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Los restos del día (1989)

Hoy vengo a hablaros del libro “Los restos del día” (1989), del japonés —afincado en Inglaterra y ganador del Nobel de Literatura en 2017— Kazuo Ishiguro. La realidad es que no me va a resultar nada fácil hacerlo, por ser un libro algo atípico en aquello que nos cuenta y en la manera de hacerlo, pero voy a hacer un esfuerzo por hacerme entender. “Los restos del día” nos plantea el viaje en coche de un mayordomo, mister Stevens, durante el que reflexiona sobre sus viejos tiempos en una gran casa, Darlington Hall, en la que sigue trabajando aún, aunque ahora a las órdenes de un diferente patrón. La narración combina presente y pasado, poniendo de relieve aquellos momentos más significativos de la vida de nuestro protagonista, y permitiendo de ese modo que entendamos mejor cómo es y la manera que tiene de comportarse.

La señora Dalloway (1925)

Por mucho que me duela admitirlo, me decidí a empezar este libro porque aún no me había puesto a leer ninguno de la tan conocida autora inglesa Virginia Woolf. Lo cierto es que tenía especiales ganas y bastantes expectativas con “La señora Dalloway” (1925), que es el libro al que voy a dedicar mi análisis de hoy. Sin embargo, he de reconocer que no me ha resultado una lectura fácil y accesible, sino, en parte, tediosa y fragmentada. Por mucho que sea la historia de un día en la vida de Clarissa Dalloway, señora de la alta sociedad londinense de principios del siglo XX, y que, por tanto, pudiera parecer que todo va a suceder con cierta fluidez y ritmo, aquí se concatenan los pensamientos de dicho personaje y de algunos otros que se van sucediendo en la trama, lo que provoca que cueste encajar al principio lo que se nos cuenta en un todo con sentido. Por ello, puede que hablar de “trama” sea algo pretencioso, dado que este libro carece en buena parte de la misma, resultando más bien un compendio de pensamientos, en muchas ocasiones excesivamente interesantes, pero en otras algo deshilachados, de la vida de estos individuos. Eso sí, he de reconocer que, si uno afronta de buena gana el hecho de que el libro no esté separado por capítulos o partes —lo cual admito que es una gran molestia para mí—, puede llegar a disfrutar de ciertas ideas que va soltando la autora, y encontrar en todas ellas un cierto núcleo común, que creo que es el que hace aguantar al libro e impide que caiga en un mero flujo de pensamientos con más o menos interés para el lector. Por eso, frente a un desazón inicial, al final me he alegrado de leerlo. Creo que plantea cuestiones valiosas, si bien dista mucho de ser, a mi parecer, la mejor manera de tratarlas.

Mujercitas (1868-1869) y sus tantas adaptaciones

A raíz del estreno de una nueva versión cinematográfica de “Mujercitas” (1868-1869) —como si ya no hubiera suficientes—, me percaté de que no había leído un libro que había sido tan sumamente adaptado al espacio audiovisual. Por eso, consideré oportuno, antes de ver la nueva película, y al no haber coincidido nunca con ninguna de las otras versiones —lo cual, dicho sea de paso, es sumamente raro dada la frecuencia con la que las han puesto en la televisión—, leer el libro en cuestión y ver qué podía ser aquello que provocaba que se volviera tantas veces a él. En este análisis, por tanto, pretendo ahondar, sobre todo, en el libro, pero también hacer alusión a cuatro de las veces que este clásico literario se ha llevado al cine: en 1933, en 1949, en 1994 y en 2019. A pesar de que también sé que ha sido llevado al formato de las series, dejaré este aspecto de lado para que dicho análisis no se haga excesivamente largo, repetitivo o pesado. 

La Navidad: entre la nostalgia y Love Actually (2003)

Ahora que se acercan estas fechas tan señaladas, compruebo con cierto estupor cómo el mundo se divide entre quienes disfrutan de las navidades y quienes las aborrecen sin piedad. Para tener las cosas claras y no llevar a error, aunque se me vaya a notar claramente durante este escrito, yo soy, indudablemente, del primer tipo de personas. De hecho, aquellos que se muestran muy críticos con estas fiestas me producen, de entrada, cierto rechazo. No puedo evitarlo.

Amsterdam (1998)

Si bien llevaba tiempo queriendo acercarme a una de las novelas de Ian McEwan, en buena parte, por todo el amor que le suelen profesar quienes están más puestos en la literatura actual, mi decepción no ha podido ser mayor. Puede que el libro elegido no haya sido el adecuado: basta conocer un poco a este autor para saber que el más conocido de sus textos es el de “Expiación” (2001). Yo, como peco de cierto anarquismo en esto de comenzar a leer algo de un escritor, me decidí a hacerlo con “Amsterdam” (1998); aunque, si lo hubiera sabido, habría ido a lo seguro (o, quizás, no tan seguro; eso está por ver).

La peor parte: Memorias de amor (2019)

Este va a ser el primero de una serie de análisis que versarán sobre dos de las cuestiones que considero más fundamentales: el amor y la muerte. En este caso, ahondaremos en el último libro escrito por Fernando Savater, dedicado a su mujer Sara Torres, que falleció en el año 2015, con 59 años, a causa de un tumor cerebral. El título, “La peor parte: Memorias de amor”, ya nos da una idea de hacia dónde irá dirigido el texto; pero creo que encierra mucho más de lo que podríamos pensar a simple vista. Puede que el hecho de que Fernando Savater sea filósofo tiene parte de culpa de esto; pero, más que todo eso, la ternura con la que escribe sobre su gran amor es la que dota a este libro de una densidad característica y muy meritoria.

