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Lady Susan (1871) y su adaptación de 2016

Volvemos hoy por aquí para hablar de “Lady Susan” (1871), obra de la que Jane Austen dejó una cuidada copia en 1805, pero sobre la que se dice que fue escrita con anterioridad —probablemente, en torno a 1794— y, desde luego, publicada mucho tiempo después —66 años más tarde de esa última versión, y de manera póstuma, ya que ella murió en 1817—. Muy a mi pesar, tengo que volver a estar de acuerdo con G. K. Chesterton en su prólogo de los escritos de juventud de la autora contenidos en el volumen II, donde no podía sino sorprenderse de que “Lady Susan” hubiese sido publicada mucho antes que “Amor y amistad”, que él creía muy superior e infinitamente más divertida. Aunque yo iba con la mejor de mis predisposiciones, no me queda más remedio que suscribir sus palabras, pues es completamente cierto que en “Lady Susan” no hay ni rastro del surrealismo de “Amor y amistad”, pero tampoco esa fina ironía y esas coyunturas que rozan lo absurdo que ya comentamos que reinaban en sus primeros textos. Aquí, sin embargo, encontramos una historia mucho más realista, donde todavía, eso sí, abundan esas observaciones implacables tan características de la escritora inglesa, pero que se nos termina haciendo algo pesada y reiterativa pese a su corta longitud —no llega a las 100 páginas—. Además, también analizaremos la única adaptación cinematográfica que hay de “Lady Susan”, que es de 2016 y que, sin saber muy bien por qué, se llama “Amor y amistad”, y no igual que el texto que adapta. Sea como fuere, metámonos más concretamente en materia a ver qué podemos rescatar de esta obrita menor.

El libro: Lady Susan (1871)

Una de las cosas más originales de este escrito, y que tiene la suerte de sustentarse en la gran maestría de Jane Austen, es que cuenta con una villana muy lúcida y cruel como protagonista: lady Susan, una mujer de unos 35 años que se ha quedado viuda recientemente. Su belleza, elegancia e inteligencia son reconocidas por todo Londres, y su fama algo cuestionable reverbera a lo largo y ancho de Inglaterra, aunque durante la historia descubriremos su mejor habilidad: enredar las cosas para salirse siempre con la suya. Fundamentalmente, la narración se centra en las vicisitudes que irán sucediéndose a raíz de que ella decida ir a visitar a su cuñado, el señor Vernon, y a la mujer de éste, Catherine —a partir de ahora, señora Vernon—. Lejos de ser una historia plagada de acontecimientos, lo que busca más bien es ser un reflejo de lo retorcidas que pueden llegar a ser ciertas cabezas. De hecho, para ser más concretos, la mejor muestra de la influencia que ejerce lady Susan sobre los demás viene reflejada con acierto a través del personaje de Reginald De Courcy, el hermano de la señora Vernon, que ha ido a pasar una temporada con ellos a Churchill. Antes de conocerla en persona, la imagen que tiene Reginald de lady Susan no puede ser peor, y es que está al tanto de todos los chismorreos que corren por Londres acerca de sus conductas un tanto lascivas y de sus flirteos constantes con unos y otros —especialmente con Manwaring; algo que trae a su mujer por el camino de la amargura—. Sin embargo, a medida que vaya intimando con ella irá desarrollando poco a poco una admiración desbordada hacia sus supuestas bondades, lo que le llevará a acabar dudando de todas las habladurías que antes creía a pies juntillas. Todo esto, claro, para desgracia de la señora Vernon, cuya preocupación por su hermano irá paulatinamente en aumento, convirtiéndose en una de las claves de las misivas intercambiadas entre ella y su madre. Y es que la señora Vernon, por mucho que haya asistido a un comportamiento irreprochable por parte de lady Susan durante su estancia en su casa, nunca se la cree y sabe que todo es una farsa para ocultar sus verdaderos planes. Como ella misma le dice en una carta a su madre: «La única intención de lady Susan es coquetear o buscar la admiración universal».
 
