Con cualquier otro nombre (1968). Star Trek: La conquista del espacio. Temporada 2: capítulo 22 (51)
Hoy continuamos con nuestro primer ciclo de Star Trek, centrándonos en el mejor capítulo de la segunda temporada de la serie original. No nos ha costado demasiado, dado que los dos mejores episodios brillan con mucha claridad sobre el resto; siendo, además, muy probablemente, los más significativos (incluyendo también aquí los que conforman la primera temporada). Nos hemos decantado por “Con cualquier otro nombre” (1968) por la mínima —después de volver a repasar ambos capítulos una segunda vez—, por un poco todo, y porque el episodio 25 (54 en relación a la serie completa), “Pan y circos” (1968), tiene un pequeño Deux ex machina que le deja en un incómodo 8’99. Por lo demás, no perdamos un minuto, y metámonos ya de lleno con esta crítica, que puede terminar como un análisis breve. Pero no sin antes comentar, en un par de líneas, la distancia que hemos constatado entre nuestra valoración y la general, tanto la especializada como la del vulgo. Comencemos, pues.
Ya habrá más tiempo para pararnos en las razones de fondo y los matices, pero, para el objetivo de este párrafo, diremos que, más allá de las entregas mencionadas, encontraríamos, en tercer lugar, al sólido capítulo de “El mejor ordenador”; en una cuarta posición, aunque esta vez de manera compartida, al apolíneo “¿Quién llora por Adonis?”, al divertido “Yo, Mudd”, al sugerente “Un lobo en el redil” y, por último, al irregular “Vuelta al mañana”; y, para cerrar esta clasificación, cabría situar al valiente “Metamorfosis” en el quinto lugar. No nos sorprendería cierta desviación, dado que no somos clones, respecto a la lista de los mejores capítulos de revistas como Entertainment Weekly, IGN, Newsweek, Hollywood.com, Den of Geek, o las españolas Espinof —antiguamente llamado blogdecine.com—, Cuatrobastardos.com, @UltimateTrek, Cultture.com, Cinemanía, Malditosnerds.com, Evoluciongeek.com; pero… o todas se copian a una fuente común o nos encontramos ante un fenómeno harto exagerado y extraño. Y es que no sólo es que ninguna de ellas nombre a alguno de los episodios ya mencionados, sino que se produce un hecho curioso: destacan una y otra vez a “Espejo, espejito”, “La máquina del día del juicio final”, “La época de Amok”, “Los tribbles y sus tribulaciones” y “El viaje a Babel”; lo cual resulta especialmente divertido cuando comprobamos que “Espejo, espejito” y “La época de Amok” los consideramos por debajo de la media, y que “Los tribbles y sus tribulaciones” es, sin lugar a dudas, de los peores. Esta enorme distancia puede responder a la idea ya mencionada de que, en último término, todos copian lo dicho por algún ‘gran’ crítico americano, o que se basan en la opinión general del público (lo que podría ser perfectamente factible; ya que, mirando las notas dadas por los usuarios en IMDB, llegamos a esa misma conclusión). Queríamos sólo remarcar este hecho, sobre el cual ya ahondaremos en el análisis general de la segunda temporada —cosa que, además, no pasaba de manera tan palmaria respecto a la primera—. Lo que está claro es que aquí hay alguien que se está equivocando sin paliativos, y que, en cualquiera de los casos, es evidente que, en esta nuestra web, combinamos independencia con singularidad. Dicho esto, ahora sí, comencemos con la crítica de “Con cualquier otro nombre”.
