A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado (1871)
«—¡Ay, pero qué malísima que es esta criatura! —exclamó Alicia agarrando al gatito y dándole un besito para que comprendiera que había caído en desgracia—».
Después de trabajar “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” (1865) parecía un paso lógico seguir con la obra que hoy nos ocupa: “A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado” (1871). Y… vamos a intentar hacer de este trance algo que sea lo menos doloroso posible. Para los muy vagos, que apenas habrán llegado a leer la obra original, y que con mucho esfuerzo leyeron mi extenso análisis, he aquí el resumen rápido: no merece la pena; es un ejercicio más de ‘secuelitis’ con motivaciones económicas. Para el resto, vamos a conceder un par de párrafos más.
«Es como si me llenara la cabeza de ideas, ¡sólo que no sabría decir cuáles son! En todo caso, lo que sí está claro es que alguien ha matado algo…».
Nos encontramos ante una reiteración de su predecesora, que resulta decepcionante por su ausencia de originalidad y por exagerar todo lo que hacía bien la obra de 1865, terminando por volverse un esperpento; además de olvidarse por completo el alma en casa o, peor, habiéndola prostituido por el afán de aprovecharse de la fama justa que dejaron las aventuras originales de Alicia. Huele a la milla que es una secuela no querida y tan sólo motivada por intereses económicos. De cualquier modo, todo esto no es lo más grave, dado que a veces un autor sediento de pecuniario, o en situación de extrema necesidad, es capaz de hacer un recocido mínimamente digno (aunque no sea éste el caso); sino que lo que resulta excesivamente molesto es que la premisa, que funciona como la columna vertebral de toda obra…, sea aquí completamente gratuita. La ‘idea feliz’ de articular la historia a través de una jugada de ajedrez resulta artificial y mal articulada. Se ven las costuras de que es una defectuosa propuesta dadaísta para unir partes inconexas —con unos empalmes torpes y apresurados— que no aporta ni sirve a nada. Las diferentes historias que nos vamos encontrando se habrían desarrollado mejor separadamente, quizá en un libro de relatos cortos —la forma honesta de novela para autores perezosos o que carecen de la genialidad suficiente para mantener el pulso de una narración por demasiado tiempo—. El personaje de Alicia, el bien más preciado de Lewis Carroll, pierde toda su credibilidad al ser vapuleado mientras intenta amoldarse a un pastiche inconexo, desordenado y pretencioso; siendo uno de los peores y más descarados ejemplos del retorcimiento de su carácter cuando el autor obliga a Alicia a ‘querer ser Reina’, rompiendo la poca verosimilitud que quedaba y reduciendo a nuestra pobre protagonista a una marioneta.
«—Es la primera noticia que tengo de que vaya yo a dar una fiesta —intercaló Alicia—, pero si va a haber una me parece que soy yo la que debe invitar a la gente».
Nos encontramos ante un despropósito, ante un fracaso total y absoluto. No alcanza en nada el nivel de originalidad, fondo o gancho de la primera novela, cayendo al abismo más profundo cuando llevamos a cabo la inevitable comparación. Frente a esta situación, y al estar vacía de espíritu alguno, se deja llevar por un exceso surrealista, rocambolesco y recargado, forzando los elementos meramente decorativos o estéticos hasta el paroxismo. Esto es perfectamente entendible, dado que cualquiera mínimamente conocedor de la distribución de la calidad del paisanaje sabe que la gran mayoría de futuros clientes comprarán el nuevo libro por sus elementos más superficiales y emocionales. Eso sí, también hay que decir que los pedantes que disfrutaron únicamente con los juegos de palabras, las situaciones fantasiosas y demás seguro que encuentran esta segunda parte superior a la primera… Esos mismos, claro está, que adoran el poema “Galimatazo”, incluido en esta obra. Resulta comprensible que el ilustrador de la primera novela de las aventuras de Alicia, John Tenniel, se prestara de mala gana a ilustrar esta secuela innecesaria —desagrado que se nota, para más inri, en su arte—.
«Bueno, lo que es en mi país —aclaró Alicia, jadeando aún bastante—, cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo, y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte…».
