Las adaptaciones cinematográficas de Juicio y sentimiento (I)
Hoy, después de mucho retraso y de varias catastróficas desdichas, volvemos a la carga con lo que prometimos: la primera parte de las adaptaciones cinematográficas de “Juicio y sentimiento” (1811), la novela con la que Jane Austen se dio a conocer al mundo. Si bien opté por dividir este artículo en dos análisis distintos, precisamente para hacérselo más digerible al lector, no sé muy bien cómo ni por qué su dimensión ha alcanzado cotas mastodónticas, y mira que ni me lo propuse ni lo quería. Me disculpo ya de antemano por el entuerto y deseo que, al menos, como son cinco las películas y miniseries de las que voy a hablar, no se haga demasiado pesado y haya quienes puedan ir directamente a una o a otra sin pasar por el resto; y es que, como acostumbro a hacer en estos casos, he escrito de manera individual sobre ellas, aunque también haciendo referencia a las demás, para que pueda leerse tanto del tirón como separadamente. En cuanto al contenido del artículo, lo que os vais a encontrar son dos miniseries que tratan de ser bastante fidedignas respecto al contenido del libro, la de 1971 y la de 1981; una película, la de 1995, que busca ser una buena y fiel adaptación, aunque lanzándose a veces más allá de la mera literalidad; un libre traslado de la novela a la India contemporánea, bajo el nombre de “I have found it” (2000); y, por último, “Tigre y dragón” (2000), que no es una versión audiovisual del texto de Jane Austen, pero que guarda paralelismos con él, tal y como su director, Ang Lee, el primero en adaptar “Juicio y sentimiento” a la gran pantalla, ha dejado patente en alguna que otra ocasión. Como éste sólo es el primer grupo de cintas, y la división responde a criterios meramente numéricos, será en la segunda parte donde concluiré este análisis conjunto, pues ahí ya habré visto todas las versiones de las que dispongo y podré hablar con mayor conocimiento de causa. Sin más dilación, y dado que el camino va a ser largo, empecemos ya por fin.
Sentido y sensibilidad (1971)
La primera adaptación cinematográfica de “Juicio y sentimiento” es una miniserie, conformada por cuatro partes, que dura un total de casi tres horas. Bajo el paraguas de la BBC, con guion de Denis Constanduros y dirección de David Giles, estamos ante un traslado a la pantalla más que notable de la primera novela larga de Jane Austen. Desde luego que tiene sus peros, que iremos viendo a continuación, pero, para ser la pionera en volcar este texto al formato audiovisual, hay que decir que lo hace con suma solvencia, lo que esperamos que sea una tendencia a lo largo de las películas y series que aquí iremos repasando. De hecho, teniendo en cuenta la también notable adaptación de “Lady Susan” (1871), ya comentada por aquí en su momento, podría parecer que los escritos de Jane Austen quizá sean más fáciles de llevar al cine que los de las hermanas Brontë…, aunque sólo sea porque la trama suele ser menos intrincada y la estructura menos compleja, además de abarcar un periodo de tiempo menor. Sin embargo, precisamente por eso, el peligro de convertirlos en meros retratos de la vida en la campiña inglesa es mucho mayor, lo que puede provocar que muchas veces se pierda la profundidad que tienen. Pero como eso es una simple hipótesis aún no probada, pues por ahora tan sólo hemos visto dos adaptaciones de sus escritos, y ambas han estado a un buen nivel, centrémonos en hablar de la que ahora nos ocupa, que ya habrá tiempo de volver a estas cuestiones cuando tengamos una panorámica más nutrida.
Por empezar por alguna parte, cabe destacar que los dos caracteres de las protagonistas, Elinor y Marianne, son bastante fieles al libro; sin embargo, sus apariencias físicas no lo son tanto. Si bien la actriz que encarna a Elinor, Joanna David, no me parece que esté del todo mal, pues su apariencia, sin dejar de ser agradable, es discreta y no llama la atención, la joven que encarna a Marianne, Ciaran Madden, aunque es de indiscutible belleza, creo que no encaja en absoluto con los rasgos de la hermana mediana de las Dashwood descrita por Jane Austen: de piel morena y ojos muy oscuros. Aquí, sin embargo, ni una cosa ni la otra: estamos ante una muchacha de tez blanca y, para colmo, ojizarca. Además, y esto quizá sea fruto de mi imaginación y no de la escritura de Jane Austen, yo la había visualizado castaña y con el pelo rizado. Aun así, como decimos, estos son detalles menores, pues ni siquiera la propia autora es muy dada a describir al milímetro el físico de sus personajes, sino que opta por hacer un estudio pormenorizado de sus temperamentos, para que desde ahí el lector los encarne a partir de sus virtudes y defectos. Sin embargo, con Marianne sí se excede más en su descripción, y es que su belleza y encanto destacan por encima del resto, por lo que tiene más delito no haber optado por una actriz más adecuada a las cualidades que se especifican de ella.
Dejando ya de lado estos matices, en los que sé que puedo recrearme sin piedad si me descuido, casi todos los personajes están bastante bien en su papel y se adecúan con acierto a los que aparecen en el libro. De hecho, tengo que decir que la señora Dashwood, encarnada por Isabel Dean, me recuerda precisamente a Susan Sarandon, que hace de madre de las hermanas March en la adaptación cinematográfica de “Mujercitas” (1868-1869) de 1994, mi preferida. Por lo demás, creo que el coronel Brandon —Richard Owens— está bastante conseguido (desde luego que yo me lo imaginaba físicamente de otra forma, pero ya digo que esto va a depender en buena medida de cada lector), pues le vemos siempre presente, pero de una forma discreta y sin hacerse notar demasiado. Por su parte, Edward —Robin Ellis— me convence tanto físicamente como en carácter, y es que han conseguido captar muy bien esa mezcla de timidez, torpeza y bondad que le define… ¡Y no era tarea fácil! Sin embargo, tanto John Middleton —Michael Aldridge— como la señora Jennings —Patricia Routledge— se me hacen demasiado estridentes y teatrales, hasta el punto de que, en algunos momentos, sacan mi instinto asesino y provocan que ciertas escenas en las que salen ellos quiera que se acaben cuanto antes por un exceso de saturación. Es cierto que ambos son un poco así en el libro, agitados y escandalosos, pero hay una gran diferencia entre leerles y oírles… Y es que incluso la propia Marianne me resulta a veces muy exagerada, como si estuviera forzando un poco de más su intensidad tan romántica y sus gustos apasionados. Quizá sea yo, pero, en ocasiones, cuando alguno de estos personajes está en uno de sus estados exorbitantes, lo que me apetece es que se calle de una dichosa vez.
Además…, ¿no es demasiado joven la señora Jennings? Casi parece hermana de su hija lady Middleton, a la que, por cierto, Sheila Ballantine dota a la perfección de su carácter algo famélico y soso hasta la extenuación. A su vez, tanto Fanny —Kay Gallie— como John Dashwood —Milton Johns— están muy bien en su papel de cutres y malignos, e incluso la serie consigue trasladar la obsesión de este último por la gente rica, con la que tiene unas consideraciones especiales. Asimismo, se traslada con bastante acierto el capítulo II del libro, cuando Fanny intenta convencer a John de los peligros de ser demasiado benevolentes con las mujeres Dashwood. Por su parte, Willoughby —Clive Francis— tampoco está mal, aunque no alcanza la presencia arrolladora que tiene en la novela, y Lucy Steele —Frances Cuka— es algo más repelente de como aparece en el libro, aunque creo que se evidencia bien su flagrante provincianismo y su falta de elegancia. A su vez, el personaje de Margaret, la hermana menor de las Dashwood, ha sido eliminado de la historia y, en cambio, sustituido por una tal Mary —Esme Church—, que hace como de criada. Desde luego que esta pérdida no se nota en exceso —a mí me costó un tiempo percatarme—, pues ya sabemos que es un personaje que no aporta prácticamente nada al conjunto, al salir poquísimo durante el libro, y que se puede eliminar sin que uno se dé cuenta o lo eche en falta.
Esta adaptación de 1971 prácticamente aborda todos los puntos importantes de la historia: desde que las mujeres Dashwood están viviendo en Norland tras la muerte de Henry Dashwood hasta que Edward le pide a Elinor que se case con él. El matrimonio del coronel Brandon con Marianne, si bien no queda explicitado, sí se deja caer con un gesto cariñoso entre ambos poco antes de cerrar el último episodio, convirtiéndose en un elegante recurso para no precipitar demasiado un final que ya en el libro resulta algo apresurado. Además, la propia adaptación no sólo se encarga de rescatar frases literales del libro, lo que la hace caminar muy paralela al escrito de Jane Austen, sino que también recupera momentos que pueden parecer menores, pero que, sin embargo, son importantes para entender ciertas relaciones entre los personajes. A este respecto, me viene a la cabeza cuando Edward lee en alto uno de los textos favoritos de Marianne en Norland, y ésta se muestra apesadumbrada por la poca pasión que transmite; y es que es un ejemplo muy evidente de la graciosa relación que ambos tienen, donde se aprecia la inevitable tensión entre el afán pintoresco de Marianne y el sosiego, con tendencia a lo anodino, de Edward. Por otro lado, también me gusta que se haya rescatado el momento en el que, durante la visita a la señora Ferrars, Marianne defiende a capa y espada los dibujos de Elinor frente a los de la señorita Morton, a los que alude la estirada mujer para rebajar el valor de los de su hermana, pues es uno de los casos en los que se aprecia cuánta estima tiene Marianne por Elinor, aunque a veces sus naturalezas parezcan tan dispares e incompatibles.
