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EtiquetaEstética

Un par de ideas sobre el momento después de terminar de disfrutar una obra

En el día de hoy, no puedo sino acordarme de este artículo. Igual que no puedo olvidar esa sensación agridulce que se produce cuando acabas una obra de esas que te dejan una huella difícil de borrar. Hoy vamos a dedicar un par de líneas a meditar justo sobre esa emoción, a mostraros un par de ideas sobre un sentimiento que todos los que somos devotos creyentes del quehacer humano tenemos la suerte de sufrir, de media, un par de veces al mes. Para el resto, que dedica mucho menos tiempo a disfrutar a fondo del fruto del hombre, ya sea porque participar de su creación les deja sin tiempo, o porque prefieren explayarse en saciar su ser mamífero por encima de cualquier otra cosa, será una afección de la cual recordarán quizá haber reparado alguna vez en su vida. Hablamos de aquella vez en la que, después de leer una novela, acabar una serie o, incluso, un videojuego —y no es baladí que sea más fácil de provocar con obras narrativas que necesiten de varias tardes para ser disfrutadas—, posiblemente en la niñez, tras gozar la recta final y llegar a la catarsis…, lees la última línea, el fondo se vuelve negro y, de repente, como si cayeras al vacío de un gran pozo a medianoche, te congela el corazón una sensación desagradable y nostálgica de abandono. En este punto, no hace falta encerrarse un día entero, en silencio y a oscuras, para comprender que el fondo de esta tragedia es que la historia se ha acabado; una que, para más gravedad, creemos que ha sido muy buena hasta el punto de que, en algunos momentos, la hemos vivido como propia. Y…, por lo tanto, volviendo a la primera línea de esta introducción, comprobamos, otra vez, que lo más maravilloso de esta vida siempre tiene un reverso tenebroso. «La felicidad de hoy será la tristeza de mañana», recordamos de “Tierras de penumbra” (1993); frase que transmite una de esas verdades eternas e inmutables, como también lo es la mezquina y cruel aseveración contraria —o contradictoria o… ¿subalterna?; perdonadme los aficionados a la lógica— de que, sin embargo, «la tristeza de hoy no tiene por qué ser la felicidad de mañana». Comencemos.

Star Trek: La conquista del espacio (1966-1969). Tercera parte: Sobre una premisa desperdiciada

Continuamos con Star Trek, y hemos de decir que, igual que costaba buscarle las cosquillas a la temporada inicial, más allá del pésimo “El factor alternativo” (1967), con la segunda no ocurre lo mismo —además, la primera contaba con la ventaja de la frescura de la historia y de su originalidad—. Seguimos encontrando capítulos muy buenos todavía, como el ya mencionado “Con cualquier otro nombre” (1968), pero se empieza a notar cierto desgaste, sobre todo a la hora de comprobar lo recurrente que se vuelve la situación de estar ante un episodio que empieza muy bien, pero que termina por desinflarse, para acabar cerrando malamente y de una manera mucho más grave que con un Deux ex machina. Esta coyuntura se da en los peores capítulos de esta temporada, salvo en el infame y sobrevaloradísimo “Los tribbles y sus tribulaciones” (1967). Para colmo, aparecen en esta triste categoría, la del tercio inferior, episodios que deberían destacar, como el que cierra la temporada, “Misión: la Tierra” (1968), y el amado, meramente por el poderío estético de un imperio totalitario novecentista —que por algo fue el siglo del origen de la propaganda de masas que hoy conocemos—, “Espejo, espejito” (1967). Pero no nos vayamos por las ramas y empecemos sin más dilación a comentar, aunque sólo pueda ser brevemente, esta desilusionante cuestión.

Mass Effect (2007-2012)

Apurando hasta el final, por fin llegamos a este artículo. Lo primero que debemos comentar es por qué se ha retrasado tanto y, lo más molesto de todo, las razones que hay detrás de que no sea lo que teníamos previsto. Antes de empezar, os avisamos de que esto no pretende ser más que una introducción corta a la coyuntura que ha condicionado el trabajo que irá adjunto, el cual será muchísimo más largo. La razón de esto es que todo lo que se podía decir, sin entrar a destripar la historia, ya lo hemos dicho, y todo lo que se puede decir más allá, aun siendo un resumen muy sucinto, rompe el límite máximo asumible para cualquier entrada de una página web (por mucho que la nuestra asuma una extensión media suicida). Hechas estas puntualizaciones, comencemos.