Dicho todo esto…, es comprensible que a nuestro querido traductor, Jaime de Ojeda, le parezca superior a la original —teniendo que reconocer un servidor que esta vez no ha tenido el suficiente estómago para pasar de la decimotercera página de su insoportable prólogo—. Porque, como bien dice Alicia: «—¡De todos los insoportables…! —y repitió esto en voz alta, pues le consolaba mucho poder pronunciar una palabra tan larga—, ¡de todos los insoportables que he conocido, éste es desde luego el peor!». El problema que tiene esto es que ‘lo peor’ no tiene fondo…; y es que, en esta categoría, uno siempre tiene que estar dispuesto a sorprenderse. En resumen, nos encontramos ante un libro totalmente prescindible, salvo para aquellos que ya hayan leído todo lo que merece la pena y tengan curiosidad por saber cómo un autor exprime y explota la fama de su más querida obra maestra. Se podrían salvar los primeros, primerísimos, compases —como le podría pasar a “Horizonte final” (1997)—, pero lo que viene después es tan nefasto, con tan pocas islas de genialidad rescatables, que no se puede pretender operar este conato de generosidad (y menos aún cuando se está a la sombra de un hito muy superior). Quizá algún día se nos ocurra emprender la ímproba tarea de repasar todos sus problemas y esbozar cómo los hubiéramos resuelto nosotros; pero, claro, esto es como el que se planteó coger la tetralogía de “Los juegos del hambre” (2012-2015) y reciclarla en una sola película de no más de dos horas y media (aunque, en este caso, nos ahorraríamos al menos las molestias de los derechos de autor, claro). De cualquier manera, dado que sería un proyecto que iría mucho más allá de una mera crítica o de un humilde análisis, por ahora, inevitablemente, nos queda muy lejos. Una pena… (Quiero evitar pensar en cómo será el nuevo, hormonado e innecesario recocido de “Matrix”; porque como siga el camino de la mediocre “Speed Racer” [2008], la mala “El atlas de las nubes” [2012] y “El destino de Júpiter” [2015]…)
«—La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión —zanjó Zanco Panco— es saber quién es el que manda…, eso es todo».
Poderoso caballero es don Dinero. Y…, en el fondo, creo que hasta el propio autor era plenamente consciente de lo que estaba haciendo:
«—Pues claro que esperaré —le aseguró Alicia—, y muchas gracias por venir conmigo hasta aquí, tan lejos…, y por la canción…, me gustó mucho…
—Espero que sí —dijo el Caballero con algunas dudas—: no lloraste tanto como había supuesto».
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Bueno, si no lo entiendo mal, parece ser, que este es un librillo que no conviene leer.
Estupendo, pensó Alicia: ¡A otra cosa, mariposa! Y tras estas reflexiones se dirigió a casa de un tal Lewis a hacerse unas fotos, ligera de ropa.
Y hasta aquí puedo (y debo), leer…
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Poco puedo decir ante este comentario, salvo… que yo repasaría si lo que hoy significa un niño ‘ligero de ropa’ era lo que significaba a finales del siglo XIX en la Inglaterra victoriana. Ah…, sí, también puedo escribir aquello de gracias por pasarte y dedicar un ratito a leernos, dado que, a todas luces, eso es siempre una posibilidad y no un deber.
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Solo una pregunta: ¿Y el concepto de «ligero de ropa» en un niño y en la época victoriana pero en el país del Sol Naciente no lo debería también repasar el comentarista diletante? A ver si va a suspender el examen por una nimiedad. Aportó Alicia, ligeramente enfurruñada.
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Tengo entendido que también fueron buenos tiempos para los nipones. No tiene mucho que ver, pero el auge de la hegemonía del Imperio británico coincide en estos años con el comienzo del Imperio japonés moderno. Con respecto a tu comentario, y sobre tu preocupación por la infancia femenina, seguro que se podría estudiar la evolución del arte shunga hasta la actualidad en relación con ciertos temillas, muy propios de la zona, en torno a cierta obsesión por las chicas jóvenes…; pero, claro, eso nos queda muy lejos. Mmm…, si te interesa especialmente Japón, le dedico un parrafito —el cuarto, contando desde el final— en este artículo:
https://zoonpolitikon.blog/2021/01/23/feminismo-en-el-siglo-xxi-quinta-parte-un-repaso-a-los-origenes-del-feminismo-antiguedad-edad-media-y-modernidad/
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Tras esta crítica tan llamativa lo que realmente me apetece es leer el libro, y lo voy a intentar par ver si coincido con su diagnóstico.
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