Cumbres Borrascosas (1847) y sus tantas adaptaciones
Hoy, siguiendo con nuestro ciclo de las Brontë, vamos a hablar de la única novela que publicó Emily, y que, probablemente, sea la más conocida de todas las que escribieron las hermanas —aunque no tengo tan claro que la más leída—: “Cumbres Borrascosas” (1847). Tras recorrer sus páginas, no sorprende que, en su época, se la concibiera como muy oscura y repleta de personajes siniestros y excéntricos. De cualquier modo, aunque no se puede negar la veracidad de esto, vamos a intentar explicar aquí, en la medida de nuestras humildes posibilidades, el sentido de una narración tan poco afable. En “Cumbres Borrascosas”, muy a diferencia de lo que ocurría en “Jane Eyre” (1847), no hay una historia contada por su protagonista —una heroína que, a pesar de salirse del canon, lo es en buena medida—, sino que estamos ante una narración coral, cuyos personajes son siempre los mismos —si bien algunos destacan por encima de otros—, aunque en distintos momentos de sus vidas, y que carece de un cambio de escenario a lo largo de la trama —dividiéndose, únicamente, entre dos casas—. Inmiscuirse en ella entraña cierta complejidad y requiere de un cierto esfuerzo inicial por parte del lector, que, por suerte, tardará poco tiempo en ser recompensado por la original mano de su autora. Como ya hicimos en su momento con la famosa novela de Charlotte, aquí también atenderemos a algunas de las múltiples adaptaciones cinematográficas que se han hecho de ella, que, como era de esperar, no son pocas. Sin más dilación, y dado que no va a ser tarea fácil, empecemos ya a entrar en materia.
El libro: Cumbres Borrascosas (1847)
“Cumbres Borrascosas” empieza con la figura del señor Lockwood, un forastero que está de inquilino provisionalmente en la Granja de los Tordos, una casa ubicada en los solitarios páramos de Yorkshire. Al principio, haciendo honor a su nombre, la novela se nos plantea algo borrascosa, oscura, confusa. ¿Quién es Heathcliff? ¿Quiénes son esos extraños personajes en un ambiente tan hostil? De algún modo, esas mismas preguntas son las que se hace el señor Lockwood, y, por eso, el lector y él viven esa misma confusión, mostrándose muy parejos en cuanto a conocimiento de lo que está ocurriendo. Es una novela que empieza casi por el final: por mucho que lo que se nos esté narrando sea el presente del señor Lockwood, instalado en la Granja de los Tordos, propiedad del señor Heathcliff, todos esos personajes que aparecen cuando él va a visitar a su casero a Cumbres Borrascosas tienen una historia, que es la que esta novela nos va a ir descubriendo poco a poco. Y esto lo hará de una manera original, pues será Ellen Dean —o Nelly, como también la llaman—, la criada, quien se hará cargo de contársela al señor Lockwood durante su convalecencia a raíz de la visita a la que acabamos de aludir. Al tiempo que se la cuenta a él, también el lector se siente partícipe de semejante conversación, que recuerda a la antigua tradición oral en la que unos y otros se iban contando las aventuras y desventuras de personajes ilustres. Aquí de esos hay pocos, pero lo que sí que intentará explicar la trama es cómo han llegado a semejante circunstancia desagradable. Por eso es una historia hilvanada por lo que Ellen sabe, ha vivido en sus propias carnes y le han contado; de ahí que, a pesar de asistir a múltiples voces, sólo sea una la que nos lleva de la mano.
La historia de “Cumbres Borrascosas”, aunque al principio resulte complicada de entender, porque empieza in media res, no resulta tan difícil cuando uno la analiza con detenimiento; en esto ayuda, claro está, que los personajes no sean muchos y que las localizaciones sean más bien escasas. Como hemos avanzado, la historia de los habitantes de este escenario solitario y ajeno al ajetreo propio de las grandes urbes, ubicado en los desolados páramos de Yorkshire, la familia Earnshaw, de Cumbres Borrascosas, y sus pudientes vecinos, los Linton, de la Granja de los Tordos, es la que sostiene la narración. Tras un viaje a Liverpool, el padre de la familia Earnshaw, en vez de traerles a sus caprichosos hijos —Hindley y Catherine— los regalos que le habían pedido, les trae a un pequeño niño, al que quiere hacer pasar por un nuevo miembro de la familia ante la desconcertante mirada de los parientes habituales. Este crío, al que ha encontrado por la calle, no se sabe de dónde viene ni tampoco qué edad tiene; sólo se aprecia su tono algo oscuro de piel y un considerable desaliño, propio de su precedente estado. Al desconocer también su nombre, será finalmente bautizado como Heathcliff, en honor a un hijo de la familia que había fallecido de niño. Ninguno de los habitantes de la casa acoge de buen grado a este nuevo integrante; sin embargo, al pasar a ser el protegido del padre, que le ampara, no sólo como a un hijo más, sino, quizá, más bien, con una cierta predilección especial, van a tener que acostumbrarse a convivir con él. Esto generará diferencias considerables entre unos y otros: así como Hindley mostrará siempre y en todo momento un desprecio hacia Heathcliff, que no cesará a lo largo de los años, y que, sin duda, irá en aumento; Catherine muy pronto encontrará en Heathcliff a su compañero de juegos y aventuras. Ambos niños pasarán a ser uña y carne muy pronto, convirtiéndose en inseparables. De hecho, será precisamente en una de sus salidas cuando Catherine sufrirá un percance que hará que sus vecinos, los Linton, de la Granja de los Tordos, la acojan, rechazando, sin embargo, que Heathcliff la acompañe en su convalecencia. A raíz de esa estancia de unas tres semanas, y tras la vuelta de Catherine a Cumbres Borrascosas, bastante cambiada por haberse codeado con las costumbres de sus ricos vecinos, las visitas de Edgar Linton —joven rubio muy apuesto— se irán sucediendo, y Heathcliff se irá sintiendo cada vez más y más desplazado.
Tras la muerte del señor Earnshaw, las tornas cambiarán en Cumbres Borrascosas: Hindley se hará cargo de la casa y se mostrará casi como un tirano con su hermana Catherine y con Heathcliff. Entre él y Joseph, uno de los miembros del servicio que está obsesionado con la Biblia y que ve a los pequeños integrantes de la casa como a unos díscolos que viven constantemente alejados de las Sagradas Escrituras, vivirán un pequeño infierno, únicamente soportado por la fortaleza de su infranqueable vínculo, que les hace sobrellevar de buen grado las duras reprimendas y castigos a los que habitualmente se ven expuestos. El carácter algo altivo, vanidoso y con cierto regusto de soberbia de Catherine la va a conducir a aceptar casarse con Edgar Linton, que, sin duda, está absolutamente enamorado de ella. Por una conversación que tienen Catherine y Ellen, descubrimos que ella va a aceptar su proposición incluso sabiendo que hay algo por detrás que la inquieta, a saber, Heathcliff, que es a quien realmente ella quiere con toda su alma. El problema es que el propio Heathcliff escuchará a escondidas parte de esta conversación y, sobre todo, algo que le duele especialmente: cuando Catherine le confiesa a Ellen cómo la degradaría casarse con él. Esto le lleva a huir de Cumbres Borrascosas sin previo aviso y durante tres años. Catherine, completamente desconsolada tras la partida de Heathcliff, acaba por terminar casándose con Edgar Linton, con el que se trasladará a vivir a la Granja de los Tordos, llevándose a Ellen también con ella. Sin embargo, la vida tranquila y apacible de este matrimonio se verá truncada por la reaparición de Heathcliff, que, sin saber dónde ha estado ni en qué ha ocupado su tiempo, ha vuelto como un hombre apuesto y con una considerable fortuna. Su visita descolocará al nuevo matrimonio, si bien por motivos completamente distintos: Catherine se muestra absolutamente feliz de tener otra vez con ella a su querido Heathcliff, mientras que Edgar no puede mostrarse más incómodo ante semejante situación (es evidente que han sido siempre dos hombres en pugna por conseguir el amor de una única mujer). Las rencillas mutuas se harán más que evidentes a lo largo de este período, y es que Heathcliff volverá a instalarse en Cumbres Borrascosas, donde reina un panorama hostil, protagonizado por un Hindley alcohólico y completamente fuera de sí (circunstancia propiciada, en buena medida, tras la muerte de su mujer poco tiempo después de traer al mundo a Hareton, criado en los primeros momentos por una cariñosa Ellen, que pronto tuvo que ser despojada del pequeño cuando la enviaron a ser la criada de Catherine en la Granja).
Durante esta época, Catherine recibirá las frecuentes visitas de Heathcliff, que irán descolocando paulatinamente su tranquila vida con Edgar, hasta poco a poco ir entrando en un estado de delirio permanente, en buena medida generado por el propio Heathcliff, capaz de insistir una y otra vez en lo mucho que se había equivocado casándose con Edgar, cuando era evidente y palmario que a quien quería verdaderamente era a él. En estas continuas visitas, que llevan a Ellen por el camino de la amargura, al apreciar lo mucho que le afectan a su señora, Isabella Linton, la hermana pequeña de Edgar, que también vive con ellos en la Granja de los Tordos, se irá enamorando poco a poco de Heathcliff, ante la rabia que esto genera en Catherine, que no dudará en describirle como a un auténtico monstruo y como alguien con el que se debería evitar tener cualquier tipo de contacto, especialmente uno tan cercano como el amoroso. Esto generará que la relación entre ambas, agradable hasta ese momento, se acabe tensando y termine de no muy buenas maneras. Pero no sólo Catherine condenará este vínculo, sino que tampoco Edgar lo apoyará. Aun con todo, y como una manera de ir poco a poco vengándose de aquellos que le hicieron sufrir en el pasado, así como para poder ampliar su patrimonio, acabará casándose con Isabella, que se trasladará a Cumbres Borrascosas, viviendo una existencia bastante penosa (sobre todo si la comparamos con la que disfrutaba en su antiguo hogar). Eso sí, terminará escapándose de semejante calvario y se trasladará al sur, donde criará a su hijo, al que llamará Linton (recuerda mucho al hermano de las Brontë, al que todo el mundo conocía como Branwell, que era el apellido de la madre), hasta su muerte, que será la razón del traslado de éste a la Granja de los Tordos con su tío y su prima.
La enfermedad de Catherine se hace cada vez más patente, aunque sin dejar jamás de tener a su lado a un Edgar Linton solícito y servicial en todo momento. Termina por morir precisamente el mismo día de dar a luz a su hija, Catherine Linton. Es precisamente este hecho el que hace que a la pequeña no se le tenga ningún aprecio en los primeros momentos de su existencia: su vida, de algún modo, recuerda también a la muerte de la madre. Aun con todo, poco tiempo después terminarán por cogerla mucho cariño, convirtiéndose en un pilar fundamental para su padre y en una agradable compañía para Ellen, que la tiene mucho aprecio, y en cuya compañía disfruta de encantadoras caminatas y de tranquilas conversaciones. Nuevamente, y como ya pasara con anterioridad con su madre, esa tranquilidad se verá frustrada cuando Isabella Linton muera, y su hijo, Linton, sea enviado a la Granja de los Tordos. Catherine Linton, que había sido criada en absoluta soledad y alejada de cualquier tipo de compañía, más allá de los miembros habituales de la Granja, no podrá estar más feliz de que ahora su primo, que es casi de su misma edad, vaya a residir con ellos. Sin embargo, la alegría le durará bien poco, y es que Heathcliff se enterará de que su hijo está en la Granja de los Tordos, y exigirá que se vaya a vivir con él. La circunstancia en Cumbres Borrascosas había cambiado ligeramente: Hindley había muerto, tan borracho como tantas y tantas noches había llegado a casa, y Heathcliff actuaba como hombre y señor de la casa, pues había pagado las deudas de Hindley, así como arreglado también el papeleo para convertirse en el propietario de su antiguo hogar. A su vez, se había hecho cargo de Hareton, instruyéndole única y exclusivamente en las tareas del campo, y alejándole de cualquier tipo de educación elevada. Sin embargo, Hareton, que siempre había crecido en un ambiente hostil y había sido criado sin ningún tipo de cariño —primeramente, sin el de su padre, Hindley, y, más tarde, sin el de Heathcliff—, tampoco era consciente de que aquel que le daba órdenes, y que supuestamente estaba por encima de él, le había extirpado su lugar. De hecho, como carecía de la capacidad de percatarse de semejante circunstancia, no sólo no odiaba a Heathcliff, sino que le tenía gran estima, porque precisamente había sido quien se había hecho cargo de él. La inocencia e ingenuidad de Hareton le sirven a Heathcliff para seguir manteniéndose en un cargo, a todas luces, injusto, pero sin percatarse el damnificado hasta mucho más tarde de toda aquella educación de la que se le había privado conscientemente y de una manera egoísta y maquiavélica.
Por tanto, Linton será enviado a Cumbres Borrascosas en un momento similar al que acabamos de narrar. Desde luego, el desprecio que siente Heathcliff por su hijo es evidente desde el primer momento; además, tampoco contribuye nada el que sea tan sumamente enclenque y enfermizo, como a punto de desfallecer en cualquier momento. Sin embargo, los planes de Heathcliff son muy claros: aumentar su patrimonio. Para ello, sabe que lo que favorecería que sus deseos se cumplieran sería si se casaran Linton y la pequeña Catherine; por eso el trato hacia su hijo no debe ser tampoco completamente detestable, si quiere evitar que se muera antes de que se oficie la boda. Y lo cierto es que sabe que cuenta con la clara predisposición de Catherine por entablar una relación más estrecha con su primo. Y es que a Catherine Linton le habían despojado de su primo de la noche a la mañana, diciéndole que le habían mandado con su padre, pero ocultándole quién era él y dónde vivía (a saber, en las Cumbres, muy cerca de la Granja). Sin embargo, aunque Edgar se cuidó en buena medida de que su hija no supiera de la existencia de todos los problemas entre ambas casas, evitando también así que conviviera con seres tan hostiles, Catherine Linton acabará descubriéndolo un día por casualidad, mostrándose muy molesta con su padre por semejante secreto. A raíz de todo esto, se irán produciendo encuentros bastante frecuentes entre los dos primos, a veces concertados, y otras tantas a escondidas, que poco a poco irán conduciendo a un cierto enamoramiento.
El personaje de Linton, como iremos descubriendo a lo largo de la novela, resulta ser bastante odioso, pues no es sólo débil y flojo en cuanto al cuerpo se refiere, sino que también su carácter dista de ser del mejor tipo: a pesar de las cariñosas visitas de su prima, y del constante aprecio y apoyo que ésta le brinda, él muestra un temperamento desagradable en muchas ocasiones, y unos achaques fastidiosos e inoportunos (aunque quizá se entienda si reparamos en quién es su padre). De cualquier modo, tampoco podemos obviar que él está ante una presión evidente, y es que el ligero aprecio de su padre hacia él responde única y exclusivamente a evitar su muerte antes de que él pueda aumentar su poder y ejercer más venganza. Finalmente, y tras una secreta correspondencia entre Catherine y Linton, interceptada más tarde por Ellen, y también después de que Edgar muera, Catherine accederá a casarse con Linton, trasladándose a Cumbres Borrascosas, pero sin Ellen, ya que Heathcliff no la dejará desplazarse, obligándola a permanecer en la Granja de los Tordos, que utilizará como casa de alquiler (donde irá a parar el señor Lockwood). Allí recibirá un pésimo trato —como era de esperar— y tendrá que hacer frente a la frecuente enfermedad y posterior muerte de Linton, al que ella cuidó, casi en exclusividad, hasta el último momento. Y será también allí, en Cumbres Borrascosas, donde también permanecerá después de la muerte de su marido, pues todos sus bienes habrían pasado a formar parte del patrimonio de Heathcliff, encontrándose ella completamente en la estacada. No había ya ni rastro de su dulce carácter, que se habría agriado ante tantos horrores, y era patente su pésimo trato con todos los integrantes de las Cumbres. Será precisamente en este contexto cuando el señor Lockwood les visitará aquel día, sorprendiéndose en ese momento de semejante ambiente, que, sin embargo, terminará por comprender tras conocer la historia completa de la mano de Ellen.
