Fleabag (2016-2019)
Para cerrar bien este año tan sumamente extraño, me gustaría hablar de una de las series que más me ha sorprendido en estos últimos tiempos, y con la que me he reído, a la par que llorado (un sutil equilibrio que no siempre es fácil de conseguir, dicho sea de paso). Estoy hablando de “Fleabag” (2016-2019), un drama británico, con tintes de comedia, dirigido, escrito y protagonizado por la polifacética y maravillosa Phoebe Waller-Bridge. De ella, también me gusta “Crashing” (2016), en la que ya aparece su capacidad para estar a la altura en las facetas de directora, guionista y actriz; sin embargo, aborrezco bastante “Killing Eve” (2018-), de la que me cuesta entender su fama (es probable que simplemente responda a la tendencia tan extendida de encumbrar a alguien y luego no distinguir entre la calidad de las cosas que hace; pero ése es otro tema, que escapa a la temática de nuestro análisis de hoy, y que ya trataré en algún momento con más profundidad). Volviendo a “Fleabag”, cabe señalar que no es ésta una serie cualquiera, sino una que, aun rompiendo la cuarta pared constantemente, consigue hacerlo con suma elegancia y originalidad. Sin ser una tarea fácil, ya que, en ocasiones, este recurso puede resultar molesto, chapucero o pretencioso; en el caso de “Fleabag”, favorece que la protagonista, tan sumamente expresiva, congenie de una forma muy especial con el espectador desde el minuto uno. Quizá no sea para todos los paladares —hay quienes no conectan en absoluto con su tipo de humor y forma de hacer—, pero creo que, si uno aparca los prejuicios y se deja llevar por esta londinense de treinta y pocos, que anda sumamente estancada en errores del pasado y en pérdidas irreparables, encontrará en ella muchas de las preocupaciones que corroen a toda la especie humana y que son siempre dolorosas de digerir. Dicho esto, comencemos.
“Fleabag” surge a raíz de un monólogo de 10 minutos del mismo nombre, que se alzó con el primer premio en el Fringe Festival de Edimburgo de 2013. Más tarde, pasó a ser una obra de teatro, escrita e interpretada por la propia Phoebe Waller-Bridge, y dirigida por su amiga Vicky Jones (creadora también de la serie “Run” [2020-], disponible en HBO, que yo aún no he tenido la ocasión de ver, pero cuya premisa me resulta sugerente). “Fleabag” sí que es algo más conocida que las últimas series que he tratado por aquí, y ha ganado, entre otros, el galardón a Mejor Serie de Comedia en los Premios Emmy de 2019. Sin embargo, bajo su apariencia cómica, late una profunda tristeza, que, aun estando ya presente desde el principio, se va a ir haciendo más evidente a medida que avancemos en su visionado. Es una serie muy corta: sólo dos temporadas, de 6 capítulos cada una, y de unos 25 minutos de duración. El recurso de que la protagonista se dirija a cámara, al que ya hemos hecho alusión hace un momento, no sólo no estorba, sino que nos hace sentirnos íntimamente ligados a ese hipnótico personaje, cuyas miradas, gestos y expresiones suelen ser lo suficientemente explícitos como para que no necesitemos demasiadas palabras en ese contacto casi directo entre ella y nosotros. Además, creo que encaja muy bien con el tono de la serie, que se mueve entre lo gamberro y lo surrealista.
Una de las cosas más curiosas de “Fleabag” es que, a medida que van pasando los episodios, nos percatamos de que no conocemos cómo se llama nuestra protagonista; que, eso sí, asumimos que se identifica con el nombre de la serie, que quiere decir algo así como «pulgosa» o «saco de pulgas». De hecho, ni siquiera es sólo la concepción que ella tiene de sí misma, sino también la que tienen, o al menos de algún modo, las personas que la rodean, que no dejan de recordarle lo desastrosa que es, y a las que les molesta sobremanera su tipo de carácter: el de alguien que no se calla las cosas, que mete el dedo en la llaga cuando conviene hacerlo, y que no sabe guardar las apariencias, mostrando cierta tendencia a que todo salte por los aires en las situaciones menos oportunas. Es, sin duda, incómoda, no tiene demasiado filtro, y tampoco vive muy de acuerdo con las convenciones propias de su edad. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce; y, desde luego, su caso no es —ni mucho menos— el de alguien con la vida solucionada. A partir de ahora, y habiendo aclarado ya este punto, utilizaré indistintamente «nuestra/la protagonista» o «Fleabag», entendido como nombre propio, para referirme a ella.
