, con un mínimo de dignidad, como “La guerra de las galaxias” (1977) —dado que la idea fundamental sobre ‘la fuerza’ ya está en las capacidades de percepción extrasensorial que se presentan desde el capítulo tercero—. A la altura de este artículo, cuando apenas me he estudiado los primeros cuatro episodios de la primera temporada, puedo discernir que toda la tecnología futurista que se vería después ya está a bordo de la nave Enterprise; así como temas importantísimos en torno a los viajes en el tiempo, las mutaciones y la mejora humana artificial, fundamentales en la ciencia ficción. Todos estos asuntos se tratan de manera profunda mediante dilemas morales, que se abren siempre con una reflexión madura sobre la responsabilidad, y también a través de los problemas inherentes a la tecnología y al peligro de modificar el fondo de lo que somos —cuestiones que luego veremos en ese ramal pesimista del género: el ciberpunk—. Al final, la serie no tiene miedo a llegar al fondo de lo que plantea, reflexionando metafóricamente sobre la muerte, el amor y todas las cuestiones de importancia que quedan entre ellos, como la aceptación de la disposición al sacrificio individual como clave de una vida plena.
Para terminar con esta introducción, conviene señalar que es evidente que la serie toma decisiones muy rompedoras para la época, lo cual debió suponer un riesgo real de cara a la aceptación del público, así como una dificultad para conseguir medios de la productora; además de que, en potencia, implicaba un obstáculo palpable para el futuro desarrollo de las carreras de los cineastas responsables de la misma. El hecho de que la teniente Nyota Uhura sea oficial de comunicaciones en el puente de la nave, siendo mujer y negra —además de joven, con carácter, extrovertida y atractiva—, no es para nada una casualidad en 1966, a saber, justo dos años después de que se prohibiera la segregación racial, y apenas un año desde la promulgación de la Ley de derecho de voto —la cual aseguraba que los estados más racistas de Norteamérica no pusieran trabas al voto de los ciudadanos negros—. En comparación con ella, que el señor Spock sea un hombre híbrido entre humano y vulcaniano, que el timonel Sulu sea japonés o que la tripulación sea mixta, no resultando nada extraño la figura de la mujer trabajadora, no es nada. Pararnos en estos temas, que son obvios y sobre los cuales han corrido ríos de tinta, tiene un sentido muy concreto, más allá de la descripción histórica de hechos; y es que está bien recordar que hay ciertas luchas que tienen su sentido y peligro en un determinado momento, y que, sin embargo, enfrentarse al dictador, cuando éste ya está muerto, es un acto de bajeza, cobardía e hipocresía que sólo puede servir para hacer propaganda de la mala o para retratarse con claridad al tiempo que se hace el ridículo.
Al margen de esto, a día de hoy resulta más interesante analizar el tratamiento de la belleza, tanto femenina como masculina, que se ensaya a lo largo de esta historia, dando una propuesta de cómo llevar la sensualidad inherente al ser humano con naturalidad, educación y elegancia, y todo ello exento de sexismo; pero, a la vez, sin dejar de lado que somos hombres y mujeres irreductibles —en especial, en la cantina, en los momentos de descanso y ocio…, pero también en la angustia y el dolor; desde el compañerismo, la amistad o, incluso, el amor—. Esos vestidos —o monos— cortos, esas figuras celestiales salidas de la edad dorada de Playboy en ellas, y esos pantalones ajustados, esos torsos fornidos salidos de la edad dorada de Strength & Health, y el beefcake en general, en ellos, fueron rompedores en su momento…, pero lo divertido es que, a diferencia de lo que pasa con los otros temas controvertidos, para cuando estamos cerca del sexagésimo aniversario de la serie, vivimos respecto a éste último un retroceso. Desde mediados de la última década —aunque, en Estados Unidos, más bien a principios, como suele suceder siempre—, vamos camino de vuelta a un nuevo puritanismo que es digno de estudio y que ya iremos viendo junto con otros temas en los que se puede apreciar cómo Star Trek no sólo es una fuente para comprender el presente, sino que sigue siendo una inspiración para pensar un futuro mejor (lo cual nos recuerda al constructivismo soviético, al art decó burgués y, en general, a todos los ‘futurismos’ de la primera mitad del siglo XX, que, perteneciendo ya plenamente al pasado, parece que siguen encerrando el mensaje de un futuro por venir). En suma, cualquiera que guste del cine, de la ciencia ficción y de pensar cuidadosamente… o ya conoce todo lo que encierra Star Trek —y, en ese caso, aunque sepa de lo que vamos a hablar, esperamos aportarle algo— o ya está tardando en ponerse con ello —y, si todavía lo duda, deseamos con nuestras reflexiones irle persuadiendo poco a poco—. En cualquiera de los casos, nosotros le dedicaremos un tiempo a cada temporada y, también, nos pararemos a mirar con mayor detenimiento los capítulos más significativos, para terminar formulando una reflexión final cuando tengamos la autoridad de quien se ha dedicado con rigurosidad al disfrute que nos ofrece una obra maestra del séptimo arte. Empieza el curso 2021-2022 y, mientras observamos cómo evoluciona la pandemia del coronavirus, os vamos a invitar a pensar por vosotros mismos los temas que no están de moda…, y que quizá no lo estén por algo. Bienvenidos.
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Voy a rebajar un poco el nivel de la cuestión porque a algunos tanta letra, de golpe, nos marea. Usted nos sabrá disculpar.
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No sé qué me da que la magia de la serie original no será replicada en sus iteraciones posteriores… Eso sí, para la media de YouTube, no está mal; aunque es una pena que, al final, el vídeo pierda el ritmo. Con todo, lo peor, sin duda, es que no se pueda ver libremente, y que Google te obligue a poner tu tarjeta de crédito para asegurarse de que eres mayor de edad. En fin…, cada día tenemos más padres postizos.
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Nota: Si pudiera usted bajar el tamaño de los videos en los comentarios y más si no se pueden ver directamente, también se lo agradecería. Cuestión de mareo nuevamente. Y espero no estar abusando de su amabilidad.
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Te tengo que reconocer que, en el campo de los conocimientos técnicos internáuticos, soy un mero aficionado, y el hecho de afrontar detalles como el que planteas resultaría ser un sumidero de tiempo… Con todo, gracias por la idea; cuando toque la siguiente revisión de las cuerdas y las poleas que mantienen esto, le echaré un vistazo.
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Cuaderno de Bitácora:
Fecha estelar, 5 de octubre del año 2021. Gracias a este artículo me han venido a la memoria muchos momentos de disfrute junto a mi familia.
Recuerdo que cada capítulo hacía volar mi imaginación a un universo lleno de personajes fantásticos e historias inverosímiles.
Estoy deseando adentrarme de nuevo y ver todos aquellos episodios con una mirada de adulto.
¿Qué nuevas sensaciones tendré?
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Bienvenido de nuevo al espacio: la última frontera. Deseo que disfrutes con nosotros del recuerdo de los viajes de la nave Enterprise explorando mundos desconocidos, descubriendo nuevas vidas y civilizaciones, hasta alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar.
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