Eso sí, inevitablemente, y por una cuestión de duración, hay conversaciones que tienen lugar en momentos distintos a como suceden en el libro; sin embargo, en lo sustancial están casi todos los puntos importantes de la historia y no hay casi nada que haga chirriar el conjunto. De cualquier modo, sí que encontramos algunos pequeños detalles molestos que debo mencionar, especialmente porque podrían haber sido evitados con facilidad. De entrada, el libro cuenta con mayor discreción de la que aparece mostrada en pantalla el momento en el que Marianne se encuentra con Willoughby en un baile en Londres, y éste actúa casi como si no la conociera. De hecho, en la adaptación vemos incluso cómo Marianne se va corriendo a llorar mientras todos los asistentes al baile están pendientes de lo que ocurre, algo que no aparece en el texto, donde se nos describe una escena mucho más íntima. Por otra parte, el encuentro entre Edward, Lucy y Elinor en la misma habitación presenta algunas diferencias con respecto al libro; y es que, así como en la novela de Jane Austen se mantiene muy bien la tensión, pero sin hacer una alusión explícita a aquello que les tiene a los tres tan incómodos, en esta adaptación es bastante menos sutil, pues incluso vemos cómo Edward hace el amago de querer irse. Eso sí, por suerte asistimos a los elogios sinceros que Marianne dirige a Edward y que provocan que la coyuntura se vuelva aún más violenta, pues ella desconoce el trío amoroso Lucy-Edward-Elinor.
A su vez, también hay que decir que, cuando Elinor va a comunicarle lo del beneficio de Delaford a Edward, se nos presenta una escena bastante íntima de ambos, en la que casi parece como si él fuese a besarla. Reconozco que temí por momentos que fuesen a echar por tierra cierta frialdad de ambos personajes, a los que nunca llegamos a ver en el libro de una manera tan cariñosa. Y es que hay que reconocer que, durante el escrito de Jane Austen, la relación entre Edward y Elinor jamás llega a cuajar, lo que provoca que tampoco nos ilusione demasiado el enlace entre ambos. De hecho, si bien se mantiene esa entereza de Elinor a lo largo de casi toda la adaptación, hay otro momento en el que se peca de hacerla menos distante y algo más efusiva: cuando Marianne se ha recuperado de la infección que parecía que iba a acabar con su vida, y Elinor rompe a llorar en los hombros del coronel Brandon. Esto es absolutamente incoherente con lo que ocurre en el libro, donde precisamente se hace patente, una vez más, esa fortaleza de ánimo de Elinor ante la noticia de la milagrosa mejoría de su hermana, que describe así Jane Austen: «Lo único que anidaba en el seno de Elinor era satisfacción, firme y callada satisfacción». Y además es curioso que lo hayan hecho, porque lo cierto es que habían llevado muy bien a lo largo de la cinta esa supuesta frialdad —que realmente tiene menos de desafecto que de esfuerzo— de Elinor, que la hace llevar cualquier contratiempo, pero también cualquier alegría, con cierta distancia y con absoluta serenidad. Por último, otros dos detalles mucho menos importantes que cabe destacar es que, en esta adaptación, las hermanas Dashwood se desplazan a Cleveland sólo con la señora Jennings y no también con Charlotte, como ocurría en el libro, y que lo del matrimonio de Willoughby con la señorita Grey se descubre aquí cuando éste va a Cleveland y habla con Elinor, y no mientras ellas están en Londres. Sea como fuere, y como ya ha quedado más o menos claro, estamos ante una decente adaptación de “Juicio y sentimiento”, que, si bien con no muchos recursos, adapta con bastante tino la primera novela larga de Jane Austen. Esperamos que el resto de las adaptaciones estén a la altura o la superen, pues sería una pena que detalles que ha conseguido captar esta miniserie se perdieran por el camino en pos de una historia más costumbrista y de unos personajes más planos.
Sentido y sensibilidad (1981)
Sorprendentemente, tan sólo 10 años más tarde de la adaptación de 1971, la BBC volvió a sacar una nueva versión de “Juicio y sentimiento” con un formato similar a su predecesora, aunque esta vez dividida en 7 episodios, rondando la media hora cada uno, hasta conformar también un total de tres horas. La verdad es que, si bien cabe preguntarse acerca de la necesidad o no de volver a esta obra cuando no había pasado tanto tiempo desde el anterior acercamiento cinematográfico —que, además, estaba bastante conseguido—, no lo es menos que, con ciertos clásicos —y aquí, inevitablemente, nos referimos a algunos como “Cumbres Borrascosas” (1847) o “Jane Eyre” (1847), así como a varias de las novelas de Jane Austen—, hay una clara tendencia a que cada década tenga su propia versión. Esto, sin duda, tiene cierto sentido cuando se buscan paliar algunos errores o descuidos de las adaptaciones pasadas, pero no siempre se consigue superarlas o incluso igualarlas, siendo el peor de los casos cuando, para colmo, acaban empeorándose. Pero ¿en qué caso nos encontramos con esta adaptación, la de 1981? Yo diría que en un punto intermedio: mejora ciertas cosas, pero también añade nuevos desaciertos. Dirigida por Rodney Bennett, y con guion de Alexander Baron y Denis Constanduros —el que había sido guionista de la de 1971—, esta miniserie también es una fiel adaptación cinematográfica de la novela de Jane Austen. Indudablemente, y ya empezamos a hablar con cierto conocimiento de causa por las múltiples versiones que hemos visto de novelas adaptadas a la pequeña y a la gran pantalla, las de la BBC suelen ser garantía de éxito para quienes conocen los libros antes de acercarse al formato audiovisual, pues se apoyan mucho en el texto original. Aun así, siempre suele haber detalles que desentonan y que no permiten que el conjunto sea perfecto —si es que acaso podemos esperar que alguna pueda alcanzar tan altas cotas—.
Por ir a lo fundamental, a saber, nuestras protagonistas, notamos ciertos avances respecto a la miniserie de 1971, aunque también algunos retrocesos. Aquí estamos ante una Elinor, encarnada por Irene Richard, un poco sosina y, desde luego, fría en exceso. Además, y no es por pecar de quisquillosidad, no es demasiado agraciada, algo que no se corresponde con la descripción de Elinor realizada por Jane Austen. De hecho, en la novela se nos dice, en más de una ocasión, que ambas hermanas son guapas, si bien la belleza de Marianne destaca en grado sumo por encima del resto: «… su rostro era tan hermoso que, cuando en la jerga común de los requiebros se decía que era una beldad, la verdad salía menos violentamente ultrajada de lo que es habitual». Al mismo tiempo, esta Elinor ha perdido ese buen humor y alegría que la caracterizan, y que son también los que propician que, cuando se descubran los pesares por los que ha pasado, estos resulten aún más chocantes, pues nadie habría dicho que estuviera sufriendo tanto en silencio. Aquí, sin embargo, su carácter no resulta muy afable en ningún momento y sus maneras de moverse y su forma de estar son un poco mustias. Creo que la Elinor de la versión de 1971 era más acertada precisamente por eso, porque habían conseguido conjugar milagrosamente bien su amabilidad con su inquebrantable sensatez. Y es que Elinor es dura, pero tierna; firme, pero dulce. De cualquier forma…, aunque me cueste conectar con esta Elinor, esto viene compensado por Marianne, que no puede estar más espléndida en esta versión y que no puede tener una fuerza más arrolladora. Desde luego que, en cuanto a físico, siguen manteniendo la apuesta errada por que sea rubia con los ojos azules; pero, en esta adaptación, resulta mucho más expresiva y con una mirada verdaderamente encantadora y atractiva, que engloba a la perfección lo que se dice de ella en la novela. Aquí se ha abandonado cierto infantilismo y tendencia a la teatralidad de la adaptación de 1971 para proponernos una Marianne mucho más acorde a la conformada por su autora: con gran facilidad para dejarse llevar por sus intensos sentimientos, pero también con una gran pasión a la hora de defender sus ingenuas y románticas ideas. Y, de hecho, el que su apariencia no se corresponda con la descrita por Jane Austen acaba siendo lo de menos, porque la maravillosa interpretación que hace Tracey Childs de ella consigue estar a la altura de una naturaleza tan extrema e intrincada como es la de Marianne.