“Fleabag” es un recorrido por la vida de esta treintañera, con la vida completamente patas arriba, que intenta seguir en el mundo como buenamente puede, pero que tiene ciertos fantasmas que la oprimen sin descanso y que la dificultan vivir de una manera tranquila y sosegada. A diferencia del resto de series sobre las que he ido hablando durante estos últimos meses, ésta no trata tanto de las relaciones de pareja —por mucho que sí que haya algunos encuentros y desencuentros amorosos—, sino, más bien, de la falta de ellas, así como de la soledad y el sufrimiento a los que se enfrenta una persona que, llegada a determinada edad, y teniendo ciertos problemas graves, no ha conseguido encontrar estabilidad con nadie. Además, vemos cómo utiliza las relaciones sexuales para llenar el gran vacío que siente, sobre todo tras la pérdida de su amiga Boo, con la que abrió una cafetería muy peculiar, cuya decoración tenía —y sigue teniendo— como hilo conductor a las cobayas (a raíz de que nuestra protagonista le regalara una a Boo, bautizada como Hilary, y ésta se empezara a obsesionar bastante con estos animales).
No es una serie de muchos personajes, sino que, básicamente, ella sustenta toda la trama. Eso sí, hay ciertos secundarios que merecen una mención aparte, como su hermana Claire —Sian Clifford—; el cura que va a oficiar la boda de su padre con su madrina —Andrew Scott—; y, también, cómo no, ésta última, encarnada por una estupenda Olivia Colman, a la que dan ganas de tirar de los pelos cada vez que aparece en escena. Pero, desde luego, es una serie que gira en torno a un único personaje, que, además, resulta especialmente carismático, y que tiene una manera de estar en los sitios y de decir las cosas un tanto peculiar e impredecible. Por eso, en muchos momentos, la explosión está esperando a hacer su aparición, generando una considerable tensión hasta que se produce el gran golpe. A su vez, “Fleabag” muestra muy bien ciertos contrastes y diferencias —que parecen insalvables— entre las personas; pero creo que precisamente lo hace para remarcar que, de facto, son las mismas preocupaciones las que laten por debajo: tan sólo cambia la forma en la que dejamos que otros las perciban. Así, Claire es el contrapunto perfecto de nuestra protagonista, al ser completamente opuesta a ella: es muy ordenada, está casada, tiene un trabajo estable con el que gana muchísimo dinero, etc. Sin embargo, lejos de esa sensación que da de puertas para afuera, realmente no puede estar peor: no soporta a su marido, Martin —encarnado por Brett Gelman, que era también el compañero de trabajo de Mickey en “Love” (2016-2018)—, un baboso alcohólico que suelta comentarios soeces y de contenido sexual en cuanto tiene ocasión; y su hijastro adolescente, Jack, está obsesionado con ella de una manera muy turbia. Pero, en vez de combatir este tipo de conflictos de frente y en serio, aparenta normalidad todo el tiempo de cara a su familia, y lo único que hace —creyendo que con eso conseguirá algo o, al menos, como una manera de desfogarse o de no asumir la dificultad de tal empresa— es realizar pequeños cambios superficiales, como comprarse unos zapatos vistosos, cortarse el pelo de una manera estrambótica (secuencia, por cierto, gloriosa), etc.; lo que permite, eso sí, que nuestra protagonista se percate de que las cosas no le van demasiado bien.