Precisamente una de las últimas visitas del señor Lockwood a Cumbres Borrascosas, antes de volver a Londres durante una temporada, nos vuelve a poner sobre la mesa la difícil relación entre Catherine y Hareton, del que ella siempre se había reído sin piedad y con mucha maldad por sus intentos de aprender a leer y por su manera de pronunciar ciertas palabras. De hecho, Ellen siempre le señala a Catherine la crueldad de semejante comportamiento y las pocas miras de su señora para entender que no todos han tenido la misma suerte que ella; resultando bastante detestable que, para colmo, aquellos que intentan revertir semejante destino tengan que sufrir encima la mofa de los que han contado con circunstancias sustancialmente mejores. Y es muy interesante cómo esa misma escena es recuperada, para revertirla, tiempo después, cuando el señor Lockwood vuelve a este paraje solitario y observa una cálida escena en la que Catherine está enseñando a Hareton, y ambos se muestran muy cariñosos y complacidos. Será Ellen, nuevamente, la que le cuente al señor Lockwood —y también, de paso, a nosotros— los últimos acontecimientos de estos personajes. Poco a poco, Catherine fue siendo consciente de lo dura y cruel que había sido con Hareton durante tanto tiempo —que era tan primo suyo como Linton, a pesar de que ella renegara de su parentesco con él—, y quiso remediar su pésimo comportamiento enseñándole a leer. A pesar de una cierta reticencia por parte de su primo, conseguirá finalmente convencerle para que acceda. Así, irán entablando una relación cada vez más y más estrecha, que terminará por desembocar en un feliz matrimonio.
El final de nuestro anti-héroe, Heathcliff, no es nada demasiado estrambótico, pero es que tampoco a un personaje tan oscuro, siniestro y complejo le cuadraba otro final. Después del paulatino acercamiento entre Catherine y Hareton, se va dando cuenta de hasta qué punto su afán de venganza no ha conseguido aquello que se proponía: que el sufrimiento de quienes le habían producido tanto dolor en vida, así como el de sus descendientes, le generara un cierto bienestar que compensara la muerte de su querida Cathy. Sin embargo, en este último tramo de la historia, él va apreciando cómo aquellos a los que tanto ha hecho sufrir están haciendo florecer algo bello, y él, en cambio, se siente tan desgraciado —o más— que cuando empezó su cruzada. No sólo su carácter se irá relajando, sino que también su tosquedad se va a ir modulando ante la sorpresa de los residentes de Cumbres Borrascosas —sobre todo, de Ellen, que ha sido trasladada ahí después de que el señor Lockwood se fuese a Londres—. Irá también dejando de comer —lo que nos recuerda mucho a “Bartleby, el escribiente” (1853), de Herman Melville— hasta que una mañana se le encontrará Ellen muerto en su habitación con un gesto complaciente en la cara: al fin estaba con su querida Cathy, de la que jamás soportó separarse, y sin la que no era nada.
Adaptaciones cinematográficas
Tras haber comentado lo principal de la novela, hablaré brevemente sobre algunas de las adaptaciones cinematográficas que se han hecho a lo largo de la historia. En este caso, abordaremos 12: 9 en formato de película (1939, 1950, 1953, 1970, 1992, 1998, 2009, 2011 y 2015) y 3 en formato de miniserie (1956, 1978 y 2004). Sé que también hay una francesa de 1985, dirigida por Jacques Rivette, y una adaptación de 1967 de la BBC, así como otras adaptaciones modernas: una inglesa, también de la BBC, de 2002, bajo el título “Sparkhouse”, y una estadounidense de 2003. Sin embargo, no he tenido acceso a ellas, así que no serán tratadas en este artículo. A su vez, he de matizar que la japonesa de 1988 sólo he podido visionarla a medias y en unas condiciones que dejan bastante que desear, de ahí que el comentario que haré al respecto sea un mero apunte escueto y vago, imposible de poner al mismo nivel que los que haré del resto de las adaptaciones. Debido a la excesiva dimensión que adquirirá este texto en su totalidad, demasiado por encima del óptimo para el lugar que ocupa, no haremos un estudio pormenorizado de cada una de ellas, sino que, teniendo siempre como referencia el libro de Emily Brontë, señalaremos las cosas buenas, las mejorables o las palmariamente malas. Aun con todo, creo que la muestra que hoy traigo aquí es lo suficientemente variada y holgada como para que uno pueda valorar con cuál quedarse y saber qué aporta cada una o qué es aquello que la convierte —o no— en prescindible. Sin más dilación, comencemos ya con todas ellas.
Cumbres Borrascosas (1939)
La primera adaptación conocida de “Cumbres Borrascosas” es la de 1939, si bien parece ser que hay una que se remonta a 1920. Dirigida por William Wyler, estamos ante una película que consigue llevar el clásico de Emily Brontë a la pantalla con suma elegancia y precisión, y que pone el nivel muy alto ya de entrada. He de reconocer que los actores ayudan mucho: tanto la Cathy pequeña como joven, así como ambos Heathcliff, están a la altura. Laurence Olivier encarna al famoso Heathcliff, adaptando esa mezcla de ternura y de dureza tan propia de su carácter, y Merle Oberon consigue trasladar ese temperamento desenfadado y soñador, a la par que algo vanidoso y orgulloso, de Catherine Earnshaw. Creo que la química entre ambos es más que evidente, siendo capaz de hacernos temblar con cada mirada que se lanzan —a este respecto, me parece especialmente brillante la escena, en la residencia de los Linton, en la que se produce ese cruce de miradas entre Heathcliff, Catherine e Isabella, a la vez que está sonando un clavicordio con la misma fuerza con la que esa circunstancia está haciendo estallar los corazones de nuestros protagonistas—. En general, creo que los personajes están bastante bien conseguidos, sobre todo en cuanto a maneras de ser, aunque hay algunos que no me terminan de convencer en cuanto a apariencia, como Edgar (en el libro se hace alusión varias veces a sus rubios rizos) o Ellen (quizá algo más burda de la que aparece en el libro; aunque su forma de ser encaja perfectamente con la conformada por Emily).
Lo más sorprendente es que, en su corta duración —apenas llega a la hora y tres cuartos—, consigue trasladar de una forma bastante certera aquello que la autora supo imprimir a una obra tan imperecedera. Es cierto que se han hecho algunas concesiones, como la de eliminar directamente la parte de Catherine Linton (hija), de Linton y de Hareton, con toda su trama particular, que tiene una gran importancia y un espacio considerable en el libro. Aun con todo, es tan certera en la parte que sí trata, que esto no molesta en exceso. A su vez, la visita del señor Lockwood a Cumbres Borrascosas es similar a la del libro, apreciándose bien su carácter algo dicharachero en contraposición con todos los lúgubres personajes que comparten hogar —por llamarlo de alguna forma—. Eso sí, aquí vuelven a tomarse un par de licencias: la mujer que aparece no es Catherine Linton, como en el libro, sino que es la propia Isabella —cuando reside en las Cumbres tras haberse casado con Heathcliff—; y Ellen le empieza a contar la historia al señor Lockwood desde Cumbres Borrascosas y no desde la Granja de los Tordos, que es donde realmente reside por aquellas fechas, siendo ahora Zillah la criada de las Cumbres. Hay unos cuantos detalles más, como que Cathy se muera entre los brazos de Heathcliff, cuando está mirando por última vez sus queridos páramos —aquellos que la propia Emily tantísimo adoraba—, y no precisamente cuando él está fuera de la casa observando y pensando que algo grave ha ocurrido. Quizá se haya hecho así para darle más peso al romance entre ellos, o puede que haya sido por una mera cuestión de tiempo; sea como fuere, ni ésta ni ninguna otra licencia resultan demasiado fastidiosas para el amante de la novela.
El arco de Heathcliff, aunque consigue ser bastante acertado, se queda algo descafeinado sin la parte que ha sido eliminada —esperemos que no ocurra como con las adaptaciones de “Jane Eyre” y su afán de recortar su estancia con la familia Rivers o de no hacer alusión a ella en absoluto—, que es precisamente aquella en la que su carácter se va volviendo cada vez más agrio. Pero lo cierto es que los diálogos más relevantes del libro están, así como esa unión tan singular y especial que tienen ambos personajes. Creo que es una adaptación capaz de trasladar muy bien esta historia de amor y de venganza, y esperemos que las posteriores no empeoren aquello que ésta ha conseguido: llevar a la pantalla muy bien el carácter atormentado de sus personajes, hilando su estrecha relación desde la infancia hasta la juventud (quizá, eso sí, sea más cercana y amorosa aquí de la que se nos propone en el libro), y haciéndonos creer que hemos pasado más tiempo con ellos del que realmente hemos compartido. Además, gracias a las herramientas audiovisuales, hay escenas que, siendo sencillas, consiguen transmitir muchas cosas sin necesidad de que sean explicitadas mediante palabras; entre ellas, cabe señalar esa secuencia tan bella, a la par que triste, en la que Ellen sale llorando en la boda de Cathy y Edgar, y que es capaz de ejemplificar muy bien cómo ella sabe que Catherine no le quiere y que a quien de verdad ama es a Heathcliff, o ese bonito plano de la ventana en la casa de los Linton, poco después de que Heatchliff haya reaparecido, en el que aparece el matrimonio de espaldas —apreciándose que Catherine está destrozada por semejante descoloque en su tranquila vida—, y que contrasta maravillosamente bien con ese otro momento, bastante al principio de la película, cuando ambos se asoman por esa misma ventana y ella sueña con llevar ese tipo de vida (sin saber que, finalmente, sería la que le traería tanta desgracia una vez volviera a aparecer aquel al que no había podido olvidar).
Cumbres Borrascosas (1950)
Estamos aquí ante una adaptación algo menor, aunque sólo sea porque no llega a la hora de duración, dirigida por Paul Nickell. Evidentemente, en tan poco tiempo no se puede contar la historia de “Cumbres Borrascosas” sin tener que renunciar a gran parte de su complejidad. De cualquier modo, para cómo podía haber sido, creo que no está tan mal. Sorprendentemente, cuenta con Charlton Heston como Heathcliff —9 años antes de protagonizar “Ben Hur” (1959)— y con Mary Sinclair, que no acaba de encajar mal en el papel de Catherine. Aquí, tal y como ocurriera con su predecesora, sí que se aborda la entrada del señor Lockwood en Cumbres Borrascosas, pero Ellen —por cierto, demasiado mayor si la comparamos con la del libro— no es quien le narra la historia, sino que directamente se nos cuenta justo después de que Heathcliff entre encolerizado a la habitación en la que había dormido esa noche su inquilino, tras los gritos de éste por haber sentido algo así como una mano que le agarraba desde fuera de la ventana —supuestamente, el fantasma de Cathy—. Nuevamente, como ya ocurriera en la versión de 1939, también se obviará toda la última parte de la novela, de ahí que tampoco en esta adaptación aparezcan ni Hareton ni Catherine Linton, sustituida otra vez por Isabella (recurso que volvemos a ver aquí y que puede que se convierta en frecuente en aquellas adaptaciones que prescinden de la trama de la hija de Catherine Earnshaw y Edgar Linton).
Como antes señalábamos, por mucho que no esté del todo mal, y que más o menos se narren todas las cuestiones relevantes —si no atendemos a la eliminación del último tramo del libro—, lo cierto es que, al ser tan corta, es complicado que profundice demasiado en ese vínculo impertérrito que hay entre Heathcliff y Catherine. De hecho, éste, tal y como queda contado en esta cinta, parece que únicamente se sustenta en una mera pasión sin frenos, que no responde a razones o a cadena alguna; lo que es, en buena medida, erróneo o, por lo menos, parcial. La historia de “Cumbres Borrascosas” nos pone ante dos personas inentendibles la una sin la otra, que, sin embargo, asisten a que, en vida, su eterno amor quede truncado, y que sólo pueda éste recuperarse de un modo más profundo con la muerte, que les permitirá precisamente estar juntos (posibilidad que había sido frustrada cuando Catherine, en su afán de satisfacer su anhelo de tener lujos y comodidades, prioriza estos frente al verdadero amor que siente por su compañero de juegos). Además, hay ciertas licencias que se toman, algunas ya conocidas de la anterior versión, como la de que Catherine muera entre los brazos de Heathcliff —cosa que no ocurre en la novela—, pero también otras nuevas, como la de que Heathcliff, a su regreso, vaya primero a Cumbres Borrascosas y no a la Granja, y sea Ellen la que vaya a la residencia de Catherine a comunicarle su vuelta. Esto, lejos de aportar algo al conjunto, resulta ser bastante gratuito y, si acaso, resta fuerza al incómodo encuentro entre Catherine y Heathcliff bajo la atenta mirada de Edgar, que aquí no va a poder tener lugar. En resumidas cuentas, es una adaptación bastante pobre, que probablemente hubiera podido ganar algún tipo de entidad si hubiera extendido su duración a la de una película o a la de una serie, pero que se deja ver sin mayor dificultad y sin demasiados sobresaltos. Por señalar alguna escena concreta, me gusta aquella en la que, cuando Ellen va a visitar a Isabella a las Cumbres, ella le dice claramente que quiere que Heathcliff la mate o que él muera, evidenciando muy bien su sufrimiento y, de paso, recuperando además esa secuencia del libro.
Abismos de pasión (1953)
Pasamos ahora a la adaptación de 1953, que, en vez de aparecer bajo el título original, lo hace bajo el de “Abismos de pasión”. De entrada, me llama la atención que en los créditos de inicio aparezca el siguiente texto: «Esta película está basada en “Cumbres Borrascosas”, la obra inmortal de Emilia Bronté, escrita hace más de cien años. Sus personajes se encuentran a merced de sus propios instintos y pasiones. Son seres únicos para los que no existen las llamadas convenciones sociales. El amor de Alejandro por Catalina es un sentimiento feroz e inhumano que sólo podrá realizarse con la muerte. Ante todo se ha procurado respetar en esta película el espíritu de la novela de Emilia Bronté». La cita, que es textual, ya nos hace sospechar que los nombres de los personajes han sido adaptados al español o, directamente, cambiados (práctica bastante común que ya pudimos apreciar en la adaptación de 1973 de “Jane Eyre”). Aquí tendremos a Catalina (Catherine), a Alejandro (Heathcliff), a María (Ellen), a Eduardo (Edgar), a Isabel (Isabella), a Ricardo (Hindley), a José (Joseph) y a Jorge (Hareton). Esta película, dirigida por Luis Buñuel en México, va a ser algo libre respecto al libro, pero, como bien ella misma apuntaba, resulta bastante certera a la hora de trasladar esa pasión desaforada que sienten los personajes principales, bastante bien interpretados por Jorge Mistral y por Irasema Dilian.