Por ir a otros personajes, cabe decir que, en general, están todos bastante bien y son fieles a la novela. La señora Dashwood, encarnada por Diana Fairfax, es algo más mayor que en el libro —donde se especifica que ronda los 40 años—, pero consigue reflejar muy bien la predilección que siente por Marianne (de hecho, a este respecto, he agradecido que se rescatara el momento en el que ella misma reconoce haber descuidado mucho a Elinor por haber tenido que estar tan pendiente de su otra hija). Por su parte, la señora Jennings —Annie Leon— es infinitamente menos insoportable en esta versión y notablemente más mayor, cosa que se agradece; aunque quizá es un poco más floja de lo que cabría esperar de un personaje que tiene un considerable peso en la historia. Los Middleton tampoco están demasiado mal: John —Donald Douglas— sigue siendo algo intenso, aunque mucho menos que su predecesor, y lady Middleton —Marjorie Bland—, si bien consigue transmitir ese anodino carácter que jamás podría provocar interés en alguien con un espíritu un poco elevado, lleva una estética de lo más extraña, que no me convence en absoluto, y que es algo así como si la indumentaria del siglo XIX se hubiera fusionado con la de los locos años 20. A su vez, las hermanas Steele no están mal: aunque no podemos obviar que las pintas de Nancy —Pippa Sparkes— son también un poco raras, Lucy —Julia Chambers— está bastante más acertada que en la versión de 1971, y es que esta miniserie consigue trasladar esa mezcla de joven que no ha roto un plato en su vida con una cierta dulzura condescendiente que roza la maldad, y que está reflejada muy bien en su mirada y en sus gestos. Eso sí, la que está verdaderamente acertada es Charlotte Palmer, encarnada por Hetty Baynes, a la que han añadido la risa inconfundible e irritante que tiene, ésa que ni siquiera la paciente Elinor puede soportar. Asimismo, aunque John Dashwood —Peter Gale— me gusta menos que el de la versión de 1971, que parecía más pusilánime y que creo que encajaba mejor con el personaje de la novela, por suerte han vuelto a captar muy bien la alevosía de Fanny Ferrars —Amanda Boxer—, que vuelve a estar magnífica aquí.
Pero… ¿y ese Edward? ¿Por qué, señor? No me puede gustar menos. Encarnado por Bosco Hogan, el hermano de Fanny resulta aún más anodino que el del propio libro, lo que ya es decir… Un pan sin sal en toda regla. Y, junto con la Elinor que ya hemos descrito, es una pareja incapaz de transmitir una verdadera complicidad, o no más que la que mostrarían dos amebas. Aquí se ha perdido esa conjunción característica que se da en Edward entre un cierto retraimiento con clara tendencia a la ineptitud y un evidente reconocimiento de su condición algo sencilla y poco ambiciosa. De hecho, precisamente eso es lo que permite que pueda mirarse a sí mismo con cierta socarronería, sobre todo cuando se compara con la extasiada Marianne, algo que no ha sabido captar en absoluto esta versión, en la que vemos casi a un Edward ofendido por ciertos comentarios que la hermana mediana de las Dashwood le espeta. Sin duda, un retroceso evidente respecto a la adaptación de 1971, que sí supo entender bien al Edward descrito por la autora. Por suerte, el coronel Brandon, que es un personaje mucho más interesante que Edward, está correctamente interpretado por Robert Swann, que es capaz de trasladar a la pantalla esa mezcla tan inconfundible de discreción y bondad. Sin embargo, si bien se deja entrever también su tierno amor por Marianne, aunque sepa las pocas posibilidades de éxito que tiene con ella, quizá a veces se muestra algo más desesperado de como aparece en la novela, en la que su discreción siempre se antepone a sus sentimientos. Por su parte, Peter Woodward en el papel de Willoughby no está mal, pero tampoco acaba de tener esa presencia irresistible que se nos describe en el libro. ¿Para cuándo un Willoughby moreno y no rubio? ¿Por qué ese afán por equiparar el cabello claro y los ojos azules como síntoma de belleza? Sé que me reitero con este asunto, pero es que no alcanzo a entender a qué responde.
Hablando de ciertos desaciertos de la película, cabe decir que, tal y como pasaba con su predecesora, Margaret tampoco aparece en esta versión. Como ya advertimos, no es ninguna pérdida relevante, pues su personaje no aporta nada a la novela, pero es curioso que, por ahora, se haga como si no existiera. Además, a diferencia de la de 1971, donde se nos presentaba a una criada con el nombre de Mary, aquí tenemos a dos miembros del servicio: Susan y Thomas (este último, de hecho, sí que existe en el libro, pero juraría que las otras dos no). A su vez, tengo que decir que, por mucho que se haya rescatado el lamento a Norland por parte de Marianne que tanto me gusta de la novela, y que cité en el análisis de la misma, aquí me parece tremendamente forzado y artificial… Bien hubieran hecho en no meterlo, la verdad, pues queda realmente extraño. Por otra parte, la despedida de Willoughby antes de irse a Londres es mucho más dramática y cálida aquí de lo que lo es en el libro; y esto es un problema, porque precisamente es la frialdad con la que se marcha la que empieza a levantar sospechas en Elinor de que el asunto no va a acabar bien. Y hablando de forzar lo que ocurre en el libro hasta explicitar demasiado el asunto e incluso propiciar algo que no sucede, no podemos pasar por alto el hecho de que se cometa el desatino de que Edward se entere de que van a ir las Steele a casa de los Middleton, y que eso sea lo que precipite su partida de Barton cuando él ya había accedido a quedarse un poco más de lo que tenía previsto. En absoluto sucede esto en la novela de Jane Austen. De hecho, primero se va Edward de Barton, luego van de visita los Palmer y, cuando estos ya han partido, entran en escena las Steele. Pero, además, esto se remata con otro desacierto: un plano de Elinor pensativa y extrañada, como si sospechara algo del comportamiento tan raro de Edward… Si ya se nos da la pista con lo del trozo de cabello —algo que, de hecho, está explicitado en el libro—, ¿por qué tan poca delicadeza y por qué ese afán por precipitar algo que después iba a descubrirse?
Además, y como ya ocurría en la anterior versión, aunque de manera mucho más sutil, hay una gran tensión sexual entre Edward y Elinor cuando ésta va a comunicarle lo de Delaford. En ambas adaptaciones se peca de lo mismo: querer mostrar más enamoramiento explícito del que se deja caer en el libro, donde todo se sustenta en algo mucho más platónico e imaginado. Al mismo tiempo, y por seguir con ciertos desatinos, no tiene ningún sentido que, cuando va Willoughby en esta adaptación a Cleveland, no sepa que Marianne está enferma, y que sea Elinor la que se lo dice, pues precisamente es ésa la razón que le lleva a hacer esa visita. Aun así, hay que decir que está bastante bien llevado el discurso de Willoughby, al que se le ha dotado de una extensión considerablemente mayor que en la versión de 1971, aunque no tenga demasiado sentido que Elinor le diga que ya verá ella si se lo cuenta o no a Marianne (pues, de hecho, en el libro le promete que lo hará). Por señalar otros pequeños desaciertos de la cinta, cabe decir que, si no recuerdo mal, las hermanas Dashwood no conocen a Robert Ferrars gracias a John Middleton durante un baile, como sí ocurre en esta adaptación, sino que se lo encuentran en una tienda y les resulta de lo más afeminado e insoportable. A su vez, es inevitable señalar que, aquí, la histeria de Fanny al descubrir lo del compromiso entre Lucy y Edward resulta un poco excesiva, y que, por muy mal que nos caiga John Dashwood, juraría que él no les pide a Elinor y Marianne que no vuelvan a ver a Edward ante semejante giro de los acontecimientos, como de hecho sí les insta a hacer en esta adaptación. Por otra parte, la enfermedad de Marianne no se desarrolla de una manera tan repentina a como aparece en esta miniserie, sino que surge tras los tres o cuatro primeros días en Cleveland —fruto, entre otras cosas, de sus largos paseos bajo unas condiciones meteorológicas no muy favorables—, por lo que es falaz ese desmayo al llegar a la residencia de los Palmer que aparece en esta versión. Pero creo que el mayor error de esta adaptación es que se ha separado demasiado a las hermanas Dashwood y no se ha conseguido reflejar con acierto los atentos cuidados que Elinor presta a Marianne a lo largo de toda la obra. Eso sí, para hacer honor a la verdad, tengo que decir que sí que hay dos momentos de ellas que me gustan especialmente: la conversación que tienen sobre las virtudes —o la falta de ellas— de Edward tras la desapasionada lectura que hace en Norland de uno de los textos que más adora Marianne y la escena en la que, ya de vuelta en Barton, y después de todo el periplo en Londres, Marianne se disculpa con Elinor por haberse dejado llevar tanto por sus sentimientos.
De cualquier manera, no hay que pasar tampoco por alto que hay ciertas mejoras respecto a la adaptación de 1971, aunque con sus peros. La primera de ellas tiene que ver con el momento en el que Marianne se encuentra a Willoughby en el baile, donde le reprocha que no le haya contestado a sus cartas. Si bien es una escena mucho mejor llevada y más parecida a la del libro que la que tiene lugar en la adaptación de 1971, en tanto que Marianne lamenta su desgracia únicamente ante Elinor, y no de una manera tan exagerada como para que se entere toda la fiesta, como ocurría en la versión anterior, no me convence nada que sea el coronel Brandon, y no lady Middleton, el que las lleve de vuelta a casa, porque eso es forzar demasiado un acercamiento que no tiene lugar en la novela. A su vez, aunque el encuentro incómodo entre Elinor, Lucy y Edward esté bien llevado aquí, deteniéndose incluso más en la violenta coyuntura de lo que lo hacía la anterior versión, la cinta nos deja con Lucy y Edward solos mientras Elinor va a buscar a Marianne, provocando que presenciemos una conversación a la que realmente no tenemos acceso en el libro y que vuelve a querer forzar de manera demasiado explícita el desenlace de la trama, pues ahí ya vemos que las cosas entre ambos se están enfriando, y eso no es algo de lo que seamos conscientes a estas alturas de la novela. Además, en la adaptación se vuelve todo mucho más evidente que en el libro, pues ambos se marchan juntos; cuando, si atendemos a las palabras de Jane Austen, primero se va Edward y poco después lo hace Lucy. Incluso lo que hablan Marianne y Elinor tras su partida es mucho menos sutil que las pocas palabras que intercambian después de un encuentro tan incómodo en la obra de la autora inglesa. Eso sí, siendo justos, hay dos evidentes y concretas mejoras: durante esta versión sí que viaja Charlotte con su bebé y con la señora Jennings y las hermanas Dashwood a Cleveland, y no las está esperando allí, como sucedía en la adaptación de 1971, y Elinor no se echa a llorar en los hombros del coronel Brandon cuando por fin no se teme por la vida de su hermana (aunque ese exceso de afectación tan poco propio de Elinor se traslada a otro momento: cuando Thomas le da la noticia de que Edward se ha casado).