Claire se comporta de una manera bastante cobarde a lo largo de toda la serie y, aunque en muchas ocasiones dice que va a hacer algo, luego, en el último momento, se raja por miedo; como cuando, por ejemplo, después de la comida por el aniversario de la muerte de su madre, y a raíz de que le hayan dado el ascenso en Finlandia, le dice a Fleabag que va a dejar a Martin, que va a aceptar el nuevo puesto de trabajo y que le va a dar dinero para la cafetería; pero, sin embargo, en el último capítulo de la primera temporada, en la exposición de la madrastra, aparece con él (lo que claramente nos indica que no ha tenido el suficiente valor como para dejarle). Pero también ocurre en la cena con el cura: queda con nuestra protagonista en que van a salir del baño y se van a ir directamente al hospital; y, en cambio, en cuanto llegan a la mesa, actúa como si nada hubiera pasado, teniendo Fleabag que fingir que quien había sufrido un aborto era ella, ante los comentarios tremendamente inapropiados de su cuñado (que, por cierto, luego los utilizará Claire en su contra en aquella conversación tan incómoda en la boda), y pareciendo que encima lo hacía para llamar la atención, cuando realmente estaba encubriendo a su hermana. Sin embargo, esto va a cambiar de cara al último episodio, donde, finalmente, va a decir y a hacer todo aquello que ha ido postergando a lo largo de la serie (a este respecto, cabe resaltar la secuencia en la cocina, que, a pesar de su dureza, está tratada con un humor sumamente negro).
La relación entre las hermanas es fría y distante, o así nos lo quieren hacer ver; pero lo cierto es que, lejos de eso, se preocupan bastante la una por la otra (mucho más de lo que reconocerían si se las preguntara). Las escenas que comparten ambas a lo largo de la serie son de las más divertidas; pues, a pesar de lo distintas que son, en los escasos momentos en los que se entienden, apreciamos una mirada de complicidad que las acerca, aunque sólo sea un ligero instante. En relación con esto, me viene a la cabeza cuando están en el retiro y nuestra protagonista se mete en la cama de Claire, como cuando eran pequeñas, y ésta la coge del brazo con sumo cariño; así como también cuando, en el último capítulo de la segunda temporada, Claire le dice a Fleabag: «La única persona por la que iría corriendo al aeropuerto eres tú» (y ambos personajes no pueden evitar mostrar una cierta sorpresa, así como una media sonrisa). Al final, a pesar del abismo que parece separarlas, se van salvando el culo y protegiendo mutuamente en varias ocasiones a lo largo de la serie (con lo del aborto, con el abogado que Claire le presenta a raíz de que Martin quiera denunciarla por el puñetazo que le da en la cena con el cura, etc.). Como escenas graciosas, a la par que surrealistas, en las que salen ambos personajes, me encanta ésa en la que, en el segundo capítulo de la primera temporada, el personaje de Claire, tras haberse enterado de que van a hacerle una fiesta sorpresa por su cumpleaños, le dice a su hermana que mejor la organiza ella y que luego se hace la sorprendida; también la de cuando, en el siguiente episodio, están visitando la tumba de su madre, y Claire le dice a Fleabag que no cree que sea muy apropiado correr en el cementerio: «Es como si hicieras alarde de tu vida… Dios, no puedo esperar a ser vieja», mientras nuestra protagonista le contesta: «Si te sirve de consuelo, pareces más vieja de lo que eres». Es este tipo de humor ácido el que va a recorrer toda la serie… ¿Acaso a alguien puede no parecerle agudo?
