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Las adaptaciones cinematográficas de Juicio y sentimiento (II)

Hoy, tras mucha agonía y haciendo encaje de bolillos, traigo la segunda y última parte de las adaptaciones cinematográficas de “Juicio y sentimiento” (1811). Soy consciente de que en el artículo anterior expresé mi deseo de que este análisis no quedara tan extenso como el que le precede, pero las páginas se han ido sucediendo una tras otra y… me ha vuelto a quedar muy largo. Tengo puestas mis esperanzas en que algún lector acérrimo de Jane Austen lo encuentre ilustrativo y me disculpo ante aquellos a los que no os interesa esta escritora —aunque también me compadezco de vuestra falta de gusto—. Yendo ahora a lo que nos ocupa, aquí os vais a encontrar con una miniserie del año 2008 que es fidedigna y que tiene bastante calidad; con tres versiones modernas, libres y malas de la novela —“Chicas materiales” (2006), “Aroma y sensibilidad” (2011) y “Sense, sensibility and snowmen” (2019)— y, por último, con dos adaptaciones de Youtube, de muy diferente calidad, hechas por jovenzuelos —“Elinor and Marianne Take Barton” (2014-2015) y “Project Dashwood” (2015-2016)—. Visto lo visto, y antes de que me tiréis los trastos a la cabeza, pongámonos ya en marcha.
 
Chicas materiales (2006)
 
Abrimos esta segunda parte de las adaptaciones cinematográficas de “Juicio y sentimiento” con “Chicas materiales” (2006), una cinta que utiliza el marco general de la novela de Jane Austen para contarnos una historia que poco tiene que ver con el escrito de la autora inglesa y que, sin duda, forma parte de esa ristra de peliculillas malas del género de la comedia romántica. Dirigida por Martha Coolidge, estamos ante hora y media de producto enlatado estadounidense, con las pintas propias de principios del siglo XXI —en este caso, para colmo, horteras hasta la extenuación—, y sin nada que nos llame la atención para bien. De hecho, por mucho que quienes somos de naturaleza angustiosa agradezcamos de vez en cuando toparnos con algo tan liviano y que exige tan poco de nosotros —en tanto que descansar del agitado bullicio de la inquietud no es un privilegio tan común para ciertos niveles de desasosiego—, esta película no sirve casi ni para ese cometido, pues, pese a su corta duración, se hace incluso aburrida y larga.
 
Por ir un poco al meollo del asunto, “Chicas materiales” nos narra la historia de dos hermanas, Ava y Tanzie Marchetta, a las que dan vida, precisamente, otras dos hermanas: Haylie y Hilary Duff. La verdad es que me ha hecho gracia encontrarme con esta última, a la que no veía desde “Lizzie McGuire” (2001-2004) o “Una cenicienta moderna” (2004)…: retazos del Pleistoceno profundo, pero también de lo que podríamos considerar como arte de calidad y alta cultura. Bromas aparte, las hermanas Marchetta, que tienen mucho dinero pero que carecen de cualquier sentido de la estética, viven en una mansión en Los Ángeles. Mientras que a su madre prácticamente no la ven porque se ha ido a vivir a Europa, su padre, químico de profesión, ha fallecido recientemente, dejándoles un gran legado: la firma Marchetta (un sello de moda que destaca por sus productos de belleza, que él mismo se encargaba de elaborar). Sin embargo, su vida de lujos y ajena a cualquier preocupación se verá truncada cuando, precisamente en un acto de conmemoración por la muerte de su padre, se filtren las declaraciones de algunas clientas que aseguran que uno de sus productos les provocó daños irreparables en la piel. A raíz de este suceso, que las va a dejar en bancarrota, se iniciará el periplo de las hermanas para demostrar la inocencia de su padre y desentrañar cómo todo esto se sustenta en un fraude para que la empresa pagara operaciones a mujeres que ya habían nacido con esos problemas cutáneos. Eso sí, como no podía ser de otra manera en una película de estas características, nos espera un final feliz en el que ellas consiguen desmantelar toda esta trama y donde vuelven a hacerse con el control de la empresa familiar.
 
Y diréis…, y con razón, ¿pero qué tiene que ver esto con “Juicio y sentimiento”? Pues eso es lo que pretendemos entresacar ahora, aunque he de reconocer abiertamente que me parece un poco cogido con pinzas que cualquier posible trama en la que haya dos hermanas involucradas que tengan temperamentos distintos y que pasan de vivir cómodamente a quedarse con una mano delante y otra detrás tenga necesariamente que inspirarse en la primera novela de Jane Austen. Aunque tampoco me opondré a ello, pues quizá el hecho de que a alguien le llegue que esta anodina película se apoya de algún modo en “Juicio y sentimiento” sea motivo suficiente para que llegue a este libro y lo lea; y eso, siendo optimistas y confiando demasiado en el género humano —algo que, por cierto, se aleja bastante de mi tendencia habitual—, tal vez pueda provocar que su criterio artístico empiece poco a poco a perfeccionarse y se aleje paulatinamente de contenidos audiovisuales tan insípidos como el que ahora nos ocupa. Pero eso, queridos amigos, sería casi milagroso, pues es prácticamente como decir que ver el bien le conduce a uno necesariamente a realizar acciones nobles, y ya sabemos cuán errado es ese pensamiento si lo comparamos con la realidad. Sé que me estoy yendo por los cerros de Úbeda de mala manera, pero es que la película es tan poca cosa, que poco se puede decir sobre ella. Aunque así, a bote pronto, se me ocurre algún pequeño detalle: ¿qué hace Anjelica Huston en esta cinta? ¿En qué momento le pareció buena idea formar parte de un proyecto audiovisual tan malo como éste? ¿Una gran cantidad de dinero? ¿Pago de favores? En fin…
 
Sea como fuere, para cerrar este escueto comentario voy a esforzarme en hacer un repaso de las similitudes más palmarias entre la novela de Jane Austen y “Chicas materiales”. De entrada, Ava Marchetta se parece a Marianne Dashwood en que es la más impulsiva y pasional de las dos hermanas, lo que provoca que muchas veces no tome las mejores decisiones. A este respecto, cabe hacer alusión a cómo se empareja primero con un atractivo actor que la va a dejar tirada a la primera de cambio —algo así como una versión moderna de Willoughby— hasta darse cuenta de que el joven abogado que está llevando su caso es un partido mucho mejor —y que representaría, siendo generosísimos con estas comparaciones, a una especie de coronel Brandon del siglo XXI—. Por su parte, Tanzie Marchetta, afín al carácter de Elinor Dashwood, es mucho más discreta que Ava, no se mueve como pez en el agua entre tantos lujos y fiestas, y acaba liada con un chico que trabaja como químico en el laboratorio de Marchetta, pero al que, por sus nada pomposas maneras, al principio confunden con el cochero —el Edward Ferrars de esta película: alguien que ni molesta ni destaca—. Además, aquí encontramos al equivalente de John Middleton encarnado en la criada de las hermanas, que no duda en acogerlas en su casa cuando toda su fortuna se ha volatilizado y sus conocidos desconfían de ellas. Por ir ya cerrando, y dado que carezco de capacidad para explayarme más, un último aviso a navegantes: huid mientras podáis de esta película y, si no os queda más remedio, utilizadla como pretexto para afrontar la triste realidad de que, por mucho chandalismo y uñas asquerosamente largas que haya hoy en día, la indumentaria de cierto sector de la población hace menos de 20 años no era mucho mejor que la lacra que invade nuestros días.
 
Sentido y sensibilidad (2008)
 
Después del costoso esfuerzo invertido en escribir algo sobre “Chicas materiales”, vamos ahora a abordar la primera versión en condiciones de las adaptaciones cinematográficas de “Juicio y sentimiento” que conforman esta segunda parte. Estamos ante una miniserie, dirigida por John Alexander y a cargo de la BBC, que consta de tres episodios, de unos 50 minutos cada uno, hasta sumar un total de dos horas y media de metraje. Así que, a nivel de duración, estaríamos hablando de una obra que se mueve entre las versiones de 1971 y 1981 —se elevaban hasta las tres horas— y la película de 1995 —se quedaba en las dos horas y cuarto—. En resumidas cuentas: una cantidad de tiempo suficiente para abordar el primer escrito publicado de la autora inglesa. Sin embargo, y volviendo a la tan manida pregunta…: ¿era necesaria una nueva adaptación? Siendo honestos, y si hablamos de necesidad estricta, desde luego que no, pero ya conocemos la tendencia que tiene el cine a volver una y otra vez a ciertos libros para conectar mejor con la generación concreta a la que van dirigidos. En cualquier caso, y por si a alguien le pudiera servir, ya estoy yo aquí para ahorraros el trabajo y deciros cuál de todas merece la pena más, en el caso de que vosotros mismos no tengáis tantísimo interés y curiosidad como para hacer el recorrido completo.