Por último, respecto al vestuario y a la ambientación, algo a lo que no he hecho referencia en la anterior versión, podemos decir que es correcto, pero tampoco nada del otro mundo. El corte imperial en los vestidos —a mi parecer, nada favorecedor— sigue reinando en esta adaptación, como ya lo hiciera en la de 1971. Curiosamente, Jane Austen en sus novelas apenas hace alusión a los atuendos de sus personajes, salvo que alguno de esos detalles tenga connotaciones que vayan más allá de la mera estética —como, por ejemplo, el chaleco de franela del coronel Brandon—, algo sorprendente si tenemos en cuenta lo recurrente que era que, durante sus cartas con Cassandra, su hermana, hiciera constantes menciones a cuestiones relativas a la indumentaria. Por otra parte, no es una adaptación con demasiados medios, pero hay que decir que la casita de campo, de gran importancia en el libro, concuerda con la descrita por Jane Austen, sobre todo por lo pequeña y acogedora que resulta. De hecho, será ahí donde se cierre esta miniserie, de una manera bastante más precipitada que la novela, eso es cierto, pero con esa satisfacción de la señora Dashwood por haber conseguido que sus dos hijas mayores estén bien avenidas tras tantos sufrimientos y desengaños. Así que, y por ir cerrando ya, estamos ante una adaptación con sus luces y sus sombras. No es una copia de la anterior versión —pues, de hecho, introduce bastantes nuevas conversaciones y pule algunos detalles—, pero también carga con sus propios fallos, lo que abre la posibilidad a que posteriores versiones puedan enmendarlos y favorecer un conjunto que brille más. Aun así, firmo para que todas las adaptaciones que me quedan por ver sean al menos así de fieles y buenas como lo es la de 1981, pues eso querría decir que estamos ante un libro con un nivel bastante alto de versiones audiovisuales, lo que no puede ser sino motivo de alegría.
Sentido y sensibilidad (1995)
Llegamos a la primera adaptación cinematográfica en forma de película de “Juicio y sentimiento”. Esta cinta, dirigida en 1995 por Ang Lee y con guion de Emma Thompson, ronda las dos horas y cuarto. Podría ser razonable pensar que el hecho de que dure casi un tercio menos que las anteriores versiones es algo que habría de lastrar el conjunto, al dejarse ciertas cosas en el tintero o al condensar algunas otras. Sin embargo, y de una manera un tanto milagrosa, precisamente lo que ocurre es lo contrario: es una adaptación que, si bien se toma bastantes licencias y se aleja en ocasiones del texto original, se detiene de manera más profunda en lo fundamental del libro, lo que hace que se le perdonen ciertos desaciertos (que, sin duda, los tiene, como veremos detenidamente a continuación). Además, y esto sí que es lo más importante, es la versión audiovisual que mejor ha captado por ahora a ambas hermanas de forma simultánea; y es que, como ya venimos diciendo, la miniserie de 1971 reflejó muy bien a Elinor, pero no tanto a Marianne, mientras que la de 1981 pecó de lo contrario, a saber: supo trasladar maravillosamente el temperamento de Marianne, a cambio de presentarnos a una Elinor demasiado seria y seca. Así que podemos decir, y lo hacemos con gran satisfacción, que la cinta de 1995 es la primera capaz de llevar a la vez a la gran pantalla a las dos hermanas de una manera bastante fiel a como se nos presentan en el libro. Pero, como suele ocurrir, se siguen arrastrando ciertos desatinos que iremos desglosando poco a poco.
Elinor está encarnada con sumo acierto por Emma Thompson, lo que hace que se asemeje mucho más a la actuación de Joanna David que a la de Irene Richard. Aun así, y aunque sus maneras y su semblante casen muy bien con los descritos en el libro, es bastante más mayor que la Elinor del texto original, que tiene 19 años (aquí, en cambio, la actriz ya ronda los 35). De hecho, en general, casi todos los personajes son algo más mayores que los descritos en el libro (especialmente, la señora Dashwood, el coronel Brandon, Elinor y John Middleton). La que más se acerca a la edad de su personaje, 17 años, es Kate Winslet, que tenía 20 cuando encarnó a Marianne (dos años antes de su famosa interpretación en “Titanic” [1997]). Desde luego que es la más bella de las tres actrices que han interpretado este papel, aunque sigue teniendo el pelo rubio, la piel muy blanca y los ojos claros… Sea como fuere, está espléndida, tal y como ya lo estuviera Tracey Childs en la miniserie de 1981, y transmite mucho con su mirada, siempre al borde del llanto y de la emoción. Aquí es indudable la sintonía que muestran las dos hermanas —más pareja a la versión de 1971 que a la de 1981—, y se hace mucho hincapié en sus diferencias, pero también en la cuidadosa atención que muestra Elinor hacia la inestable Marianne. Por otro lado, y para nuestra absoluta sorpresa, se ha rescatado del olvido a Margaret —Emilie François—, y se ha hecho además de una forma sumamente elegante y adecuada para el medio audiovisual. Y es que, como ya hemos dicho en alguna ocasión, es un personaje que está sumamente desaparecido a lo largo de casi toda la narración, salvo en contadísimas ocasiones, y esta versión ha jugado con eso haciendo que, al principio de la cinta, la pequeña de las hermanas Dashwood tenga una tendencia a estar escondida en cualquier parte de Norland (hay que pensar que, en ese momento, su padre, Henry Dashwood, acababa de morir, lo que favorecía que la jovencilla estuviera algo apática y con ganas de estar a su aire). No te digo yo que esté mal que en esta adaptación sí que aparezca, pero quizá su presencia acaba resultando algo excesiva si tenemos en cuenta lo poquísimo que se nos habla de ella en el libro (de hecho, hay muchas escenas en las que sale de las que no tenemos constancia alguna en el texto original: la del atlas, la de cuando juega con Edward a pelearse, etc.).
Aunque, sin duda, lo más curioso de todo es que, si bien a Margaret se la traslada a esta película con mucho más protagonismo del que goza en la novela, se eliminan de cuajo a otros personajes que sí que tienen mucho más peso en la narración. Por ejemplo, ni lady Middleton ni sus hijos existen en esta versión (de hecho, se nos dice que John Middleton es viudo), ni tampoco lo hace Nancy Steele. Es cierto que su falta no es de radical importancia, en tanto que su papel tampoco es fundamental para el desarrollo de la trama, pero no se entiende muy bien el sentido de eliminarlos. Además, aquí hacen como una pandilla un tanto excesiva y cargante John Middleton —Robert Hardy— y la señora Jennings —Elizabeth Spriggs—, que comparten casi la misma edad, lo cual es un poco extraño si tenemos en cuenta que es su suegra (aunque tengo que decir que ella me parece que está bastante conseguida en cuanto a apariencia física y carácter). Y, contra todo pronóstico y tras tanta espera…, ¡estamos ante un Willoughby en condiciones! Interpretado por Greg Wise, al fin tenemos a un amante de Marianne que se ajusta maravillosamente bien al descrito por Jane Austen: apuesto, encantador, con nobles modales, culto y atractivo. Normal que la propia Emma Thompson se enamorase de él durante este rodaje… (y lo cierto es que no les ha ido nada mal, pues llevan casados casi 20 años). Y es que, además, transmite una cierta oscuridad que encaja muy bien con las sospechas de la señora Dashwood, que, cuando ya se descubre todo el pastel y se decanta por el coronel Brandon para que se case con su querida Marianne, le reconoce a Elinor que, no obstante el cariño que le tenía, siempre hubo algo en la mirada de Willoughby que no conseguía convencerla por completo.