Lo cierto es que, en ocasiones, entre que se junta el acento mexicano con que la historia es bastante melodramática, parece un poco un culebrón (a este respecto, me hace especial gracia la manera que tiene Heathcliff de coger con fuerza a Isabella y besarla en el cuello). Aun con todo, si uno consigue abstraerse de esto —y, aunque al principio resulte complicado, se acaba logrando—, encontrará en la adaptación de 1953 cosas que no habían sido tan bien llevadas en la versión de 1939. De hecho, curiosamente, son completamente dispares la una de la otra —con las ventajas y los inconvenientes que esto puede conllevar—. De entrada, en esta cinta, a diferencia de lo que ocurría en la dirigida por William Wyler —y de lo que realmente ocurre en el libro—, ni aparece el señor Lockwood y ese primer encuentro en Cumbres Borrascosas, ni tampoco se nos presenta la infancia de los Earnshaw y cómo la sorpresa desagradable de la llegada de un pequeño Heathcliff acaba desembocando en una estrecha relación entre Catherine y él, que va fraguándose desde sus primeros juegos hasta la salvaje predilección mutua. Sin embargo, tampoco se echa demasiado de menos, porque saben evocarla cada vez que comparten escena (siendo ésta una de las tantas ventajas del cine). De hecho, en esta película, ni siquiera es Ellen quien le narra la historia al señor Lockwood, porque, como acabamos de decir, éste último no existe aquí, sino que ya se abre la primera escena con el matrimonio conformado entre Edgar y Catherine. Lo que conviene resaltar también aquí es que, durante esta convivencia, esta película consigue trasladar muy bien las rencillas mutuas que se producen cuando Isabella se enamora de Heathcliff, y él, para darle celos a una Catherine a la que adora, pero a la que nunca va a poder tener, decide casarse con ella, terminando por llevar a la locura y al delirio a Catherine y, finalmente, hasta la misma muerte. A este respecto, resulta interesante también que se haya recuperado la huelga de hambre que hace la propia Catherine durante este período.
A su vez, conviene hacer alusión a la figura de Hindley, que aquí tiene un mayor protagonismo, y al personaje de Hareton, que, finalmente, en esta adaptación, a diferencia de lo que ocurría en la de 1939, sí que tiene su lugar. De hecho, resulta interesante que se haya rescatado a este último, ya que su presencia convierte en más despreciable aún a la del propio Hindley, porque aquí sí que se muestran los agravios que tiene que sufrir Hareton al tratar con semejante padre alcohólico y violento, que no siente ninguna estima por él. Al mismo tiempo, ese continuo afán de Joseph de recitar pasajes de la Biblia y de soltar a cada rato sus monsergas es muy fiel al del libro, así como ese vínculo que tiene con el pequeño Hareton, que, a falta de una figura paterna a la altura, se siente más vinculado a Joseph y al propio Heathcliff (eso sí, en el libro, su relación con este último es más evidente, pues él es quien fundamentalmente le va a criar; pero aquí, al haber sido cortada la última parte de la novela, no se aprecia tanto). A su vez, la estancia de Isabella en Cumbres Borrascosas está bastante bien llevada, reflejando lo desgraciada que se siente y lo que echa de menos el hogar del que ha sido rechazada por su matrimonio con Heathcliff, el gran tormento de su hermano Edgar. En líneas generales, el temperamento de los personajes es adecuado: así como Catherine es aquí más rebelde de lo que era en las manos de Merle Oberon, y su carácter burlón y altanero, con una cierta cara de malvada, consigue tener una presencia más acentuada en esta versión, también Heathcliff es más tosco y bruto, lo que le hace ser más fiel al personaje dibujado por Emily Brontë del interpretado por Laurence Olivier. Esa desmedida pasión entre ambos personajes encuentra aquí su espacio, siendo capaz de inmiscuirse en la reaparición de Heathcliff tanto tiempo después en casa de los Linton; pues aquí, tal y como ocurría en el libro, la reacción de Catherine es mucho más entusiasta y alegre que la que se mostraba en la cinta dirigida por William Wyler.
De cualquier modo, a pesar de las virtudes de esta película, también cuenta con ciertas licencias (¡como casi siempre ocurre!), y algunas de ellas completamente arbitrarias y que habrían podido paliarse con facilidad. De entrada, llama la atención que a Cumbres Borrascosas se le llame la Granja… ¿A cuento de qué este cambio entre un sitio y otro? No cabe una explicación que tenga sentido. Y, por otro lado, sorprende que lo que espere Catherine sea un hijo y no una hija, como ocurre en la novela. Se entiende que no vayan a continuar con la historia por falta de tiempo y, de ese modo, seguir la vida de Catherine Linton, pero habría estado bien que hubieran dejado eso como estaba, ya que cuesta entender una modificación tan gratuita. Por último, una licencia mucho más relevante, y que cambia absolutamente el sentido del libro, es que Hindley mate a Heathcliff cuando éste abre el ataúd de Catherine (suceso que sí que ocurre y que se agradece que se haya trasladado a la pantalla). En el libro, Hindley muere siendo el alcohólico detestable y adicto al juego en el que se había convertido, y se muestra incapaz de matar a aquel que se iba a terminar de hacer con todo su patrimonio, ‘educando’ por el camino a su hijo. Sin duda, Hindley tiene en la novela un final triste por penoso; y, por eso, darle el gusto aquí de que mate a Heathcliff va muy en contra del sentido trágico que termina adoptando su vida, además de ser contraproducente con esa existencia tan desdichada que nos describe Emily, y que, finalmente, será también la misma miseria que recorrerá a Heathcliff, a pesar de que sostenga su venganza durante tanto tiempo.
Cumbres Borrascosas (1956)
Estamos ante la primera miniserie sobre “Cumbres Borrascosas”. Esta adaptación italiana, dirigida por Mario Landi, está compuesta de cuatro episodios, que, en total, sobrepasan las tres horas de duración. De este modo, uno la comienza con la ilusión de que, finalmente, se consiga abordar en ella la última parte de la novela de Emily, relegada hasta ahora a la inexistencia. Si bien es cierto que ya en la primera parte confirmamos que, por lo menos, se va a tratar más que hasta ahora, al ver a una joven que encaja en buena medida con la descripción de Catherine Linton —aunque aquí bastante más amable que la de la novela—, hay algunas licencias, de las que hablaremos posteriormente, que alejan considerablemente la última parte de la narrada por la autora. Estamos ante una adaptación que consigue trasladar la pasión desbordada de sus dos protagonistas, pero que quizá excede a veces dicho contenido con conversaciones más empalagosas y románticas de las que aparecen en la novela, así como con encuentros demasiado íntimos que apenas tienen lugar en la misma. Asimismo, llama la atención que la historia se la vayan contando al señor Lockwood varias personas: primero, Heathcliff (aunque esto evoque a la adaptación de 1950, aquí, en vez de ser un recuerdo que él tiene, se lo está contando a su inquilino de una manera demasiado amable para su rudo carácter); después, Ellen (resulta curioso que en ninguna adaptación le cuente al señor Lockwood la historia desde la Granja, que es donde él está instalado y donde está por aquel entonces la criada); más tarde, Joseph (no se entiende muy bien que le hayan dibujado como alguien muy malhumorado todo el tiempo y que, en cambio, no se haga alusión alguna a su afán por leer versículos de la Biblia —muy bien reflejado, en cambio, en la de 1953—); y, por último, otra vez Ellen.
Entrando ya en los personajes, Anna Maria Ferrero consigue dotar de vigor a Catherine, pero quizá no transmite lo suficiente ese temperamento algo orgulloso y altivo —pero no por culpa de la actriz, sino por el propio guion, que no da tanto pie a ello—, salvo en la conocida escena en la que humilla a Isabella delante de Heathcliff. De hecho, la vemos demasiado desvivida por Heathcliff, cuyo papel, encarnado por Massimo Girotti, palidece en buena medida al lado de ella, que tiene mucha más presencia y fuerza en la pantalla. Es por eso que la química entre ambos personajes se me queda algo floja, siendo imposible que sea paliada o sustituida por las excesivas palabras de amor que intercambian entre sí. Haciendo alusión a otros personajes, cabe señalar a Isabella, encarnada por Irene Galter, que esta vez sí que se adapta maravillosamente bien con la descripción hecha por Emily, al presentárnosla con sus característicos rizos rubios, compartidos en la novela con su hermano Edgar —Giancarlo Sbragia—, que, si bien no los tiene tampoco aquí —aun cuando en su pelo corto se podrían llegar a intuir—, al menos es el que más se adecúa a la descripción del libro de todas las adaptaciones vistas hasta ahora. Sin embargo, ninguna de ellas ha conseguido transmitir bien su carácter: él se muestra siempre solícito con Catherine y la va a cuidar amorosamente durante sus momentos de enfermedad y de delirio (que, por cierto, esta adaptación no aborda); y, por eso, no se entiende en absoluto que aquí, en cambio, sólo la preste atención cuando se entera de que esperan un hijo. Además, ¿a qué viene esa fiesta inventada en casa de los Linton, a raíz de este descubrimiento, en la que encima Edgar invita a Isabella, y donde parece que se reconcilian? Resulta interesante cómo, hasta ahora, en todas las adaptaciones hay una tendencia a meter alguna celebración que rebaje el tono hostil del libro.
Por otro lado, el personaje de Hindley —Alberto Bonucci— es sumamente flojo en esta miniserie: ni se hace alusión a su alcoholismo, ni se ve cómo trata a su hermana Catherine y a Heathcliff tras la muerte del señor Earnshaw, ni se aprecia demasiado esa tendencia hacia una vida miserable y completamente perdida —a este respecto, cabe hacer alusión a que la mujer de Hindley, y su posterior muerte, que explica bien ese bucle en el que acaba metiéndose, aún no ha aparecido en ninguna de las adaptaciones—. Además, como entenderemos al final, al haber solapado a los personajes de Hareton —el hijo de Hindley— y Linton —el hijo de Isabella y Heathcliff—, tampoco se aprecia la violencia ejercida de Hindley hacia Hareton. De hecho, es precisamente en esta última parte donde se toman más licencias —lo que es normal si tenemos en cuenta que han mezclado a dos personajes que nada tienen que ver entre sí—. En esta adaptación, Heathcliff manda a su hijo —que aquí se llama Hareton y no Linton— a buscar un trabajo fuera de las Cumbres, porque empieza a sospechar que se puede llegar a enamorar de Catherine Linton —que ha sido enviada a Cumbres Borrascosas tras la muerte de su padre, para estar con el último pariente que le quedaba vivo—. Sin embargo, el hijo de Heathcliff decide volver a su casa, y él y Catherine empiezan a intimar poco a poco. Pero esto no sólo es absolutamente distinto a lo que ocurre en la novela de Emily, sino que va en contra del sentido de lo que se propone Heathcliff: hacerse con todo el patrimonio que pueda y, de paso, vengar a todos aquellos que le hicieron daño en el pasado y a sus descendientes. Por eso en la novela Heathcliff quiere que se casen Catherine Linton y su enfermizo hijo Linton, para que, al morir éste, él se quede también con la Granja y Catherine se tenga que quedar a vivir en las Cumbres bajo su mandato y sin ningún dinero (y, de hecho, en el libro, será en esta coyuntura y después del matrimonio con Linton y su posterior muerte cuando empezará a entablar relación con Hareton, su otro primo, al que siempre había despreciado por sus modales toscos, a pesar de que él siempre había intentado llamar su atención). Y, por último, tampoco se entiende en absoluto de esta miniserie el llanto desconsolado de Catherine Linton cuando Heathcliff se muere (momento en el que, por cierto, está presente el señor Lockwood, alejándose nuevamente de lo que ocurre en la novela). En resumidas cuentas, no es una mala adaptación, pues al menos pretende abarcar en conjunto de la novela, pero no consigue ser absolutamente fiel, remarcando demasiado algunas partes, y obviando, sin embargo, otras.
Cumbres Borrascosas (1970)
Vamos ahora con la primera versión en color, dirigida en 1970 por Robert Fuest. Lo primero que llama la atención es que empieza con el funeral de Catherine, desde el que se nos resalta una mirada intensa y desafiante entre Edgar, asistente en calidad de marido, y Heathcliff, que observa la escena desde su caballo, alejado en los páramos. A partir de ahí, se nos va a ir narrando toda la historia, esta vez haciendo Nelly de narradora de vez en cuando, pero sin que haya un señor Lockwood al que contárselo, pues esta versión prescinde de este personaje por completo. He de reconocer que, de entrada, tenía ciertas expectativas con esta versión, cuyo Heathcliff está interpretado por Timothy Dalton, que parece ser el candidato idóneo para las adaptaciones cinematográficas de las hermanas Brontë. Esta cinta, realizada 13 años antes que aquella en la que interpreta magníficamente a Edward Rochester —la versión de 1983 de “Jane Eyre”—, nos muestra a un Timtohy Dalton de unos 25 años, tan atractivo como siempre. Creo que encaja también a la perfección con el personaje de Heathcliff —que, probablemente, guarde cierta relación con el señor Rochester en cuanto a esa mezcla de ternura y rudeza—, al que sabe dotar de una fortaleza que es capaz de transmitir simplemente con su expresiva mirada. El problema es que su compañera de juegos y de reparto —Anna Calder-Marshall— no acaba de otorgar a Catherine su ímpetu tan característico, flojeando un poco en cuanto a fortaleza, y mostrándose algo etérea y distante. Reconozco que también me cuesta comprender por qué han puesto a una actriz de ojos claros, cuando se hace alusión en varias ocasiones a la intensa negrura de los suyos (precisamente una mirada que heredará su hija Catherine, y que será una de las cosas que más sacará de quicio a Heathcliff de ella, por recordarle tanto a su madre). De cualquier modo, es de recibo también señalar que, en cambio, las escenas de delirio de Catherine, poco antes de su muerte, las borda, pues en ellas su semblante, algo abstraído de normal, refleja muy bien su estado de locura. A su vez, se agradece que los Linton aparezcan como dos angelitos, que es la imagen que de ellos nos da la pluma de Emily, aunque los rizos de Edgar —los mismos que tendrá Catherine Linton— aún brillen por su ausencia, y que tampoco acaben de mostrar bien el proceso de cuidado atento que tiene hacia su mujer hasta su muerte (aunque al menos sí se exhibe la biblioteca en la que tantas horas pasa leyendo, y que, sin embargo, todavía no había hecho su aparición).