Volviendo a la miniserie en cuestión, no podemos evitar empezar el visionado con cierto estupor, y es que abre con una secuencia en la que, en un plano muy cerrado en el que apenas vislumbramos alguna que otra parte de dos cuerpos, asistimos a una escena íntima entre un hombre y una mujer. Reconozco que casi me da un síncope, pues, desde luego, en este libro no se narra jamás una situación ni remotamente parecida a ésta… En cualquier caso, el asunto se queda en un simple susto, porque poco después empezará la cabecera y la historia dará comienzo según lo previsto. De hecho, ni siquiera sé muy bien a qué responde esa provocación —¿o quizás era un sueño o una fantasía?—, pues no se va a volver a recuperar este suceso en ningún otro momento del metraje. Podríamos también pensar que tal vez sea fruto de cierta presión por parte de la productora, que lo quisiera introducir a modo de gancho… Sea como fuere, dejémonos de conjeturas, pues va a ser complicado saberlo con certeza. Por suerte, como decimos, pronto asistimos a la trama que conocemos, y ahí rápidamente vuelven a aparecer nuestras Dashwood. A decir verdad, me gusta bastante la Elinor de esta versión. La interpretación que de ella hace Hattie Morahan está a la altura de un personaje que no es nada fácil de trasladar a la pantalla (y es que, en tanto que su idiosincrasia particular no es demasiado habitual, se suelen hipertrofiar algunas de sus cualidades en detrimento de otras tantas). Sin embargo, y contra todo pronóstico, la Elinor de la versión de 2008 rebosa inteligencia en su mirada, en sus gestos y en sus muecas risueñas, lo que permite que se recupere su agudeza a la hora de entender el mundo (característica que, si bien encuentra un lugar considerable en la novela, quizá había quedado algo relegada en las anteriores versiones cinematográficas). Por su parte, Marianne, a la que interpreta Charity Wakefield, no me acaba de convencer ni en apariencia ni en carácter. No sólo es que volvamos al cabello rizado rubio y a los ojos azules, confirmando que un palmario error puede extenderse durante infinitas décadas sin que nadie se moleste en ponerle remedio, sino que sus facciones me resultan algo burdas para la belleza fascinante e irresistible que se nos describe en la novela. Además, me falta cierto garbo en sus maneras y me parece algo más ñoña y menos apasionada que la Marianne que imaginó su autora.
 
Y no sé si será cosa mía o qué, pero yo detecto que los creadores de esta miniserie sienten una predilección bastante mayor por Elinor que la que muestran por Marianne, de ahí que hayan conseguido captar mucho mejor el talante de la mayor de las hermanas que el de la mediana, que, inevitablemente, cojea en alguna que otra ocasión y se acaba quedando algo floja. Aun así, tienen la deferencia de volver a incorporar a Margaret —encarnada por una diminuta y adorable Lucy Boynton, a la que justamente hace muy poco acabo de ver en “Modern Love 2” (2021) compartiendo episodio con un Kit Harington muy distinto a nuestro querido Jon Snow (o Nieve para los amigos)—. De hecho, la pequeña de las Dashwood tiene aquí un papel muy parecido al que le otorgaron en la cinta de 1995: si bien es indudable que sirve como contrapeso para el carácter opuesto de Elinor y Marianne, no lo es menos que acaba teniendo una presencia mucho más relevante de la que tiene en el texto escrito, donde no es más que un personaje al que apenas se nombra y que se utiliza simplemente en determinados momentos muy concretos y nunca excesivamente notables. Por su parte, la señora Dashwood —Janet McTeer— pasa sin pena ni gloria por la cinta, siendo incapaz de trasladar el carácter tan acogedor al que tantas veces se hace alusión en el libro y que funciona como su seña de identidad. Aun con todo, cumple relativamente bien su función en la sombra y sin demasiados aspavientos.
 
Los otros tres personajes con más entidad en la trama son Edward Ferrars, el coronel Brandon y Willoughby, por lo que conviene que nos detengamos en lo fieles o no que son a los del libro. De entrada, agradezco enormemente que la referencia del Edward de esta versión haya sido el Hugh Grant de la película de Ang Lee, pues el actor que encarna al hermano de Fanny, Dan Stevens, vuelve a trasladar notablemente bien los titubeos propios de la timidez. Puede que nuevamente peque de ser más atractivo que el de la novela, pero por suerte se mantiene muy alejado del de la adaptación de 1981. De hecho, hasta nos parece que está a la altura de Elinor Dashwood, y eso es decir demasiado para un personaje tan imberbe como lo es Edward. Pero no todo iba a ser bueno, claro está. Y es que…: ¿quién tomó la decisión de poner a David Morrissey —El Gobernador de “The Walking Dead” (2010-2022)— como el coronel Brandon? Si el único desliz fuese que no hay nada en su apariencia que encaje en este papel hasta lo toleraría, pero el auténtico problema es que su carácter es infinitamente más explícito y brusco que el que le otorga Jane Austen en sus páginas. De hecho, no sólo se muestra excesivamente solícito con Marianne y apenas hace uso de su tan característica discreción, sino que incluso vemos cómo se encara con Willoughby en alguna que otra ocasión: ambos se aguantan la mirada cuando se cruzan visitando a Marianne en la casita de Barton, el coronel Brandon pretende intimidarle en privado cuando le pregunta sobre sus intenciones con Marianne (algo que, por supuesto, jamás ocurre en la narración), y asistimos a una especie de duelo entre los dos caballeros que no sabemos si es la fantasía de alguno de los personajes o la pura realidad, pues también es algo de lo que no tenemos constancia en el libro. De cualquier manera, aquí tiene mucha más determinación que en la novela y, por tanto, se aleja de un aspecto fundamental del coronel Brandon: su gusto por pasar desapercibido. Por último, y por seguir analizando los tres personajes masculinos más importantes de la narración, no podemos dejar de hablar de Willoughby, al que da vida aquí Dominic Cooper. Quizá sea yo, pero no encuentro ni el atractivo ni las disposiciones galantes de este actor, por lo que no me convence en absoluto su elección como amante de Marianne; aunque sí que creo que hay algo que puede que transmita mejor que cualquier otro Willoughby anterior: una mirada oscura y muy poco transparente.
 
El resto de los personajes, sin destacar ninguno en especial, están correctos. John Middleton —Mark Williams— no es tan irritante como en otras versiones y, sin embargo, consigue trasladar con sus apariciones tanto su talante hospitalario como su irremediable gusto por la compañía. A su vez, su mujer, lady Middleton, está maravillosamente encarnada por Rosanna Lavelle, que, a pesar de los pocos momentos que sale en pantalla, refleja de forma muy fiel el panfilismo de este personaje (además, aquí aparece rodeada por su séquito de hijos, a los que, como también a ella, se obvió por completo en la versión de 1995). Tampoco podemos olvidarnos de la señora Jennings, a quien da vida Linda Bassett, que consigue equilibrar bastante bien el chismorreo continuo —por suerte, no tan escandaloso e insoportable como el de otras versiones— con un trato bondadoso y afable hacia las Dashwood. Por su parte, John Dashwood —Mark Gatiss— y Fanny —Claire Skinner—, sin ser nada del otro mundo, están razonablemente bien, aunque también es cierto que, por lo general, son personajes que no han sido nunca demasiado conflictivos y que han concordado en buena medida con los del libro en casi todas las adaptaciones cinematográficas vistas hasta la fecha. Por último, así como la aparición de los Palmer es casi anecdótica, creo que las Steele salen en pantalla en su justa medida: tienen su espacio en la trama, pero tampoco se abusa en exceso de su presencia. Anna Madeley, que encarna a Lucy Steele, no lo hace mal, aunque tampoco destaca por nada en concreto, mientras que se agradece que se le dé algo más de peso a Nancy Steele, personaje insoportable y bocazas a partes iguales, que encarna estupendamente bien Daisy Haggard, a la que me ha hecho especial gracia encontrar aquí, pues sólo la conocía por “Back to life” (2019-2021), maravillosa serie en la que es protagonista y de la que espero poder hablar aquí en algún momento. Mención especial también, por cierto, para Leo Bill, que apenas tiene una aparición, pero que traslada magníficamente al afeminado y pusilánime Robert Ferrars.
 