Y…, bueno, digamos que no es nada despreciable que mis deseos hayan sido concedidos y que tengamos por fin a un Willoughby moreno. Pero no sólo a un Willoughby, sino que, por suerte, también Edward lo es. Gracias a Dios que hemos superado al de la versión de 1981, anodino en cuanto a apariencia y modales, y estamos ahora ante el mismísimo Hugh Grant (no haré sangre y dejaré las comparaciones, que ya sabemos que son odiosas). Es cierto que quizá sea bastante más atractivo que el Edward Ferrars de la novela, y que su predilección por Elinor sea considerablemente más evidente que la expresada en las páginas de Jane Austen, pero es un actor que muestra muy bien los titubeos y los movimientos de alguien tímido, y aquí lo vuelve a demostrar una vez más. Por su parte, el coronel Brandon está encarnado por Alan Rickman, lo que me hace tener casi a la mitad del reparto de mi querida “Love Actually” (2003) reunido en una adaptación cinematográfica de Jane Austen… ¿Qué más se puede pedir? Siento perder la objetividad por momentos…, pero a veces me lo ponen difícil. Volviendo al tema que nos ocupa, tengo que decir que el coronel Brandon de esta versión, si bien encaja en parte con el descrito por la autora, dejando entrever, especialmente con miradas, su profundo amor por Marianne, es algo más mayor que el de la novela y a veces se nos muestra con unos modales demasiado joviales (menos mal que esto se contrarresta con la impenetrabilidad que transmite siempre Alan Rickman y con esa voz suya tan grave y reconocible).
Por ir a otros personajes más secundarios, cabe decir que, aunque la señora Dashwood —Gemma Jones— también vuelva a tener más edad que en el libro —aquí rondará los 50 y pico frente a los 40 que debería tener—, se muestra mucho más cercana de carácter a Marianne de lo que lo hacía en las adaptaciones anteriores (algo que se agradece, pues es una constante a lo largo de todo el libro esa afinidad de temperamento entre madre e hija, y la diferencia sustancial con respecto a Elinor). En esta línea, está muy bien traída la escena que sigue a la partida de Willoughby, donde la señora Dashwood le echa en cara a Elinor pensar tan mal del joven galán, y es que ella está segura de que tendrá unas buenas y honorables razones para haber dejado Barton de una manera tan precipitada. A su vez, y en relación también con esto, me gusta especialmente la secuencia que tiene lugar poco después, aquella en la que la señora Dashwood y Marianne corren a llorar desconsoladas cada una a su habitación mientras la pobre Elinor se sienta en la escalera con un té esperando pacientemente a que vuelvan a sus cabales. Por su parte, tanto John Dashwood —James Fleet— como Fanny están tan odiosos como deben, pero sobre todo esta última, interpretada por Harriet Walter, a la que me ha hecho especial gracia encontrar aquí porque ha coincidido con mi visionado de la tercera temporada de “Succession” (2018-), donde hace de madre de los hermanos Roy. Asimismo, aunque Lucy Steele, a la que interpreta Imogen Stubbs, no me parezca tan acertada como la de la adaptación de 1981, creo que sí que consigue transmitir bien esa mezcla de malicia y dulzura propia de este personaje. Por último, cabe destacar que, así como la Charlotte de esta versión está muy por debajo que la de la anterior —Imelda Staunton no me pega demasiado para este papel—, el señor Palmer de esta adaptación me encanta, pues está encarnado por Hugh Laurie, el mismísimo doctor House (además, en esta adaptación se rescata también su parte más humana y compasiva, ésa que ya Elinor sospechaba que tenía, pero que habitualmente, fruto de la terrible certeza de haberse casado con una mujer estúpida, se esconde entre desagradables comentarios y un arisco carácter).
Y yendo ya un poco más al contenido, lo primero que llama la atención es que esta cinta abra con el momento en el que Henry Dashwood le pide a su hijo John que se encargue de cuidar a las mujeres Dashwood, pues ninguna había comenzado el metraje por aquí. Además, es de agradecer que, durante la estancia en Norland, Elinor y Edward pasen más tiempo juntos de lo que las versiones anteriores nos habían mostrado, pues así uno puede realmente creerse el que surja un verdadero amor entre ellos (de hecho, esto puede aplicarse de la misma manera a Marianne y a Willoughby, que también comparten bastantes ratos en esta cinta, lo que hace más creíble todo lo que vendrá después). Sin embargo, de esta parte de la película hay un detalle que me molesta especialmente: ¡que Edward esté a punto de hablarle a Elinor sobre su compromiso con Lucy justo antes de que abandonen Norland! En vez de inventarse eso, habría sido bastante mejor dejarlo caer con lo del mechón de pelo, como ocurre en la novela y como bien supieron introducir las adaptaciones de 1971 y 1981…; pero, para que eso pudiera pasar, esa escena tendría que existir en esta película, cosa que no sucede. Y es que a veces esta versión —quizá por una cuestión de tiempo, aunque no siempre de la manera más acertada— renuncia a ciertos acontecimientos o cambia algunas secuencias. De hecho, en relación con esta escena, en vez de asistir a la visita de Edward a Barton y a su forma de comportarse un tanto extraña —pues viene precisamente de estar con Lucy en Plymouth y tiene que enfrentarse ahora a volver a ver a Elinor, la mujer de la que realmente está enamorado—, se nos muestra cómo manda un atlas a las Dashwood y se excusa por no poder ir a visitarlas (algo que, por supuesto, no ocurre en la novela). Esta decisión me parece de lo más errónea, pues, indudablemente, este momento tiene bastante relevancia en la trama, lo que provoca que dé cierta rabia y pena que lo hayan eliminado sin ningún tipo de piedad.
A su vez, y continuando con escenas suprimidas que, sin embargo, tienen su importancia en la narración, no podemos obviar cómo la visita de Willoughby a Cleveland se ha eliminado completamente en esta versión. Por tanto, ni asistimos a ese complicado encuentro entre Elinor y Willoughby ni tampoco se explora demasiado la culpa con la que él habrá de cargar durante el resto de sus días. Además, éste es un momento de gran expectación y que sirve como punto de inflexión para comprender la madurez que experimenta Marianne después de su enfermedad, porque, cuando Elinor se lo cuenta, ella ya tiene asumido que su relación con Willoughby estaba destinada al fracaso y que, por mucho que le dé tranquilidad saber que no todo fue una mentira, jamás podría volver con él conociendo sus faltas cometidas (lo que supone un gran cambio en ella, sobre todo si tenemos en cuenta cómo era la Marianne del principio, completamente absorbida por su amor hacia Willoughby). Dicho esto, no podemos tampoco obviar el bello recurso cinematográfico que utiliza Ang Lee para transmitir esta idea al espectador, pero de una manera mucho más sutil y en infinitamente menos tiempo: un plano en el que vemos cómo Willoughby, desde las colinas que rodean Combe Magna y subido a su caballo, observa cómo está teniendo lugar la boda entre su querida Marianne y el coronel Brandon. Nos basta su mirada para entender lo estúpido y triste que se siente al saber que él podría haber sido el que la llevara al altar. Y he de decir que me recordó muchísimo a la escena con la que abre la adaptación de “Cumbres Borrascosas” de 1970, en la que Heathcliff, interpretado por Timothy Dalton, observa de una manera muy similar el entierro de Catherine Earnshaw, que está siendo velada por Edgar Linton.
De alguna manera, tanto esta escena como el momento en el que el coronel Brandon le narra a Elinor la historia de Eliza Williams, asegurándola que, pese a su poca honorabilidad y su egoísmo caprichoso, él está convencido de que Willoughby sí que llegó a querer a Marianne, le sirven a Ang Lee para eliminar la conversación entre Willoughby y Elinor en Cleveland sin que quede resentido el conjunto. De hecho, Ang Lee utiliza un recurso similar para lograr que la relación entre Elinor y Lucy tenga más recorrido a lo largo de la cinta, y es hacer que Lucy viaje con ellas y la señora Jennings a Londres, y no encontrarse todas ya allí. De esta manera, consigue que la trama siga avanzando, al tiempo que no deja de lado los momentos que las dos comparten durante la novela. Aun así, y aunque la idea no es mala, no consigue convencerme del todo, y es que me parece que acaba teniendo demasiado protagonismo (de hecho, también se vuelve a repetir aquí el desacierto, sobre todo por lo que tiene de explícito, de que Edward y Lucy se vayan juntos después del encuentro tan incómodo entre los tres). Y por seguir hablando de esa tendencia a mostrar más que en el libro, hay que decir que, si bien cuando Elinor le comunica a Edward lo de Delaford no aparece una tensión sexual tan explícita como lo hacía en las anteriores versiones, se vuelve a forzar bastante el conflicto interno de Edward, algo a lo que no asistimos en la novela de una manera tan evidente. Además, se vuelve a pecar de que Elinor caiga en un exceso de afectación en dos ocasiones: cuando, en un momento en el que a Marianne parece quedarle muy poco de vida, la coge de la mano y se lamenta de que no podrá mantenerse a flote sin ella, y cuando descubre que Edward no se ha casado con Lucy y llora con un nerviosismo en el que jamás caería Elinor. Yo entiendo que cueste retratar a un personaje con tal entereza, pero así es la mayor de las Dashwood (muy parecida, por cierto, a Cassandra Austen, la tan querida hermana de Jane).
De cualquier manera, igual que se obvian ciertas escenas, también se rescatan del olvido algunas conversaciones interesantes, como la de cuando Willoughby les pide a las Dashwood que no cambien nada de la pequeña casita de campo (que, por cierto, aquí es exactamente tal y como me la imaginaba). Y por seguir con Willoughby, no puedo estar más feliz de que en esta versión, al fin, esté tan bien llevado el momento en el que les comunica a las Dashwood que se va a Londres y que no sabe cuándo volverá. Sin embargo, no entiendo por qué han cambiado la escena del baile, haciendo que sea primero Elinor la que se encuentre con Willoughby y no que Marianne le distinga a lo lejos y se acerque a él. Esos cambios gratuitos son los que no soporto, porque no acabo de entender a qué responden y qué aportan o mejoran. Y, desde luego, en este caso ni siquiera es una cuestión de tiempo, pues la cinta alarga la secuencia con una nueva invención: que Marianne y Elinor vean cómo se reúne Willoughby con los amigos con los que ha ido al baile —entre los que se encuentra la señorita Grey, la joven con la que se va a casar— y que les oigan murmurar sobre ellas.