Star Wars: Caballeros de la Antigua República (2003)

Comenzamos este tercer curso con una nota de variedad: la crítica de un clásico dentro de los videojuegos. Pero, antes de meternos de lleno con esta invitación a volver o a descubrir —incluso a volver a descubrir— esta obra de referencia, vamos a darnos dos párrafos para ensayar una defensa de la importancia del octavo arte: el ‘videojueguil’ (sí, el término es muy mejorable; algunos utilizan «softófilo», aunque es preferible «ludófilo»). En cualquier caso, y previamente, deberíamos volver a recordar la cuestión de qué es el arte en general, sin privarnos de, por lo menos, otro par de párrafos, a ver si, artículo tras artículo, vamos delimitando algo intuitivamente tan sencillo, pero intelectualmente tan polémico e inmenso. No perdamos más tiempo con presentaciones, y pensemos una vez más qué es lo diferencial y significativo de una obra artística frente a cualquier otra obra. Pero me temo que tendremos que empezar aún más lejos, con la diferencia entre una obra y el resto de las cosas. Comencemos ya, que esto se complica por momentos.

La Atlántida (1932)

Hoy toca hablar de una película representativa, a la par que desconocida, del primer lustro de la década de los años treinta. En este caso, partiendo de que lo que hay visible no es tanto, nos hemos quedado con “La Atlántida” (1932), que es una adaptación sonora de la obra de 1921 del mismo nombre. Ambas coinciden en tres cosas: un bellísimo Sáhara, una estructura complicada, y mucho surrealismo; además de ser muy interesantes e innovadoras respecto a la historia del cine. Por mucho que, sin lugar a dudas, en esta época haya hitos muy claros dentro de la ciencia ficción, como “El doctor Frankenstein” (1931) o “El hombre invisible” (1933), así como otras películas también interesantes, como “La isla de las almas perdidas” (1932), todas ellas son demasiado conocidas y, sobre todo, se merecerían un análisis (o, incluso, varios) en profundidad, si tenemos en cuenta las obras literarias de las que beben, su impacto, las segundas partes que se han hecho de ellas, etcétera. En cambio, pese a su indiscutible calidad, la obra de G. W. Pabst es casi tan desconocida como el mismo director. Por esta razón, es la obra del séptimo arte que hoy os vamos a recomendar.

Realidad y ficción: primera aproximación. Un apunte desde la imaginación animal hasta los mitos modernos

Hoy nos embarcamos en una de las cuestiones más interesantes que se pueden reflexionar: la diferencia entre realidad y ficción. Puede que, para el sentido común, sea una distinción en apariencia trivial; pero en el fondo encierra una infinitud de matizaciones, que resultan fundamentales tanto para la vida misma de cada uno de nosotros como para, siendo más específicos, la reflexión sobre el arte. Otro aspecto importante de este tema es que, de cara a enfrentarnos a las corrientes idealistas, subjetivistas, lingüísticas o posmodernas es una reflexión que hay que tener muy presente, al ser común entre ellas el coqueteo más o menos explícito con el relativismo, el cual niega la autoridad de la realidad y apuesta, en cambio, por una disolución, de alguna manera, de las fronteras de esta distinción.

Balthus y los límites del arte

Hace unos días asistí a la exposición sobre Balthus en el Museo Thyssen de Madrid. Iba ya conociendo la gran polémica que hay alrededor de este pintor por sus cuadros de adolescentes en posiciones algo estrambóticas y, en general, desnudas. Por nombrar alguna: hace un par de años se buscaron recaudar firmas para retirar del museo Metropolitan de Nueva York (Met) su cuadro “Thérèse soñando”. Este hecho levantó en mí una especial curiosidad, al querer conocer de primera mano cuál era el cuadro en cuestión y por qué una obra de un pintor del siglo XX estaba levantando tantas ampollas en la sociedad del siglo XXI.

El cine actual: la «secuelitis» o el desierto del talento

Venimos comprobando que, desde hace un tiempo a esta parte, la cantidad de secuelas, precuelas, reinicios y demás refritos aumentan en una proporción asombrosa respecto a las viejas historias que solíamos ver en la gran pantalla. Esta es una tendencia que recorre todas las artes e incluso gran parte de los productos: desde películas a juegos, pasando por series y reediciones de viejas consolas en miniatura, que terminan por colmar el panorama consumista. Además, se da una cierta tendencia fetichista en sectores todavía elitistas de, por ejemplo, sacar cámaras a precios desorbitados, restando características artificialmente dentro de lo que la propia tecnología ofrece. No olvidemos tampoco esa predilección tan delicada, si se toma en serio, de las adaptaciones: habiendo quedado atrás las versiones cinematográficas de libros, ahora parece que cualquier historia puede peregrinar por el espectro consumista sin ningún tipo de precaución o cuidado. ¿Y por qué ocurre todo esto? Se podrían discriminar tres facetas íntimamente relacionadas: primero, estaría el peso del mercado; después, el peso de la tecnología; y, por último, la vulgarización del hombre masa.