Hay que decir que, en cuanto a historia, es una adaptación que no se deja nada en el tintero: aprovecha su metraje para abordar casi todas las tramas importantes de “Juicio y sentimiento” y lo hace con una notable solvencia. De hecho, respecto a la parte de Norland, se agradece que se explore de manera más distendida los encuentros entre Edward y Elinor, hasta el punto de ser, si no me equivoco, la única versión por ahora en la que se evidencian explícitamente las sospechas de todas las Dashwood sobre lo probable que es que se comprometan. En este sentido, no puedo dejar de mencionar lo bien que se traslada la despedida entre Edward y Elinor en Norland cuando las Dashwood están a punto de partir hacia Barton, pues capta perfectamente la decepción de Elinor, reflejada en sus ojos, que casi no pueden aguantarse el llanto, que esperaba una propuesta de matrimonio que jamás va a llegar (bueno, o sí, pero mucho más tarde). De cualquier manera, si bien la Elinor de esta versión está bastante conseguida, se vuelven a arrastrar algunos errores de la adaptación de 1995: demasiada emoción cuando Marianne parece estar fuera de peligro por su enfermedad y un llanto nervioso ante la noticia de que Edward no se ha casado finalmente con Lucy. Eso sí, tenemos una nueva incorporación a este momento: ¡un beso apasionado entre Elinor y Edward! Y no es por ponerme tiquismiquis, de verdad, pero quizá sea un poquito demasiado atrevido para principios del siglo XIX, ¿no?
 
Como principal referencia, la miniserie de 2008 se apoya en la versión de Ang Lee, pero es capaz de suplir la falta de secuencias y la ausencia de algunos personajes que esta adaptación tenía. Aun así, peca en ocasiones de algo que aborrezco en cualquier forma de arte, pero en especial en el cine: dar todo masticadito y no dejar casi nada a la imaginación. Y es que el medio audiovisual permite sugerir a través de gestos, miradas o contexto con mayor facilidad que otras disciplinas, por lo que tiene aún más delito tomar al espectador por tonto. Esto se ve especialmente en el tira y afloja entre el coronel Brandon y Willoughby, una tensión que se apoya en escenas inventadas y tremendamente explícitas, como si no fuera evidente la coyuntura que envuelve a los dos caballeros en torno a su relación con Marianne y se nos tuviese que explicar con pelos y señales qué está pasando entre ellos. Y, por supuesto, tampoco podemos dejar de nombrar aquí esa visita de Marianne con Willoughby a Allenham, donde, para colmo, y en una escena a cámara lenta al más puro estilo de telefilm, ambos personajes se besan (sí, habéis leído bien). En una línea muy similar, es inevitable sentir una pereza inmensa ante la escena en la que Marianne, paseando bajo la lluvia, cierra los ojos y recuerda precisamente esos momentos felices con Willoughby. ¿De verdad que era necesario volver a poner en pantalla esas imágenes? ¿No conocemos lo suficientemente su sufrimiento como para que nos lo tengan que mostrar de manera tan explícita? Aunque lo que más me estorba es cuando se recrea algo que no sucede en el libro, y se hace además después de haber hablado de ello como posibilidad. Con esto me refiero a la visita de Marianne a Delaford antes de que el coronel Brandon y ella se casen. Si Marianne ya le había hablado de esta propuesta a Elinor, ¿por qué mostrarnos una escena donde ella propiamente va a visitar su biblioteca?, ¿no podía imaginarse el espectador esa estampa sin traducirla a imágenes concretas? Y no digamos ya lo de que Marianne oiga toda la conversación que tiene Elinor con Willoughby cuando éste va a Cleveland…
 
Por ir a otros ejemplos concretos, cabe decir que aquí, nuevamente, Edward y Lucy se van juntos tras la incómoda escena que tiene lugar entre ellos y Elinor, y a la que se incorpora una inocente Marianne, que nada sospecha de lo que está pasando. Además, esa coyuntura acaba irrumpiendo en otra secuencia de la miniserie: aquella en la que a Nancy Steele se le escapa lo del compromiso secreto entre Edward y Lucy. Y es que ese momento, en el que únicamente están presentes Nancy y Fanny, aquí se adorna con otros personajes, pues no sólo se encuentra la señora Ferrars, sino que poco después irrumpen los aludidos. No está demasiado mal llevado el descubrimiento, pues se nos presenta a un Edward dispuesto a renunciar a su herencia por llevar a cabo su promesa de matrimonio, pero es indudable que se nos juntan varios sucesos en una misma escena (aunque no descarto que quizá haya sido por una cuestión de tiempo). Asimismo, cabe destacar y agradecer que en esta versión no estén a punto de besarse cuando Elinor va a comunicarle a Edward lo del beneficio de Delaford que le ha ofrecido el coronel Brandon, aunque también es verdad que se abusa del plano-contraplano para otorgar emotividad al momento e incluso se explicita la incómoda situación del triángulo amoroso que les incumbe. A su vez, en esta versión, erróneamente, las hermanas Dashwood viajan con el coronel Brandon a Cleveland, sumando otro ejemplo más al abuso que se hace de la presencia de este personaje siempre que se puede, resultando aquí expansivo en exceso y bastante poco reservado. Aunque como momento álgido de esta exageración tenemos el rescate del coronel Brandon a Marianne en la lluvia con esa música de fondo…, culminando con su entrada en Cleveland cogiéndola en brazos, casi calcada de la película de Ang Lee.
 
Y, por cierto, hay otro asunto que ya estaba tardando en aparecer en alguna adaptación y que me hacía muy feliz que se estuviera respetando, porque eso implicaba fidelidad con las palabras de su autora: querer meter una especie de afán de la mujer por replantearse el lugar al que había sido asignada sin elección. Por ahora, entre los personajes de Jane Austen no he encontrado a esas jóvenes deseosas de conocer mundo y de vivir de forma independiente, como sí aparecen de manera más recurrente entre los de las hermanas Brontë —así que, hasta donde la he leído, tengo que darle la razón en este punto a Virginia Woolf, que hacía referencia a este asunto en su ensayo “Una habitación propia” (1929)—. Por eso estorba tanto que, en esta versión, metido con calzador, Margaret entone un discurso en esta línea, y que también haga lo propio Marianne en otro momento de la cinta, porque parece que lo único que se busca es estar en sintonía con los tiempos actuales (aunque sea a costa de ser deshonesto con la historia que se está adaptando). Y no te digo yo que Jane Austen no compartiera estas ideas, algo que probablemente hiciera si tenemos en cuenta cómo fue su vida, pero desde luego sus personajes ya hablan por sí solos y no hace falta meterles moralina barata en forma de frases lapidarias y exageradas. De hecho, en la figura de Willoughby ya vemos reflejado ese tipo de individuo que juega con las esperanzas de alguien inocente e ingenuo hasta tenerle bebiendo de su mano para, después, largarse como si nunca hubiera pasado nada. Por tanto, se vuelve completamente innecesaria y burda esa manera en la que Marianne comenta: «Quizá no nos ven como personas, sino como a unos juguetes». De algún modo, y aunque todavía no había ocurrido con ninguna versión anterior de las que he visto, quizá éste sea el precio a pagar por las adaptaciones más modernas de este tipo de novelas: siempre querer buscar a una heroína independiente y deseosa de salir de las cuatro paredes de su casa. De hecho, a veces se utilizan comentarios demasiado actuales que no suelen encontrar un equivalente en las novelas de las que parten, mucho más sutiles y elegantes que frases ‘empoderadoras’ (probablemente, de las palabritas actuales que más detesto).
 
Por ir ya cerrando, una cosa que llama especialmente la atención es que la casita de Barton esté ubicada en una zona con mar, alusión que juraría que no se hace en “Juicio y sentimiento” y una decisión por la que ninguna otra versión había optado. De hecho, la utilización de planos del fuerte oleaje como metáfora de las tribulaciones de los personajes me ha hecho rememorar la tan disfrutable y estupenda serie “The White Lotus” (2021-). Asimismo, aunque la banda sonora está bastante bien, es indudable que a veces se pasan con las melodías que acompañan ciertos momentos de la trama (en especial, el encuentro entre el coronel Brandon y Willoughby en Barton mientras visitan a Marianne o el que ya hemos comentado del coronel Brandon y Marianne bajo la lluvia). Como apunte gracioso, he de comentar que esta adaptación la he visto en español y, aunque el doblaje es bastante decente, hay algo que no puede chirriar más cuando uno la ve: que la expresión «Yes, indeed», de corte elegante y muy utilizada en las películas de esta época, haya sido traducida aquí por «En verdad que sí», que no puede ser una fórmula más paleta y extraña en este contexto. A su vez, en ocasiones se refieren a Willoughby como «el señor W», que también queda un poco raro en nuestro idioma. En resumidas cuentas, estamos ante una adaptación bastante notable de “Juicio y sentimiento”, que se deja ver con agrado y que puede favorecer que un público más joven se acerque a este escrito de Jane Austen. Además, al César lo que es del César: la escena final es bellísima, y muestra por primera vez el cierre de la novela, donde ambas hermanas se encuentran ya asentadas en sus casas con sus respectivos maridos y felices después de tantas amarguras y desengaños.
 