Otra cosa interesante de esta adaptación es que por fin aparece la mujer de Hindley y, por ende, también esos años sufridos por Catherine y Heathcliff tras la muerte del señor Earnshaw —cuyo fallecimiento, por cierto, se muestra tal y como aparece en el libro, siendo la primera adaptación cinematográfica que lo aborda—. De hecho, en esta película se aprecia muy bien cómo el carácter de Hindley va empeorando cada vez más —aquí se le da bastante peso a sus excesos con la bebida, a su obsesión por el juego y a sus peleas en las tabernas—, sobre todo tras la muerte de su mujer, que dará a luz a Hareton poco antes de morir. Lo curioso es que, tras su nacimiento, el personaje de Hareton queda completamente olvidado, hasta que nos enteramos de que ha muerto porque Hindley se lo dice a Heathcliff cuando éste regresa —importante invención que no sé a qué responde y qué tipo de justificación puede tener—. A su vez, es digno de señalar que en esta versión se aprecia el afecto de Ellen hacia Hindley, al que se siente especialmente unida porque se han criado juntos y prácticamente tienen la misma edad (de hecho, aquí hasta parece que ella está enamorada de él, lo que quizá sea otorgar demasiadas concesiones a la narración de Emily, pero sin resultar tampoco un disparate sin sentido). Aun con todo, hay muchas cosas que faltan por narrar, como toda la trama de Catherine Linton, de Linton y de Hareton, así como el paulatino desarrollo del personaje de Heathcliff y su posterior muerte. De hecho, a este respecto, no se entiende esa versión alternativa que plantean en esta película sobre la muerte de este personaje, pues aquí ocurre poco después del fallecimiento de Catherine, dejándose entrever que quizá haya sido perpetuada por Hindley (que constantemente desea que esto ocurra, pero que jamás lo consigue, muriendo él antes en la novela). Esto, claramente, le resta densidad a la trama, pues precisamente la venganza de ese personaje irá a peor tras la muerte de su amada. Lo único que lo justificaría es el querer cerrar con la idea a la que se le da tantas vueltas en el libro, a falta de poder tratar la última parte: la de que, al fin, podrá volver a reunirse con ella, que es su más íntimo deseo tras no haber podido cumplir todas aquellas promesas que se hicieron de niños —de ahí que, lleno de rabia y tristeza, lance la piedra donde Catherine le hizo jurar que no la dejaría nunca ni abandonaría jamás ese lugar—. Hay que reconocer que, aunque se aleje completamente del libro, esa última escena, en la que ambos aparecen corriendo por los páramos como símbolo de que vuelven a estar juntos otra vez, es muy bella. Por eso, con sus más y con sus menos, creo que la película de 1970 de “Cumbres Borrascosas” rescata varias escenas del libro que no habían sido llevadas a la pantalla hasta ahora y, probablemente, esto haga que versiones posteriores, quizá superiores en cuanto a la calidad del conjunto, también las pongan sobre la mesa. Así que, aunque sólo sea por eso, uno no puede dejar de señalar sus méritos, entre los que, por supuesto, se encuentra la presencia de Timothy Dalton.
Cumbres Borrascosas (1978)
Finalmente, llegamos a la mejor versión de “Cumbres Borrascosas” hasta la fecha (y con muchísima diferencia). Esta serie, dirigida en 1978 por Peter Hammond (director de “El regreso de Sherlock Holmes” [1986]) es el equivalente de la versión de 1983 de “Jane Eyre” (de hecho, seguramente no sea casualidad que ambas estén producidas por la BBC). Compuesta por 5 episodios de unos 50 minutos cada uno, estamos ante la primera adaptación cinematográfica capaz de hacer frente al contenido completo de la novela y, además, haciéndolo de una manera muy notable y certera. De entrada, y por empezar por lo primero que llama la atención, es de agradecer que el señor Lockwood se nos presente como un joven apuesto, y no como un hombre en sus 50 o 60 años, pues se entiende mucho mejor que se quede prendado de Catherine Linton, cuya apariencia en esta versión se adapta perfectamente con la que Emily dibujó en sus páginas. Pero lo más relevante de su personaje es que esta vez —al fin— sí han conseguido transmitir su carácter seco cuando el señor Lockwood se decide a hacer una inesperada visita a Cumbres Borrascosas —muy a diferencia de lo que ocurría en la versión italiana de 1956, donde se mostraba excesivamente amable—. Esto es empezar con muy buen pie, y nos da una idea general de la tónica que va a adoptar la serie: ser muy fiel a la novela. Lo cierto es que esto se agradece especialmente, porque aún ninguna adaptación había conseguido transmitir certeramente el espíritu del libro de Emily Brontë. Quizá la excesiva tosquedad de la que fue acusado su libro cuando fue publicado también haya permeado en casi todas las traslaciones a la pequeña y a la gran pantalla y, por eso, se haya tendido a aminorar su oscuridad para hacerla más accesible al gran público. Sin embargo, esto le hace un flaco favor a una obra tan particular y original como “Cumbres Borrascosas”, que es capaz de exponernos las peores facetas de la naturaleza humana con pelos y señales. Por eso es muy meritorio que la versión que nos ocupa lo haya hecho con tanta maestría y sin omitir ni suavizar ninguna faceta (y es que esta novela no está hecha para todos los paladares). Sólo por esto ya merecería la pena; pero es que, además, no se deja nada en el tintero, sino que es capaz de abordar toda la novela sin dejar coja ninguna parte e hilando la historia sin saltos bruscos u omisiones relevantes. Creo que va a ser difícil que alguna otra adaptación consiga llegar al nivel de fidelidad de ésta respecto al texto original, pero habrá que dar una oportunidad al resto y ver hasta qué punto alguna de ellas ha conseguido mejorar algo o han sido completamente prescindibles e innecesarias.
Centrándonos ya en cuestiones más específicas, cabe resaltar que la relación entre Catherine y Heathcliff está tratada de una manera holgada y con el suficiente tiempo como para que podamos apreciar el vínculo tan fuerte y singular que se establece entre ellos. De hecho, ésta será una de las versiones que más tiempo dedicará a su infancia, ahondando en pequeños detalles que dotan de mayor profundidad al conjunto. A este respecto, me parece muy acertado que veamos a una Catherine bastante revoltosa e inquieta, y no a la niña tan modosa y floja de otras adaptaciones. En cuanto a los actores, cabe mencionar a Kay Adshead en el papel de Catherine, pues consigue transmitir muy bien ese temperamento tan poliédrico de su personaje, que va desde una gran vulnerabilidad hasta una cierta prepotencia con significativos toques caprichosos y engreídos. Además, al fin han puesto a una actriz con un pelo rizado y oscuro, aunque aún con los ojos claros (¡qué manía!). Por su parte, Ken Hutchison encarnando a Heathcliff consigue transmitir magistralmente su carácter, aunque a mí me falla en cuanto apariencia —¡ojalá hubiera sido Timothy Dalton!—; pero, a pesar de todo, me termina convenciendo por la combinación tan brillante que hace entre desvivirse por su amor hacia Cathy y su fría e inhumana venganza extendida durante tanto tiempo, y es que consigue transmitir muy bien esa duplicidad tan característica de un personaje tan complejo como es el de Heathcliff. A su vez, no puedo dejar de aludir al tratamiento que hacen de Hindley, que no puede estar más compenetrado con el de la novela, pues, a pesar de su desgraciada y maltrecha vida, no podemos dejar de sentir compasión por su perdición hasta el último de sus días. En esto ayuda mucho que su mujer tenga un cierto peso en esta adaptación, y humaniza un poco al personaje el asistir a su incapacidad para aceptar lo poco que le queda de vida tras dar a luz a Hareton, que jamás conseguirá obtener la más mínima consideración de su padre (a este respecto, se agradece que rescaten escenas como la de cuando, volviendo borracho una noche, Hindley lanza a su hijo por el hueco de la escalera, con la suerte de que precisamente Heathcliff consigue cogerle al vuelo). Además, es la primera versión que trata la muerte de Hindley: alcoholizado un día cualquiera (una muerte igual de miserable y poco heroica que su propia vida). Lo cierto es que no hay detalle que se escape en esta adaptación, y todos los personajes, a pesar de sus miserias, pueden conducir a inspirar nuestra compasión si pensamos en aquello que les ha llevado a semejante estado. No es fácil que la brutalidad a la que asistimos consiga despertarnos ese sentimiento, pero creo que, al final, es hacia donde apunta la novela de Emily, y esto se consigue reflejar especialmente bien aquí.
El contraste entre Cumbres Borrascosas y la Granja de los Tordos es más que evidente, pero lo cierto es que sólo esta adaptación consigue captar el clima tan hostil que se respira en la primera: la suciedad, la falta de algún tipo de afecto o la desgana son capaces de inundar cada rincón de Cumbres Borrascosas, provocando que cada rato que pasemos ahí sea una perpetua agonía y nada haya que nos levante algún tipo de sentimiento elevado. Sin embargo, aun con todo, está especialmente bien llevado el personaje de Hareton, tan lleno de bondad a pesar de estar rodeado de lo menos excelso y de no haber recibido más que malas palabras y desprecio. Al hilo de esto, el desarrollo de su relación con Catherine Linton está maravillosamente tratado, consiguiendo trasladar muy bien el deseo de aprender por parte de él —algo que jamás le había sido permitido—, también reflejándolo como una forma de acercarse a ella, que siempre le ha tenido fascinado, y las constantes burlas de Catherine por su poca cultura y analfabetismo (desembocando finalmente en la única relación de cariño en semejante casa, y recordando, en parte, a la infancia de Catherine Earnshaw y de Heathcliff; es decir, a la idea de cómo una persona nos puede salvar del horror en el que podemos estar inmersos). A su vez, de esta última parte cabe resaltar cómo Catherine Linton desafía a Heathcliff, y cómo éste no la puede mirar a los ojos porque le recuerdan demasiado a los de su Cathy.
Hay muchas escenas que se recuperan en esta versión: la escena en la que Catherine pellizca a Ellen cuando Edgar viene de visita, aquella en la que Hindley le mete a Ellen un cuchillo en la boca una de tantas veces que viene borracho, la escena del calendario (aunque ésta ya había sido incorporada antes en la versión italiana de 1956), cuando Heathcliff cuelga al perro de Isabella de la rama de un árbol (escena sumamente cruel que nos muestra muy bien su idiosincrasia particular, pero que, sin embargo, no había sido traída hasta esta versión, quizá precisamente por ese afán de rebajar su maldad), y, por supuesto, toda la última parte, incluyendo todo lo anteriormente citado, pero también el personaje de Linton, que resulta sumamente fiel al de la novela. Además, la conversación que tienen Ellen y Catherine a raíz de que Edgar le haya pedido a ésta última matrimonio, si bien ha sido incorporada en casi todas las versiones —si no en todas—, en ésta adquiere una dimensión mucho mayor, pues prácticamente es literalmente la que tiene lugar en el libro (de ahí que cale más que las de otras adaptaciones). Tampoco podemos obviar las escenas de delirio de Catherine, que están magníficamente interpretadas y que incorporan también escenas inéditas, como la de cuando rompe el cojín, sacando todas sus plumas y analizando de qué ave proceden, o cuando no se reconoce en el espejo, creyendo que hay alguien más en la habitación aparte de ella y de Ellen. Al hilo de esto, cabe aludir a la capacidad de esta serie de jugar constantemente con los reflejos en los espejos o en los cristales. Además, la música de esta versión acompaña su aurea gótica, muy acorde con la novela de Emily, y que esta adaptación consigue transmitir mejor que todas las anteriores. A su vez, recuerda bastante a “Barry Lyndon” (1975) con sus estancias tan oscuras y sólo iluminadas por la luz de las velas o por el fuego. En resumidas cuentas, difícilmente otra adaptación llegará a ser tan fiel con la novela de Emily como lo es ésta.
Cumbres Borrascosas (1988)
Lo cierto es que las condiciones en las que he podido ‘ver’ esta cinta han sido excesivamente deficientes, y es que no sólo me ha faltado bastante metraje (he visto sólo 52 minutos de los 131 que dura), sino que tampoco estaba doblada ni había subtítulos disponibles, y entre que chapurrear japonés no está entre mis capacidades y que no se le pueden pedir milagros al traductor, he asistido, más bien, a una película muda. Tratando de obviar los diálogos —que, por cierto, son muy numerosos— e intentando concentrarme en aquello que pasaba, tratando de hilarlo con el libro de Emily Brontë, he podido entender algo a duras penas, pero no tendría ningún sentido ponerlo sobre la mesa sin haberla visto entera y sin entender lo que se dicen los personajes. Por ello, meterme a analizar su contenido sería dar rienda suelta a mi imaginación y no hablar de algo con un mínimo de coherencia. De cualquier modo, me ha llamado la atención adaptar este universo tan adecuado a los páramos ingleses al Japón medieval; así que, si en algún momento tengo ocasión y dispongo de la versión adecuada, la daré una oportunidad a ver hacia dónde va. Desde luego, en lo poco que he visto, queda patente que es una adaptación completamente libre y que, más allá de los personajes principales, la novela se utiliza aquí como un mero pretexto para tratar una historia de amor y de venganza.
Cumbres Borrascosas (1992)
Esta cinta, dirigida por Peter Kosminsky en 1992, es la primera capaz de abarcar en una duración tan corta la totalidad de la trama escrita por Emily Brontë en 1847. Ya por eso hay que reconocerle cierto mérito. De cualquier modo, y como uno puede imaginar, también tiene sus contrapartidas, pues no queda claro qué es mejor: contar menos, pero más detenidamente, o contarlo todo, pero acortando el desarrollo natural de los acontecimientos. Ésta es una decisión a la que ha de enfrentarse todo aquel que quiera adaptar al corto formato de una película un libro de bastantes páginas, y que cuenta además con personajes complejos, como es el caso que nos ocupa. Es cierto que, si el material del que se parte es bueno, uno no podrá aspirar a superarlo —o incluso a igualarlo—, pero es que para eso es tan fácil como acudir al libro. Por eso una adaptación cinematográfica, a través de sus peculiares medios, debe ser capaz de darnos algo diferente de aquello que nos aporta la mera lectura. He de decir que, para ello, la música de esta cinta acompaña muy bien la narración: sin ser molesta, tiene unos acordes que se le graban a uno en la memoria y que acompañan muy bien esta historia de venganza, amor, hostilidad y sufrimiento.
Si atendemos a los personajes, creo que Juliette Binoche no está mal en el papel de Catherine, aunque en ocasiones resulta ligeramente tonta o infantil con ciertas risitas a destiempo —reconozco que me molesta sobremanera este elemento que de vez en cuando aparece en el cine sin saber uno muy bien por qué—. Es cierto que es capaz de mostrar esa capacidad que tiene Catherine, por medio de la persuasión, de salirse siempre con la suya y de llevarse el gato al agua, pero a veces se echa de menos cierta fortaleza de carácter, que es capaz de explicar que se entienda tan bien con una naturaleza tan oscura como la de Heathcliff. Aunque una cosa sí que es digna de resaltar, sobre todo porque no es la primera vez que hago alusión a ello: ¡al fin han puesto a una Catherine Earnshaw con los ojos marrones! (Es cierto que no son negros como los del libro, pero algo es algo.) Atendiendo ahora a Heathcliff, hay que decir que está bastante conseguido, tanto en apariencia como en temperamento. Encarnado por Ralph Fiennes, estamos ante uno de los Heathcliff que mejor combinan el atractivo físico con una dureza y frialdad sin parangón. De cualquier modo, uno de los problemas que tiene es que, al durar sólo 106 minutos, la infancia de ambos personajes queda completamente diluida en un par de momentos, pasándose directamente a su relación durante la juventud, donde son, a mi parecer, más explícitos de lo que aparece en la novela de Emily (aunque es un defecto que no sólo aparece en esta versión, sino que vemos cómo se repite una y otra vez).
De hecho, al fin y al cabo, y como ya ocurría con “Jane Eyre”, “Cumbres Borrascosas” es un libro que deja entrever más de lo que realmente ocurre de facto; aunque es comprensible que eso mismo que puede derivarse de páginas y páginas narrándonos tanta complicidad mutua necesite ser trasladado de una manera más explícita cuando no se cuenta con tanto tiempo. Creo que ambos tienen una gran química, lo que eleva mucho la calidad del conjunto, pues es una de las claves de una historia como ésta. A su vez, atendiendo a los secundarios, Ellen no está del todo mal, sobre todo en cuanto a edad —pues habitualmente la suelen poner mucho mayor de lo que es—, pero resulta algo flojilla si la comparamos con la de las páginas de Emily. Lo cierto es que Ellen es un personaje muy importante, y su relación con Catherine, repleta de tiras y aflojas, muestra un temperamento capaz de conjugar cierta firmeza con una buena dosis de ternura. Además, aunque su relación con Catherine Earnshaw fue siempre algo más complicada, a pesar de quererla mucho por llevar toda la vida con ella, su vínculo con Catherine Linton es muy especial, pues es una niña a la que al principio casi todo el mundo rechazaba —pues su madre había muerto precisamente al darla a ella a luz—, pero que luego llenó de amor la Granja, convirtiéndose en la preferida de su padre y de Ellen, lo que aquí no se aprecia prácticamente nada, pues son muy pocas escenas y muy pocos minutos los que comparten (lo que, en cambio, estaba muy bien reflejado en la versión de 1978).