De hecho, también hay nuevas incorporaciones que no habían sido traídas hasta ahora, aunque aparecen combinadas con coyunturas que bien nos habría gustado que ocurrieran en el libro, pero que están muy lejos de corresponderse con la obra escrita. Si sólo atendemos a los paseos de Marianne en Cleveland antes de caer enferma, agradecemos que se hayan trasladado a la pantalla, pues es la primera adaptación que lo hace. El problema es que la cinta no se queda ahí, sino que adorna las salidas de Marianne con dos momentos que no tienen lugar en el libro y que, sin embargo, dotan al conjunto de una mayor grandiosidad de la que, a mi parecer, goza la novela. Nos referimos a la escena en la que Marianne atisba de lejos Combe Magna y recita esos versos que ya habían aparecido en una secuencia anterior con Willoughby, y que corresponden al soneto CXVI de Shakespeare, que paso a citar entero a continuación para vuestro deleite y por ser también uno de mis preferidos: «Que a la unión de almas fieles yo no ponga / impedimento; amor no es el amor / que cambia cuando encuentra alteraciones / o cede cuando muda lo mudable. // ¡Oh, no! Es un faro, permanente y fijo, / que al ver las tempestades nunca tiembla, / es la estrella que guía errantes leños, / cuyo valor se ignora, no su altura. // No es el bufón del Tiempo, aunque a los labios / y mejillas los siegue su guadaña, / no cambia en horas el amor, ni en meses, / mas continúa hasta el Día del Juicio. // Si no es así, y conmigo se demuestra, / jamás he escrito yo, ni ha amado nadie». ¡Ay…! ¡Cómo nos recuerda también esta escena a “Cumbres Borrascosas”!
Además, y para rematar la faena, aquí se fuerza que vaya el coronel Brandon a rescatar a Marianne de la lluvia y del dolor que lleva encima, que la van a hacer caer gravemente enferma… Y he de decir que, aunque sea una escena completamente inventada, es tan bella que me cuesta censurarla. De hecho, un punto relevante de esta adaptación cinematográfica de “Juicio y sentimiento” es que, en algunas ocasiones, si bien se separa de la novela, lo hace precisamente para suplir esa falta con ciertos detalles que sólo el medio audiovisual permite y que, de algún modo, siempre van a favor de las ideas más importantes que laten bajo el texto de Jane Austen. A diferencia de ese «ir más allá de la novela» de la cinta que ahora nos ocupa, las dos versiones anteriores son mucho más literales y, por esa misma razón, molesta con mayor vehemencia cualquier pequeño detalle que se haya cambiado. Lo que quiero decir con esto es que la cinta de 1995 conmueve más que las dos anteriores —incluso lo hace más que el libro, que peca de ser algo frío y poco emocionante—, especialmente porque aprovecha muy bien las posibilidades del cine para aportar nuevos matices a la palabra escrita. Tengo que reconocer que puede que haya disfrutado más de la cinta de Ang Lee que del propio libro de Jane Austen, lo que no quiere decir que sea una adaptación estrictamente literal del texto, aunque creo que sí la que mejor consigue transmitir el fondo del mismo.
I have found it (Kandukondain Kandukondain) (2000)
Cambiamos ahora radicalmente de tercio con esta adaptación completamente libre de “Juicio y sentimiento”. Su director, Rajiv Menon, pretende trasladar el núcleo de la novela a la India contemporánea, lo que provoca que los temas que se traten sean parecidos —el sacrificio, el amor, la bondad, la traición, etc.—, pero bajo un trasfondo muy diferente. Aunque cualquier lector de “Juicio y sentimiento” reconocerá en líneas generales el argumento planteado por Jane Austen, es una película que puede verse como algo absolutamente diferente, pues sin duda lo es. Aun así, resulta especialmente gracioso reparar en la manera en la que han contado cosas muy distintas a las de la novela, pero guardando de algún modo la raíz de la que parten, lo que facilita encontrar la correspondencia entre el acontecimiento original y el utilizado por esta cinta. Eso sí, en este punto tenemos que agradecer que los nombres sean todos diferentes a los del libro, pues se nos haría bastante cuesta arriba que hubiesen querido mantenerlos a pesar de la evidente disparidad (algo que ya hizo esa terrible versión moderna de “Cumbres Borrascosas”, “Atracción prohibida” [2015], y que nos hizo querer colgarnos durante su visionado). Sea como fuere, y lejos del repaso que hemos hecho de las anteriores versiones, que sí son adaptaciones fidedignas del libro, que es de lo que realmente pretendemos hablar en estos análisis, repasemos brevemente qué nos encontramos aquí, sobre todo para que quienes quieran huir puedan hacerlo con conocimiento de causa, pero también para animar a los más valientes y curiosos a sumergirse en su visionado.
De entrada, he de confesar, y lo hago con pesar, que la he tenido que ver en su lengua original —tamil— y con subtítulos en inglés, lo que ha provocado que una película de por sí larga —unas dos horas y media— se haya extendido casi hasta las cuatro horas. Es cierto que he cogido alguna pequeña nota durante su visionado, pero principalmente ha sido por tener que parar la cinta cada vez que hablaban —que es, para colmo, mucho y muy rápido—, pues era incapaz de leer subtítulos a esa velocidad. Así que el hecho de que se me haya hecho larga quizá esté algo condicionado por esta incomodidad tan poco alentadora cuando uno se dispone a ver una película. Pero, para ser justos, también he de reconocer que sólo por ver los numeritos musicales que hay —de lo más ridículo y hortera que yo he visto en mucho tiempo— ya compensa tal esfuerzo. ¿Uno debe reír o llorar? ¿Son tan cutres y surrealistas aposta o éste es el nivelito habitual de bailecitos y cánticos en este tipo de películas? Mi ignorancia en este terreno es total, así que desconozco si estoy ante algo serio o si todo es una pantomima que precisamente busca mofarse de este género. Y es que algo que me hace sospechar que quizá sea éste el caso es el personaje que correspondería a Edward Ferrars, del que hablaremos en un momento.
Entrando ya en materia, cabe decir que el inicio de la película desconcierta completamente, y es que abre con un escenario de guerra. Pero no nos hemos confundido de cinta, sino que entenderemos las razones algo más adelante. De hecho, no tardaremos mucho en vislumbrar a las que creemos que son las tres hermanas: la soñadora, la racional y la pequeña, que ni pincha ni corta. Hay que reconocer la gran belleza del personaje que correspondería al de Marianne, aquí llamado Meenakshi, que está interpretado por Aishwarya Rai, una actriz india, al parecer, bastante conocida, que también fue Miss Mundo en 1994 —por cierto, ¿no es la hermana perdida de Sara Carbonero?—. Por otra parte, tenemos a la que correspondería a Elinor, que aquí se llama Sowmya, y que está encarnada por Tabu, una mujer también muy guapa. Por alguna extraña razón, la que da vida a Margaret, de nombre Kamala en esta adaptación —Shamlee—, tiene una gran predilección científica, algo cuya razón no sé bien a qué responde. Sin embargo, esto es una anécdota si tenemos en cuenta la cantidad de cambios en las ocupaciones y en las historias de los personajes que hay a lo largo de toda la cinta, algo que es incluso más divertido y surrealista cuando hacemos el ejercicio de compararla con la novela. Ante este panorama, lo que resulta realmente llamativo es que, aunque todo el envoltorio tenga tan poquísimo que ver con la Inglaterra rural de principios del siglo XIX, se mantenga con bastante fidelidad el temperamento de casi todos los personajes.
Por poneros un poco en situación, aquí las tres hermanas viven con su madre y con el padre de ésta, que está muy enfermo. El pobre hombre, pese a su evidente incapacidad para moverse o hablar, señala constantemente una caja, que luego descubriremos que contiene su testamento, donde le dejaba la casa en la que residían a su hijo (un caradura que, durante su convalecencia, no se ha molestado en ir a verle ni una sola vez) y nada a su hija (porque se había casado con un hombre que él no aprobaba). De esta forma, este personaje representaría una mezcla del tío de Henry Dashwood y del propio Henry Dashwood, mientras que John Dashwood estaría aquí representado por el hermano de la madre y no por el hermanastro de Elinor, Marianne y Margaret. Así que, como vemos, aunque haya ciertos cambios, se respeta la idea fundamental: la eterna victoria de la perfidia y de la maldad frente al discreto camino de las obras buenas y nobles, a las que casi nunca se las premia como merecen. Por lo demás, si nos centramos en los personajes principales, podemos decir que, así como Meenakshi comparte con Marianne su predilección por la música, la poesía y los sentimientos apasionados, Sowmya tiene de Elinor su temperamento pausado, razonable, paciente y abnegado, aunque aquí se dedica a cuestiones informáticas, algo que le quedaba bastante lejos a nuestra querida Elinor.