Aroma y sensibilidad (2011)
 
Estamos ante el paradigma de la típica película de sobremesa que te encuentras cualquier sábado o domingo en la televisión a las cuatro de la tarde. Pero, claro, si tú, hipotético lector de Jane Austen, estás plácidamente echándote una siesta y, repentinamente, escuchas los nombres de los personajes de “Juicio y sentimiento”…, quizá, curioso, abras los ojos y, sin embargo, lo que te lleves sea una desagradable decepción. Ahora en serio: ¿los ‘cineastas’ de este género de películas no tienen el suficiente decoro como para no osar tocar una novela a la que jamás podrán hacer justicia? Al menos ten la suficiente originalidad como para, utilizando en líneas generales el argumento de la historia, cambiar la trama lo suficiente como para que no tengas que emplear los nombres reales. Y es que… ¡me hierve la sangre cuando tengo que oírlos en un contexto tan de telefilm! Menos mal que esta cinta, dirigida por Brian Brough —a juzgar por las portadas de las películas que salen al pinchar su nombre en Filmaffinity, especialista de este tipo de género—, no llega, por suerte, ni a la hora y media. Aun con todo, y como ya hiciéramos con la versión india del 2000, las equivalencias entre los personajes del libro de Jane Austen y de la cinta que nos ocupa son graciosas de detectar, así que vamos a intentar repasar algunas de ellas.
 
“Aroma y sensibilidad” (2011) nos narra la historia de los Dashwood: una familia acomodada de Estados Unidos, aparentemente feliz y tranquila, que, de la noche a la mañana, verá cómo su vida da un giro radical. Tras una primera escena repleta de bromitas y de un excesivo afán de darse pomada mutuamente —un clásico en la apertura de estas películas antes de que todo se tuerza—, la policía arresta al padre, acusado de presunta estafa. A partir de ese momento, las comodidades y los lujos a los que estaban acostumbrados los Dashwood dejarán de existir, y las mujeres de la casa tendrán que afrontar una forma de vivir que nunca habían practicado hasta entonces. Sin embargo, la cosa no resulta tan sencilla, pues hay algo que les preocupa especialmente: pagar la medicación de Margaret —Danielle Chuchran—, la hermana más pequeña, que sufre de una leucemia que requiere de muchos gastos. De esta forma, y tras algunas escenas de drama existencial, la madre se irá con una tía de las hermanas que puede ofrecerle un puesto, y ellas, sin más dilación, empezarán también a buscar trabajo (aunque el asunto no les va a resultar tan fácil como podrían creer en un primer momento, pues, en cuanto los entrevistadores reconocen su apellido, rechazan contratarlas). Aun así, y tras varios intentos frustrados, encontrarán un sueldo que les cubra sus escuetos gastos y, sobre todo, que les permita invertirlo en el tratamiento médico de Margaret: Marianne —Marla Sokoloff— trabajando en la copistería de una empresa, y Elinor —Ashley Williams— ocupándose de las tareas de limpieza en un spa.
 
Por seguir dando un poco de contexto a la película, tenemos que decir que Marianne, desde el principio de la cinta, se encuentra saliendo con John Willoughby —Jason Celaya—: un joven apuesto que guardaba ciertas relaciones laborales con el padre de las Dashwood antes de que se produjera el arresto, y al que se supone que han ofrecido un puesto en Suiza —y digo «se supone» porque, aunque eso es lo que quiere hacerle creer a Marianne, y lo que también piensa el espectador que ocurre al principio, acabaremos descubriendo que era una mentira: ni le habían ofrecido finalmente el puesto ni se había ido tampoco de Estados Unidos—. A su vez, Marianne tiene una afición que estará presente a lo largo de toda la película y que será también el desencadenante del conflicto fundamental de la historia: su pasión por las flores, que mezcla con otros ingredientes hasta terminar haciendo lociones milagrosas para la piel. Su trabajo no es el más apasionante del mundo, pero al menos no la estorban demasiado, y allí precisamente conocerá a Brandon —Nick Zano—, que pronto empezará a entablar una relación más cercana con ella y con el que quedará alguna que otra vez. Por su parte, Elinor se encuentra bastante disgustada en su trabajo: tiene una jefa insoportable que le hace la vida imposible —de nombre Fran (JJ Neward), pero que es el equivalente a Fanny— y una compañera, Lucy —Jaclyn Hales—, que está enamorada de Edward —Brad Johnson—, el hermano de Fran, al que, sin embargo, quien le despierta verdadero interés es Elinor, a la que conoció un día de casualidad en el spa cuando entró a por unos papeles para su hermana y ésta se encontraba cantando de forma divertida en el baño porque creía que estaba sola. Y, realmente, este triángulo amoroso entre Lucy, Edward y Elinor es el que va a propiciar que Lucy esté dispuesta a ser sobornada por Fran a cambio de que ella intente que Elinor tenga una mala imagen de su hermano para que éste se decida a quedar con su empleada.
 
Pero, para que nadie se pierda, hablemos del meollo en cuestión. El caso es que Elinor, de manera inocente, lleva consigo la loción de Marianne, y un día en el trabajo escucha como una clienta —la señora Jennings— se queja reiteradamente de un dolor de pies que le resulta insoportable. Se ofrece a darle un poco de la crema, a ver si se le calma la molestia, y ella acaba encantada. De este modo, y a través del boca a boca, empiezan a extenderse las bondades de este producto, y cada vez son más las usuarias que lo quieren adquirir. Esto, claro está, llega a los oídos de Fran, a quien pronto se le ocurre la maligna idea de hacerse con uno de los botes de Elinor, que ella guarda en su taquilla, para poder sacar de ahí los ingredientes que contiene y empezar a vender el mismo producto a sus espaldas. Pero no sólo eso, sino que, al parecer, Fran también conoce a John Willoughby y la historia de éste con Eliza Williams, a la que él dejó embarazada, por lo que le amenaza con contarlo todo si no intenta arreglar las cosas con Marianne para descubrir la manera en la que ella elabora sus cremas. Su plan, aunque arriesgado, le podría arreglar todas las deudas que tiene e impedir que su negocio se vaya a pique definitivamente (y es que uno de sus problemas fundamentales es que se niega a llevar un nivel de vida más modesto, como le ha aconsejado su hermano Edward, abogado de profesión).
 
Obviamente, las cosas no iban a salirle bien a la villana de la película —no dejemos nunca de lado que estamos ante una película inocente de sobremesa y que los malos son malos malísimos—, por mucho que hiciera sufrir por el camino a sus víctimas. De hecho, cuando la propia Elinor descubre que alguien ha abierto violentamente su taquilla y le ha robado un bote de loción, Lucy y Fran le hacen creer que el que está interesado en vender el producto de Marianne a sus espaldas y sin previo aviso es Edward. Al final, claro está, todo acaba descubriéndose, Elinor y Marianne, con ayuda de Edward, consiguen registrar la marca antes de que Fran pueda hacerse con el monopolio de la crema y desmantelan la estafa que quería llevar a término. Además, la cinta acaba con la boda de Marianne y Brandon. Como detalle gracioso, la película hace eso mismo que muchas novelas de la época practican: describir pinceladas de qué ha sido del futuro de sus personajes. De este modo, se nos cuenta que las hermanas Dashwood, con un claro afán filantrópico, acabarán destinando el dinero conseguido de la venta del tan deseado ungüento, con relación al cual han creado un negocio, a las víctimas del fraude perpetuado por su padre; que Fran, después de varias demandas, acabará en bancarrota, perdiendo su spa y teniendo que adaptarse a una forma de vivir más humilde; que Lucy, en cambio, terminará ocupando precisamente el lugar que antes había tenido Fran e incluso permitiéndole a esta última desempeñar el trabajo que antes había sido realizado por Elinor; que John Willoughby será desheredado por su familia cuando ésta se entere de lo de Eliza; que Henry Dashwood recibirá la sentencia máxima después de haber agotado todas las posibles apelaciones; que Margaret conseguirá recuperarse de su leucemia y se irá a vivir con su madre a un rancho de Colorado donde criará a caballos utilizados para terapias médicas; que Elinor y Edward se casarán seis meses después de la boda de Marianne y Brandon; y que…, en resumidas cuentas, todos serán súper felices (¡cómo no!).
 