Aquí, como suele suceder, no siempre el que parece estar mejor realmente lo está. De hecho, quizá nuestra protagonista haya cometido infinitos errores —muchos de ellos irreparables—, pero, al menos, al estar todo el mundo al tanto de ellos, y al ser ella consciente constantemente de sus faltas y de su culpa, los asume mejor y no vive resentida, como sí lo está, en cambio, su hermana (que, además, en una escena maravillosa, le suelta a Fleabag que la tiene envidia y que la hace sentir como una fracasada; todo ello, claro está, bajo la desconcertada mirada de ésta última, que no da crédito ante semejante confesión). Sin embargo, y a pesar de lo curioso del fenómeno de que quien es más ridiculizada y humillada sea precisamente la que luego levanta celos, lo que está claro es que, en el presente, a Fleabag no hay nada que le vaya mínimamente bien: la cafetería va de mal en peor; lo ha dejado con su novio Harry; la culpa que siente por Boo la atormenta día y noche; ha perdido a su madre y, con ello, a la persona más parecida a ella; se acuesta con cualquiera que esté dispuesto; y se siente completamente abatida y sola. Todo esto está tratado con un humor negro muy sutil, pero también con una cierta nostalgia agridulce. Para ello, se van combinando escenas del pasado con el presente, en la medida en que ciertas cosas del mundo actual le conducen a algunos recuerdos. Me parece acertado este recurso, que no resulta en ningún momento exagerado, y que sirve para entender mejor cómo está ella, aunque sólo sea por el contraste entre lo que hubo y lo que ya no está. Al final, su presente es de lo más oscuro, y es que carece de lo poco que le hacía sobrellevar la vida.
Esta serie, además, es un ejemplo muy bueno de cómo el duelo es individual, concreto y particular, mientras que el mundo va por otro lado completamente distinto, sin esperar jamás y sin tener piedad alguna. Sin embargo, también consigue trasladar muy bien todo aquello que nos dejan aquellos que se van, y que se manifiesta de una manera muy singular en la descendencia que sí tiene que seguir viviendo. Esto encaja en “Fleabag”, sobre todo, en relación con la muerte de la madre de la protagonista tres años atrás. De hecho, a medida que vamos entrando más y más en la trama, nos damos cuenta de que una de las razones por las que ella está tan destrozada es porque parece que con las dos únicas personas con las que se entendía, su madre y Boo, ya no están. De cualquier modo, ya desde el principio nos percatamos de que, con relación a su mejor amiga, hay algo que no se nos está contando todavía, y que la atormenta de una manera singular, pues son constantes sus desmorones cuando le sacan el tema, aunque sea de soslayo. Las imágenes de su vida anterior, cuando aún Boo seguía viva, son recurrentes, y nos hacen apreciar la distancia que hay entre ese momento, en el que se la ve feliz, despreocupada y tranquila, y el actual, donde, a pesar de sus bromas, se nota que no está para nada bien.
Esos felices recuerdos con Boo, y esa relación tan sincera que tenían, chocan de manera radical con lo que ella le hizo, que es precisamente la razón que nos hace comprender de golpe la principal causa de su pesadumbre: se acostó con su novio. Boo, al enterarse de que su chico se había enrollado con otra, y estando sumamente triste, decide lanzarse a un carril bici abarrotado, planeando ser simplemente atropellada por algún ciclista, que le haría alguna lesión leve que propiciara el tener que ir al hospital; y, así, el novio se tendría que sentir fatal ante semejante coyuntura. Sin embargo, como ya uno se imagina, la cosa no acabó como se esperaba que lo hiciera: no sólo falleció ella, sino también otras tres personas más. Si bien hay quien puede pensar que menuda idea de bombero, que a quién se le ocurre jugar con su vida de forma tan estúpida…, a mí me parece muy acertado el hecho de que muera de esa manera tan poco heroica, pues demuestra una vez más la fragilidad de la condición humana, y lo poco conscientes que somos a veces de nuestra propia debilidad y finitud. Además, esto también sirve para mostrar cómo, en ocasiones, se buscan riesgos innecesarios porque no se ven los peligros reales. Es curioso que la manera en la que nos enteramos de lo que le pasó a Boo sea a través de la conversación que tiene Fleabag con un taxista que le pregunta insistentemente por su vida. Como es evidente, en cuanto ella le cuenta esto, apreciamos un silencio realmente incómodo; y es que la gente suele preguntar por cortesía, costumbre o curiosidad, pero no quiere en absoluto profundizar, sino quedarse en la mera superficie: ahí donde no hay problemas, todo el mundo se entiende. De hecho, esto mismo le ocurre con sus familiares: aparentemente, se preocupan por ella, preguntándole qué tal está y cómo lo lleva con la cafetería, pero no tienen ningún interés en que ella realmente les cuente lo sumamente mal que se encuentra.
