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Las obras de juventud de Jane Austen

Hoy, por fin, y después de un cierto retraso fruto de una coyuntura que ya quedó explicada hábilmente por aquí, vengo a hablar de las obras de juventud de Jane Austen. Bajo el título de “Juvenilia”, estos escritos se encuentran reunidos en tres cuadernos, que la autora llamó «volúmenes», numerados del I al III. Según los estudios, la fecha de composición más temprana cabe situarla en el año 1787, pero la mayoría de ellos fueron compuestos entre los años 1791 y 1793, cuando la escritora tenía entre 16 y 18 años. De cualquier modo, parece que entre 1809 y 1811 —año en el que se publicó su primera novela, “Juicio y sentimiento”— ella volvió a revisar y a corregir aquellas obras contenidas en el volumen III. Por tanto, aunque algunos de estos textos sí fueron escritos con 13 o 14 años, otros fueron retocados por una mano que, si bien todavía no se había abierto paso en el mundo editorial, ya estaba a punto de hacerlo. Por otra parte, no hay que perder de vista que estas obras juveniles no fueron elaboradas con intención de ser publicadas, sino sólo como mero entretenimiento para sus familiares y círculo más cercano. Esto se aprecia especialmente bien en las dedicatorias, que, por mucho que quieran resultar solemnes, guardan la huella de la intimidad. De hecho, no salieron a la luz hasta 1922, cuando un editor decidió publicar los escritos contenidos en el volumen II. Más tarde, R. W. Chapman, considerado la máxima autoridad en Jane Austen en cuanto a la edición textual se refiere, publicó el volumen I en 1933 y el III en 1951.

El hombre del traje blanco (1951)

Antes de invitaros a descubrir esta obra maestra, si no la conocéis ya, vamos a dedicar un par de líneas a pensar qué está pasando en los años 50 respecto al cine de ciencia ficción. La moda de las películas de terror de baratillo con reanimaciones y cerebros parece ir llegando a su fin, no sin antes dar sus últimos coletazos en la frontera con el nuevo tema: la velada —o no tan velada— referencia a la Guerra Fría y lo nuclear. Encontramos en el primer lustro de los años 50 muchas peliculillas de monstruos, siendo en este caso fundamental lo nuclear o la radiación (el caso más conocido es la primera de “Godzilla”, de 1954). Con todo, hay una película de este subgrupo que merece una mención. Antes de comenzar a repasar el resto de las películas interesantes que no llegaron a ser las más representativas, he de reconocer que, salvo “Ultimátum a la Tierra”, de 1951, y la película del lagarto japonés, el resto de obras aquí comentadas —el caso del capitán Nemo lo cuento también como novedad porque la vi hace 20 años y se me podía pasar— se las debo al mismo que el análisis de la década de los 60. Y, en el caso de “La humanidad en peligro” (1954) —una película que se sustenta en la premisa de la aparición de hormigas mutantes gigantes—, ni jarto del más canónico Vodka podría haber sospechado que podría merecer la pena. De igual manera, pero con menos radicalidad, ha ocurrido con la película que hoy os vengo a recomendar, dado que mi corta experiencia me sugería no acercarme demasiado a todo lo que mezclara comedia y ciencia ficción; pero claro, la comedia inglesa no es cualquier comedia, y esta es una de esas realidades que sólo se empieza a descubrir con la edad. Entremos ya en materia, aunque comentando primeramente un par de cosas más sobre la obra de Gordon Douglas y acerca del resto de cintas que se han quedado fuera.