La autora ha vuelto a optar por el género epistolar, una habilidad que ya demostró sobradamente en sus escritos más tempranos. Esta vez lo hace de una forma más parecida a “El castillo de Lesley” que a “Amor y amistad”, pues fundamentalmente confluirán las cartas de tres personajes distintos: de lady Susan a su amiga Alicia Johnson —¿será el mismo personaje de “Jack y Alice”, de casi igual nombre e idéntico apellido?—, de Alicia Johnson a Lady Susan, y de la señora Vernon a su madre, lady De Courcy. De esta manera, iremos asistiendo a varias cartas cruzadas que irán revelando las preocupaciones y expectativas de los personajes, y que nos mostrarán de un modo muy claro las intenciones y los temperamentos que se esconden tras ellos. De hecho, una de las virtudes de ese intercambio epistolar entre diferentes personajes de la trama es que nos permite acceder a la idiosincrasia de lady Susan desde distintos frentes: así como desde la correspondencia que ella misma mantiene con su amiga asistimos a la cruda maldad de sus actos, pues sus maquiavélicas intenciones quedan expuestas sin trampa ni cartón, en las misivas de la señora Vernon a su madre se nos describe cómo lady Susan aparentemente se comporta con ejemplaridad durante su visita a Churchill, pero también cómo esto no consigue mitigar las sospechas de la mujer de su cuñado, que no confía jamás en su inocencia y amabilidad.
 
De hecho, esta aversión que le produce lady Susan no sólo se apoya en su personalidad, de índole sibilina, sino que también está muy relacionada con el vínculo que tiene con su hija, Frederica, a la que considera absolutamente tonta y poco espabilada —en sus propias palabras, y entre otros muchos calificativos: «la joven más necia de la tierra», «el tormento de mi vida», «tan molesta criatura» o «un pequeño demonio»—, y a la que quiere casar, en contra de su voluntad, con sir James Martin, un joven bastante estúpido que se presentará repentinamente en Churchill para sorpresa de todos, y que no dudará en autoinvitarse a permanecer durante unos días en la casa de los Vernon. Esto, sin duda, no acabará muy bien, y es que Frederica siente un considerable rechazo hacia él y se siente atraída, en cambio, por Reginald, que, por su parte, está prendado de lady Susan, que disfruta sobremanera de la predilección que él le muestra y de tenerle siempre rondando, pero que sólo acabará accediendo a casarse con él por una cuestión pecuniaria y en absoluto por verdadero amor. Como ejemplo del poder que tiene sobre Reginald, conviene mencionar lo que lady Susan le escribe a la señora Johnson al poco de conocerle: «Resulta un placer exquisito dominar un espíritu insolente, hacer que reconozca tu superioridad un individuo predispuesto en contra tuya». Pero también más tarde, al hilo de la reconciliación entre ambos tras la fuerte discusión que tuvieron cuando Frederica le pidió ayuda a Reginald para interrumpir las intenciones de su madre de que se casara con sir James, le comenta a su amiga lo siguiente sobre el apuesto joven: «¡Qué delicioso resultó observar los cambios que experimentaba su semblante al escuchar mis palabras! ¡Y contemplar la lucha entre la ternura que se apoderaba nuevamente de él y la contrariedad que aún sentía! Hay algo muy placentero en los sentimientos tan fáciles de manejar. No quiere decir esto que los envidie; por nada del mundo me gustaría tenerlos, pero resultan muy convenientes cuando lo que se busca es influir en las pasiones de otra persona».
 
Sin embargo…, en un giro inesperado de los acontecimientos será descubierto todo el pastel: Reginald se enterará por casualidad de las quedadas amorosas ilícitas entre lady Susan y Manwaring, cuando ella ya estaba comprometida con él, y, para colmo, esto provocará que el señor Johnson, después de intimar con Reginald, le impida a su mujer volver a relacionarse con lady Susan, por la que ya sentía una cierta aversión antes de esto, pero a la que ahora no puede ni mentar. Esta repulsión es mutua, por cierto, y es algo que recorrerá toda la narración, dejándonos momentos tan implacables como éste, donde lady Susan le habla así a la señora Johnson sobre su marido tras otro de sus ataques de gota: «Mi querida Alicia, ¡qué error cometiste al contraer matrimonio con un hombre de su edad! Suficientemente viejo para ser aburrido, ingobernable y padecer gota; demasiado viejo para ser complaciente, demasiado joven para morir». Pero aún faltaba un último revés: lady Susan terminará por casarse con sir James Martin, aquel joven al que insistió tanto para que cortejara a su hija. Esto le permitirá a Jane Austen referirse a él, en la conclusión de la obra, en unos términos repletos de su conocida picardía: «Sir James parece haber tenido peor suerte de la que merece la simple necedad. Dejo para él, por esa razón, toda la compasión que sea posible sentir». Y el final de la pobre Frederica queda aún más abierto: su tía, la señora Vernon, se la quiere llevar de vuelta a Churchill para que evite tener que convivir con el estilo de vida de su madre, y, pese a las reticencias iniciales de lady Susan, conseguirá salirse con la suya. De hecho, pasadas las semanas pactadas de su estancia en el campo, su madre acabará por no volver a preguntar por ella; así que la apesadumbrada Frederica se quedará en Churchill esperando que Reginald, con suerte, y tras superar su compromiso frustrado con lady Susan, se termine enamorando de ella.