De algún modo, al principio pensamos que la razón de que ella persista con el proyecto de la cafetería que abrió con su amiga Boo es honrar su memoria y seguir con algo que a ambas les trajo mucha ilusión y alegría. Sin embargo, más tarde, al conocer realmente lo que pasó con Boo, nos damos cuenta de que también es una forma de realizar una penitencia, de cargar con la culpa, y de tener que convivir día tras día con el recuerdo de aquello que provocó. Al final, esa manera de no dar por perdida la cafetería, de cuidar a Hilary, de continuar llamando a Boo por teléfono para escuchar su contestador —que todavía no ha sido eliminado—, es una manera de pagar por el daño causado; que, aunque ella nunca imaginó que pudiera llevar a la muerte de su amiga, lo cierto es que fue, sin duda, el desencadenante o, por lo menos, aquello que suscitó su estúpido plan, que acabó por conducir a un final tan cruel como inesperado. La primera temporada, que se va a centrar especialmente en esto, tiene, por tanto, un cariz muy apagado. A pesar de que no está nada bien y que este tema la tiene superada, lo cierto es que el cierre de temporada nos abre una especie de esperanza, que probablemente se materialice más y mejor de cara a la segunda temporada (o quizá no; ya que todo es susceptible de empeorar en mayor medida). Por eso, podemos decir que, a pesar de que comparte con “Catastrophe” (2015-2019) el humor inglés tan negro, aquí siempre hay un tono más triste por detrás, enmascarado bajo sonrisas falsas, carcajadas impostadas y conversaciones vanas. De hecho, por alguna razón, el personaje de Fleabag me recuerda a una especie de Amelie actual, pero en su versión más oscura, y sin toda la inocencia e ingenuidad que a su predecesora le sobraba.
Aquí, tal y como también ocurría en la serie creada por Sharon Horgan y Rob Delaney, aparece de forma recurrente una crítica irónica al ‘feminismo’ que últimamente se pregona en cuanto se tiene ocasión. Por ejemplo, cuando están en la charla de mujeres, y tanto ella como Claire son las únicas que levantan la mano, ante la mirada atónita del resto de asistentes, cuando se les pregunta si cambiarían cinco años de sus vidas por el llamado cuerpo perfecto, comentándole con socarronería Fleabag a Claire: «Somos malas feministas». También, en un momento dado del capítulo 4 de la segunda temporada, cuando en la reunión de cuáqueros a la que le lleva el cura, de repente nuestra protagonista se levanta y dice que, a veces, le preocupa pensar que probablemente no sería tan feminista si tuviera las tetas más grandes. O cuando, por ejemplo, tiene esa conversación con la ganadora del Premio para Mujeres, y ésta le comenta que el galardón «es una gilipollez infantil» porque «sólo sirve para marginar»; señalando más tarde: «Es una subsección del éxito. Es como la mesa de los niños de los premios». Además, resulta asimismo interesante lo que le comenta acerca de cómo las mujeres nacemos con el sufrimiento incorporado, a través de los calambres menstruales, el dolor de los pechos, los partos, etc.