Una cosa novedosa de esta versión, y que no termino de entender, es que empieza la cinta con la que se supone que es Emily Brontë, que será la que nos narre la historia de “Cumbres Borrascosas”. De hecho, sorprendentemente, un recurso como el de la narración no ha sido todavía muy explotado por las adaptaciones de este libro, cuando precisamente es Ellen quien le narra toda la historia al señor Lockwood (pudiéndose quizá haber combinado recreaciones de las secuencias con la mera narración de la criada para ahorrar tiempo). De cualquier modo, ésta es la primera adaptación que más uso hace de este medio, pero añadiendo, como decíamos, una novedad: que es la propia autora del libro, y no Ellen, la que, de vez en cuando, hace alguna aportación que favorece un avance más rápido de la historia, evitando que nos perdamos por el camino. Respecto a las localizaciones, llama la atención que ésta sea la casa de Cumbres Borrascosas más diferente, y también la más gótica —de algún modo, ese aspecto un poco de castillo recuerda a la Thornfield Hall de “Jane Eyre”, aunque en un formato infinitamente más pequeño y modesto—. A su vez, la Granja vuelve a recuperar la misma estética de su predecesora, con tonos blancos, rojos y dorados.
Sin embargo, hay cosas que chirrían o detalles tontos que podrían haberse evitado y que no habría costado ningún esfuerzo haberlos llevado bien. Por ejemplo: ¿por qué han puesto a Isabella pelirroja y no rubia?, ¿por qué también en esta película —como ya pasaba en la de 1950— Heathcliff va primero a Cumbres Borrascosas y luego a la Granja, y no al revés?, ¿por qué dicen que han pasado dos años y no tres desde que Heathcliff se marchó?, ¿por qué han puesto a Catherine Linton con los ojos claros, cuando precisamente queda patente en el libro que eso es lo único que tenía igual que su madre (de ahí que le cueste tanto a Heathcliff mirarla de manera sostenida)? Parecen tonterías, y quizá lo sean, pero son cosas que se podrían haber ahorrado manteniendo las de la versión original (y sin que les supusiera casi nada). Otras cosas más costosas de digerir son las que tienen que ver con la última parte. Por ejemplo, toda la trama de Linton resulta muy forzada porque no ha tenido ningún tipo de desarrollo (ni siquiera se trata tampoco la huida de Isabella). Lo cierto es que el tipo de vínculo que se genera entre los primos se produce, en buena medida, por la tendencia tan acusada de querer precisamente aquello que no puedes tener: como a ellos les separaron abruptamente cuando sólo habían estado juntos unas horas, el día en el que Catherine Linton descubre, por casualidad, que su primo vive en Cumbres Borrascosas, a tan sólo unas millas de su casa, empieza a interesarse más y más por él, hasta que su relación se va afianzando poco a poco (siendo facilísimo que Heathcliff cumpla con su plan: convencer a su hijo de que se case con ella, para que así él pueda heredar toda su fortuna cuando él se muera, algo que se espera que suceda muy pronto). Sin embargo, aquí queda todo completamente precipitado: no hay primer encuentro entre Linton y Catherine en la Granja, sino que ella ya le conoce cuando está en Cumbres Borrascosas, y prácticamente no se produce encuentro alguno entre ellos; por eso aquí ella parece mucho más forzada a casarse con su primo de lo que lo está en el libro. Y, para comentar una cosa más, se nota la influencia de la versión de 1978 en lo de empezar y acabar (a falta de unas pocas escenas más) de la misma manera: con la secuencia del señor Lockwood llegando a las Cumbres, habiéndonos contado toda la historia hasta llegar a ese preciso momento. La verdad es que me parece una versión bastante decente para su corta duración, aunque está lejos de lograr transmitir la grave densidad de la novela de Emily.
Cumbres Borrascosas (1998)
Ahora toca analizar la versión de 1998, dirigida en este caso por David Skynner. Estamos ante una versión más que notable, que le coge el guante a la de 1992 en eso de contar la historia completa en la corta duración de una película, rondando esta vez las dos horas. Ya esto, como decíamos de su predecesora, tiene cierto mérito; pero ahora habrá que analizar hasta qué punto ha conseguido hilar la trama de buena manera. Creo que el espíritu captado por esta adaptación está bastante conseguido, quedando además integrado con una música que acompaña muy bien las pasiones extremas que protagonizan este drama. Sin necesitar demasiado tiempo, consigue que nos creamos el vínculo tan íntimo y particular que hay entre Catherine y Heathcliff, que se extiende desde su más tierna infancia hasta su juventud, y que calará en ambos personajes de una manera tan sumamente profunda e irrefrenable. Lo cierto es que, sin ser exactamente a quien yo habría elegido —aún no me ha pasado como con la Jane Eyre de la versión de 1983—, sí que se acerca más a la Catherine de mi imaginación, y a ello contribuye, entre otras muchas cosas, que hayan puesto a la actriz que la encarna, Orla Brady, con una cabellera oscura y rizada en condiciones. Además, creo que tiene más personalidad que la encarnada por Juliette Binoche, que se quedaba algo desinflada y ñoña, estando más en la línea de la Catherine de la versión de 1978. Aun con todo, todavía espero que haya alguna que consiga combinar ambas facetas de una mejor manera entre las versiones que restan (aunque mis expectativas se van poco a poco apagando). Respecto a Heathcliff, interpretado por Robert Cavanah, podemos decir que probablemente estemos ante uno de los más acertados de los vistos hasta ahora: su rudeza ante la venganza esperada y deseada durante tanto tiempo contrasta maravillosamente bien con la pasión profunda y sincera que siente por Cathy. Asimismo, su mera presencia resulta intimidante cuando está ante aquellos que detesta, pero también sumamente vulnerable cuando se encuentra ante la única persona que le comprende.
Una cosa que agradezco mucho es el papel que se la da a Ellen en esta versión, pues, tal y como ocurriera en la adaptación de 1978, tiene el punto justo de rudeza y de delicadeza. No es fácil conseguir ese equilibrio, pero creo que esta película lo conseguirá en varias ocasiones: sin bailarle jamás el agua a Catherine, siempre se muestra dispuesta a ayudarla en lo que necesita. Lo cierto es que más o menos todos los personajes están bien perfilados, agradeciéndose la vuelta a un Hindley más presente que en la versión de 1992, donde quedaba prácticamente diluido, y viviendo en algunas secuencias su paulatina perdición —cinematográficamente hablando, me parece muy acertada la escena en la que, tras la muerte de la mujer de Hindley, Heathcliff le pone un vaso de alcohol delante, como sabiendo ya la tendencia que guiaría su miserable existencia—. No podemos dejar de valorar aquellas adaptaciones que han hecho alusión a su mujer, pues precisamente su pérdida es la que contribuye a que sintamos compasión por el rumbo que irá tomando su vida, humanizando de algún modo la debilidad del personaje. Además, creo que humanizar ciertos comportamientos degradantes y despreciables es algo imprescindible a la hora de juzgar con justicia un libro tan singular como el de “Cumbres Borrascosas”, donde la sordidez está a la orden del día, así como las ganas profundas de que quienes han hecho mal reciban también mal de vuelta, pero donde también se respira un profundo amor y una insoportable dependencia.
Algo que ha incorporado nuevo esta versión de 1998, y que no se había hecho hasta ahora para intentar contar todo en el menor tiempo posible, es lo de seguir con la historia unos cuantos años después. En este caso, se utiliza en tres ocasiones: al principio, poco después de que el señor Lockwood haya salido corriendo de la habitación aludiendo que una mujer le había agarrado de la mano diciendo que la dejaran entrar, y entre Heathcliff gritando «Cathy, Cathy», aparece una nueva escena con un letrero que dice «Treinta años antes», donde se nos narrará la infancia y parte de la juventud de la familia Earnshaw, especialmente la de nuestros protagonistas; otro justo después de la huida de Heathcliff a raíz de la conversación entre Catherine y Ellen, en el que pone «Cinco años después» (aunque realmente son tres), que es precisamente cuando Catherine ya está viviendo en la Granja y Heathcliff reaparece (un encuentro, por cierto, bastante emocionante en esta versión); y un último, después de la muerte de Catherine, y también de la de Hindley, en el que pone «Quince años después», y que comienza con Catherine Linton en su época de juventud, cuando vive en la Granja con su padre, Edgar, y Ellen. Si bien utilizado de mala manera es un recurso algo tramposo y molesto, haciéndolo bien puede permitir contar más, y mejor, sin ahondar en cuestiones que se sobreentienden o que no se necesita recalcar, centrándose en cambio en otras que sí merecen de cierta explicación para dotar de sentido al conjunto de la trama. Además, en este caso, al no disponer de narrador, también ayuda a situar la historia y a no perderse.
De cualquier modo, tampoco se le puede pedir milagros a este recurso y, sin duda, en la última parte hay ciertas lagunas que van en contra del sentido del libro y que resultan algo molestas. Me refiero al personaje de Linton. En esta adaptación, en vez de hacerlo a sus espaldas, y sin ella saberlo, está presente Catherine Linton cuando su primo se traslada a Cumbres Borrascosas por el requerimiento de su padre, Heathcliff. Lo han hecho así para luego poder hilarlo con la correspondencia que ambos personajes mantienen y para acortar la narración, pero resulta muy precipitado. Además, ocurre un poco como en la versión de 1992; y es que, al no haber podido desarrollar la relación que van estableciendo ambos primos —como sí lo hizo muy bien, en cambio, la adaptación de 1978, sobre todo porque contaba con más tiempo—, vuelve a quedar muy forzado que ambos personajes se casen (cuando, si bien es algo que pretende propiciar Heathcliff, no es contrario en absoluto a los sentimientos de Catherine Linton, que está verdaderamente enamorada de su primo). Y esta misma rapidez en el desarrollo de una trama que, en cambio, en el libro tiene su paulatino y tranquilo desarrollo, ocurre también con la relación entre Catherine Linton y Hareton —interpretado, por cierto, por un jovencísimo Matthew Macfadyen—, que va desde el más absoluto desprecio de ella hacia él hasta el enamoramiento y la relación más tierna. Aquí, aunque toda esta evolución de los personajes ocurre muy precipitadamente, cabe señalar una secuencia acertada en la que Ellen les observa por la ventana de las Cumbres y no puede evitar pensar en la fallecida Cathy y en su querido Heathcliff. Sin duda, por muchos pesares que hayan vivido las paredes de Cumbres Borrascosas, parece que hay algo que se sobrepone a todos ellos; y de eso va también va la singular novela de Emily Brontë.
Cumbres Borrascosas (2004)
Estamos ante una nueva adaptación de “Cumbres Borrascosas”, esta vez en formato de miniserie, y dirigida por Fabrizio Costa, que se extiende alrededor de dos episodios, durando un total de unos 200 minutos. Lo cierto es que su larga duración nos hacía esperar un tratamiento adecuado de la última parte del libro, tan maltratado por casi todas las versiones; sin embargo, para nuestra sorpresa, no sólo no se trata por encima, sino que no se trata en absoluto, haciendo como que no existe. De hecho, en cuanto uno comienza el visionado se espera ya esto, porque no se ve por ningún lado al personaje de Catherine Linton; pero yo he de reconocer que, aun con todo, tenía la esperanza de que, a pesar de que hubieran cambiado eso, sí que iba a aparecer luego su historia en la adaptación. Pero no. Se entiende que, de cortar algo por tiempo, se haga de esta parte —es normal que sea la apasionada y tormentosa relación entre Catherine y Heathcliff lo que suela interesar más—, pero, de ahí a hacer como que no existe, hay un trecho; además, precisamente esa última parte viene a confirmar la dura venganza de Heathcliff no sólo contra aquellos que le hicieron sufrir en vida, sino también contra los descendientes que dejaron. De hecho, eludiendo esta última parte, se genera una visión más favorable de Heathcliff de la que realmente tiene lugar, siendo bastante injusta con la narración de Emily. Lo cierto es que, como ya hemos comentado en alguna ocasión, esta eliminación de una parte tan extensa del libro tiene su mismo paralelismo en casi todas las adaptaciones de “Jane Eyre”, y lo que hace es reducir las novelas de las dos hermanas Brontë a algo mucho menos complejo de lo que verdaderamente son, haciéndoles un flaco favor a ambas, a la par que complacen al público o le tratan con un cierto infantilismo, y confirmando precisamente esa imagen bucólica que casi todo el mundo tiene de ellas y que tan poco bien hace a su innegable legado literario.
De cualquier modo, obviando esta ligera digresión, debemos entrar ahora a reflexionar sobre esta nueva adaptación de un clásico infinitamente llevado a la pequeña y a la gran pantalla. ¿Aporta algo nuevo? No. ¿Se deja ver? Con muchos peros. De entrada, molesta bastante el uso de la cámara en las primeras escenas, justo cuando el señor Lockwood ha llegado inesperadamente a Cumbres Borrascosas: ésta se mueve de un lado a otro, generando planos inclinados, y, en vez de sorprender —que suponemos que era su intención—, se queda en algo pretencioso y mareante. Obviando esta insignificancia, volvemos a algo que casi todas las versiones han llevado de la misma manera: Ellen está en las Cumbres, y no en la Granja, y será desde allí desde donde le irá narrando la historia al señor Lockwood —que aquí, por cierto, vuelve a adquirir ese aspecto bigotudo que se ha repetido en numerosas versiones, y que dista mucho del galante hombre joven al que se alude en la novela—. Sin embargo, esta versión adopta una novedad, que a mí me había resultado muy extraño que no se hubiera hecho hasta ahora, y que se agradece, pues es algo más fiel con el libro: hay unas pequeñas —y escasas— interrupciones en la historia, que nos llevan de nuevo al presente, donde la criada y el forastero se encuentran en ese momento. He de reconocer que me gusta este detalle, porque recalca que, al final, todo “Cumbres Borrascosas” es la narración de Ellen. Sin embargo, precisamente por eso me estorba especialmente que ciertas escenas, imposibles de ser narradas en la novela por lo que acabamos de decir, sean llevadas a la pantalla: por ejemplo, la visita a Liverpool del señor Earnshaw, donde encuentra a Heathcliff —Alessio Boni—, o cuando vemos cómo éste último, tras la huida de Cumbres Borrascosas, y estando en una taberna, se resuelve a coger un barco que le conducirá a las Américas. Sin duda, es un recurso que no me gusta y que coarta la imaginación del espectador (y que ya lo hice notar también en la versión de “Jane Eyre” de 2006, donde ocurría exactamente lo mismo).