¿Existen equivalencias entre novela y cinta? Sí, claro, como ocurre con casi todo en la vida… De cualquier manera, y para hacer honor a la verdad, es cierto que la Marianne de esta película es también más quejicosa que Elinor, y eso que tiene un trabajo mil veces más cómodo y digno; y que, por supuesto, mira por su propio interés antes que por el del resto (cuando Elinor le pregunta si hay alguna oferta de trabajo en su empresa, ella lo niega, pero no porque no haya, pues de hecho sí que necesitan empleados, sino porque no quiere que descubra su mentira: que ella se cambió su apellido para tener mejores condiciones laborales). En cambio, Elinor, que debe conformarse con un trabajo bastante más sufrido y que debe aguantar cómo se aprovechan de ella porque saben que con su apellido no va a encontrar otra cosa mejor, lo soporta de manera bastante estoica y sin quejarse apenas. Desde luego que el Brandon que aparece aquí tiene cierta vinculación con el de Jane Austen, aunque sólo sea porque es evidente que se muestra muy pendiente de Marianne en todo momento y que sufrió un desengaño amoroso que marcó su carácter. Además, John Willoughby comparte con el de la novela ese tipo de temperamento seductor que hace que algunas mujeres caigan rendidas a sus pies para, en cuanto puede y tiene algo mejor, hacer como si nunca las hubiera conocido. Y Edward…, pues digamos que aquí es menos pan sin sal, la verdad, aunque eso tampoco sea decir gran cosa. En resumidas cuentas, y con una factura de lo más cutrilla y barata, casi todos los personajes comparten algo de la referencia de la que parten…, pero, claro, podrían haberse ahorrado utilizar los mismos nombres y querer ‘adaptar’ el libro de la autora inglesa de una manera tan poco reseñable, pues una cosa y la otra se parecen como un huevo a una castaña.
 
Elinor and Marianne Take Barton (2014-2015)
 
Ahora no vamos a hablar ni de una película ni de una serie, sino de una especie de adaptación online de “Juicio y sentimiento”, disponible en Youtube, que cuenta con 32 episodios de una duración aproximada de entre 3 y 10 minutos, hasta sumar un total de cuatro horas. Esta interesante revisión del libro de Jane Austen desde el siglo XXI está realizada por estudiantes de la Universidad de Warwick (Inglaterra), concretamente dirigida por Olivia Cole y escrita tanto por ella como por Emily Rose, de una forma un tanto amateur y sin demasiados medios ni grandes recursos cinematográficos. Aun así, es inteligente, curiosa y consigue que la historia de las hermanas Dashwood cale en el espectador más contemporáneo. De entrada, quien abre el primer vídeo y quien va a llevar la voz cantante a lo largo de la historia es Marianne Dashwood —Bonita Trigg—, una joven que acaba de empezar la universidad y que nos transmite que su plan es hacer una especie de vídeo-diario donde irá contando todas las nuevas experiencias que le vayan sucediendo. Además, ya en ese primer contacto conocemos también a Elinor —Abi Davies—, su hermana mayor, que tiene 19 años para 20 y que está en su segundo año de universidad, donde cursa un grado de Matemáticas y Física (me resulta gracioso que hayan optado por una carrera así para este personaje, pues realmente se adapta bien a su carácter frío y racional).
 
Por poneros un poco en situación, vamos a trasladar, aunque sea en líneas generales, el contexto que envuelve a las Dashwood, pues es algo diferente al de la novela. Marianne nos cuenta que, mientras su padre estaba muy enfermo, éste recibió la visita de su hermano John, de grandes recursos económicos (el equivalente al John Daswhood de la novela, hermanastro de Elinor y Marianne). Sin duda, aquello que le preocupaba más al convaleciente era el futuro de su hija Marianne, pues Elinor ya había conseguido una beca para sus estudios; y, por esa razón, y dada la complicada coyuntura, John se ofreció a pagar los gastos universitarios de Marianne. Sin embargo, de la noche a la mañana —o más bien por la malvada influencia de su mujer, de nombre Frances aquí en vez de Fanny—, decidió recular y reconocer que probablemente esa promesa había sido un tanto generosa, considerando que bastaría con ayudas más modestas a su sobrina. Ése es el primer cambio sustancial de la historia, aunque totalmente coherente con la novela y con el original acercamiento que quieren hacer desde “Elinor and Marianne Take Barton” (2014-2015). Desde luego, como decimos, no es el único, así que ahora iremos poco a poco desgranando la manera que tienen estos jóvenes de acercarse a los personajes de Jane Austen desde un contexto universitario actual.
 
De entrada, cabe decir que prácticamente todos los episodios salvo uno —o al menos que yo recuerde— están grabados en el mismo sitio: la habitación de Marianne. Eso sí, si bien ella es la protagonista de casi todos, que para algo es su videoblog, los personajes que aparecen acompañándola van variando. De hecho, si bien ya hemos hablado de las dos hermanas Dashwood, que son las que más salen, también aparece Edward Ferrars —Gareth Roberts—, un joven que está estudiando Derecho —quizá hayan elegido esta especialidad por ser tan genérica, lo que la haría casar tan bien con este personaje— y que no se atreve a decirle a su familia que lo que realmente le apasiona es la historia (y es que estudiar una carrera como ésta, o como también podría ocurrir con la de Filosofía, podría ser el equivalente actual a lo que le ocurre a este personaje en el libro, cuyo afán por ser párroco no es en absoluto del agrado de su madre). De cualquier manera, es realmente sorprendente lo bien llevado que está este personaje, en el que se dan cita el apocamiento, la timidez y la ternura. Además, una de las cosas que más he disfrutado es la relación tan peculiar que tiene con Marianne, que claramente está sacada de la novela de Jane Austen y que, sin embargo, no ha sabido trasladarse demasiado bien a la pantalla en casi ninguno de los acercamientos audiovisuales que he visto. Para nuestra sorpresa, ese contraste evidente entre estos dos temperamentos se refleja de una manera muy aguda aquí con una práctica concreta: la teatral Marianne le hace interpretar al retraído Edward las escenas más apasionadas que ha vivido con Will Johnson —Craig Nannestad—, el Willoughby de esta historia. Y lo cierto es que… resulta muy divertido ver a ese pobre hombrecillo pasándolas canutas por la pizpireta Marianne.
 
Por otra parte, tenemos a Charlotte —Sophia Pardon—, la compañera de piso de Marianne, que es una mezcla de varios personajes de “Juicio y sentimiento”: si bien han cogido el nombre de Charlotte Palmer, aquí tiene el carácter de la señora Jennings y es hermana de Brandon —Joshua Allsopp—, que, lejos de ser coronel, es profesor de Marianne en un seminario sobre literatura victoriana y está haciendo una tesis doctoral. No podemos evitar en este punto señalar la obsesión de Charlotte por su hermano, al que adora y al que busca emparejar a toda costa (sobre todo, con Marianne). A su vez, también está Lucy Steele —Georgie Wedge—, que, por alguna extraña razón, la han hecho aquí algo alcohólica y retorcida hasta la extenuación. De hecho, es probable que su carácter también sea una mezcla entre la Lucy Steele de Jane Austen y su hermana Nancy, pues peca de ser bastante más histriónica que la prometida de Edward. A fin de cuentas, han intentado proyectar los temperamentos de los personajes de la escritora inglesa, tan bien definidos y delimitados en la novela, en jovenzuelos que nos podríamos encontrar a día de hoy en cualquier grupo de amigos: tenemos a la cotilla —Charlotte—, al tímido —Edward—, a la romántica apasionada —Marianne—, a la estudiante ejemplar —Elinor—, al interesante —Brandon—, a la alocada —Lucy— y al que las tiene a todas bebiendo de su mano —Will Johnson—. En resumidas cuentas, todos son perfiles que uno ha conocido a lo largo de su vida y que podrían encajar perfectamente con los grupúsculos actuales.
 