A su vez, cabe señalar el papel que juega la escultura en esta serie: nos va a acompañar a lo largo de sus dos temporadas; utilizándose, en la última escena, como símbolo para explicar cómo el apego que sentimos por ciertos objetos materiales tiene una explicación más profunda de la que solemos darle. Las personas físicas se van, desaparecen, pero las cosas que nos recuerdan a ellas permanecen siempre incorruptibles, siempre iguales. De esta forma, tener este tipo de estima por aquello que no tiene vida se podría entender como una especie de búsqueda de algún tipo de permanencia en un mundo que constantemente está cambiando y que no se detiene por nada ni por nadie. Lo cierto es que, cuando nuestra protagonista roba la escultura a su madrastra-madrina por primera vez, no lo hace porque tenga algún tipo de vínculo con ella ni porque le recuerde a nadie en concreto, sino simplemente para molestarla. Sin embargo, empieza a encariñarse más de ella cuando su madrastra le comenta que es curioso que haya decidido justo robarle esa escultura y no otra, ya que se inspiró en el cuerpo de su madre para hacerla. De hecho, esa escena final en la que, después de asistir a la boda de su padre con su madrina, y tras constatar que lo suyo con el cura no tiene ningún futuro, saca la escultura de su bolso, la agarra con firmeza y, finalmente, se va con ella en la mano, señala justamente esto que acabamos de apuntar: a falta de poder tener ya a su madre en vivo y en directo, cuenta al menos con una escultura que fue hecha inspirándose en ella; y eso, de alguna manera, hace que la sienta más cerca. Al mismo tiempo, también el gerente bancario es un personaje que va a aparecer en varias ocasiones y que dotará de movimiento a la trama: al principio, no le va a dar el préstamo a Fleabag para la cafetería; más tarde, se lo encontrará en el retiro y tendrán una conversación especialmente dramática; y, en el último capítulo de la primera temporada, volverán a recrear la entrevista que se les truncó la otra vez. Lo cierto es que resulta interesante la repetición de conversaciones, personas u objetos en diferentes contextos de la serie: la frase que le dice su padre a Fleabag en el funeral de su madre y que ella le repite luego en su boda; la escultura de la que acabamos de hablar; el gerente bancario; el dinosaurio que su novio se deja adrede en su casa, como una excusa para tener que volver, cada vez que las cosas van mal entre ellos; etc.
Otro tema muy significativo que también late por detrás durante toda la serie es lo complicado que a veces resulta hacerse cargo de aquello que nos es transmitido por nuestros mayores, ya sea con relación al carácter o a la educación. A este respecto, me parece bastante tragicómico aquello que le dice su padre después del jaleo de la exposición: «¿por qué las hijas dicen que están jodidas por culpa de sus padres cuando casi siempre es al revés?». En parte, algo de razón tiene: en ocasiones, resulta más fácil echar la culpa a nuestros progenitores de nuestras carencias y necedades, que asumirlas como propias y responsabilizarnos de ellas; pero lo cierto es que tampoco ellos están completamente libres de pecado. A su vez, la conversación que tienen Fleabag y su padre en el desván ejemplifica muy bien uno de los temas que recorre toda la serie: nuestra protagonista tiene el mismo carácter singular que tenía su madre (de hecho, probablemente era la única persona, junto con Boo, capaz de entenderla, y que no estaba constantemente queriendo que fuese de otra manera); de ahí que produzca un cierto rechazo en los demás, precisamente por envidia o por falta de originalidad de los propios atacantes. Es bien conocido lo difícil que resulta apreciar la genialidad para quien es de condición mediocre. Como ya comentamos anteriormente, buena parte de la reflexión que se saca de esta serie se sustenta en aquello que pasa de padres a hijos, con todo lo que eso conlleva —a saber: los méritos, pero también las faltas—; y la forma en la que mucho de lo que fueron las personas que dejan este mundo permanece en la descendencia que se queda todavía en él. Después de que el padre le confiese que cree que no puede casarse, ella le dice: «Venga, alegra esa cara. Sonríe, anímate. Vamos allá» (aquí volvemos a apreciar otro guiño de la serie consigo misma, pues esto es lo mismo que le dijo él a ella en el funeral de su madre). Como colofón de esta conversación paternofilial, su padre le dice: «Creo que sabes amar mejor que cualquiera de nosotros. Por eso te resulta tan doloroso». ¡Qué bien traída la cuestión de que existe una relación proporcional entre lo que uno ama y lo que uno sufre!