De cualquier modo, tampoco ocurre en demasiadas ocasiones, y hay cosas mucho más graves a las que no podemos dejar de aludir. Sobre todo, hay una particularmente molesta: el trato que recibe el personaje de Hindley (aquí, no sé muy bien por qué, llamado Ivory), interpretado por Franco Castellano. En esta adaptación está convertido en un villano desde el principio, borrando cualquier tipo de matiz o compasión que podamos sentir hacia su persona. Además, nuevamente se ha prescindido de hacer cualquier alusión a su mujer, lo que impide que se vea el arco del personaje, cuya maldad y perversión van en aumento, terminando por culminar tras la muerte de su amada, que será el punto de no retorno. Además, aquí no sólo resulta repugnante desde el primer momento, sino que empieza a darse a la bebida desde muy pronto, cuando aún el padre está vivo —de hecho, incluso le roba dinero para seguir con su adicción al juego y pagar sus deudas—, no habiendo un antes y un después en su personaje. Otra cosa que sorprende sobremanera es la figura del padre, que, así como en la novela se muere cuando ellos son pequeños, y en una circunstancia sumamente tranquila, cuando su hija Catherine le está cantando una canción antes de irse a dormir —como bien supieron reflejar las versiones de 1970 y de 1978—, aquí, sin embargo, y para meter más leña al fuego, van a modificarlo radicalmente. En una salida de él y Hindley, donde el temporal no acompañaba especialmente, el señor Earnshaw se cae del caballo, Hindley no le ofrece su ayuda, aun cuando de sobra podría haberlo hecho, y, al volver con más refuerzos de las Cumbres, le encuentran muerto. ¿Qué necesidad había de que odiáramos más a ese personaje? Sin embargo, no es ésta la única muerte que se inventan o que modifican, sino que prácticamente no se libra ninguna: la de Hindley aquí ocurre tras una trifulca entre él y Heathcliff, tirándole éste último por las escaleras y provocándole su muerte (cuando Hindley, como ya hemos comentado en alguna otra ocasión, muere un día cualquiera tras una borrachera cualquiera); la de Catherine, que aquí ocurre en brazos de Heathcliff, como tantas otras versiones mostraron erróneamente también, y no cuando Heathcliff está ya fuera de la Granja esperando a ver cómo se desarrollan los acontecimientos; y la del propio Heathcliff, que aquí se le encuentran muerto, tirado en la nieve, y no en su casa, después de unos cuantos días sin prácticamente comer, y tras el cambio producido en él: no ver ya el sentido de continuar con su venganza.
Aludiendo ya a los personajes, no podemos obviar que, finalmente, ha ocurrido el milagro: ¡han puesto a una actriz —Anita Caprioli— con el pelo muy oscuro, con rizos y con los ojos marrones! Sin embargo, de carácter vuelve a ser floja, y dista mucho de la Catherine Earnshaw que la pluma de Emily supo describir con tanta singularidad. Además, Heathcliff —al que, por cierto, también se le suele poner con los ojos claros, cuando se repite en varias ocasiones que los tiene negros—, a pesar de no estar mal de aspecto, resulta excesivamente suave de carácter, siendo de los más blandos en este sentido. De hecho, sorprende el agradable trato que recibe Isabella de él en alguna ocasión en la que el Heathcliff de la novela se habría mostrado infinitamente más rudo y seco. A su vez, si bien ambos tienen bastante química en pantalla, resultan demasiados explícitos sus encuentros, alejándose bastante del libro. Además, aquí es tan evidente la relación amorosa que hay entre ambos, que hasta el padre le dice a Heathcliff que confía en que no mantenga un vínculo de esas características con alguien que se ha criado como su hermana (a este respecto, en un momento dado de la adaptación en el que él quiere darle a Heathcliff el apellido Earnshaw, éste se niega a recibirlo precisamente porque no la puede ver como una hermana, sino como algo más; algo que, por cierto, le confiesa directamente al señor Earnshaw). Esto, sin duda, no ocurre en absoluto en el libro, y parece que lo han forzado también con esa muerte posterior del padre, y no cuando aún eran unos niños. Además, para colmo, tras la muerte del señor Earnshaw, y cuando Hindley se ha erigido él mismo como patrón de la casa —tras haber quemado el testamento del padre—, Catherine y Hindley se presentan ante él y le dicen que se quieren casar (¿cómo no echarse las manos a la cabeza ante esta escena?). Pero no es la única invención, y ésta que viene a continuación vuelve a perjudicar al maltratado Hindley: tras la huida de Heathcliff al haber oído la conversación entre Catherine y Ellen, Hindley le va a decir a Catherine que Heathcliff ha muerto, mostrándole una prenda suya repleta de sangre. Pero es que hay tantas cosas que tienen poco sentido…: que Isabella —Winter Ave Zoli— sea tan pequeña al principio; que Heathcliff haga su aparición tras todo ese tiempo en medio de una fiesta, perdiéndose toda la gracia del mismo, y no en un contexto en el que están sólo Isabella, Edgar y Catherine (además de haber ido antes a las Cumbres y no a la Granja), etc. Haciendo alusión a las localizaciones, resulta interesante de esta versión, no habiéndose visto en ninguna otra, que la nieve recubra cada recoveco durante toda la adaptación. La música, bastante presente, parece en ocasiones acompañar una película de tarde un domingo cualquiera. Por sacar alguna cosa positiva, reconozco que el vestuario está bastante cuidado. Por lo demás, no hay mucho destacable en una versión que vuelve a ser, en buena medida, prescindible.
Cumbres Borrascosas (2009)
Nos encontramos ahora ante una película de TV, esta vez compuesta por dos partes, sobrepasando por poco la hora cada una, y dirigida por Coky Giedroyc. Sin duda, lo primero que sorprende es cómo comienza, tras una corta escena en la que vemos cómo Heathcliff está soñando con Catherine, pues lo hace in media res —podemos apreciar en este punto una posible inspiración de la adaptación de 2011 de “Jane Eyre”, de la que ya hablamos en su momento por aquí, y que recurre al mismo recurso—. El empiece, por tanto, nos sitúa ya en un momento bastante avanzado de la novela: aquel en el que Linton debe abandonar la Granja para irse a vivir con su padre, Heathcliff, a las Cumbres. Sin embargo, a pesar de la alegría inicial que supone esto, a saber, que se vaya a tratar esta última parte, lo cierto es que hay una cosa que chirría bastante: ver cómo la joven Catherine Linton (de ojos claros, para variar, y difícilmente comparables a los de su madre, a pesar de ser precisamente el único rasgo que ha heredado de ella) está observando todo esto desde su ventana (menos mal que, al menos, no sabe a dónde se lo llevan, pues su padre se lo quiere ocultar, terminando por descubrirlo ella por casualidad durante uno de sus paseos). Además, aquí, a diferencia de la novela, le acaba llevando a Cumbres Borrascosas Edgar —interpretado, para mi sorpresa y satisfacción, por Andrew Lincoln— en vez de Ellen (este tipo de cambios gratuitos y que no aportan nada son excesivamente molestos). Aun con todo, uno se reconcilia con esta parte cuando asistimos al mismo burdo y tosco recibimiento, descrito en las páginas de Emily, de Heathcliff hacia su hijo. Poco después, aparecerá un cartel de «Seis meses más tarde», donde se nos narrará el reencuentro entre Catherine Linton y Linton, las siguientes quedadas que van a tener, el encierro forzoso al que la somete Heathcliff, y donde ya se nos pondrá sobre la mesa la intención que tiene éste último de casarlos para quedarse luego con todo el patrimonio de ella, dada la inminente muerte de su padre y la también próxima muerte de Linton. Esta etapa se cerrará con una bella escena en la que Heathcliff, después de haber desenterrado el ataúd de Catherine, vuelve a las Cumbres y observa cómo la joven Catherine Linton está asomada a la ventana, lo que le recuerda a la misma escena protagonizada por su madre de joven y también de niña. De esta manera es como se entronca con el principio de la historia: cuando el señor Earnshaw trae a Heathcliff de las calles de Liverpool. En esta ocasión, por tanto, no será tampoco a través de la narración de Ellen al señor Lockwood, pues éste no está presente en ningún momento de la adaptación.
Entrando ya en el núcleo duro de la película, no podemos evitar señalar la desproporción tan enorme que hay entre los dos actores protagonistas: Tom Hardy interpretando a Heathcliff se come con patatas a Charlotte Riley encarnando a Catherine (ni su pelo castaño ni sus ojos oscuros consiguen elevar su insulsa actuación). Es tan clara la diferencia que, a veces, uno desearía que él no fuese tan sumamente bueno para que la presencia de ella no se hiciera tan prescindible. De hecho, probablemente ella sea la más floja junto con Ellen, que no puede ser más sosa, y Hareton, al que le falta bastante rudeza —personaje que, en cambio, supieron adaptar bastante mejor las versiones de 1978 y de 1998—. Además, aunque quizá no venga demasiado al caso, no puedo obviar señalar lo horrible que me parece el vestuario de Catherine, que, en ocasiones, podría ser perfectamente el de una ‘pijipi’ del siglo XXI, sobre todo con esos pañuelos que la ponen —que yo, por cierto, jamás he visto en una película de esta época—. Esto me saca bastante de la cinta, pues, a veces, cuando me fijo sólo en ella, me parece estar viendo una película actual. Eso sí, por dar una de cal y otra de arena, he de decir que las casas tanto de Cumbres Borrascosas como de la Granja de los Tordos son para mí las más acertadas de todas las versiones y las que más se ajustan a las que yo había vislumbrado en mi cabeza. A su vez, creo que también la banda sonora es digna de mención, pues sabe aportar tensión a aquellos momentos que lo requieren, pero también acompañar la constante oscuridad que late detrás de muchas secuencias.
De cualquier modo, por mucho que pareciera que con ciertas escenas se respetaba esa idea de sugerir en el cine por medio de gestos, miradas o contexto, hay ciertas secuencias que rompen completamente con esto, volviéndose excesivamente obvias e innecesarias. A este respecto, no podemos dejar de hacer alusión al momento en el que, tras la muerte de la mujer de Hindley, Heathcliff le comenta a Catherine que éste ha perdido a la única persona que le quería, cuando en absoluto resultaba necesario recalcarlo mediante una conversación tan evidente y poco sugestiva, pues era algo que se podía sobreentender perfectamente. De hecho, hay otros tres momentos en los que sucede esto mismo, aunque de una manera mucho más acusada, y que resultan excesivamente desesperantes. El primero de ellos es que no se entiende en absoluto que, antes de que tenga lugar la conversación entre Catherine y Ellen (en la que, por cierto, se hace quedar mejor a Catherine que en la novela, pues aquí es la propia Ellen la que dice que casarse con Heathcliff sería degradante para ella y un muy mal trago para Hindley), cuando Edgar le ha pedido matrimonio, sea la propia Catherine la que se lo cuente a Heathcliff de primera mano. ¿A cuento de qué semejante atropello? ¿Por qué añadir un acontecimiento que, encima de no tener lugar en el libro, no hace más que restar la carga dramática de aquello que le hace a Heathcliff huir? El segundo de ellos es el que tiene lugar el día de la boda entre Edgar y Catherine, cuando a ésta última un joven le da una nota en la que pone: «Sé que me has traicionado» (que, por cierto, tiene lugar precisamente después de poner «Tres años más tarde» de la huida de Heathcliff, cuando realmente la reaparición de este personaje, que sí que se produce en ese espacio de tiempo, en la novela sucede cuando ya están asentados como matrimonio); pues, al saber de sobra que es de Heathcliff, se rompe toda la sorpresa del encuentro entre ambos personajes después de tanto tiempo (sin contar con que, en esta adaptación, la vuelta de Heathcliff no comienza en la Granja, sino en una taberna donde está Hindley). Y el tercero de ellos es cuando Isabella, estando ya instalada en las Cumbres, le anuncia al propio Heathcliff que se va a marchar de allí, sin que él haga nada para evitarlo; perdiéndose nuevamente todo el dramatismo de una huida como ésa, que tiene lugar con la máxima discreción y evitando ser descubierta (y esto obviando el encuentro que tiene con Edgar en ese preciso momento pidiéndole que le deje volver a la Granja, que es totalmente inventado y gratuito).
Además, cabe señalar algunos otros detalles que se podrían haber evitado con facilidad y que, sin embargo, van lastrando el conjunto. Por ejemplo, si querían recuperar la escena en la que Ellen, mientras hace sus tareas, está vigilando a Catherine y a Edgar, al menos lo podían haber hecho bien…, porque aquí volvemos a apreciar el poco carácter que tiene la Ellen de esta versión, que a la primera que le pide Catherine una cosa —en este caso, abandonar la estancia—, ella la hace sin rechistar (cuando realmente en la novela se niega a hacerlo, y Catherine la pellizca fuertemente; provocando una situación violenta e incómoda ante su futuro marido). Esta debilidad de temperamento tiene también su eco más adelante cuando, estando Catherine ya muy enferma, le pide que le abra la ventana —cuando están en una época extremadamente fría— y, sin contradecirla en absoluto, lo hace. O también, si querían adaptar la trifulca entre Catherine e Isabella, pierde mucha más gracia que aquí ocurra con Edgar delante. Luego hay algún otro detalle también tonto, como que se llamen mutuamente «mi amor» o, en alguna ocasión, ella «querido» a él, pues no les pega nada.
Después de una escena bastante bella, a la par que triste, cuando está aún abierto el ataúd en la Granja con el cuerpo sin vida de Catherine, y él le dedica las palabras de que no puede vivir sin su vida, de que no puede vivir sin su alma, y de que, por favor, se le aparezca bajo cualquier forma, entroncamos nuevamente con la historia con la que se abrió esta adaptación, pero esta vez durante la boda de Catherine Linton y de Linton 18 años después. El tiempo que tienen para desarrollar este último tramo es muy escaso —poco más de 15 minutos—, teniendo que pasar de puntillas por los cuidados de Catherine Linton a su marido hasta su muerte; por la paulatina relación entre ella y Hareton, que termina desembocando en algo más que una amistad; y por el cambio producido en Heathcliff, que le conducirá finalmente a su muerte (aquí, en vez de por inanición y por un cierto abandono, como ocurría en la novela, por pegarse un tiro; lo que vuelve a resultar bastante gratuito). En resumidas cuentas, no es la mejor adaptación, ni tampoco la más fiable, pero se agradece que haya hecho el esfuerzo de trasladar a la pantalla ese último tramo, que muy pocas veces ha sido llevado con acierto. De cualquier modo, Tom Hardy encarna tan sumamente bien a Heathcliff, que sólo por eso es recomendable su visionado.