Hay que decir que en “Elinor and Marianne Take Barton” todo guarda un regusto bastante cómico, aunque siendo siempre coherente con el tono general del libro. A este respecto, resulta bastante divertido el momento en el que Marianne nos narra por qué teme no encontrar al hombre que quiere: lo que cuenta tiene algo de dramático, ya que tiene miedo de quedarse sola, pero, por su manera tan intensa de narrarlo, uno no puede evitar sonreír por ese ímpetu tan suyo y ese afán de vivir en una novela. Asimismo, se rescata la idea de que ella sólo cree en el primer amor (con todos los problemas que sabemos que eso conlleva). De hecho, es gracioso cuando, como forma de justificar que no se siente atraída por Brandon, además de referirse a que es su profesor, alude a su edad: ¡y sólo tiene 24 míseros años! Pero, en su camino de convertirse en el aguafiestas de esta historia, Brandon peca de algo casi imperdonable para Marianne…: ¡prefiere “Cumbres Borrascosas” (1847) a “Jane Eyre” (1847)! (sin duda, un gran disgusto para ella, pues es su libro favorito junto a “El fantasma de la ópera” [1910]). Además, otra cosa original de esta adaptación es cuando Marianne y Brandon llevan a cabo dramatizaciones de ciertos clásicos de la literatura, pues siempre lo hacen desde un tono jocoso. Es indudable que conocen bien las obras de las que hablan, pero jamás se permiten la licencia de tomarse demasiado en serio a sí mismos (algo que es un triunfo en estos tiempos, donde se tiende a relacionar la sensatez con el tono formal y el gesto solemne: uno debe parecer que sabe, aunque después se demuestre lo contrario).
 
Probablemente, el asunto al que mayor seguimiento se hace a lo largo de la adaptación, aunque con muchas licencias, es a la relación entre Marianne y Will Johnson. Después de coincidir en unas audiciones para “Romeo y Julieta” (1597), los dos personajes empiezan a intimar cada vez más hasta que se besan en uno de los episodios. Por mucho que esto le haga a Marianne estar pletórica, va a ser el principio del fin: Will desaparecerá y dejará de contestarla a los mensajes. Si bien ella tratará constantemente de excusarle, Elinor no cesará de insistirla para que deje de intentarlo, pues ve claramente que esto no va a llevar a buen puerto (¡y cuánta razón tiene!). De hecho, incluso recuperan el momento de la fiesta, donde ella por fin consigue verle y él hace como si nunca hubiera pasado nada entre ellos (de hecho, le escribe un mensaje después para decirle que sentía si ella había pensado que eran más que amigos). Además, tras este desengaño amoroso, Marianne se comporta con Elinor como en el libro, a saber: reprochándole que no puede entender por lo que está pasando porque no ha amado a nadie con tanta intensidad como ella (y aquí, tal y como ocurre en la novela, Elinor acaba reconociendo la resignación a la que se ha visto sometida por su amor por Edward durante todo este tiempo). A su vez, también tiene lugar la conversación entre Elinor y Will, aunque poco después aparece Marianne, a quien le va a comentar de primera mano que no puede comprometerse tan seriamente con ella porque tiene que disfrutar de su etapa universitaria. En resumidas cuentas, que no quiere ser el típico pagafantas que da consejos sobre relaciones a las chicas, sino convertirse él mismo en el picaflor con el que ellas quieran estar. Obviamente, esto no ocurre así en el libro, pero sirve de la misma manera para reflejar ese tipo de carácter tan común y extendido en estos tiempos oscuros que nos han tocado en suerte: estoy contigo hasta que me deje de interesar o hasta que me implique más responsabilidad que diversión.
 
A su vez, otro de los temas que se reinventan aquí de una manera bastante llamativa y sorprendente, aunque no por ello carente de sentido e ingenio, es el fracaso de la relación entre Edward y Lucy. Si bien ellos empezaron juntos casi al principio de los episodios, no parecían estar muy felices (tampoco ayudaba, claro está, la presencia de Elinor, por la que se nota que Edward siente algo más que mero cariño). De esta forma, en un momento dado a Lucy se le ocurre una brillante y maquiavélica idea, pensando, inocentemente, que la jugada le saldría bien: se inventa que tiene leucemia —enfermedad que ya había padecido a los 13 años— para intentar deshacerse de Edward. Sin embargo, no es que no consiga lo que buscaba, sino que precisamente se encuentra con lo contrario: que Edward esté pendiente de ella en todo momento y que la cuide sin descanso. Cuando se acaba descubriendo todo el pastel, Lucy justifica su mentira argumentando que lo hizo porque las cosas no le iban bien con Edward y porque, al empezar la universidad y cambiar tanto de entorno, no sentía que la gente que había conocido se preocupara realmente por ella. Como era de esperar, esta pantomima no le sale gratis a Lucy y todo el grupo termina por dejarla de lado. Finalmente, y como ya sabíamos que ocurriría, la responsable Elinor y el pusilánime Edward terminarán juntos, así como la indómita Marianne y el discreto Brandon, que acabarán por asumir que sus naturalezas, pese a ser opuestas, se complementan con asombroso éxito. De hecho, precisamente en el último episodio volvemos a ver un guiño a la literatura de esta época, con esa recapitulación sobre el futuro de los personajes (algo que, como dijimos, hizo también la insípida “Aroma y sensibilidad”).
 
Como último detalle, me gustaría señalar algo curioso que sucede en esta adaptación: que los sitios reales de “Juicio y sentimiento” aparecen reconvertidos aquí en otros lugares. De esta forma, así como ellas dicen vivir en Norland (su primera residencia en el libro y aquella que tendrían que abandonar tras la muerte de su padre), Barton correspondería al lugar donde se encuentran estudiando (en la novela, como sabemos, equivale a la casita a la que se trasladan después de quedarse en la estacada) y, por ejemplo, se refieren a los alojamientos Allenham (en la historia original, la gran casa de la tía de Willoughby) como unas suites mucho más sofisticadas que las habitaciones en las que ellas viven y a Delaford (la residencia del coronel Brandon en el escrito de Jane Austen) como el único restaurante que hay en Norland, donde Elinor va a trabajar durante el verano. Por cerrar ya definitivamente, tengo que decir que si hay algo que me gusta de esta modesta y tierna adaptación es que goza de una buena dosis de socarronería —algo que le habría encantado a Jane Austen, que ya desde sus relatos más tempranos mostraba un gran sentido del humor— y de una cualidad que tan poco se ve estos días y que, sin embargo, yo valoro tantísimo: no hay ningún atisbo de pedantería  —y eso que se nota cuánto saben de la autora y de literatura en general—, sino que simplemente son unos cuantos jóvenes con el suficiente talento como para acercarse a un clásico desde una mirada fresca y no como si fuese algo inalcanzable que sólo puede admirarse desde la distancia y la erudición.
 
Project Dashwood (2015-2016)
 
Después de tener la referencia de “Elinor and Marianne Take Barton”, no miento si digo que empecé esta serie web —creada por Alayna Mae, Maeve O’Connell y Jessamyn Leigh— con bastantes ganas y sin excesiva pereza. A fin de cuentas, todo apuntaba a que, al haberse hecho con tan pocos meses de diferencia, el acercamiento de la última de ellas a “Juicio y sentimiento” no podía ser tan distinto al ya visto o, por lo menos, no inferior; pues… ¿quién en su sano juicio empeoraría voluntariamente algo de calidad de manera pública y notoria? Como es evidente, claro, no estaba contemplando en este punto lo absurdo y vanidoso que puede llegar a ser en ocasiones el hombre…, que casi siempre se cree más capaz de lo que es, y eso me hizo meter la pata hasta el corvejón. De cualquier manera, sí que había dos cosas bien distintas entre una versión y otra que se podían detectar desde el inicio: no sólo que “Project Dashwood” (2015-2016) era estadounidense y no inglesa, como su predecesora, sino que su duración prácticamente duplicaba a la realizada por los alumnos de la Universidad de Warwick, elevándose casi hasta las 8 horas. ¡8 malditas horas!
 