Pero lo más gracioso de todo viene de la mano de los hombres de esta historia. De entrada, Edward Ferrars, bisoño pusilánime que siempre está vagando sin oficio ni beneficio, aquí es Manohar —Ajith Kumar—, un aspirante a director de cine que se empeña en esperar a tener su primera película hecha, donde busca alejarse del estilo típico de la India, antes de declararse a Sowmya/Elinor; aunque, mientras consigue tal deseo, trabaja de ayudante en peliculillas, a la vez que sus padres, de amplios recursos, le instan a financiársela a cambio de que cese sus estúpidos proyectos y trabaje en el negocio familiar (algo que tiene su paralelismo en el libro, donde se nos cuenta cómo Edward Ferrars pretende meterse a párroco, pero no sin ciertas reticencias por parte de la señora Ferrars, que no lo considera un cargo lo suficientemente sofisticado para su hijo, del que espera mucho más). Por su parte, el coronel Brandon, de naturaleza bondadosa y discreta, es aquí el comandante Bala —Mammootty—, un veterano de guerra que ha perdido una pierna en la batalla y que se lamenta por el poco reconocimiento que reciben los soldados que luchan por la defensa de un país. Y, por último, el que correspondería a Willoughby, galán apuesto y culto, es conocido aquí como Srikanth —Abbas—, una especie de joven hombre de negocios que pretende traer mejoras populistas a su país.
Hablando de otros personajes, hay que decir que aquí John Middleton, en vez de ser amigo del comandante Bala/coronel Brandon, hace de su tío, aunque guarda exactamente ese mismo carácter dicharachero. Además, el temperamento de la madre se parece aquí mucho al de la propia Meenakshi/Marianne: ambas muy intensas y sentimentales. A su vez, el equivalente de Fanny también es igual de repulsivo que en el libro y que en todas las adaptaciones audiovisuales de “Juicio y sentimiento” vistas hasta la fecha (de hecho, incluso se recupera, de una manera adaptada, la famosa conversación entre John y Fanny sobre si darles o no dinero a las Dashwood). De cualquier forma, una invención notoria que introduce la cinta, alejándose completamente del libro, es que aquí se muere el personaje que correspondería a John Dashwood, dejándole en herencia a su hermana, en un amago de generosidad, la casa en la que ellas vivían y que luego tuvieron que abandonar. Sin embargo, todas ellas acuerdan no aceptarla, cediéndosela magnánimamente a Fanny, que, sin embargo, cuando se hizo con la casa tras la muerte de su suegro no dudó ni un segundo en tratarlas como siervas.
Y siguiendo con las analogías entre libro y película, resulta muy gracioso el reencuentro entre Meenakshi/Marianne y Srikanth/Willoughby, donde él pretende excusarse por haber desaparecido, aludiendo a que tuvo que venderse al mejor postor porque su empresa había quebrado y necesitaba el dinero para sacar a todos sus trabajadores de la pobreza. A cambio, eso sí, tenía que casarse con la hija del ministro que había salvado su empresa. Asimismo, aquí Meenakshi/Marianne no cae enferma, sino que, después de haberle vuelto a perder la pista a Srikanth/Willoughby, justo antes de cantar en un momento muy importante para ella —y es que, a raíz de esto, se va a convertir en toda una superestrella—, se encuentra con él y con su prometida, lo que la destroza definitivamente. Está tan decaída de ánimos y hace un día tan sumamente lluvioso que, al salir de la actuación, se cae por una alcantarilla, lo que provoca que deba ser ingresada en el hospital. Por otra parte, el comandante Bala/coronel Brandon, ante la falta de esperanzas de que su amor por ella pueda prosperar, trata de buscarle marido a Meenakshi/Marianne, algo que no hizo —ni haría— el personaje de Jane Austen, pero que sí que encuentra una cierta equivalencia con su carácter, pues él tampoco se puso jamás pesado con ella, sino que asumió su destino con tenaz determinación y, cuando todos los rumores apuntaban a que se casaría con Willoughby, sólo deseó que ella fuera feliz y que él se hiciera merecedor de su prometida. Además, en esta cinta se ahonda más en el momento propio de la declaración entre ambos (algo a lo que no asistimos en la novela de la escritora inglesa): es Meenakshi/Marianne la que finalmente le confiesa su amor al comandante Bala/coronel Brandon después de que él ya hubiese dado absolutamente por perdido lo de terminar con ella (tanto es así, que, al principio, desconfía de ella y no se cree en absoluto lo que le está diciendo).
A su vez, el equivalente de Lucy Steele estaría representado en esta cinta por la actriz famosa que está trabajando en la película de Manohar/Edward y con la que la prensa le relaciona sentimentalmente por unas fotos en las que aparecen los dos subidos en la misma moto. De cualquier manera, y llegado el momento en el que Manohar/Edward vuelve a por Sowmya/Elinor, tal y como le dijo que haría cuando terminara de rodar su tan ansiada película —momento, por cierto, en el que ella está a punto de viajar a California, donde le han ofrecido un puesto muy bueno de algo relacionado con sus dotes informáticas—, se encarga de desmontar esos rumores ante ella (y es que, realmente, no tenemos constancia de que ocurriera nada entre ellos, pues ese momento que captaron los paparazzi responde a que la actriz le pidió que le acercara rápidamente a unos premios a los que iba a llegar tarde). Aun con todo, y lejos de lo que sucede en la novela, aquí Sowmya/Elinor no accede tan rápidamente a la petición de compromiso y a las disculpas de Manohar/Edward por haber cambiado el título de su película, que él mismo le había pedido a ella que eligiera, y por no haber respondido a sus llamadas, actuando como si se hubiese olvidado de ella. Pero… acaba aceptando. Así que la película cierra con la boda de las dos hermanas.
En resumidas cuentas, y volviendo a lo que comentaba al principio, si los meros cánticos de la película ya me resultan tremendamente odiosos e irritantes (ese tono tan agudo de Meenakshi/Marianne, que se supone que canta como los ángeles, me hace sospechar que no formo parte de la audiencia a la que se dirige este tipo de género cinematográfico), cuando se juntan con los bailecitos se convierten en videoclips malos en los que no hay más remedio que descojonarse antes de echarse a llorar. Como ejemplos, y es que es imposible quedarse sólo con uno, la coreografía estelar, en clave de tira y afloja, de Sowmya/Elinor y Manohar/Edward; el numerito musical de Meenakshi/Marianne y Srikanth/Willoughby a las afueras de un castillo; la escenita apoteósica y hortera a reventar de Manohar/Edward y su equipo en pleno rodaje de su película en lo que pretende ser un barco… ¿Cómo puede uno tomarse en serio la trama de la película si, entre medias de los momentos de drama, aparecen estas joyitas? Por no hablar de los momentos romántico-lacrimógenos…, como cuando Srikanth/Willoughby rescata a Meenakshi/Marianne de su caída y la coge en brazos al más puro estilo “El diario de Noah” (2004) mientras suena la cancioncita india de turno, o el reencuentro de los dos cuando el comandante Bala/coronel Brandon tira algo contra su ventana ante la mentira fragante de que se ha ido a América. No quiero alargarme más, que este artículo ya me ha quedado lo suficientemente mastodóntico, pero espero que tras leer este pequeño texto os quede más o menos claro qué es lo que os vais a encontrar en esta cinta.
Tigre y dragón (2000)
La verdad es que he tenido mis dudas respecto a si meter o no esta película en este análisis, porque lo cierto es que no es, ni mucho menos, una adaptación de “Juicio y sentimiento”. Sin embargo, cuenta con una particularidad que ha provocado que se inclinara la balanza a su favor: el hecho de que su director, Ang Lee, que dirigió la adaptación de 1995 de la novela de Jane Austen, sostenga que ambas historias tienen varios puntos en común que consiguen emparentarlas de algún modo. De hecho, según él y el guionista, James Schamus, “Tigre y dragón” es «como un “Sentido y sensibilidad” con artes marciales». Sin embargo, quiero ya adelantar que, aun decidiéndome finalmente por incluirla, no haré un estudio demasiado pormenorizado de ella, pues me parece que aquello que late en dos escenarios tan dispares —a saber, la eterna disputa entre el juicio, la prudencia y la razón frente al sentimiento, la pasión y el capricho— podría igualmente rastrearse en otras muchas obras artísticas, lo que hace que no sea una cuestión tan original como para llamar en exceso nuestra atención y poder sacar algo revelador de esta concomitancia. De cualquier manera, y ya que nos hemos tomado la molestia de verla e intentar entender a lo que se refería su autor al vincular dos mundos aparentemente tan alejados, qué menos que tratar de sacar algo en claro y expresarlo de la mejor manera que nos sea posible.