El capítulo comienza con una de las amenazas más graves hasta el momento: la tripulación del Enterprise se encuentra con una nueva raza de humanoides con unas armas paralizadoras muy poderosas, que rápidamente les inmovilizan y les ponen contra las cuerdas. El propio Rojan, el comandante de los alienígenas, les informa de que deben obedecer, dado que están ante el final de la existencia de los humanos. Más allá de esta premisa, la presencia de la bella Barbara Bouchet como Quelinda, y del imponente Warren Stevens como Rojan, junto con las apreciaciones habituales respecto a la alta calidad general a la que nos tiene acostumbrados la serie… En fin, dejémoslo mejor en este punto, antes de que digamos algo de lo que nos podamos arrepentir; porque lo cierto es que poco más se puede decir sin entrar a destripar la trama. Por lo tanto, si sois de esos cinéfilos que gustan de llegar vírgenes a cualquier creación cinematográfica, parad de leer aquí; y, cuando ya hayáis disfrutado del episodio que nos ocupa, proseguid. Aclarada esta cuestión, vamos descubriendo paulatinamente que, al parecer, estos extraterrestres fueron enviados desde Andrómeda para conquistar la Vía Láctea; pero, después de tener un problema con su nave, y a la espera de conseguir otra nueva, se vieron obligados a tomar forma humana para poder sobrevivir en un planeta deshabitado. Dichos seres de otra galaxia pertenecen a una especie de pulpos que cuentan con una capacidad intelectual superior, pero a costa de que sus sentidos y emociones queden atrofiados; perteneciendo a una sociedad imperialista que coloniza de una manera fría, lógica y despótica a otras especies que consideran inferiores.
Nuestros protagonistas poco tienen que hacer: son encerrados, y Rojan está dispuesto a persuadir al capitán Kirk, bajo la amenaza de matar a sus compañeros, para que les suba a la nave y les lleve hasta Andrómeda. Lo intentan todo —siendo éste, por cierto, de los pocos episodios con una mínima continuidad, pues se recuerdan los acontecimientos ocurridos durante el capítulo 23: “El apocalipsis” (1967)—; pero, cuando Spock intenta dominar mentalmente a Quelinda, ésta se resiste, terminando por provocarle dolor a nuestro primer oficial. Como plan B, el capitán Kirk intenta seducir a su captora, ante lo cual ésta tampoco se deja engañar; comprobando cómo, en este capítulo, por primera vez, las estrategias habituales de nuestros protagonistas fallan. Frente a estos intentos fracasados de escapar, Rojan cumple con sus amenazas; y, tras reducir a los dos hombres del equipo de seguridad a unas pequeñas piedras con sus armas, les acaba destruyendo con sus propias manos. Más adelante, y aprovechando el primer fracaso, se les ocurre la idea de que Spock se haga el enfermo —dado que, al parecer, los hijos de Vulcano tienen la capacidad de relajarse hasta el punto de desmayarse—; consiguiendo así que Spock y MacCoy suban a la nave, con la intención de aprovechar un despiste de sus captores para buscar alguna manera de librarse de la difícil coyuntura en la que están metidos. Kirk, abatido y preocupado, aunque confiando en secreto en que MacCoy y Spock consigan hacer algo, acepta subir con sus captores a la nave; no sin antes, eso sí, compartir un importante diálogo con Rojan y Quelinda:
«—¿Qué es lo que quiere?
—Nos trasladaremos a bordo en breve; quiero que comprenda su deber.
—Mi deber es detenerle por todos los medios.
—Obedecerá.
—O usted matará a mi tripulación.
—Capitán Kirk, no puedo entender que usted no comprenda la importancia de mi misión. Nosotros los quelvanos tenemos un código de honor duro, exigente; exige mucho de nosotros mismos y de aquellos a los que hemos conquistado. Les hemos conquistado. Respeto lo que le dicta su deber, pero no permitiré que interfiera en el mío.
—Qué bonitas… Capitán Kirk, ¿cómo las llama? (Interrumpe Quelinda.)
—Flores. No sé la variedad.
—Tenemos cintas que citan cosas parecidas en Quelvan. Cristales que se forman con tal rapidez que parecen… que crecen. Son como esta cosa tan frágil; les llamamos «sasir».
—La rosa con cualquier otro nombre.
—¿Cómo dice?
—Es una cita de un gran poeta humano: Shakespeare. Aquello a lo que llamamos rosa, con cualquier otro nombre…, sería igualmente olorosa».