Cumbres Borrascosas (2011)
Vamos a hablar ahora de la adaptación de 2011, dirigida por Andrea Arnold (que ha co-dirigido, por cierto, la serie “Big Little Lies” [2017-2019]) en formato de película. De entrada, se nota que de presupuesto ha ido holgada, pero esto siempre aguarda muchos peligros, entre ellos, el de centrarse demasiado en la forma y dejar a un lado el contenido; y esto es algo que aquí pasará de una manera cristalina. Es una adaptación en la que los movimientos de cámara siguiendo a los personajes son constantes, lo que genera una sensación de claustrofobia que, si bien no es contraria a la expuesta en “Cumbres Borrascosas”, sí que acaba por ser agotadora. Además, por mucho que en un principio resulte interesante que se muestren los páramos y toda la naturaleza circundante, fundamental en esta novela —reflejando muy bien el carácter de la propia Emily, que se sentía muy ligada a su entorno en Haworth, resultándole especialmente insoportables las ocasiones en las que hubo de abandonarlo—, así como en un movimiento como el del Romanticismo, lo cierto es que, a partir de un cierto punto, es sumamente cansino por pretencioso: los primeros planos de animales o de flores, pero también otros más amplios de colinas o campos de brezo, acaban por inundar casi toda la cinta, a la que le resulta imposible pasar de una escena a otra sin recrearse en alguno de estos aspectos. Además, todo quiere resultar bastante exagerado para que llame la atención y nos atrape: el viento, la lluvia o la oscuridad son remarcados constantemente para que, quizá, uno esté más pendiente de esto que de aquello que se nos está contando, que, por cierto, acaba siendo bastante flojo. Cuando uno ya va viendo la dinámica que sigue la película, no puede dejar de pensar cómo la narración está al servicio de ciertos planos que quieren ser mostrados para lucirse; a este respecto, cabe señalar, entre otros mil ejemplos, algunos como el de hacer fumar a Heathcliff una pipa, casi como para mostrar de una manera fetichista y cuidada el humo, o esa escena, a lo “Romeo y Julieta” (1597), en la que Heathcliff tira una piedra a su ventana, que parece que sólo ha sido metida para poder sacar un plano bonito. Por no hablar de cuando Cathy le pone la bota en la cabeza a Heathcliff tras su vuelta, que casi parece que simplemente se ha hecho para poder hacer el dichoso primer plano de rigor. Estas cosas no me pueden molestar más. De cualquier modo, no podemos obviar que hay escenas que parecen cuadros, como cuando están corriendo por los páramos hacia casa de los Linton. La verdad es que todo esto me resulta cansino hasta la extenuación, y no podré dejar de levantar los ojos a lo largo de la cinta como signo de desesperación y aburrimiento. Si todo esto fuese acompañado de la compleja historia de la novela, no podría sino haberlo visto como algo que favorece la creación de la atmósfera agobiante y sombría que recorre estos desolados páramos ingleses; sin embargo, parece más un continuo ejercicio de estilo que algo que ayude a comprender mejor la trama.
Tampoco puedo dejar pasar que, nuevamente, esta película no se ha hecho cargo en absoluto de la historia de los descendientes de los protagonistas —salvo del pequeño Hareton, al que al menos sí han tenido el detalle de incluir—. De hecho, sorprende cómo casi toda la historia está centrada en Heathcliff y Catherine de niños, alargándose esta coyuntura hasta más de la mitad de la película —que dura en torno a 2h y 10—, y teniendo lugar la propuesta de matrimonio de Edgar a Catherine en esta corta edad, restando —o incluso eliminando— toda la complejidad que tiene esa conversación entre ella y Nelly. Además, si bien es cierto que en esta parte se capta muy bien el carácter callado y reservado de Heathcliff, que va fraguando su futura venganza a fuego lento y en silencio, que este mismo temperamento sea el que rija en el Heathcliff posterior no tiene ningún sentido. Éste último es tan flojo, que parece que tiene menos sangre en las venas que él mismo de pequeño, y esto sí que cuesta comprenderlo. Y, encima, su relación con Catherine a su vuelta es tan fría que no nos genera ningún tipo de empatía ni desgarro. El momento en el que se reencuentran es una secuencia tan sumamente insípida, así como todos los momentos posteriores, que no consigue que nos creamos toda la desgracia que implicará paulatinamente su vuelta.
Creo que esta cinta no ha conseguido captar en absoluto todo el tormento de esta historia de amor frustrada por egoísmos y por un afán de satisfacer una cierta vanidad, mostrándonos a unos protagonistas completamente planos, que muy poco se parecen a los que creó Emily Brontë en su inmortal obra. Cabe señalar que ésta es la primera versión que ha utilizado a un actor negro, y no meramente de tez oscura, como es el de la novela, para el papel de Heathcliff —un cambio que no aporta nada, salvo querer meter cuestiones no tratadas en la novela—, interpretado de pequeño por Solomon Glave, y de mayor por James Howson. A su vez, Shannon Beer encarna a la Catherine Earnshaw en la infancia, y Kaya Scodelario a la de la edad adulta. Sorprende que ambos, después de reencontrarse tras la huida de Heathcliff, sean tan contenidos, pues se alejan muchísimo de esa pasión desbordante y atormentada del libro. Eso sí, tampoco hay que dejar de agradecer que, al menos, en esta versión no son tan explícitos en ningún momento como en tantas otras lo son —algo inventado que nunca ocurre en la novela, que es muy sugerente y genera tensión, pero sin jamás especificar momentos de ese calibre—. Sin embargo, en esta adaptación, esa sugestión, en vez de haber sido elegante y sutil, creo que juega bastante en los límites del morbo…, y no resulta nada agradable. Además, siguiendo en esta línea, no podemos obviar la escena en la que Heathcliff, metiéndose en casa de los Linton, visita el cuerpo sin vida de Catherine; y es que, por mucho que en la novela ésta no sea una escena agradable (aunque realmente se está juntando la escena en la que, quitando el rizo de Edgar, pone él el suyo, con la de cuando abre el ataúd de Catherine), aquí tiene un tono muy diferente, bastante morboso y que roza la necrofilia.
Por hablar de otros personajes, cabe señalar que el padre, el señor Earnshaw —Paul Hilton—, es mucho más duro y tosco que el de la novela, y que el arco de Hindley —Lee Shaw— no tiene apenas recorrido, no sabiendo captar su miserable vida. Además, en relación con esto, la vuelta de Heathcliff a Cumbres Borrascosas vuelve a ser muy floja y descafeinada, alejándose mucho de esas ganas de venganza que tiene el Heathcliff de Emily cuando vuelve a su antiguo hogar. A su vez, Joseph —Steve Evets— no está del todo mal captado, dejándose entrever la mala visión que tiene de los dos protagonistas por su salvajismo y su alejamiento de los preceptos de las Sagradas Escrituras, pero Ellen —Simone Jackson— vuelve a ser un personaje sin ningún tipo de carácter y blando a más no poder; algo que se aprecia en varias ocasiones, pero que llama especialmente la atención al regreso de Heathcliff, donde, en vez de temer por las consecuencias que esto puede traer, se muestra incluso feliz y muy dispuesta a que vea a Cathy (lo que le impide a uno entrever esa complicada relación que tiene con la protagonista, a la que lleva cuidando toda la vida). No podemos tampoco dejar de hacer alusión a un Edgar —Janes Northcote— sumamente enclenque y endeble, y a una Isabella —Nichola Burley— muy prescindible y que no llama la atención por nada en concreto.
Lo cierto es que quizá peca de ser demasiado explícita con esos primeros planos de detalles: el lomo del caballo cuando ambos salen a pasear, las manos de ella agarradas por las de él cuando están revolviéndose en el barro (donde casi parece que la va a violar), el plano de la espalda y de los pies cuando se están cambiando de ropa o cuando ella le lame las heridas (escena, por cierto, harto morbosa y desagradable). Lo que al menos sí está bien captado es su perpetuo silencio y la poca conversación que comparten ambos personajes. De hecho, me interesan mucho más aquellos planos cinematográficos en los que, con un gesto, consiguen decirnos algo sin necesidad de expresarlo mediante palabras: por ejemplo, cuando, tras la muerte del padre, y a la vuelta de Hindley con su mujer —que, al menos, aquí sí que aparece—, Catherine y Heathcliff están sentados en el páramo y, a la llegada de Hindley, Heathcliff arranca con fuerza las hierbas que tiene más a mano. Otro ejemplo de este buen uso de las posibilidades del cine aparece también en una escena en la que Isabella, ya instalada en Cumbres Borrascosas, aparece llorando en una ventana, recordándonos a una ocasión pasada en la que Cathy hacía lo mismo en ese exacto lugar; de hecho, parece que el propio Heathcliff, que la está observando en ese momento, está apreciando un cierto paralelismo entre la tiranía que ejercía Hindley hacia él, y la que él está ahora ejerciendo en forma de venganza (sin embargo, cuesta creer que el Heathcliff de Emily pudiera tener un pensamiento similar a éste). Eso sí, tampoco creo que haga falta ser tan evidente y hacer flashbacks cada dos por tres —algo de lo que peca esta película—: si recuerda algo a una escena del pasado que ya hemos visto, deja que el espectador haga esa asociación sin ayuda; y, si lo que pasa es que estamos asistiendo a una forma de venganza similar a una ya acontecida, pero cambiando los roles, no hace falta explicitarlo, en tanto que se sobreentiende.
¿Y esos llantos tan forzados y poco creíbles de Cathy cuando Heathcliff le cuenta cuál era su plan al volver y el cambio de opinión que ha tenido al verla? Tampoco se entiende que, cuando le pregunten dónde se va a hospedar, en vez de mostrarse vengativo, comente que Hindley le ha ofrecido alquilarle un cuarto y que lo aceptará; anulando de ese modo toda la llegada triunfal de Heathcliff a Cumbres Borrascosas (a donde va antes que a la Granja también en esta adaptación). Cuesta comprender cuando le dice a Cathy que se vayan juntos y que él criará al niño como si fuera suyo… ¿Qué han hecho con el Heathcliff de Emily Brontë? ¿Acaso ese personaje diría eso en algún momento? Sólo hay que ver la repugnancia que le va a producir Catherine Linton… (Aunque, claro, todo esto aquí se lo ahorran porque no lo tratan.) ¿Dónde están la emoción y la pasión de ese reencuentro después de tanto tiempo? ¿Dónde está el carácter altivo, orgulloso y caprichoso de Cathy? Y también me surgen otras tantas preguntas: ¿Qué necesidad hay de ver desnudo a Heathcliff unas cuantas veces? ¿Qué aporta? ¿Poder seguir con los dichosos primeros planos? Que sí…, que muy bellos los planos del vestido granate de Catherine mientras monta a caballo…, pero ¿con qué fin, si luego nos olvidamos de lo importante? Como no había una segunda parte del libro que contar, y parece que nos sobra tiempo, vamos a añadir algunos más, por si no han sido suficientes todos los que llevamos hasta ahora… Señor, dame paciencia. Sin hablar de la otra escenita de Catherine lamiéndose las heridas, nuevamente con un cierto morbo… Por cierto, la película no tiene banda sonora alguna, salvo la canción de cierre: “The Enemy”, de Mumford & Sons, que encima no pega nada con el tono de la cinta. En resumidas cuentas, yo no digo que formalmente hablando no sea una película impecable, pero le falta tantísima alma (toda, para ser exactos…), que le deja a uno frío como un témpano.
Atracción prohibida (2015)
Estamos ante una versión libre, adaptada al siglo XXI, de “Cumbres Borrascosas” (siendo extremadamente generosos en la descripción, si realmente atendemos a aquello con lo que nos encontramos). Dirigida por Anthony DiBlasi en 2015 bajo el título de “Atracción prohibida”, esta película, que, por suerte, no llega ni a los 90 minutos, es un cuadro. De hecho, he estado a punto de renunciar a su visionado; pero, dado que tenía acceso a ella, y tenía cierta curiosidad por ver qué podían hacer con esta historia en un contexto tan actual, me he decidido finalmente a verla. La verdad es que tenía dos opciones: desesperarme con cada minuto de metraje o intentar ver todas las referencias evidentes o veladas que había (por mucho que estuvieran mal o bien adaptadas). Por mi propio bien, me he decidido por la segunda opción, y aquí traigo algunas de las más evidentes y que fácilmente se detectan.
De cara a dar un poco de contexto, cabe hacer alusión a la historia que se nos plantea aquí: estamos ante una familia pudiente, que tiene una empresa, de nombre Earnshaw Outfitters, y que está conformada por el padre, el hijo (aquí, Lee, pero que equivaldría en la novela a Hindley) y Catherine (o Cathy). Sabemos desde el principio que la madre está muerta (más tarde descubriremos que se suicidó) y que la hija encontró el cuerpo sin vida de su progenitora, lo que la ha dejado bastante trastornada. Desde entonces, y después de haberse enrollado con el novio de su mejor amiga —de nombre Ellen—, nuestra protagonista, Catherine, ha pasado de ser una niña popular a ser una chica marginada y por la que nadie muestra ningún interés. Una de las mejores trabajadoras de la empresa de su padre es deportada, dejando un hijo, Heath —el supuesto Heathcliff de “Cumbres Borrascosas”—, totalmente desamparado, al que va a acoger el señor Earnshaw en su casa. Esto no será igual de bien llevado por todos los miembros: Lee no le va a soportar (pues, tal y como le ocurría a Hindley, ve cómo su padre le aprecia más que a él), pero con Catherine sí que se entenderá (de hecho, aquí ya se conocían de antes, de haber jugado de pequeños en la fábrica, y empiezan desde entonces a mantener una relación amorosa). Esto traerá sus conflictos, pues Eddie (el que encarna al Edgar Linton de la novela) está detrás de Catherine desde hace muchísimo tiempo. Bella (como se conoce aquí a Isabella Linton) pronto se sentirá prendada de Heath, que simplemente muestra su cariño hacia ella para dar celos a Catherine (tal y como sucede en la novela). Catherine se irá acercando poco a poco al mundo de los Linton, dejando paulatinamente más de lado a Heath, que terminará por vengarse de todo ello haciéndose con la casa familiar (el padre ha desheredado a Lee, dividiendo la herencia entre Catherine, que aún es menor de edad, y Heathcliff, que ya puede ser su propio administrador). Al final, Catherine se suicidará tirándose al mar ante no saber qué hacer con su vida (por un lado, sabe que quiere a Heath, pero, tras lo que ha hecho, no quiere estar con él; y, por el otro, sabe que Eddie la quiere, pero ella no puede quererle de vuelta). En fin, básicamente el argumento es éste. Realmente es más o menos parecido al de la novela, pero en el contexto de una Malibú del siglo XXI y de unos adolescentes de instituto americano que llevan uniforme y que van a fiestas en casas con piscina.
La verdad es que es alucinante que hayan puesto prácticamente los mismos nombres que los de la novela, aunque es cierto que, como luego van a utilizar frases prácticamente literales, y que como la historia es una copia bastarda y mala, dudo que pudiesen hacerlo de otro modo. De cualquier manera, ¿qué necesidad había de hacer semejante bodrio? ¿Por qué no hacer una película, que no fuese adaptación de nada, y así no tener que utilizar esos nombres que tan bien definidos están en una novela que no se merecía este horror, y que uno, al oírlos, no puede sino echarse las manos a la cabeza? Sea como fuere, vamos a intentar obviar todo eso y centrarnos en las referencias que hemos detectado y en las frases prácticamente literales que sacan de la novela. De entrada, cabe señalar que los personajes son una mezcla entre los de “Jane Eyre” y los de “Cumbres Borrascosas”. De hecho, al principio choca que su amiga del alma, a la que ha traicionado enrollándose con su novio (de apellido Lowood, como la institución de caridad a la que asistieron Jane Eyre y Helen Burns), la hayan llamado Ellen Dean —que es la criada de “Cumbres Borrascosas”—, pero, luego, al seguir con el visionado, uno se da cuenta de que tiene algo también de Hellen Burns —ya que es la mejor amiga de la protagonista—, pero también de Blanche Ingram —por el odio que le genera lo que le ha hecho—, de la señora Reed —en el despecho del personaje de esta versión por difundir bulos sobre Catherine tras lo descubierto del novio— o de Heathcliff —por la venganza que ella toma tras la traición de su supuesta amiga—. A su vez, el que les lleva la herencia se llama señor Green, que es también el mismo nombre que el que se encarga de estos menesteres en “Cumbres Borrascosas”.