Durante la segunda temporada, vamos a ver cómo Fleabag va a irse poco a poco enamorando del cura que va a oficiar la boda de su padre con su madrina. Como no puede ser de otra manera, y dado que ya conocemos el trato un tanto enfermizo que nuestra protagonista tiene con las relaciones sexuales, le preocupa especialmente este tema. Sin embargo, hablando de ello con él, el propio cura le comenta en el capítulo tercero de la segunda temporada: «El celibato es mucho menos complicado que las relaciones románticas». Lo curioso de esta conversación es que, en un momento dado, descubrimos que el cura es la primera persona que se percata de cuando ella nos habla a nosotros. A su vez, me parece que ejemplifica muy bien el tono de la serie una conversación que tienen por la calle, en el cuarto capítulo de la segunda temporada, en la que él le está hablando de su fe, y ella le dice: «No me vuelvas optimista. Me destrozarás la vida». Este planteamiento refleja de algún modo toda esa tragicomedia que envuelve “Fleabag” y, por añadidura, la vida humana en general. De hecho, ya en esta conversación, y por las ocasiones en las que se han visto, vamos apreciando cómo se está empezando a desarrollar una relación de amistad entre ellos, aunque ella no pueda dejar de estar totalmente prendada de él (también aquí, cuando nuestra protagonista mira a cámara y dice: «Qué cuello tan bonito», él la vuelve a mirar sorprendido y a preguntar por ello; esta vez, además, habiéndose percatado hasta de lo que había dicho). Pero esta circunstancia tan agradable se tuerce ligeramente cuando van a la cafetería de Fleabag, él le pregunta por su amiga, y ella no quiere contestar. Lo que ocurre aquí es que, aunque en esta segunda temporada la coyuntura del cura ha eclipsado bastante todo el tema de Boo y, por tanto, parecía que lo tenía más superado, está cayendo en la cuenta de que no es eso, sino que, más bien, se ha esforzado por echarlo a un lado, como si eso lo fuera a hacer desaparecer.
Por supuesto, tampoco puedo dejar de hacer alusión a la conversación que tienen ella y el cura en el confesionario, donde nuestra protagonista consigue sincerarse como nunca antes lo había hecho. De entrada, me parece muy relevante cuando le comenta que tiene miedo de olvidar cosas y, sobre todo, de olvidar a personas. Y, también, más tarde, le suelta lo siguiente: «Quiero que alguien me diga cómo tengo que vestirme cada mañana. Quiero que alguien me diga qué comer, qué me tiene que gustar, qué odiar, por qué enfadarme, qué escuchar, qué grupo me tiene que gustar, para qué comprar entradas, sobre qué bromear y sobre qué no. Quiero que alguien me diga en qué creer. A quién votar, a quién querer y cómo decírselo. Solo quiero que alguien me diga… cómo vivir mi vida, padre, porque hasta ahora, creo que me he equivocado. Y sé que por eso la gente quiere a personas como tú en su vida. Porque les dices cómo tienen que vivirla. Les dices qué hacer… y qué pasará al final. Aunque no creo en tus tonterías y, aunque sé que científicamente nada de lo que haga cambiará nada, sigo teniendo miedo. ¿Por qué sigo teniendo miedo? Dime qué debo hacer. Dime qué coño hacer, padre». Todo este discurso viene a ejemplificar muy bien el vértigo de la libertad, la responsabilidad que viene inscrita en cada vida, y lo duro que resulta a veces dotarla de sentido y saber el por qué uno hace lo que hace. En esa secuencia, se besan por primera vez, hasta que de repente se cae un cuadro en la iglesia, y el cura se marcha un tanto confundido. De hecho, toda su relación —sus diferentes encuentros, ese beso en el confesionario, cuando se acuestan, la mañana siguiente, aquella pequeña escena conjunta en la boda, etc.— siempre se encuentra atravesada por una gran inconsistencia y por un fino hilo del que pende todo y que, en cualquier momento, puede romperse. Es esa contradicción, que también apreciamos en los personajes, la que convierte todas sus idas y venidas en secuencias con un tono inevitablemente triste.
