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Star Trek: La conquista del espacio (1966-1969). Sexta parte: Conclusión

Terminamos hoy con nuestro repaso del clásico de la ciencia ficción de la televisión estadounidense trayéndoos lo que consideramos que es su núcleo más íntimo. Este trasfondo se encuentra tras varios niveles de abstracción metafórica. En un principio, le pasa un poquito como a “Blade Runner” (1982), dado que, como ya mencionamos en nuestro artículo sobre “Viaje a la Luna” (1902), al margen del misterio sobre la metáfora que nos presentan mediante el género —la cual dejaremos para el final—, Star Trek toma muchos elementos de las series policíacas o de suspense, y es que es frecuente encontrarnos siempre un enigma por resolver. Sin embargo, detrás del nudo habitual de cada episodio, las aventuras de la tripulación del Enterprise esconden un giro más: realmente están ocultando la verdadera historia que Gene Roddenberry nos está sugiriendo y que va más allá de cuestiones superficiales fácilmente detectables, como lo son la reflexión sobre la figura del hombre de acción respecto al intelectual y la comparación entre tomar una actitud emocional o racional a la hora de afrontar las encrucijadas de la vida, algo que viene introducido a través de los tres tipos humanos distintos: el líder, el científico y el médico. Todos estos temas ya los hemos tratado a lo largo de los artículos anteriores, así que tampoco vamos a pararnos demasiado a repetir que propone una defensa de Occidente mediante un ensayo sobre su posible evolución futura, como ya vimos en el artículo que le dedicamos a la primera temporada; donde también recordamos que las cuestiones del amor, la verdad y la belleza o la compasión, el deber y el sacrificio son capitales —siendo Star Trek, en este sentido, diferente al ciberpunk, pero tampoco contraria, dado que el enfoque no es idealista, sino crítico, aunque sin llegar a caer en el pesimismo—. De cualquier modo, estos asuntos, si bien sirven al conjunto, se encuentran en la mera superficie, lo que provoca que sólo adquieran su verdadero sentido cuando comprendemos el significado de la metáfora de la ciencia ficción en este caso concreto. Pero como no estaría completo este análisis si no comentásemos, antes de adentrarnos más allá, qué es eso de “Star Trek: La serie animada” (1973-1974) y las películas que vendrán después, vamos a ponernos primero con ello. No nos enzarcemos en exceso con las presentaciones y comencemos ya.

Star Trek: La conquista del espacio (1966-1969). Quinta parte: La tercera temporada (1968-1969)

«—Debió haber sido… una mujer… extraordinaria.
—Y hermosa.
—La belleza es transitoria, doctor; sin embargo, es evidente que era bastante inteligente.
[…]
—No estoy de acuerdo con usted.
—¿No, capitán?
—La belleza… permanece».

Star Trek: La conquista del espacio (1966-1969). Tercera parte: Sobre una premisa desperdiciada

Continuamos con Star Trek, y hemos de decir que, igual que costaba buscarle las cosquillas a la temporada inicial, más allá del pésimo “El factor alternativo” (1967), con la segunda no ocurre lo mismo —además, la primera contaba con la ventaja de la frescura de la historia y de su originalidad—. Seguimos encontrando capítulos muy buenos todavía, como el ya mencionado “Con cualquier otro nombre” (1968), pero se empieza a notar cierto desgaste, sobre todo a la hora de comprobar lo recurrente que se vuelve la situación de estar ante un episodio que empieza muy bien, pero que termina por desinflarse, para acabar cerrando malamente y de una manera mucho más grave que con un Deux ex machina. Esta coyuntura se da en los peores capítulos de esta temporada, salvo en el infame y sobrevaloradísimo “Los tribbles y sus tribulaciones” (1967). Para colmo, aparecen en esta triste categoría, la del tercio inferior, episodios que deberían destacar, como el que cierra la temporada, “Misión: la Tierra” (1968), y el amado, meramente por el poderío estético de un imperio totalitario novecentista —que por algo fue el siglo del origen de la propaganda de masas que hoy conocemos—, “Espejo, espejito” (1967). Pero no nos vayamos por las ramas y empecemos sin más dilación a comentar, aunque sólo pueda ser brevemente, esta desilusionante cuestión.

Un par de apuntes sobre “Star Trek: La conquista del espacio” (1966-1969). Primera parte: ¿Por qué nos puede resultar interesante?

Arrancamos nuestra cuarta temporada con ganas de retomar un tema pasado; ya que, en su momento, le dedicamos cierto tiempo a hacer una primera aproximación sobre qué es y qué supone el género de la ciencia ficción en el campo del cine. No queda tan lejos aquel final de 2019 y principios de 2020; pero, en este último año, en el que nos ha dado tiempo a meditar y a nutrirnos intelectualmente con profusión, y después de tanto ensayo sobre feminismo —que era necesario, pero sin dejar de ser a ratos aburrido—, un servidor se ha dado cuenta de que no podía postergar más el meterle mano al gran manantial del susodicho género: “Star Trek: La conquista del espacio” (1966-1969). Como todos los cinéfilos con cierta predilección por la complicación que nos ofrece la ciencia ficción, no vengo para nada virgen a esta fiesta: a lo largo de mi vida me he visto, aunque sea de rebote, alguna de las 13 películas —recuerdo muy bien “Star Trek: Primer contacto” (1996) y el terror que aún habita en mis recuerdos gracias a la Reina Borg— y algún capítulo suelto de las 10 series —sobre todo de “La nueva generación” (1987-1994)—; pero la verdad es que nunca me había acercado a este fenómeno de masas con orden y, fácilmente, pueden haber pasado ya en torno a 15 años desde el último contacto. Pero, antes de seguir, seguro que a más de uno le viene a la cabeza una cuestión de principio… ¿Por qué?, ¿por qué vas a dedicar 65 horas de tu vida —sin contar el tiempo de análisis, reflexión, investigación, escritura, discusión y corrección— a ver ‘navecitas pegándose’ desfasadas? Porque, camaradas correligionarios…, hay mucho más que eso. Comencemos.