“Tigre y dragón” nos narra la historia de Li Mu Bai —interpretado por Chow Yun-Fat—, un legendario experto en artes marciales que, en medio de una meditación muy importante para él, se da cuenta de que, lejos de alcanzar el Tao, lo que siente es una gran angustia, fruto de ciertos asuntos irresueltos que le atormentan. Así que, tras el abandono de esa vida errante, repleta de retiros en la montaña, Li Mu Bai se reúne con Yu Shu Lien —a la que da vida Michelle Yeoh—, una poderosa guerrera que tiene una casa de escoltas. Intuimos que guardan un vínculo estrecho, pues le pide que custodie su Espada Celestial hasta que se la entregue al duque, amigo de ambos, en el viaje que ella misma le ha dicho que va a realizar a Pekín en pocos días. Ante este giro de los acontecimientos, Yu Shu Lien se muestra muy sorprendida, pues sabe que es su bien más preciado y que siempre la portaba consigo, y contrarresta los comentarios que hace él sobre los sufrimientos que le ha causado con estas palabras, fundamentales para entender el carácter de estos dos personajes: «Nunca la has usado por capricho, por eso eres digno de ella». Y es que, desde la primera conversación que mantienen, notamos una peculiar rigidez en su manera de relacionarse, aunque no pasará mucho tiempo hasta que nos demos cuenta de a qué responde: están enamorados el uno del otro, pero ninguno de los dos lo ha explicitado, pues tienen un conflicto que les frena para declararse: a Yu Shu Lien le habían concertado un matrimonio con el mejor amigo de Li Mu Bai, pero éste murió en una batalla salvándole precisamente a él. Esta desgracia provocó que ambos compartieran su dolor hasta desarrollar un sentimiento de amor mutuo, pero que ninguno de los dos era capaz de reconocer (por creer estar fallándole si lo hacían).
Teniendo en cuenta este contexto, que se traslada a la pantalla con una delicadeza y elegancia propias de su director, asistimos al gran desencadenante de la trama de esta cinta: el robo de la Espada Celestial por la hija del gobernador, Jen Yu —encarnada por Zhang Ziyi—, alojada con su padre en la residencia del duque. Poco antes del hurto, esta joven dama había entablado alguna que otra conversación con Yu Shu Lien, también hospedada en estas estancias. De hecho, lo que más llama la atención es la intimidad y la confianza tan rápida que deposita en Yu Shu Lien, a la que pronto empieza a considerar una hermana. Jen Yu, a la que han concertado un matrimonio con el hijo de un alto funcionario, se lamenta de su triste vida al compararla con la de Yu Shu Lien y Li Mu Bai, mucho más emocionante y aventurera. Sin embargo, pronto descubriremos todo el pastel: que ella realmente tiene un talento innato con la espada, que le enseñó a manejar Zorro de Jade, la mujer que había acabado con la vida del maestro de Li Mu Bai, y que se encuentra en ese momento en busca y captura, enmascarándose aquí como una especie de doncella de la joven. Además, también se nos acabará revelando que tuvo una apasionada historia de amor con un bandido, con el que estuvo viviendo durante un tiempo de una manera un tanto salvaje y lejos de los lujos entre los que parece haberse movido siempre. En resumidas cuentas: que de mosquita muerta tiene entre poco y nada, aunque ésa sea la impresión que quiere transmitir de cara a la galería para así poder cometer injurias sin que nadie sospeche de ella.
Así que, por ir centrando el tiro y atender ya a los posibles vínculos entre “Tigre y dragón” y “Juicio y sentimiento”, detectamos el frente racional, juicioso y prudente, encarnado por Yu Shu Lien y Li Mu Bai, frente al emocional, apasionado y caprichoso, que viene de la mano de Jen Yu. De hecho, esa manera heroica de sobreponerse a los sentimientos con firmeza y disciplina, por creer que estos están traicionando las promesas y los principios de uno, que aquí tiene su anclaje en los personajes de Yu Shu Lien y Li Mu Bai, se corresponde perfectamente con la coyuntura que envuelve a Elinor, que, aun estando enamorada de Edward Ferrars, debe asumir estoicamente que él está comprometido con otra, aunque nunca termine por creerse que todo aquello que compartieron fuese una mentira o simples imaginaciones suyas. Por su parte, esa actitud irreverente y desafiante que muestra Jen Yu cuando huye de Pekín y deja boquiabiertos con su destreza con la espada a aquellos con quienes se va cruzando en su camino, haciéndose pasar por un joven varón y no por la pudiente muchacha que es, encaja perfectamente con la en ocasiones descarada Marianne Dashwood, tan dada a no callarse ni en las circunstancias más favorables para guardar las formas.
Además, otras de las cuestiones que comparten esta cinta y la novela es la reflexión sobre el matrimonio, y es que la propia Jen Yu, cuando comparte con Yu Shu Lien lo desdichada que se siente por tener que casarse con un hombre al que no ama, dice: «Casarse es motivo de alegría si puedes elegir con libertad, escoger al ser amado y amarlo sin restricciones. Ésa es la verdadera felicidad». De algún modo, ella sabe que, al casarse con ese hombre, se morirá de tedio porque no podrá compaginarlo con la vida que a ella le gustaría llevar. Sin embargo, como tampoco le gusta que la coarten y es tremendamente orgullosa, se niega a ser la discípula de Li Mu Bai, que desde luego valora y aprecia su habilidad, pero que sabe que cualquier talento sin disciplina puede acabar rigiéndose por meros impulsos egoístas, provocando mucho más mal que bien. Obviamente, esto tiene su equivalente inmediato en Marianne, que se deja llevar excesivamente por sus arrebatos apasionados y que luego, al ver las consecuencias, se lamenta también con el mismo excesivo ímpetu.
En resumidas cuentas, obviando el género wuxia en el que se inscribe esta cinta, en la que apreciamos cómo los guerreros son capaces de volar, subir por las paredes o andar por el agua —algo que reconozco que me estorba bastante durante el visionado y que me saca muchas veces de la historia—, “Tigre y dragón” reflexiona sobre el misterio del amor y sobre cómo él nos puede hacer cometer las mayores locuras, pero también otorgar un sentido más profundo a nuestras vidas. Así, cuando el duque se entristece ante Yu Shu Lien porque ella y Li Mu Bai no se hayan atrevido a declarar sus sentimientos por un exceso de prudencia, comenta algo muy interesante: «En cuanto se trata del amor, incluso los héroes más grandes parecen indefensos». Y, por supuesto, esto encaja perfectamente con lo que ha hecho Li Mu Bai: renunciar a su vida de legendario experto en artes marciales por la incapacidad de sentirse completamente satisfecho si no se sinceraba con Yu Shu Lien. De hecho, esto queda concretado en sus últimas palabras, poco antes de un cierre de película bastante triste y agridulce: «Prefiero ser un fantasma a tu lado y seguirte a todas partes que entrar en la oscuridad más absoluta. Por tu amor no me convertiré en un alma en pena». Y es que, después de muerto, uno sigue existiendo vivamente, de una manera atroz y bella, en la memoria de quien ha amado y que le ha correspondido de vuelta. ¡Amad, malditos, amad, o no entenderéis casi nada de lo poco que salva este mundo delirante e injusto!
De algún modo, y por cerrar ya este pequeño repaso de “Tigre y dragón”, lo que late detrás de “Juicio y sentimiento”, y también de la película dirigida por Ang Lee, es que casi nunca las cosas son tan blancas o negras como se nos quieren vender. Y esto funciona también para el carácter. Por eso en las dos obras se reflexiona sobre cómo el exceso tanto de juicio como de sentimiento es perjudicial. La justa combinación de ambos dará como resultado un temperamento que no descuide el corazón, pero que tampoco se deje llevar sólo por los impulsos más caprichosos y repentinos. Como metáfora, valdría una que emplea la cinta: «Mano de hierro en guante de terciopelo». De hecho, esa visión tan extrema y artificial que divide entre buenos y malos, vencedores y vencidos, se resume bien en lo que le comenta a Jen Yu su maestra: «Así es la vida: consiste en matar o morir. Da miedo, pero estimula, ¿verdad?». Sin embargo, como la historia y nuestro paso por el mundo nos demuestran una y otra vez, casi todo suele estar revestido de una mayor complejidad de la que nos gustaría, y pocos son los asuntos que sólo aceptan nociones dicotómicas.
En último término, por muy diferentes que sean las épocas y las culturas, el ser humano no es tan original como él se esfuerza en demostrar, lo que provoca que su manera de funcionar y aquello que le mueve a hacer una cosa o la otra responda a unos patrones muy marcados que no varían a lo largo de los años y que ya podemos reconocer en las obras de Homero. Así, no nos debe sorprender que haya tantas similitudes de carácter entre personajes que se han criado en entornos tan dispares, como puede ser en este caso la Inglaterra de principios del siglo XIX —“Juicio y sentimiento”— y la China del siglo XVII —“Tigre y dragón”—. Puede que el vestuario sea muy distinto, las costumbres diferentes y la manera de relacionarse varíe entre un lugar y otro, pero el ser humano es siempre el mismo, con sus virtudes —escasas— y sus debilidades —muchas y de muy diversa índole—. Y precisamente por lo mucho que cabe reprocharle al hombre tiene tantísimo sentido la cuestión de la promesa, como bien se encarga Yu Shu Lien de apuntar: «Hay que cumplir con la palabra dada. Sin todo eso, la diversión no dura».
Como apunte final, reitero mis disculpas por este extenso análisis y espero que la segunda parte de las adaptaciones cinematográficas de “Juicio y sentimiento” no alcance cotas tan infinitas (aunque sólo es un deseo y no una garantía estricta). Hasta entonces, queridos lectores, espero que paséis una feliz Navidad y que 2023 no os trate demasiado mal. ¿Que podría elevar un poco más las expectativas? Quizá. Pero…, qué queréis que os diga, yo no le pido ya mucho más al nuevo año.
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