La adaptación cinematográfica: Amor y amistad (2016)

Sí, yo tampoco entiendo por qué escogieron llamarla “Amor y amistad” y no “Lady Susan”…: no se explica un cambio de título tan radical, teniendo en cuenta que adapta una obra concreta, y menos aún que hayan optado por ponerle un nombre de otro escrito de Jane Austen, lo que da lugar a una confusión que fácilmente podría haber sido evitada; pero… es lo que hay. Obviando esto, que quería aclararlo para evitar justificados despistes, estamos ante una adaptación sorprendentemente digna de “Lady Susan”. Tenía cierta curiosidad por ver cómo iban a encajar en la gran pantalla una historia que es por completo epistolar, y creo que lo han hecho de la manera más razonable y que mejor funciona con el medio audiovisual: recreando propiamente todo lo que nosotros descubrimos mediante las cartas. Para ello no han tenido que tirar mucho de imaginación —aunque haya cosas cambiadas o inventadas, como iremos comentando—, pues las misivas que aparecen en el libro son sumamente descriptivas y desbrozan, con todo lujo de detalles, las coyunturas en las que se hallan envueltos todos los personajes, así como los diálogos concretos intercambiados entre unos y otros. Esto, que puede parecerle excesivo al lector no habitual del género epistolar, resulta fundamental a la hora de construir una historia con profundidad que únicamente quede sustentada a través de cartas (algo, por cierto, a lo que hay que reconocerle el gran mérito que entraña, pues no es nada fácil crear un relato de esta forma y sin que haya una combinación con una narración habitual o un diario personal).
 
Pero ni siquiera es ésta una concesión que haga la autora en “Lady Susan” para que su relato encuentre su apoyo en unos cimientos estables, sino que así resultaba ser la verdadera correspondencia de la época con los seres más queridos, como dan buena cuenta las propias cartas de Jane Austen a su hermana Cassandra. Cabe destacar, por tanto, la adaptación tan orgánica de la cinta, a lo que también contribuye que se utilicen en muchas ocasiones frases sacadas del propio texto, algo que se agradece y que permite que el libro y la película vayan muy parejos. Por razones evidentes, el intercambio epistolar se traduce en la pantalla en encuentros en persona entre las dos partes de la correspondencia, salvo en alguna ocasión concreta donde sí se mantiene en forma de carta. Aun así, también se incorpora algún que otro recurso para trasladar ciertos contenidos de las misivas en conversaciones cotidianas reales, como, por ejemplo, introducir a un personaje inventado, como lo es la señora Cross: una supuesta amiga de lady Susan que la ha acompañado en su periplo en Churchill. De hecho, con ella intercambiará ciertos pareceres que, durante el libro, realmente iban dirigidos, en forma de carta, a la señora Johnson, que está aquí encarnada con gracia por Chloë Sevigny, que borda ese papel de amiga maligna de lady Susan, y que forma con ella un tándem maravillosamente cruel.
 
Es sorprendente que, en tan poco tiempo —hora y media, para ser exactos—, esta película, dirigida por Whit Stillman, consiga captar tan bien el texto de la escritora inglesa. Además, en la manera en la que tiene de presentar a los personajes, con un primer plano de ellos algo teatral y acompañado de una breve descripción, se encuentra un claro guiño al tono burlesco de “Amor y amistad” o de otros escritos de juventud más socarrones que “Lady Susan”. Este recurso, que puede resultar ligeramente extraño al principio, creo que ayuda a entender mejor el contexto del relato, algo que uno tarda unas pocas páginas en comprender cuando lo lee, pues éste empieza in media res con una carta que le escribe lady Susan a su cuñado, dirigiéndose a él como «mi querido hermano», acerca de sus intenciones de ir a Churchill a pasar una temporada. Sea como fuere, el mayor reto que tenía una película que quisiera adaptar este libro era quién encarnaría a la bella y maleante lady Susan, y creo que no ha podido ser mejor elección la de optar por Kate Beckinsale para este papel. Pero no sólo ella está gloriosa en el rol de seductora, buena conversadora, elegante, maliciosa y todos los adjetivos posibles que cabría atribuir a lady Susan, sino que también el resto de los personajes que la acompañan están a su altura. Creo recordar que en el libro no había ninguno que estuviera descrito físicamente al detalle, así que uno puede estar más o menos de acuerdo con la correspondencia entre cómo se los había imaginado y cómo aparecen en pantalla, pero lo que sí que es indudable es que, en cuanto a carácter, están, en general, muy acertados.
 