Reconozco que, en un principio, mi cabezonería me poseyó, negándome en rotundo a cambiar la velocidad de los vídeos, por muy lentos y aburridos que fueran (algo que, por cierto, uno ya corrobora desde el primero de ellos). Mi férrea intención era la de continuar así hasta el final, acogiéndome a una deriva mártir y nada práctica hacia la que tengo una clara predisposición. Pero, tal y como siempre suele ocurrir después de cierta reticencia inicial, fruto de una mezcla de tozudez y aversión a los cambios, finalmente le hice caso a mi fiel consejero, ganó el sentido común y, como último eslabón de la cadena, primó el amor por mi vida, que corría grave peligro tan sólo con la simple idea de tener que asistir a tantísimas horas de sopor. Así que ahí va mi confesión: duré 32 episodios a velocidad normal y, a partir de ese momento, el 1.5 se hizo mi compañero leal hasta el final de la agonía. De hecho, si vosotros pecáis de masocas y no de mártires y os da por ver esto en algún momento, os animo encarecidamente a que lo hagáis a esta velocidad: de esta forma veréis con agrado que los episodios van sucediéndose con cierta presteza (si no, creedme, sufriréis el lento pasar de los minutos).
 
Hipérboles aparte, esta adaptación online de la novela de Jane Austen viene introducida por el personaje de Margaret —Amelia Hahn—, que será aquí el que tome las riendas de la historia (inspiración probablemente basada en la película de 1995 y en la adaptación de 2008, donde la pequeña de las Dashwood adquiría más relevancia que en el libro). Desde el principio nos comenta su deseo de estudiar cine cuando sea más mayor y su plan actual para ir practicando: grabar su día a día con sus hermanas, Elinor —Stephanie Hough— y Marianne —Maeve O’Connell—. Esta serie, que contiene 106 episodios de entre 2 y 9 minutos, cuenta toda la historia de “Juicio y sentimiento” adaptada a la actualidad y en un escenario situado al otro lado del charco (seis de ellos, eso sí, son de preguntas y respuestas, suponemos que a comentarios que les han ido poniendo en los vídeos). Como ya mencioné cuando hice el análisis, “Juicio y sentimiento” no fue un libro que me entusiasmara ni que estuviera deseando coger para seguir leyendo, así que el hecho de que esta adaptación tan pedestre quiera contarlo casi punto por punto, pero sin ningún ápice de calidad o interés, no se me puede hacer más soporífero. Toda esa socarronería que destacábamos en “Elinor and Marianne Take Barton” no existe en absoluto aquí, donde todo es aparentemente demasiado serio, pero muy cutre al mismo tiempo. Para que me entendáis, es como esos vídeos que casi todos tenemos en los que uno grababa todo lo que veía y que solamente pueden despertar genuino interés en los implicados, pues para el resto de los mortales no son más que individuos ajenos haciendo cosas cotidianas y, por lo tanto, aburridas. En ese sentido, es cierto que “Project Dashwood” despierta en nosotros cierta ternura y nostalgia, pero simplemente porque nos recuerda a esas grabaciones caseras y, por eso mismo, a otros tiempos quizá más despreocupados y tranquilos. ¡Pero es que yo no he llegado aquí para recordar mi infancia, sino para ver una adaptación de “Juicio y sentimiento”! Puede que valga como regalo para un familiar o amigo de los que conforman este proyecto que sea forofo de esta novela, o incluso como forma de pasar el rato; pero, desde luego, no como propuesta audiovisual que tenga un interés más allá de esto y que deba subirse a Youtube porque aporta algo rompedor y original.
 
En cualquier caso, mi intención, en contra de lo que podría parecer, no es tirar por tierra el trabajo de este grupo de jovenzuelos americanos, pues se nota que han invertido una gran cantidad de horas en esto, pero sí poner en duda su calidad. Seguramente, dándole una vuelta y repensando un poco el proyecto, podrían haber hecho algo innovador o, por lo menos, entretenido. El problema es que, lejos de aportar algo al texto escrito, le extirpan casi todo su atractivo (que, además, tampoco es que sea mucho de origen). De algún modo, estamos ante una adaptación online que, inevitablemente, se hace larga, muy larga. Y la verdad es que su duración podría haber sido mejor aprovechada, de eso no hay duda, pues en casi todos los vídeos asistimos a eternas disertaciones a cámara, con no demasiado interés, o a conversaciones o momentos bastante de andar por casa y sin mucho recorrido. Y…, bueno, si todo esto se conjugara con unas mínimas nociones audiovisuales, pues todavía tendría un pase, pero es que presenciamos innumerables tomas torcidas, secuencias desenfocadas y personajes que constantemente están fuera de plano. Y mira que “Elinor and Marianne Take Barton” era sencilla a este respecto…, pero al menos no nos encontrábamos con escenas donde sólo se ven troncos o medias personas.
 
No quiero hacer sangre ni recrearme en exceso, pues, después de tantos vídeos, hasta me creo que los conozco de toda la vida; pero… tampoco os voy a mentir: de calidad va justito (para hacer honor a la verdad, eso sí, podemos decir que va ligeramente de menos a más; aunque quizá haya influido el aumento de la velocidad del visionado más de lo que nos gustaría reconocer). Probablemente, el capítulo 53, que es el de la fiesta donde se produce el incómodo reencuentro de Marianne con Willoughby, que se muestra distante con ella, es el que mejor rodado esté de todos. Por otra parte, y siendo generosos, puede que los episodios en torno a la Navidad sean los que más me hayan gustado (aunque es probable que mi predilección por estas fechas haya tenido algo que ver, para qué nos vamos a engañar). Como curiosidad, en el 85 las hermanas Dashwood nos hablan de sus películas y libros favoritos de esta época del año mientras que, en el siguiente, que aparece bajo el título de «Bonus» y no como un episodio propiamente de la historia, Margaret y Marianne cocinan unas galletas de jengibre (información de gran interés para los que somos golosos). Además, el personaje de Brandon, que no puede ser más anodino y autista al principio, va ganando con el paso de los vídeos (sin duda, el 1.5 le va perfecto a su lenta forma de hablar), compartiendo hacia el final algunas escenas bastante tiernas con Marianne (por ejemplo, el capítulo 86 o el 96) y mostrándonos su loca forma de bailar en las festividades. Aunque ningún personaje destaque demasiado por nada, sí me parece muy bella la que hace de Marianne, que me recuerda mucho a Anne Hathaway y que, en ocasiones, también podría pasar por una actriz clásica de los años dorados de Hollywood (véase el episodio 61). Como contrapartida, eso sí, quizá peque de gesticular en exceso. Lo cierto es que probablemente tardes menos tiempo en leerte el libro entero de Jane Austen que en ver “Project Dashwood”, lo que reduce mucho las razones que alguien pueda tener para acercarse a ella. Y…, qué queréis que os diga: se me ocurren muchas y mejores formas en las que uno podría emplear su tiempo. De cualquier modo, yo aquí os traigo mis impresiones: si algún ocioso valiente se anima, que se pase por aquí y que comparta las suyas.
 
Sense, sensibility & snowmen (2019)
 
Increíblemente, llegamos al final de este artículo con esta adaptación libre y moderna de “Juicio y sentimiento”. “Sense, sensibility & snowmen” (2019) es una película hecha para la televisión, dirigida por David Winning y con guion de Samantha Herman (aparentemente, a partir de la novela de una tal Melissa de la Cruz). En Filmaffinity no aparece vinculada al texto de Jane Austen, pero no hay más que atender a la evidente referencia del título y a los nombres de sus personajes, que prácticamente se corresponden todos con los del libro, para constatar la explícita inspiración. Tal y como su nombre y cartel ya adelantaban, estamos ante un telefilm de manual y, para más inri, con temática navideña, que suele ser extremadamente idónea para todo tipo de cursilerías. En resumidas cuentas: paradigmática película que echan el sábado o domingo por la tarde a finales de diciembre. En este sentido, está emparentada de algún modo con la de “Aroma y sensibilidad”, pues comparte ese mismo tono anodino y sin personalidad de ese género de películas realizadas para que el personal las vea desde el sofá mientras se echa una cabezadita.
 
En cualquier caso, y para intentar sacar algo de la hora y veinte invertida —¡bendita duración!—, aquí se nos cuenta una historia paralela en ciertos aspectos a la novela, pero con una curiosa novedad: se invierten ciertos papeles, como comentaremos a continuación. De entrada, y para poneros en contexto, las hermanas Dashwood son huérfanas y herederas de una empresa de planificación de eventos. Como era de esperar, y si no perdemos de vista su núcleo de referencia, tienen caracteres opuestos: mientras una de ellas, Marianne —Kimberley Sustad—, está muy comprometida con el trabajo y se muestra seria y responsable; la otra, Ella —Erin Krakow—, es más dicharachera y dispersa. Entiendo que notéis algo raro…, pero no, no me he equivocado, sino que aquí los nombres de las hermanas estarían cambiados: así como la Marianne de esta cinta correspondería a la Elinor del libro, Ella tendría el temperamento de la Marianne de Jane Austen. De cualquier manera, y por ir un poco al meollo de la trama —que es terriblemente trivial, como veréis ahora—, mientras Ella quiere extender la empresa más allá de las cuatro cosas que hacen siempre, Marianne se muestra mucho más conservadora, pues sabe que, para que las cosas se lleven a término, hace falta bastante más que simplemente quererlo. Aun así, luego descubriremos que no es que no estuviera por la labor de hacerlo o que tuviera algo en contra de la idea como tal, sino que, dado el poco compromiso de Ella, sabía que no podría contar con ella y que tendría que tirar del carro por las dos, algo que excedía sus capacidades.
 