También llama la atención la capacidad de Catherine para dibujar —clara inspiración de esa misma faceta artística del personaje de Jane Eyre—, y que precisamente el hombre del colegio que la deja hacerlo en una de las salas se llame señor Reed (como el tío de Jane que murió y que tanto aprecio sentía por ella). Además, eso que le dice a Heath de que la gente quiere que sea una buena estudiante, una buena hija, una buena amiga, y que además sea divertida, alegre y amable, recuerda mucho a cómo se siente Jane en la residencia de los Reed. Al mismo tiempo, eso de que se le aparezca su madre en cada nube y en cada árbol es lo que le pasa a Heathcliff cuando Catherine fallece; así como eso de que robe el anillo de su madre para que ella se le aparezca y pueda encontrarla recuerda a cuando Heathcliff, a la muerte de su querida Cathy, le pide que no le abandone y que aparezca en cada recoveco de su vida y que nunca se vaya de su lado. Por otro lado, Lee, el hermano, es un drogadicto que no soporta a Heath, con el que tiene una pelea en la que se aprecia su cobardía y donde se recupera, de una manera adaptada, la escena de “Cumbres Borrascosas” del caballo, con la amenaza de Heath de decirle al padre lo que le ha hecho. Además, se nota la influencia del señor Brocklehurst de “Jane Eyre” o del Joseph de “Cumbres Borrascosas” en el profesor que aparece, que se supone que odia a Catherine. A su vez, aquí el personaje de Bella se muestra muy cariñosa con Catherine, encontrando ecos tanto de la señora Fairfax como de Ellen, pero también de las hermanas Rivers (en la escena en la que es mordida por el perro, su estado convaleciente recuerda a su estancia en Moor House). De hecho, una nueva referencia a Moor House aparece en el coche que trae de vuelta Hindley de rehabilitación, que se llama «Moor Side» (un guiño a la casa de los Rivers, donde Jane pudo reponerse de la debilidad de estar tanto tiempo vagando). Además, la escena en la que Heath va a llevar a Ellen y a Cathy de compras, dejando a Bella de lado, porque Eddie no quiere que se mezcle con Heath, del que está enamorada, es la forma moderna que tienen aquí de llevar la trifulca entre ellas. A su vez, está ‘adaptada’ la conversación que tienen Ellen y Catherine en la novela sobre la pedida de Linton (en este caso, con Heathcliff escuchando desde el baño). Por cierto, no podemos dejar de hacer alusión a la adaptación de la escena en la que abre el ataúd…, que es bastante espantosa.
Al mismo tiempo, en esa secuencia en la que Heath lleva a Catherine a conocer los ambientes en los que él antes se movía, a saber, una vida repleta de delincuencia y de fiestas en los bajos fondos con chicas, se aprecia una influencia de la antigua vida de Edward Rochester y de las malas decisiones de sus años de juventud. Además, para colmo, añade Heath una frase que lo confirma, cuando dice: «Cada vez que me miras así… seré tu esclavo», que alude al poder de la propia Jane Eyre sobre Edward. De cualquier modo, ésta no será la única referencia, sino que habrá varias citas casi literales de “Cumbres Borrascosas”. Por ejemplo: «Cuando estoy contigo tengo que acordarme de respirar» (adaptación libre de la última etapa de Heathcliff, poco antes de morir); «Ni todo el amor que él pueda darte en una vida se acerca al que yo siento en un solo día»; «Eres mi futuro, Cathy, mi mundo, mi alma»; «No puedo dejar de quererle, no podré hacerlo jamás. Somos almas gemelas, somos iguales. Amo a Heath, Ellen; yo soy Heath»; «Por cada vez que pensaba en Eddie, pensaba 1000 veces en Heath»; «Podría llegar a quererme si tú le dejaras» (frase de Bella dirigida a Cathy, que le ha dicho que Heath no la quiere); «¿Por qué me torturas así?»; «Estaba tan enamorado de Cathy, que lo creía capaz de quedarse inmóvil junto a la tumba y morir igual que un perro fiel», etc., etc.
La verdad es que duele sobremanera que una película tan sumamente mala sea capaz de utilizar frases prácticamente literales de “Cumbres Borrascosas” y meterlas en un contexto tan burdo. Es todo tan patético que no voy a pasar a comentar cosas demasiado concretas. Lo cierto es que es su calidad es nula y que resulta bastante atroz ver cómo se desvirtúa un clásico de la literatura. De cualquier modo, me ha resultado también divertido intentar detectar algunas referencias directas o indirectas. Además, lo positivo que podemos sacar de esto es que, al estar hablando de la naturaleza humana, Emily Bronë se estaba dirigiendo, sin querer o queriéndolo, a todas las épocas; y por eso desde todas ellas se puede entender aquello que mueve a sus personajes. En resumidas cuentas, la historia se repite tanto en el siglo XIX como en la actualidad, pero también en cualquier otro momento pasado o futuro: el ansia de ser reconocido y aceptado, lo costoso de no estar en sintonía con la coyuntura en la que a uno le ha tocado vivir, el afán de venganza, el amor incondicional, etc.
Conclusión
“Cumbres Borrascosas” es una historia de venganza, pero, sobre todo, de la inutilidad de ésta para devolverle a uno lo que ha perdido. El arco de Heathcliff es precisamente la personificación de esta idea. En su infancia tiene que sobrellevar el sentirse desplazado y ser la oveja negra de la familia; en su juventud aguanta estoicamente el desprecio de Hindley hacia él y hacia Catherine; y, más tarde, tiene que hacer también frente a lo desagradable que le resulta que su inseparable compañera de juegos y la persona a la que más quiere en el mundo se vaya a casar con Edgar Linton, al que él desprecia y siente que ha ocupado su lugar en el corazón de su Cathy. Todo esto, que va guardándose silenciosamente en él a lo largo de los años, tomará la forma de una gran venganza cuando disponga de los medios adecuados para ejercitarla. ¿Pero precisamente ésta no viene de su desdicha, de su desgracia, como bien le recordará Catherine Linton, mirándole con esos ojos infernales que él no puede soportar?
De algún modo, creo que la idea que subyace tras este libro, y que sustenta buena parte de lo que ocurre, es la famosa sentencia de Platón de que «es mejor padecer injusticia que cometerla». Al final, la vida de Heathcliff no hace más que confirmar esto, y es que, por mucho que haga sufrir tantísimo a los que le rodean, el que peor lo está pasando es él mismo, incapaz de seguir viviendo sin Catherine, su gran y único amor. Es cierto que podría haberlo resuelto suicidándose, como ya lo hicieron algunos clásicos personajes de ficción antes; sin embargo, en vez de eso, prefiere desatar su rabia en una fría venganza contra los descendientes de aquellos que le hicieron sufrir en vida, bien por la vía activa —Hindley—, bien por la vía pasiva —Edgar, casándose con Catherine—. Esa presencia de la venganza y de hasta qué punto ésta satisface o no a quien la ejerce es de las cuestiones más interesantes que recorren el libro. Nadie puede volver a traer a la vida a nadie ni nadie puede hacer que las cosas sucedan de una diferente manera a como de facto sucedieron; así que, por mucho que Heathcliff insista vehementemente en revelarse contra aquello que convirtió en desgraciada su vida, nada le hará recuperar el lugar que él mismo querría haber ocupado y que, sin embargo, le fue negado. De hecho, a este respecto, me resulta relevante destacar lo que le dice Heathcliff a Catherine en un momento dado: «Has destruido mi palacio: no levantes una choza y te complazcas en admirar tu propia caridad al dármela por hogar». Y es precisamente la constatación de esto, intensificada por la certeza de que esta deriva habría podido ser evitada si Catherine no se hubiese dejado guiar por su vanidad, la que explica su perpetua frustración y mal carácter.
Además, el desenlace del personaje de Heathcliff va justamente en esta línea: una constatación de que, en ocasiones, aquello que esperamos con tanta ansia —en este caso, ajustar cuentas con nuestros enemigos—, cuando llega, no sólo descubrimos que no es tal y como lo habíamos imaginado, sino que nos percatamos de que hemos estado desviviéndonos por algo que no merecía la pena y que no nos iba a conducir a lo que realmente ansiábamos: que las cosas hubiesen tomado un rumbo muy diferente al que tomaron. Al hilo de esto, creo que merece hacer alusión al momento en el que Heathcliff se sincera con Ellen casi al final del libro: «Es un triste final, ¿no es cierto? […] Un final absurdo para mis violentos esfuerzos. Me proveo de picos y azadones para derribar ambas casas, me entreno para ser capaz de hacer los trabajos de Hércules, y cuando todo está preparado y en mi poder, descubro que ha desaparecido mi voluntad de levantar una teja de uno y otro tejado. Mis viejos enemigos no me han vencido, ahora sería el momento preciso de vengarme en sus descendientes: lo podría hacer y nadie podría impedírmelo, pero ¿para qué? No me interesa atacar, no me voy a tomar el trabajo de levantar la mano. Esto suena como si hubiera estado trabajando todo este tiempo sólo para exhibir ahora un hermoso rasgo de magnanimidad. Nada más lejos de ser éste el caso: he perdido la facultad de gozar con su destrucción y estoy demasiado indolente para destruir sin motivo».
Otra cosa que merece la pena resaltar de “Cumbres Borrascosas” es cómo la muerte recorre cada una de sus páginas. Seis personajes —si no recuerdo mal— acaban falleciendo, y lo cierto es que, en total, aparecerán como unos quince (siendo algunos de ellos casi irrelevantes, como pueden ser la señora Earnshaw o la criada actual de las Cumbres). Es muy posible que esta presencia de la muerte estuviera en buena medida influenciada por la dura vida de los Brontë —tan típica, por otra parte, durante el siglo XIX—, que no daría un respiro en ningún momento a los que sobrevivían, teniendo que cargar con el hueco imborrable que iban dejando los que abandonaban los fríos páramos de Haworth. Pero de lo que sobre todo trata “Cumbres Borrascosas” es de esas pérdidas que no tienen consuelo, que jamás encuentran descanso o paz en quienes se quedan todavía en este valle de lágrimas. Esas pérdidas con las que uno siente que no puede seguir viviendo o que, de algún modo, nunca se superan, porque sus huellas no dejan de aparecer «en cada nube, en cada árbol». Por eso también habla de todo lo que dejamos de nosotros en aquellos con los que entablamos relación durante nuestra vida y, por supuesto, en nuestros descendientes; de ahí que la cuestión de los parecidos entre familiares sea tan relevante en “Cumbres Borrascosas”, pues pueden funcionar como un bello recuerdo de aquellos de quienes se heredan, pero también como una tortura que constata que ya no están entre nosotros.
Al final, por mucho que sea una novela áspera y dura en muchas ocasiones, termina repleta de esperanza, pues finalmente pretende sostener que, hasta en los parajes más fríos, una mano amiga nos puede salvar de la miseria, como bien nos muestra la relación entre Catherine y Hareton. Por eso, qué menos que acabar con uno de los pasajes más emocionantes del libro, en el que Catherine Earnshaw se sincera con Ellen en la fatídica conversación que dará pie a la huida de Heathcliff: «No lo puedo expresar, pero seguro que tú, y cualquiera, tiene la noción de que hay, o debe haber, una existencia tuya más allá de ti misma. ¿De qué serviría mi creación si yo estuviera toda, enteramente contenida aquí? Mis grandes sufrimientos en este mundo han sido los sufrimientos de Heathcliff, los he visto y sentido cada uno desde el principio. El gran pensamiento de mi vida es él. Si todo pereciera y él quedara, yo seguiría existiendo, y si todo quedara y él desapareciera, el mundo me sería del todo extraño, no parecería que soy parte de él. Mi amor por Linton es como el follaje de los bosques: el tiempo lo cambiará, yo ya sé que el invierno muda los árboles. Mi amor por Heathcliff se parece a las eternas rocas profundas, es fuente de escaso placer visible, pero necesario. Nelly, yo soy Heathcliff, él está siempre, siempre en mi mente; no como un placer, como yo no soy un placer para mí misma, sino como mi propio ser».
Además de disculparme por la extensa longitud de este análisis, que incluso a los mayores amantes de “Cumbres Borrascosas” les podrá parecer excesivo, como último detalle he de añadir que, finalmente, el ciclo de las Brontë concluirá a principios del curso que viene con la hermana que aún nos falta por tratar: Anne. Pero no ha ocurrido de este modo porque la considere menos relevante que a las otras dos, sino precisamente porque quiero dedicarle el tiempo que también ella se merece, y lo cierto es que Charlotte y Emily me han llevado más trabajo del previsto en un primer momento —aunque también infinita satisfacción—. Sólo me falta volver a disculparme por un artículo tan largo, agradecer las posibles lecturas que pueda haber (incluso a pesar de eso), y desearos a todos un feliz verano.
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Impresionante. Solo me he leído la introducción, los títulos y el último párrafo de las conclusiones y ya me he quedado exhausto. Lo que cunden, lo que cunden, las cosas y, en particular, las cumbres borrascosas… Te diría aquello de que sigas así, pero no sé, me da un poco de miedo.
Feliz verano también para ti, en cualquier caso.
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Me gustaría aclarar una cuestión del artículo que quizá alguien me podría señalar que es incorrecta (y tendría parte de razón). Es notorio que critico de algunas adaptaciones —si no se me ha escapado alguna, y si no me estoy confundiendo, de la de 1950, 1992, 2004, 2009 y 2011— que Heathcliff vaya primero a las Cumbres y no a la Granja tras su regreso. Aunque si atendemos a la novela ocurre precisamente de ese modo, hay un matiz importante que conviene señalar: si nos vamos a fijar en la mera temporalidad o si, en cambio, lo vamos a hacer en el orden en el que se nos presentan los hechos. Por mucho que sea indudable reconocer que, si consideramos qué hace antes y qué después, va primero a su antiguo hogar (pensando que recibirá allí información sobre el paradero de Catherine) y, más tarde, visita la residencia de los Linton, en el libro asistimos a un orden distinto de los acontecimientos: el encuentro entre Ellen y Heathcliff en los alrededores de la Granja será la primera noticia que nos llegue de su vuelta, enterándonos precisamente después de sus movimientos pasados y de sus posibles planes futuros a raíz de que Heathcliff le diga a Ellen que residirá en Cumbres Borrascosas, donde ya había estado esa misma mañana, pero también de lo que extraemos de una charla posterior entre Ellen y Catherine. Por eso, lo que les achaco a esas adaptaciones es que no son fieles a aquello que hace la novela, a saber: plantear primero la llegada de Heathcliff a la Granja y, más adelante, mediante las conversaciones que surgen con motivo de su irrupción, introducir que fue previamente a las Cumbres porque pensaba que Ellen todavía estaría allí y que le podría decir dónde estaba Catherine. Además, así se le habría dado más espacio a la imaginación del espectador, favoreciendo, de ese mismo modo, que no se perdiera el factor sorpresa que tiene la inesperada visita de Heathcliff, que terminará por descolocarlo todo en esos solitarios páramos.
Por último, aprovechando este comentario, y dado que me he encontrado con dos errores muy evidentes, voy a elaborar una pequeña fe de erratas:
– En la adaptación de 1998, en el 4º párrafo, coincidiendo con la última frase, donde dice «y de eso va también va la singular novela de Emily Brontë», debe decirse «y de eso va también la singular novela de Emily Brontë» o «y de eso también va la singular novela de Emily Brontë».
– En la adaptación de 2004, en el 4º párrafo, donde dice «Catherine y Hindley se presentan ante él y le dicen que se quieren casar», debe decirse «Catherine y Heathcliff se presentan ante él y le dicen que se quieren casar».
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