Aunque sea también un poco largo, creo que merece la pena citar el discurso que da el cura en la boda: «Es muy difícil encontrar algo original que decir sobre el amor. Pero lo voy a intentar. El amor es horrible. Es horrible. ¡Es doloroso y aterrador! Te hace dudar de ti mismo y juzgarte. Te aleja de las demás personas de tu vida. Te vuelve egoísta. Hace que des grima. Hace que te obsesiones con el pelo. Te vuelve cruel. ¡Te hace decir y hacer cosas que jamás pensaste que dirías y harías! ¡Es lo que todos queremos y, cuando lo conseguimos, es un infierno! Así que es normal que no queramos hacerlo solos. Me enseñaron que, si nacemos con amor, luego la vida es cuestión de escoger qué hacemos con él. La gente habla mucho de ello. Te sientes bien. “Si te sientes bien, es fácil”. Pero yo no lo tengo tan claro. Hay que ser fuerte para saber qué es lo correcto. Y amar no es algo que hagan los débiles. Para ser un romántico hace falta muchísima esperanza. Creo que lo que quieren decir es que, cuando encuentras a alguien que quieres, es como la esperanza. [En ese momento, Claire se levanta y se va al aeropuerto a buscar a Klare]. Así que gracias por reunirnos a todos hoy aquí. Como dice el libro del amor: “Sed fuertes y tened valor todos los que confiáis en el Señor”». La verdad es que me parece una pequeña disertación que señala muy bien la contradicción —o, más bien, lo inevitable— de que la máxima felicidad traiga consigo también el mayor sufrimiento.
El final de la serie no puede ser más triste: ella se va de la boda y está esperando al autobús en la parada. De repente, aparece el cura, y tienen una conversación en la que queda explícito que lo suyo no puede ser, y que esa arriesgada relación que podría haber salido de ahí, y que esta segunda temporada se ha empeñado en que nos la imagináramos y la visualizáramos una y otra vez, está completamente truncada y no tiene ningún horizonte en el que sobrevivir. Esta decisión, desde luego, aunque haya sido siempre una posibilidad perfectamente factible, dada la complicación de la coyuntura, no deja por ello de ser menos dolorosa. Sin embargo, me parece valiente y acertada: pues las cosas no siempre salen bien; de hecho, en muchas ocasiones, acaban derivando como menos queríamos que lo hicieran. Y es duro y fastidioso, por supuesto que sí, pero no por ello menos real.
Después de que él se vaya andando, y ella siga en la parada esperando al autobús, aparece un zorro: este detalle me parece, nuevamente, de una sutilidad brillante, porque ya se nos había advertido de que el cura estaba obsesionado con los zorros, y que siempre se encontraba con ellos en los momentos menos oportunos. Ella, con ese humor tan suyo, pero llena de lágrimas por la situación recién acontecida, le dice: «Se ha ido por ahí». Acto seguido, saca la escultura del bolso. Y, al ver que la cancelan el autobús, decide irse andando. Pero, antes, y de una manera inesperada, se despide del espectador mirando a cámara y, también, dice adiós a esa ruptura de la cuarta pared, eliminando por tanto ese vínculo que nos unía a ella y que nos ha permitido ser cómplices de lo que pasaba por su cabeza. Es complicado no llorar en ese momento, pues no podemos sino sentir compasión por ella y temer cómo le irán las cosas a partir de ahora: al fin y al cabo, en los últimos años se le han ido juntando una serie de desencuentros, que podían haber derivado en algo mejor de cara a esta segunda temporada, y a ser posible en relación con el cura, pero que, finalmente, no han podido ser llevados a término. Reconozco que, a pesar de todo, me gusta bastante ese final triste, porque casi siempre la vida es infinitamente más cruel de lo que queremos creer; y, además, en muchas ocasiones, uno debe padecer incontables desgracias que se suceden unas a otras y que le impiden ver la luz. Aun con todo, creo que esta temporada es un canto a la esperanza, a la posibilidad de que las cosas, quizá, puedan ir a mejor en algún otro momento, aunque esta vez tampoco haya sido el caso.
Hablando ya en general de toda la serie, sin duda cabe decir que es sumamente original, no tanto por temática —aunque nunca será lo suficientemente tratada como para agotarse—, sino por la manera que tenemos de empatizar con la protagonista, a pesar de lo hermética que resulta en muchas ocasiones. Además, el cierre con la canción “This feeling”, de Alabama Shakes, me parece fantástico. Me falta, eso sí, desearos a todos unas felices fiestas navideñas y una buena entrada de año (esperemos que éste sea mejor que el que dejamos atrás, y que lo sea también de la misma manera para nuestra querida protagonista).
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