Sea como fuere —¡y aquí está el giro inesperado de los acontecimientos que nadie jamás podría haber previsto!—, les surge una oportunidad única: organizar una multitudinaria fiesta para la gran compañía de juguetes de Edward Ferris —Luke Macfarlane—, primo de Brandon —Jason McKinnon—, el abogado que las está ayudando con todas las cuestiones legales vinculadas con la muerte de su padre. Este evento es fundamental para el joven empresario, pues asistirá un matrimonio francés que está pensando en hacer acuerdos con ellos para el mercado europeo. Este proyecto, que consigue Ella un día de casualidad, si bien es muy arriesgado porque apenas tienen tiempo para prepararlo, puede ser también una gran oportunidad para extender su red de contactos y para demostrarle a su hermana su compromiso con el negocio que les ha sido legado. Obviamente, tras unos contratiempos iniciales —les van a cancelar el espacio que habían reservado, teniendo que trasladar finalmente el cóctel a la casa de Edward—, todo les sale a pedir de boca: no sólo el convite acaba siendo un éxito, sino que la pareja de inversores termina mostrando su interés por la empresa de Edward. Como veis, todo muy inesperado y nada predecible.
 
Además, y como no podía ser de otra manera, las hermanas acabarán felizmente emparejadas. Sin embargo, esto es algo lioso si lo comparamos con la novela, porque las relaciones amorosas no se corresponden exactamente con las que aparecen en el libro. Para que nos entendamos, porque tampoco es fácil de explicar, es como si aquí hubiesen dado la vuelta a las parejas. De entrada, la que tiene el carácter que correspondería a la Elinor del libro, por mucho que se llame aquí Marianne, acabará con Brandon, de parecido temperamento al personaje de la novela que lleva el mismo nombre, pero que acababa con la Marianne original. Por otra parte, Ella, que estaría emparentada con la naturaleza de la Marianne de Jane Austen, aunque aquí su nombre quiera recordarnos al de Elinor, acabará con Edward, que tiene un carácter quizá parecido también al personaje del mismo nombre de la autora inglesa, aunque allí finalmente se casaba con Elinor. De hecho, respecto a este último, aunque le hayan cambiado el apellido de Ferrars a Ferris —en la adaptación de 2011 era, por ejemplo, Farris—, guarda ciertos paralelismos con el personaje creado por Jane Austen. Por hablar de uno, la presión que ejerce la señora Ferrars sobre él en la novela encuentra su equivalente en el padre del Edward de esta adaptación, que no deja que su hijo se encargue de la empresa, sino que constantemente cuestiona los cambios que está incorporando. En resumidas cuentas, como no hay mucho más que rascar en una cinta tan enlatada como ésta, y este análisis se me está volviendo a ir de las manos de mala manera, creo que lo voy a dejar aquí.
 
Conclusión
 
Como ha sido un viaje tan largo y creo haberme excedido lo suficiente en cada una de las adaptaciones que he ido analizando, no me voy a alargar demasiado en la conclusión. Aun así, como sé que muchos de vosotros vendréis directamente aquí para saber de un plumazo cuál es la versión audiovisual más fiable y cuál deberíais evitar, me esforzaré en dar alguna clave al respecto. De entrada, lo primero que me gustaría destacar es que “Juicio y sentimiento” cuenta con algunas adaptaciones cinematográficas bastante dignas —obviamente, me refiero en este punto a las que se esfuerzan en trasladar el libro a la pantalla con veracidad y no a las terribles versiones modernas—, algo que deseo con todas mis fuerzas que se extienda al resto de novelas de Jane Austen, pero que me temo que no será el caso. Probablemente, el hecho de que sea un escrito menor de la autora es lo que ha permitido un acercamiento más fiel al original, pues, cuando una obra tiene mucho renombre y está en boca de todos, la presión es mayor y el batacazo puede ser monumental. Aunque tampoco podemos olvidar que cuenta con un hándicap considerable: que las protagonistas sean dos (lo que aumenta la probabilidad de que haya una descompensación entre ambas). Sea como fuere, y como aún no he visto las adaptaciones de otros libros de Jane Austen, todas las hipótesis sobre su calidad o la falta de ella están todavía abiertas. Por ahora, como digo, cuento con muy pocos datos y con mucha elucubración, así que me limitaré a hablar de las de la novela que nos ocupa.
 
Creo que la historia de “Juicio y sentimiento” gana más en la pantalla que en el texto escrito, aunque reconozco que nunca llega a entusiasmarme en ninguno de los dos medios. De cualquier forma, hay que decir que sus tres versiones en formato de miniserie, avaladas por la BBC, son de notable calidad. Lo cierto es que, si alguien quiere hacerse una idea de “Juicio y sentimiento” sin rozar ninguna de las páginas de su autora, puede acercarse a cualquiera de las tres —la de 1971, la de 1981 o la de 2008— y tendrá una concepción bastante adecuada del núcleo de la novela. Aun así, si uno prefiere un formato más corto y una adaptación algo más libre, aunque realizada con mucha delicadeza y mimo, le recomendaría que se decantara por la película de 1995, que se aleja del libro lo justo para no molestar y que consigue mantener lo fundamental de la historia. En cualquier caso, esto es a nivel de conjunto. Si, en cambio, uno quiere ver mejor reflejados a unos personajes que a otros, deberá ir con más ojo, pues no hay ninguna en la que todos brillen al mismo nivel. Sin duda, y como ya dije en su momento, la versión que traslada de la manera más fidedigna a las dos hermanas a la vez es la de Ang Lee, pero yo tengo que decir que también tengo predilección por la Marianne de la adaptación de 1981 y por la Elinor de la miniserie del 2008. Obviamente, si atendemos a otros aspectos, el decantarse por una u otra dependerá de lo que andemos buscando; pero, como digo, ninguna de las cuatro opciones será un absoluto chasco. Eso sí, hay que decir que tampoco contamos con ninguna que sea redonda, por lo que una imaginativa combinación de todas ellas es un buen recurso para que nos quedemos razonablemente satisfechos con la historia completa. De hecho, aunque seguramente una hipotética adaptación que aunara las virtudes que cada una de ellas tiene podría conseguir un resultado mejor, todas hacen un buen trabajo.
 
Por el contrario, cualquiera con cierto amor por las cosas bien hechas debería huir de las versiones actuales de “Juicio y sentimiento”, así como de aquellas películas que remotamente se inspiran en una historia de dos hermanas que pasan de vivir lujosamente a quedarse en la estacada. En este grupo estarían incluidas “Chicas materiales”, “Aroma y sensibilidad” y “Sense, sensibility and snowmen”. Como punto intermedio quizá estaría la versión india del 2000, “I have found it”, que se salva de tener regustillo de telefilm, pero cuyo estilo tampoco me convence nada. Por su parte, a “Tigre y dragón” (2000) no se la puede considerar como una adaptación de esta novela como tal, así que os remito al comentario que hice sobre ella en la primera parte de este análisis conjunto. Por último, como curiosidad y de una manera más lúdica y ligera, sí que os animaría a ver “Elinor and Marianne Take Barton”, pero no puedo hacer lo mismo con “Project Dashwood”, y eso que me sabe mal por los chavalillos. En resumidas cuentas, un poco a rastras y más tarde de lo previsto, concluimos los análisis de “Juicio y sentimiento” y nos ponemos manos a la obra con nuestra siguiente parada: “Orgullo y prejuicio” (1813). ¡Espero que aguantéis el camino!

2 comentarios sobre “Las adaptaciones cinematográficas de Juicio y sentimiento (II) Deja un comentario

  1. Y… ¿cuántos dice que son como usted en la residencia? Y… ¿les dejan salir al patio y en él hay plantas y animalillos? A nosotros sí, pero solo si nos portamos bien y hace bueno. ¿O era al revés? El libro no me lo he leído completo porque a mi edad y más con textos románticos, en seguida me se nubla la vista. ¿O era enseguida?

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