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Threads (1984)

Hoy toca analizar una película interesante y representativa de la década de los ochenta; lo que, como podréis sospechar, es una labor complicada, ya que en los 80 aún se hacía muy buen cine en general y, en especial, muy buenas cintas de ciencia ficción. Para acotar esta locura y poder tomar una muestra cinematográfica lo suficientemente pequeña como para poder visualizarlas en poco menos de un mes, nos quitamos clasicazos indiscutibles, tipo “Blade Runner” (1982) o “Aliens: El regreso” (1986), y también taquillazos al estilo “La guerra de las galaxias” o “Regreso al futuro” (1985), que ya analizaremos con detenimiento en otra ocasión. Con este criterio, y buscado películas con las mejores críticas o las sinopsis más interesantes, nos quedamos con 16: desde algunas de animación japonesa, tipo “Akira” (1988) o “El huevo del ángel” (1985); pasando por cositas soviéticas al estilo “Kin-Dza-Dza” (1986) o “Corazón de perro” (1988); ‘francesadas’ como “La muerte en directo” (1980); e, incluso, algún cortometraje como “Balance” (1989). Después de este empacho cinéfilo, que ha dolido, pero que, a su vez, no ha podido merecer más la pena, destacamos tres finalistas muy distintas entre sí: “Threads” (1984), “Hombre mirando al sudeste” (1986) y “Depredador” (1987).

En este sentido, “Depredador” representa a ese tipo de películas, indiscutiblemente, de masas, pero sin dejar de ser de calidad. A su vez, utiliza una premisa atractiva que, en apariencia, vende una evasión doble en el siguiente sentido: de entrada, como todo el cine, nos evade de nuestra vida concreta; pero también nos da una gratificación superficial, que, en este caso, es la que se obtiene por medio de la violencia (la cual, admitámoslo, es algo que, evolutivamente y de manera general, está en el hombre). Pero esto, como hará diez años después “Starship Troopers” (1997), en el fondo, va de otra cosa. No queremos ahora destriparla; pero, en cualquiera de los casos, es una película muy recomendable y un ejemplo muy bueno de cómo usar la ciencia ficción para mandar un mensaje codificado dirigido a cabezas despiertas (que, eso sí, disfruten de este género de películas), a la vez que provocar en las no tan despiertas un cierto sabor amargo que pueda abrir la posibilidad de caminar hacia la vigilia.

Después, “Hombre mirando al sudeste”, sin dejar de ser una película de tarde, ya nos mete desde el principio cuestiones profundas e interesantes. Aunque peca, quizá, de ser demasiado expositiva, no deja de rebosar calidad; y, al final del día, esas ideas que pone en movimiento son realmente interesantes. Una pena que le sobren tres escenas que no deberían haber llegado al montaje final… porque esto, sumado a que, para juzgarla en profundidad, hace falta cierto contexto de la coyuntura argentina y de ese movimiento tan gris de tercera posición llamado peronismo, nos ha llevado a la conclusión de dejarla para otro momento.

Llegamos por fin a la película que vamos a analizar hoy, “Threads”, la cual plantea, desde la actualidad de 1984, un hipotético conflicto nuclear en el marco de la Guerra Fría. El único problema que tiene esta película es que es, indiscutiblemente, de nicho: ofrece una evasión que nos transporta a unas circunstancias mucho más complicadas que las del día a día y, además, lo hace sin ningún tipo de efectismo o piedad. Pretende ser realista, y lo consigue con una perfección que rara vez se ha visto en la historia del cine. Por eso, es una película que el gran público nunca querrá ver; de hecho, ni siquiera los viciosos del terror encontrarán en esta película terrorífica la más mínima gratificación morbosa, dado que, a la vez que trata unos temas crudísimos, se mueve con una elegancia y sutileza a la altura de las grandes obras maestras. Pocas cosas hay más representativas en el siglo XX que el desarrollo nuclear y, con permiso de las Guerras Mundiales, la Guerra Fría; siendo la década de los ochenta un momento clave en estos desarrollos históricos. En resumen: no podemos dejar de recomendarla para quien no la haya visto; y, ahora sí, para todos aquellos que la hayáis visto, comenzaremos el análisis.

De lo primero que tenemos que hablar es de que nos encontramos ante un falso documental, que es una manera de hacer cine bastante particular. Pero, antes de hablar de esto, habría que dedicarle dos líneas a reflexionar qué es un documental, dado que estaría en el límite de lo que es el cine propiamente hablando. Un documental, por un lado, parecería no ser cine, al tener como fin fundamental el informar sobre algo tomado de la realidad. En este sentido, un documental estaría más emparentado con el periodismo que con el arte. Pero, a su vez, requiere de una construcción que hace uso de elementos y herramientas eminentemente cinematográficas; y, por lo tanto, se alejaría de un noticiario. Evidentemente, podríamos hablar también de la ficcionalidad del periodismo, tanto en su origen como en la actualidad, pero esto lo dejamos para otro artículo. De este modo, el género documental estaría claramente en la frontera de lo que consideramos cine. Partiendo de este hecho, resulta especialmente interesante ubicar lo que es un falso documental, dado que juega a rizar el rizo. Nos encontramos ante una ilusión de realidad que, en el fondo, es ficción, y que, por esa misma razón, hace uso de las herramientas propias del cine de ficción. Así, el falso documental sería una obra que toma el estilo de algo que se encuentra en la frontera del cine para saltar a la comba con ello. Por lo tanto, lo que queda claro es que, a la hora de ensayar un mensaje cinematográfico, el uso del falso documental ofrece unas posibilidades que, en manos de gente inteligente, puede dar lugar a una obra especialmente afilada, como creemos que es este caso.