Suben finalmente a la nave y, en un momento donde sus captores se despistan, Spock, junto con MacCoy y Scott, consiguen argüir un plan en secreto que comentan a su capitán: la destrucción del Enterprise antes de que abandone la galaxia. Kirk no lo tiene claro y, mientras la nave se encuentra en la difícil maniobra de atravesar la onda de choque de la Vía Láctea, decide no llevar a término el plan de sus oficiales —lo cual era moralmente la mejor solución; dado que ya sabemos lo reprobable que es matar como medio para obrar un fin—. El problema viene después; y es que, una vez finalizada la salida de nuestra galaxia, Rojan decide reducir a piedras cuboctaédricas a toda la tripulación, menos a los que consideran esenciales para su travesía, a saber: el capitán Kirk, el primer oficial Spock, el oficial médico MacCoy y el oficial ingeniero Scott:
«—Janar, comience la operación de neutralización.
—¿Qué operación de neutralización?
—Ustedes son una molestia para nosotros. Les necesitábamos para pasar la barrera, pero no somos suficientes para tenerles vigilados en todo momento. Además, los sintetizadores de alimento no pueden fabricar los suficientes para toda la travesía: vamos a neutralizar todo el personal no esencial.
—No…
—El proceso ya ha comenzado. En cuanto al personal del puente… Drea. No necesitamos comunicaciones. Y ya que Drea puede manejar la nave desde aquí…
—¿No cree que es una situación mejor para ellos que la de explotar la nave como pensó su ingeniero? Lo habíamos detectado, por supuesto. Tomar ha fabricado un mecanismo que evite cualquier nuevo intento. Por favor, acepte su situación, capitán: eso le facilitará mucho las cosas».
Ante una situación aparentemente insalvable —y la recomendación típica de un psicólogo a la altura de nuestro tiempo, que bien podríamos resumir en aquel dicho popular de: «en caso de violación segura, relájate y disfruta»—, descubren, en la cantina, que estos seres son capaces de disfrutar de la comida, y conjeturan que quizá no estén acostumbrados a vivir como humanos; siendo posible, en el mejor de los casos, intentar distraerles, estimulando sus emociones y sentimientos:
«—¿Cómo detendremos a los quelvanos?
—Capitán…
—¡Es bastante bueno! (Comenta el quelvano.)
—Estupendo…
—Es muy curioso…
—¿El qué?
—Ciertas cosas que observé cuando me introduje en la mente de Quelinda empiezan a relacionarse en mi consciencia. Los quelvanos tienen una capacidad intelectual superior; para conseguirla, al parecer han sacrificado cualquier cosa que tendiese a distraerles: los sentidos tales como el gusto, el tacto, el olfato, y, por supuesto, las emociones.
—Pero entonces Tomar no podría estar disfrutando del sabor de la comida.
—Sí, es correcto, capitán; pero ellos han tomado forma humana y, por tanto, tienen reacciones humanas.
—Si sigue reaccionando, va a tener que ponerse a dieta. (Matiza MacCoy.)
—Si todos responden a la estimulación de los sentidos, tal vez podamos… distraerles. Puede que aún no sepan cómo actuar con sus sentidos. Si podemos confundirlos, quizá… podamos apoderarnos de sus aparatos.
—Parece razonable.
—Está bien… Es nuestra única posibilidad: busquen algún modo de estimular sus sentidos.
—Se me acaba de ocurrir uno ahora mismo. Ahora necesitará algo que le facilite la digestión: ¿ha probado alguna vez el coñac de Saurio? (Propone Scott.)».