Los viajes: primera aproximación

Hoy, después de mucho tiempo, escribo aquí para tratar uno de los temas que más tiende a gustar: los viajes. Sin embargo, lejos de hacer una defensa a ultranza de la manera en la que se conciben habitualmente, de lo que pretendo hablar es del modo en el que suelen afrontarse y de lo que considero que es, a todas luces, una falacia. Pongámonos en situación. Hay una especie de tendencia generalizada desde la que se considera que uno viaja para ‘encontrarse a sí mismo’; cuando lo que realmente ocurre es que uno más bien viaja para no pensar demasiado y para desconectar de los problemas que le preocupan. Además, ¿qué es eso de ‘encontrarse a uno mismo’?

A War (Una guerra) (2015)

Después de bastante tiempo sin escribir por estos lares, me he decantado por hablar sobre la película “A war (Una guerra)”. Esta película danesa, del año 2015, está dirigida y escrita por Tobias Lindholm, guionista también (junto con Thomas Vinterberg) de “La caza” (2012); cinta muy notable a la que dedicaremos, sin duda, un capítulo aparte en este blog. La película que hoy nos ocupa pasó bastante desapercibida en el territorio español cuando fue estrenada, pero creo que ocurrió de manera injusta o por mero desconocimiento, pues resulta ser una película muy digna y con una reflexión profunda sobre la guerra y sobre otras muchas cuestiones humanas de gran calado ético.

Balthus y los límites del arte

Hace unos días asistí a la exposición sobre Balthus en el Museo Thyssen de Madrid. Iba ya conociendo la gran polémica que hay alrededor de este pintor por sus cuadros de adolescentes en posiciones algo estrambóticas y, en general, desnudas. Por nombrar alguna: hace un par de años se buscaron recaudar firmas para retirar del museo Metropolitan de Nueva York (Met) su cuadro “Thérèse soñando”. Este hecho levantó en mí una especial curiosidad, al querer conocer de primera mano cuál era el cuadro en cuestión y por qué una obra de un pintor del siglo XX estaba levantando tantas ampollas en la sociedad del siglo XXI.

Una apuesta por la duda

A raíz del artículo «El beneficio de la duda» de Guillermo Altares, publicado en El País hace unas semanas, escribo hoy aquí. Porque nunca es tarde si la dicha es buena. Como tampoco viene mal recordar, una vez más, la duda de Sócrates, incluso la de Descartes. La duda, al fin y al cabo. Pero no la duda perdida, no la duda posmoderna ni líquida, sino la duda que repiensa, que vuelve a lo de siempre para matizarlo, para encontrar algo que se hubiera perdido por el camino. ¿No es este acaso el camino de la filosofía? ¿No es esta la esperanza del filósofo cuando abre cualquier libro de un pensador? No es tanto el afán de encontrar respuestas, sino la necesidad de que queden formuladas nuevas preguntas, nuevos interrogantes.

Monólogos disfrazados de diálogos

Si en algo podemos estar de acuerdo todos o la mayoría de personas es que no nos gusta que nadie nos imponga su opinión como absoluta. Pero, ¿acaso toda idea que sustenta alguien debe tomarse como una verdad que no admite discusión? Nos encanta siempre poner en boga la manida apuesta por el diálogo, pero este último no tiene ninguna relevancia en lo que hacemos, que meramente podría entenderse bajo el nombre de monólogos que no buscan ningún tipo de acuerdo, sino que ya parten de la premisa errónea de una verdad inamovible. Se nos llena la boca de palabras malsonantes cuando alguien pretende ponérsenos por encima sin que haya mediado la discusión en el proceso; pero, nosotros, entretanto, no nos olvidamos en ningún momento de nuestra postura, la cual somos incapaces de recular o matizar en los supuestos diálogos que compartimos con los otros. Si tan seguros estamos de ella, ¿por qué nos molesta tanto que alguien nos la cuestione? ¿Por qué nos ofendemos a la mínima de cambio y a la menor broma sobre algo que para nosotros es tan fundamental u obvio? ¿No será que nuestra vaguería llega a unos límites insospechados y que lo que nos da miedo es dialogar, por si de repente alguien nos pone en duda algo que defendemos con tanto ahínco? ¿No será que tenemos miedos o intereses que no queremos que salgan a la luz?

Sobre familias y parejas: encuentros falazmente inevitables y virtuosos

De un tiempo a esta parte, me vengo percatando de que cada vez es más habitual que las personas lleven a sus parejas al encuentro con sus respectivos familiares tan pronto como se les presente la ocasión. Es decir: así, de golpe y porrazo, uno ya no sólo tiene que ir a las reuniones familiares que le atañen, sino también a las de la familia de su compañero de crimen. De este modo, uno debe sepultar y dar por perdidos los encuentros a pequeña escala; pues, en cuanto las parejas de nuestros familiares allegados empiezan a acudir a cualquier tipo de reunión que se preste, la cifra de invitados aumenta el doble sin que a uno le dé tiempo a asimilarlo. Y uno nunca tiene suficientes sillas para semejante festín.