Una vez comentado lo particular de este género cinematográfico, vamos a comentar una serie de aspectos formales y temas que nos parecen capitales de esta película. Haciendo un inciso, cabe señalar que preguntarnos por los límites de los géneros cinematográficos daría para una tesis doctoral; siendo este uno de tantos temas que usamos como si fuera trivial cuando, en el fondo, es un mar de matices. Una vez cerrado este inciso, empecemos con los aspectos formales, es decir, con la fotografía, el guión, la banda sonora, etcétera. Destaca, por encima de todo, el guión y su relación con la fotografía. Nos encontramos ante un ejemplo maravilloso de cómo mostrar sin contar haciendo uso del lenguaje cinematográfico. La fuerza de las imágenes y su valor simbólico es un elemento fundamental en esta cinta. El decorado y la importancia de los objetos, los gestos sutiles de los personajes, las miradas, el uso que se hace de los ángulos de cámara, y los elementos dentro de la profundidad de campo, nos trasmiten las ideas más importantes con las que juega la película; y lo hacen sin decir una sola palabra. Existen innumerables ejemplos de esto a lo largo y ancho de toda la película: desde el uso que se hace de las fotos enmarcadas hasta los libros y demás pequeñas posesiones que tienen los personajes. Otro ejemplo de esto son los gestos, que trasmiten con elegancia y sutileza el miedo y la violencia propios de una circunstancia caótica como esta, donde asesinatos, pillajes, ejecuciones, violaciones y todo tipo de prostituciones de los principios más básicos de las sociedades civilizadas están subyugados bajo condiciones de miseria, sometimiento y ley marcial. Es una clase magistral, que podría relacionarse perfectamente con el impresionismo alemán, con el propio Wittgenstein e, incluso, con la ciudad de Praga; pero esto ya sería extralimitarnos hacia temas donde trabajan grandes pensadores. Eso sí, en cualquiera de los casos, queda para una futura reflexión. 

Pasando del cómo se manejan los temas a los temas propiamente hablando, podemos destacar tres fundamentales: la pérdida, la fragilidad de las sociedades actuales, y las herramientas (en particular, las armas de las cuales no podemos prever sus consecuencias). Empezaremos comentando brevemente el tema de la pérdida; que, en este caso, es muy evidente, pero que se manifiesta con especial arte en las sucesivas desapariciones de cada uno de los personajes. A veces se nos muestra la muerte literalmente, como en el caso de la abuela de Ruth o la madre de Jimmy, pero lo importante y más poderoso expresivamente es que, poco a poco, vemos cómo la trama se va desenvolviendo y acaba sin dar final a muchos personajes, que intuimos que desaparecieron, pero cuya última aparición en escena desconocíamos cuándo iba a ser. El final de Jimmy, padre de la hija de Ruth y uno de los protagonistas, es el mejor ejemplo de esto: después de caer las primeras bombas, le vemos salir a buscar a su novia, pero luego le perdemos la pista, al centrarse la cinta poco a poco en el resto de los personajes y, en especial, en Ruth. Todos esperamos su reencuentro, pero acabamos viendo truncados nuestros deseos. En este sentido, es un ejemplo particular poderosísimo de lo que nos quiere trasmitir la película y, de alguna manera, de uno de los factores fundamentales de la condición humana: no sabemos lo que va a ocurrir después y, por eso, cualquier sensación de seguridad es, en cierto grado, ilusoria. Un día cuentas con que esa clase con un profesor que te interesa va a estar disponible para un año más tranquilo; pero, de repente, sin avisar, te enteras de que dicho profesor ha muerto. No hace falta pensar en el apocalipsis nuclear (del cual, por cierto, nunca vamos a estar a salvo), sino que todos tenemos a alguien especial al que querer o amigos y familiares con los que en algún momento compartiremos últimos momentos sin ser conscientes de ello. Esta es una de las claves para entender el drama y, a su vez, todo lo bonito que merece la pena de la vida humana. Y esta película nos lo muestra como pocas.