Siguiendo con el plan, Scott se dedica a emborrachar a uno de sus captores, MacCoy le da demasiados estimulantes a otro, y Kirk intentará poner celoso a Rojan mientras depura sus capacidades de seducción con Quelinda (de hecho, con relación a esto último, aun fallando nuevamente, consigue sembrar en ella la duda respecto a su posible dependencia de Rojan). A colación de esta coyuntura, el mismo comandante la prohibirá poco después tratar con Kirk; pero nuestro capitán aprovechará esta situación para seducirla, haciéndola creer que está subordinada a su compañero Quelvano, y despertando finalmente en ella las ganas de revelarse y vengarse —algo, por otro lado, muy humano—. Poco a poco todos los invasores irán sucumbiendo a sus sentimientos humanos, al no estar acostumbrados a este tipo de emociones; terminando por caer el comandante bajo los efectos de los celos, cuando se encuentra a su compañera intimando con nuestro irresistible capitán. Rojan, totalmente airado, se olvida de su arma inmovilizadora y se mete en una pelea contra Kirk, mientras éste intenta persuadirle de que se están humanizando:
«—Quelinda, le dije que evitase a este humano.
—Yo no he querido.
—Soy su comandante.
—Eso no es suficiente, lo siento. (Bromea Kirk.)
—Es culpa suya: ¡la ha corrompido!, ¡la ha alejado de mí!
—Si ella no está de su parte, no es mi problema.
—¡Usted va a liberarla!
—¿Por qué no ha usado su paralizador?
—Está usted celoso, capitán. ¡Está celoso! Ha intentado matarme con sus propias manos. ¿Haría eso un quelvan?, ¿tendría que hacerlo? Está reaccionando con sentimientos humanos. ¡Es usted humano!
—¡No, no es posible!
—Le estoy estimulando. No tiene opción. Para utilizar esta nave, tiene que usar nuestra forma, y está apresado en ella durante los próximos 300 años.
—Está loco. Estos cuerpos son instrumentos. Soy un quelvano.
—Mire lo que le ha ocurrido al estar en contacto con nosotros, ¿qué cree que sucederá en tres centurias? Cuando esta nave llegue a Quelvan, su gente será humana, serán aliens, ¡enemigos!
—Tenemos un deber, una misión; debemos cumplirla.
—Su misión es encontrar nuevos mundos para que su pueblo pueda vivir; aún puede conseguirlo. Expondremos el problema a la Federación. Existen muchos planetas en esta galaxia que están deshabitados.
—¿De veras lo haría, daría la bienvenida… a los invasores?
—No. Daríamos la bienvenida a los amigos.
—Roján, está usted siguiendo una orden dada hace 300 años; ahora tiene la oportunidad de establecer un destino propio. (Asevera Spock.)
—Tal vez…, tal vez pudiera hacerse.
—Enviemos una nave robot a Quelvan con la propuesta de la Federación. (Propone Spock.)
—Pero…, si mantenemos esta forma, ¿dónde podríamos vivir?
—Ese pequeño planeta en el que se encontraban es muy agradable. (Señala MacCoy.)
—Y usted… ¿desea quedarse con él?
—Es muy interesante, pero quiero ir con usted; creo que le debo una disculpa. Muy agradable. (Afirma Quelinda.)
—Sí…, es curioso.
—Lo ve…: el ser humano tiene ciertas ventajas; ser capaz de apreciar la belleza… de una flor o… de una mujer.
—Puente, aquí Rojan.
—Sí, comandante.
—Cedo el mando de la nave al capitán Kirk; seguirá usted sus órdenes.
—¡Pero, señor…!
—Dé media vuelta. Vamos a casa».
La buena ciencia ficción, sin dejar de dominar las herramientas cinematográficas, y contando con el juego metafórico que tantas veces hemos mencionado, suele estar cargada de diálogos que rozan el género ensayístico, con dilemas y reflexiones profundas; de manera parecida a las buenas obras de teatro, que aguantan perfectamente ser leídas sin la puesta en escena. Éste es un elemento que en Star Trek se nota con especial claridad; dado que, muchas veces, el mensaje en 50 minutos no se puede comprimir sin el uso de una forma más o menos elegante de exposición —vulnerando la regla aquella de «muestra, no cuentes»; que, como buena directriz, sólo los maestros pueden tomarse la licencia de romper—. La ciencia ficción y su reverso, la fantasía, tienen más derecho que ningún otro género para retorcer los cánones costumbristas; y, por ello, es tan triste la hegemonía de los efectos digitales y las escenas de acción que se fueron haciendo tan comunes una vez estrenada “La guerra de las galaxias” (1977). El guion, junto con los diálogos de una película de ciencia ficción, deberían ser lo suficientemente sólidos como para poder ser leídos sin dejar de mantener el tipo (siendo ésta una buena prueba para descartar una película que no vale nada). Si tenéis dudas, probad a leer el guion del último ‘producto’ bombástico de la ‘industria’ jolibudiense («hollywoodiense» es la forma aceptada por la RAE; pero, como bien comentamos en su momento, preferimos la forma españolizada).