Sin embargo, aunque reconozco que han sido fieles a la hora de adaptar la obra, tanto en contenido como en personajes, quiero comentar aquí alguna cosa en la que me parece que la cinta exagera. Si bien es cierto que sir James Martin cuadra mucho en cuanto a apariencia —lo interpreta Tom Bennett—, me parece que se exceden bastante en lo de que es atolondrado y que se ríe demasiado, llevándolo casi hasta el ridículo y resultando absolutamente cargante. De hecho, un temperamento así de irreflexivo y bobo habría tenido más cabida, desde la jocosa burla de la autora, en textos suyos anteriores, pero, aquí, llevarlo tan al extremo resulta algo artificial y forzado. Si Jane Austen le hubiese perfilado tan sumamente estúpido, habría sido demasiado cruel, incluso para la propia lady Susan, haber insistido tanto en que siguiera cortejando a Frederica —a quien da vida la actriz Morfydd Clark—, además de una actitud harto despiadada por parte del resto al no hacer nada por impedir que tan lamentable enlace tuviese lugar. Y es que, aunque lady Susan le hubiera prohibido a Frederica hablar de esto con sus tíos, la señora Vernon —reconozco que me ha hecho mucha ilusión ver a Emma Greenwell en un papel tan distinto al que interpretaba en “Shameless” (2011-2021)—, cuya predilección por su sobrina reverbera durante todo el relato, habría intercedido sin dudarlo. Por otra parte, aunque el carácter bondadoso y complaciente del señor Vernon —encarnado acertadamente por Justin Edwards— queda explicitado en el libro, su presencia en esta adaptación tiene más peso que el que se le da en la historia escrita de la que parte (aunque hay que admitir que refleja muy bien su afable relación con lady Susan y cómo siempre intenta mitigar los rumores dañinos que suelen acecharla). Pero esa mayor relevancia en la pantalla de la que aparece plasmada en el libro no sólo atañe al señor Vernon, sino también a sir James: ambos están en un completo segundo plano en la obra de Jane Austen, situándose muy por detrás de lady Susan, la señora Vernon o Reginald (este último, por cierto, encarnado aquí por Xavier Samuel, que, a pesar de ser un poco más flojillo de como yo me lo había imaginado, consigue reflejar bastante bien su predilección por lady Susan).
 
Por tanto, puedo decir que, en general, los pequeños cambios que detecto respecto al libro no me molestan especialmente, pues suelo achacarlos a una cuestión de tiempo y a las diferencias sustanciales e insalvables entre el texto escrito y el celuloide, pero también es cierto que no puedo pasar por alto tres invenciones notorias que creo que cambian completamente el sentido de la obra de la autora. La primera de ellas es que, mientras que en el libro es Reginald quien rompe con el compromiso que tenía con lady Susan tras enterarse de sus encuentros amorosos con Manwaring, por mucho que le duela y pese a lo enamorado que está de ella, en la cinta, vete tú a saber por qué, encontramos a un Reginald arrastrado, que la reprocha muy poco y muy suave sus nuevos e inesperados descubrimientos, hasta que ella le dice que, como odia cualquier tipo de reproche, el matrimonio que tenían en mente llevar a término no puede prosperar. Y qué decir de que descubramos que lady Susan va a tener un hijo con sir James Martin…, pero que se dé a entender que realmente el hijo es de Manwaring; algo que, por supuesto, no ocurre tampoco en el libro. Por no hablar del final de la película, con ese desenlace que a muchos nos habría gustado que tuviera la historia, que es la boda entre Frederica y Reginald, pero que aquí está metido con calzador y a toda prisa, y que desde luego no responde al propio cierre del libro —lo único, por cierto, escrito con la voz de un narrador—, que es muy abierto y que lo máximo que se atreve a apuntar a este respecto es lo siguiente: «Así pues, Frederica se quedó a vivir con sus tíos hasta el día en que Reginald De Courcy pudiera ser inducido a amarla; y teniendo en cuenta que el joven debería superar su relación con lady Susan, su promesa de no volver a enamorarse y su odio al sexo femenino, creo que sería razonable esperar un año. Tres meses hubieran sido suficientes para la mayoría de los hombres, pero los sentimientos de Reginald eran tan exaltados como firmes».
 
