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La inquilina de Wildfell Hall (1848) y su adaptación de 1996

Esta vez, coincidiendo con el final del ciclo de las Brontë que empezamos el curso pasado, toca hablar de “La inquilina de Wildfell Hall” (1848), la segunda y última novela de Anne Brontë, escrita tan solo un año después de su primer libro, “Agnes Grey” (1847). La razón que me ha llevado a analizar las dos obras de Anne, a diferencia de lo que hice con Charlotte, que fue hablar sólo de la más conocida, “Jane Eyre” (1847), a pesar de tener también otras tres —que, sin duda, espero leer muy pronto y hablar de ellas por aquí—, y con Emily —aunque, en este caso, no había opción, dado que únicamente dejó su inolvidable “Cumbres Borrascosas” (1847)— es que las novelas de la pequeña de las hermanas han tenido mucha menos repercusión a nivel cinematográfico —de hecho, como bien señalamos en el artículo anterior, la primera de ellas no cuenta con ninguna adaptación—; queriendo compensar de alguna manera esa poca popularidad mediante la referencia a las dos, y no eligiendo solamente una, como en un principio estaba estipulado. Tras este breve —aunque necesario— inciso, pues bien merecía una explicación esta anomalía, centrémonos ya en “La inquilina de Wildefell Hall”, un estudio pormenorizado y exhaustivo de todas las cuestiones que en “Agnes Grey” quedaron meramente apuntadas —la importancia de la educación, los peligros de los vicios, las dificultades de las virtudes, las excelencias y los sufrimientos del amor, etc.—, y que aquí alcanzan mayor profundidad, aunque sólo sea por la longitud de este segundo libro, que es unas dos veces y media más extenso que su predecesor.