No nos vayamos más por las ramas y volvamos al capítulo que nos ocupa. El resumen es aquella sabia noción de que no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo —eso, y que el perdón es muy importante a la hora de luchar por la paz—. Y, por lo tanto, pensar en considerar nuestro más íntimo ser como una herramienta, como un vehículo de algo así como una mente o un alma es un error; y, como toda falsedad, nos va a llevar sin remedio al caos y al sufrimiento. ¿Esto quiere decir que, como cuerpos, carecemos de toda espiritualidad y que estamos arrojados a la irracionalidad, al hedonismo más grosero y al vacío existencial, o, como mucho, a un cálculo pragmatista, y egoísta, para maximizar el placer y evitar el dolor, practicando la racionalidad del depredador? Nada más lejos. Estamos muy mal acostumbrados a que nos presenten soluciones fáciles y dilemas engañosos: porque, entre ser un mero cuerpo, un animal o un alma etérea inmortal, existen muchas otras opciones que pensar; más complicadas, sin lugar a dudas, pero, a su vez, también más sofisticadas, sutiles y verdaderas. Quizá seamos un animal maravilloso, dotado de un cuerpo capaz de ser mucho más que el resto; pero no por magia o gracia divina, sino por la sutil morfología y la manera de vivir que la evolución homínida nos ha ofrecido. Y ya que sea por casualidad, que nos hayan plantado extraterrestres o que la propia materia, guiada por sus leyes físicas, lleve por decantación, si las condiciones planetarias son adecuadas, a un humanoide como nosotros, es harina de otro costal.
En cualquiera de los casos, está claro que nuestra humanidad es una mezcla de lógica y emoción, de razón y sensación; mezcla que, por sí misma, compartimos igualmente con todos los seres vivos, pero que nosotros tenemos la suerte, o la desgracia —para aquellos, que no son pocos, que vivirían mejor como gaviota, lobo o geranio—, de llevar más allá. Y, por ello, debemos aprender y reconocer lo que somos, para conllevar las afecciones negativas, pero también para potenciar las positivas; recordando, en este punto, a nuestro querido amigo Benito Espinosa. Es un error grave tanto hacer como que no tenemos cuerpo, vivir contra él o cargarle de todas las culpas, en la línea del racionalismo, como pensar que, por tenerlo, estamos abocados a la irracionalidad, haciendo que sólo prime la satisfacción del placer. El maestro Aristóteles nos enseñó muchas cosas, pero, sin duda, una de las más interesantes es aquella manera de considerar que en el medio está la virtud; punto a partir del cual podemos ser felices y aspirar a ser más capaces de hacer todo lo que tenemos que hacer, que no es poco. Terminamos el año recordando a dos grandes pensadores, como Dios manda. Feliz Navidad, y ojalá el próximo 2022 superemos la pandemia del coronavirus; que, para tener un cuerpo tan poco capaz, casi ajeno a la vida, nos está echando un pulso curioso. (Y, como detallito navideño, os dejamos esta entrevista, de 1979, de José María Íñigo a Barbara Bouchet, a medio camino entre el español, el inglés y el italiano. No tiene desperdicio.)
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Y es una tontería, pero es bonito comprobar que éste es nuestro artículo 100. Gracias por seguirnos.
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Estoy de acuerdo con su elección del mejor capítulo. Me ha parecido muy original el hacer ver las posibilidades que tiene un cuerpo humanoide y como el capitán Kirk lo ve tan claro resolviendo la encrucijada en la que se encuentra toda la tripulación.
Y bravo por el artículo 100.
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