El segundo tema, que es menos dramático pero igualmente importante, es la reflexión sobre la inherente fragilidad de las poderosas sociedades actuales: por un lado, indiscutiblemente, aúnan la potencia más grande para obrar de la historia de la humanidad, sin embargo, lo hacen bajo el precio de depender de unas condiciones tremendamente específicas. Exagerando un poco, en las sociedades primitivas, los hombres estaban mucho más a merced de los poderes de la naturaleza; pero, a su vez, individualmente, eran mucho más capaces de lidiar con el entorno. En cambio, las sociedades tecnificadas son capaces de mandar a un hombre a la luna o de hacer fértil la tierra más árida, pero, en cambio, existe, por un lado, una dependencia tremenda entre los individuos y las estructuras de la sociedad a la hora de satisfacer las necesidades más básicas; y, por otro lado, una dificultad a la hora de llevar a cabo obras individuales independientemente unos de otros. El hombre primitivo puede hacer mucho menos, pero depende en menor medida de los demás y, por eso, en caso de crisis, sus posibilidades de supervivencia son mayores. En cambio, el hombre cosmopolita puede mucho más, pero, en una situación de crisis, está encerrado, sin entrenamiento ni conocimiento, en una urbe que, en pocos días, puede convertirse en una ratonera dominada por el caos y la hambruna. Es el precio a pagar por la especialización: todos somos especialistas en algo y delegamos todo en otros especialistas, olvidando los conocimientos más básicos respecto a la más trivial supervivencia. En este sentido, la película no puede ser más ilustrativa respecto al caos que se generaría en el marco de una crisis global de estas características; que podría ser nuclear, pero que sería también parecida en caso de epidemias, crisis ecológicas o agotamiento de recursos vitales. Un detalle importante que nos lleva al último tema es que las sociedades primitivas podían poco en general, incluyendo la capacidad para hacer la guerra e influir en la propia sociedad globalmente. En cambio, las sociedades tecnificadas pueden tanto como para llegar a la autodestrucción; lo que nos lleva a la reflexión sobre esas tecnologías tan poderosas sobre las que no podemos controlar ni predecir con seguridad sus consecuencias.

La tecnología nuclear, tomada tanto armamentísticamente como en cuanto energía, es un caso clarísimo de esto. Como arma, a diferencia de las clásicas, es la única, junto a las biológicas, que puede destruir a la humanidad entera. Por ejemplo, con un arma de fuego convencional puedes matar mucho, matar mal o matar por accidente a alguien querido (o, incluso, a ti mismo); pero, en cualquiera de los casos, se pueden acotar los daños. En cambio, una bomba nuclear puede arrasar mucho más, y no se necesitan demasiadas para dañar de muerte las condiciones de existencia de la propia humanidad. En el seno de su desarrollo, dentro del Proyecto Manhattan, no se conocían las consecuencias de dichas pruebas, pues era la primera vez en la historia de la humanidad que unos científicos aceptaban hacer un experimento que, potencialmente, podría haber arrasado con todo. Como energía, pasa parecido: una central térmica puede contaminar o estallar provocando daños; una presa puede trastocar la ecología de un valle o inundarlo; pero una central nuclear que falla puede condenar a una zona geográficamente más grande que el tamaño de Burgos y afectar directamente a casi un tercio de la península. Una única central. Y, evidentemente, sin contar con el ‘problemilla’ de los residuos nucleares. En este sentido, puede parecer el tema más superficial y trivial de la película, pero pararnos a pensar sobre ello, teniendo en cuenta que las consecuencias son ilimitadas, no está de más; sobre todo, cuando las cabezas nucleares nos siguen apuntando y están dominadas por sistemas automáticos y humanos (y, por tanto, susceptibles de fallo), y nuestra geografía está sembrada con cinco centrales nucleares, habiendo cumplido Garoña sus 41 años (antes de su apagado en 2012), y teniendo a día de hoy, si no me equivoco, Almaraz, que es la más vieja, 36 años.

Dado que esto no se circunscribe sólo a lo nuclear y biológico, este tema se podría situar dentro de una cuestión más general sobre la tecnología y sus consecuencias. Por ejemplo, la importancia que ha tenido internet y el auge de los móviles es algo que, cuando se diseñó, no se podía prever en su totalidad; aunque esto queda pendiente de pensar para otro momento. Concluiremos este artículo haciendo una pequeña reflexión sobre el final de esta película: esa escena donde la hija de Ruth, embarazada después de sufrir una violación (a nuestros ojos, eso sí, porque ya en ese mundo donde ella ha nacido es el pan de cada día y, quizá, ya no sería vivido como lo que es, al haberse convertido, probablemente, en la manera habitual de relación sentimental), va a dar a luz, tras pasar cerca de un patíbulo con tres ahorcados, iluminados por una bombilla, mientras suena de fondo que alguien está escuchando “Johnny be Good”. Poco después, se cierra la película con su expresión de horror, al ver a su hijo deforme muerto, y un grito ahogado, acompañado por unos títulos en silencio. No hay futuro, incluso si recuperamos la electricidad; dado que lo importante de la sociedad, eso que tardamos milenios en construir, se ha perdido y, de recuperarse (lo cual puede incluso nunca llegar a suceder), va a costar mucho. Y lo peor de todo es que el primer clavo ya se encuentra en el ataúd desde el 16 de julio de 1945, cuando se aceptó el riesgo incalculable de la prueba Trinity. De hecho, podemos decir incluso que, de alguna manera, todo esto se viene diseñando desde la modernidad, que destaca la hipertrofia de la ciencia sobre cualquier otra dimensión del hombre.

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