Con esto no quiero dar a entender que me parezca mal que se tire del hilo para contar algo que, probablemente, de haber seguido la historia, ocurriría, pero creo que se podía haber dejado apuntado en vez de optar por el camino más explícito y definitivo. Sea como fuere, y a pesar de estos problemas y algunos otros que no comentaré para no alargar más este análisis, indudablemente es una película muy bien ambientada, con una gran solvencia interpretativa y con una banda sonora digna de mención. Es una adaptación algo libre, sobre todo si atendemos a las invenciones y cambios que introduce, pero muy disfrutable en cualquier caso, que coge algo de la crueldad y el toque de humor de “Amor y amistad”, y que, en líneas generales, sale muy bien parada. Además, es capaz de trasladar a la pantalla el personaje tan poliédrico de lady Susan con gran tino y trabajar la obra de Jane Austen con elegancia y acierto.

Conclusión

Por cerrar este pequeño análisis, cabe decir que “Lady Susan” es una afilada muestra de la maquinaria que late por detrás de alguien que quiere siempre llevarse el gato al agua, al tiempo que es un buen escaparate de la capacidad casi absorbente que tienen ciertos sujetos frente a temperamentos más débiles o influenciables. En este sentido, pero no sólo en éste, “Lady Susan” sirve de ejemplo de algo que ya vengo notando que se repite en varios textos de la autora: cierta tendencia a describir mujeres algo despiadadas, diabólicamente inteligentes y libertinas frente a varones un tanto buenazos, bobalicones o estúpidos. Sin embargo, a uno le asaltan ciertas preguntas al leer este escrito: ¿Se debe sentir compasión por esta dama retorcida y seductora a partes iguales? ¿No nos muestra su correspondencia epistolar sus tejemanejes y su temperamento manipulador? ¿Puede derivarse algún tipo de amor por su hija si reparamos en cómo se refiere a ella y no tanto en la aparente preocupación que exhibe por su educación? Y no digamos ya la rabia que siente hacia Frederica, que en ocasiones roza la envidia y que queda muy bien reflejada en un comentario que le hace a su amiga Alicia Johnson a raíz de una hipotética posibilidad de que la relación entre Reginald y su hija mude en enamoramiento: «¡Ojalá se le atragante un amor así! Siempre despreciaré al hombre capaz de contentarse con una pasión que nunca deseó inspirar, y cuya declaración jamás solicitó». Aun así, y pese a ahondar con acierto, ingenio y lucidez en las motivaciones que mueven a nuestra malvada protagonista, además de tratar temas tan importantes como la relevancia de un matrimonio bien avenido, la educación que debe o no recibir una muchacha o la inconstancia y la sugestión propia de la juventud, es un escrito que se queda algo estancado en la malicia e hipocresía de lady Susan frente a la aversión y la inquina que despierta en su cuñada.
 
De cualquier modo, no quiero tampoco cometer injusticia con “Lady Susan”: es una obrita que se lee muy bien y que puede ser que, extendida en el tiempo, y saliendo un poco del bucle en el que termina entrando —¿quizá tirando del hilo de la posible historia de amor entre Frederica y Reginald o buscando un final más desgraciado para nuestra protagonista?—, hubiese ganado algo más de enjundia e interés. Pero es que, como vengo de sus anteriores escritos de juventud, no puedo evitar pensar que hay cierta libertad artística que ha quedado dilapidada en alguna parte del camino. La rudeza permanece intacta, también las afiladas descripciones de los personajes, pero el tono burlesco o el humor surrealista han quedado diluidos hasta casi desaparecer. Por acotarlo de este modo: en “Lady Susan” reconozco la genialidad de Jane Austen, pero no tanto como lo hacía, por ejemplo, en “Amor y amistad”, donde la mezcla entre crueldad, risa y sorpresa era mucho mayor. Aun así, creo que, para los no iniciados en el género epistolar, “Lady Susan” puede ser una muy buena introducción en él, ya que, además de tener una historia con pocos personajes y escasos acontecimientos, goza de un estilo sencillo y ágil. A fin de cuentas, un escrito muy accesible, que cualquier lector ducho o no en Jane Austen puede disfrutar, pero que no llega al nivel de las más destacadas obras de la autora inglesa. Ya se sabe: al que ha puesto el listón tan alto se le exige más que al resto.

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